Viaje Austral. Autor: Rodrigo Guillermo Torres Quezada

“Si existe un lugar en donde el tiempo se pueda detener o hacer desaparecer, sin duda alguna debe ser este”, pensaba mientras manejaba mi Alfa Romeo por la Carretera Austral a la altura de Puyuhuapi y Puerto Cisnes, faltando poco para llegar a Coyhaique. La carretera en esos días de otoño parecía más solitaria que de costumbre lo que creaba un silencio sólo opacado por algún tiuque o pájaro carpintero que picaba algún árbol a lo lejos. A aquello se le sumaba la ingravidez del suelo, el cual me daba la sensación de casi estar volando en mi vehículo por aquel paraje frío. El tiempo había huido, sin embargo yo lo buscaba porfiadamente cada vez que revisaba mi agenda o me detenía a buscar información, en mi computadora portátil, relativa a mi profesión. Trabajo para una empresa de turismo en Villa O`Higgins, lugar al que debía llegar para dar un informe presencial acerca de mi estrategia de marketing con relación a la búsqueda de turistas extranjeros para la temporada de vacaciones de invierno y atraer a nuevos grupos de visitantes sembrando en ellos la semilla del deporte aventura o el trekking para la temporada estival. Estudié turismo y obtuve master en administración lo que no sólo me dio herramientas para desenvolverme en el mundo del negocio en torno al turismo, sino que también me hizo ver las cosas de un modo práctico. Soy un hombre de mundo luchando  por absorber un poco más de oxígeno.
Pues bien, en aquel viaje cuyo destino final era Villa O`Higgins, última sección de la Carretera Austral, el otoño me contagió un tanto de su acento lóbrego, quizás por ese olor a campo que se despega de la humedad. Esto hizo que de vez en cuando me contagiara de la sorpresa que significa admirar la naturaleza. Ya había realizado el mismo trayecto, con mi querido auto, pero durante la época de verano. Yo muy rara vez tenía tiempo para analizar lo hermoso de un paraje. Así, en ese otoñal viaje por la carretera, las veces que no pensaba acerca del informe que debía presentar al gerente y a los socios, estaba divagando en la empresa exportadora de muebles, que tenía un cuñado mío, de la cual yo era uno de los socios. Una empresa argentina nos había enviado una factura pro forma para que la revisáramos y comprásemos un tipo de madera que podía mejorar la calidad de nuestro producto. Mi cuñado decía conocer de hacía mucho a uno de los dueños de la empresa argentina por lo que estaba ciegamente confiado en los gerentes de aquella institución, no obstante propuse pensar muy bien el tema, y si decidíamos comprar algo, que fuese por medio de una carta de crédito, un medio mucho más seguro.
Sí, en esas cosas pensaba mientras manejaba mi querido vehículo, compañero de mil y una batallas, por la Carretera Austral hacia Villa O`Higgins. ¿Qué si estaba preocupado de ver algún gato de Geoffropy, algún pudú o un huemul? No, yo estaba sólo atento a llegar pronto a mi destino y demostrar mi capacidad de buen hombre de negocios. ¿Qué si estaba pensando en lo bello del bosque de coigües, cipreses o de ñirre? No, salvo aquellas veces que me detuve y pude empaparme de la nostalgia otoñal, lo demás que había en mi cabeza sólo tenía que ver con que si había que importar tal producto o si tal grupo de prestigiosos turistas alojarían o no en nuestro conjunto de cabañas, las cuales un socio había cedido como parte de sus acciones a la empresa turística.
Cuando ya había hecho todas las paradas necesarias y había alojado en uno que otro hostal, todo ello con una relativa tranquilidad, comenzó a llover. Y la lluvia era fuerte. Esta me siguió hasta cerca de Puerto Yungay en donde me detuve en la carretera y me dispuse a fumar un cigarrillo. Dentro del Alfa Romeo me sentía como una bestia encerrada en el arca que la salvaría del diluvio. Cada bocanada que daba me sumergía en un sopor aletargante que lindaba entre el pleno sueño y la sensación de relajo que produce una lluvia sureña. Sin embargo, mi calma se acabó cuando vi a un hombre cargando una gruesa mochila de viajero a sus espaldas, seguido por un perro que hoy día, pensándolo mejor, muy probablemente era en realidad un zorro culpeo. O quién sabe, pero perro no era. Apagué el cigarro en el cenicero de mi automóvil y sin preocuparme por el chapuzón de ahí afuera, cosa extraña en mí ya que basta un pequeño y ligero chubasco para dejarme en cama un par de días, salí del interior y me paré frente al hombre.
-Disculpe, ¿no quiere que lo lleve en mi vehículo?- le pregunté con cierta inseguridad provocada por el rostro feroz del perro.

El hombre, cuya barba sin ser hirsuta, mostraba ser de hacía días, sonrió sarcástico.
-Ese es un Alfa Romeo, ¿no cierto?- preguntó.
-Sí… Veo que le gustan los autos tanto como a mí. También tengo un Opel Astra. Oiga, ¿quiere que lo lleve?
-No sé, no sé… Por lo visto vamos en caminos contrarios, ¿no?

El hombre tenía razón. La lluvia ya me había empapado hasta el alma, al igual como al hombre. Sin embargo a este, aquello parecía importarle menos que mi invitación de buen samaritano.
-Si quiere podemos fumar unos cigarros dentro, para capear la lluvia. Vamos, ¿no pretenderá seguir caminando con este diluvio, ah?- le dije. En realidad, tenía ganas de poder conversar con alguien. La soledad de la carretera ya me estaba sofocando.
-Cigarros…- el hombre miró hacia el suelo. El perro le miraba con impaciencia como si quisiese decirle que ya estaban atrasados para llegar a alguna cita o reunión.
-¿Qué dice?- le insistí.

El hombre observó atentamente hacia dentro del vehículo. Se detuvo en la computadora portátil.
-¿Va a alguna reunión de trabajo?

Su pregunta me descolocó un poco.
-Sí… ¿Por qué?
-Yo vengo de vuelta de todo eso.

Entonces, siguiendo a su perro que se había metido entre los arbustos, el hombre se introdujo en el bosque desapareciendo, luego de unos segundos, de mi vista.
Después de unas horas, cuando llegué a Villa O`Higgins, el día estaba templado. Se respiraba un aire frío pero suave. Bajé del vehículo para entrar en la empresa. Entonces, vi su fotografía pegada en un poste: “Se busca. Lleva perdido más de un mes. Si lo ha visto llame al…”. No pude evitar sentir algo en el estómago.

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