Era invierno. Particularmente, era uno de los días más fríos del año. Pero eso no iba a detenernos.
Tomamos el tren y el subterráneo hasta llegar a Buenos Aires, Capital, porque íbamos desde el conurbano. Era casi de noche cuando llegamos.
De esas noches en las que podés ver tu aliento.
Nos detuvimos en una famosa cafetería para descansar y recuperar calor, hasta que recibimos el mensaje que estábamos esperando. Volvimos al frío de la calle y caminamos un par de cuadras. Y cuando al fin nos encontramos, le dí uno de los abrazos más sentidos de mi vida. Porque él había viajado desde México, se había esforzado durante meses para conocernos. Aunque, qué es conocerse cuando llevas años hablando con una persona? En eso pensaba cuando, al fin, decidimos (mi novio y yo) llevar a Luis a conocer una hamburguesería local e invitarle la cena. Mientras hablábamos, y la conversación surgía con naturalidad, me dí cuenta que no estábamos conociendo a Luis, de la forma en que alguien no tiene que ser presentado al hermano con el que vivió toda su vida. Un mes después, durante un viaje en subte, nos despedimos de él. Lo abracé hasta que llegamos a su estación.
Los viajes nos llevan y nos traen, nos dan y nos quitan. Pero siempre nos dejan con ganas de más, de forma que esperamos, algún día, poder viajar a México y devolver aquel abrazo.