El Vagón de Chejov. Autor: Madre Pepa

En cuanto la muchacha y el anciano del bastón se sentaron en dos de las plazas libres del último vagón del tren de cercanías de Capital, el uno junto al otro, ella abrió el voluminoso libro que llevaba en la mano y empezó a leer en voz alta entretanto el bullicio de los viajeros se trocaba paulatinamente en murmullos,  bisbiseos y silencio.
-“Fue una larga historia. Primeramente Paschka caminó con su madre bajo la lluvia, tan pronto por el campo recién segado como por los senderos del bosque, donde las hojas amarillas se le pegaban a las botas; caminaba hasta el mismo amanecer…”
Un hombre trajeado que manipulaba un chisme electrónico en un asiento próximo, el único pasajero que no prestaba atención al sonido envolvente de la voz lectora, se levantó bruscamente y, en dos zancadas, se presentó ante la joven y truncó el sortilegio.
-Oye, ¿te importaría leer en silencio? –dijo, sin disimular la irritación que le embargaba.
-Leo para él, y es ciego –la aludida señaló con un ademán de la barbilla al anciano que la acompañaba-. No tiene a nadie que lo haga en mi lugar, y la literatura es su afición favorita. Dice que le transporta a un mundo de ensueño.
-Pues léele en casa. Estamos en un transporte público, no en un salón de lectura.
-Perdone, pero sólo sé que se llama Rafael. Lo conocí en la entrada de la estación de ferrocarril, hace unas semanas, y, desde entonces, me limito a hacer de lectora suya cuando lo veo, cosa que ocurre todos los días laborables, ya que siempre me lo encuentro en el andén, aguardando mi llegada.
-¿Y no puedes leerle entre susurros?
-No oye demasiado bien.
-Pues entonces… Por cierto, ¿qué libro estás leyendo?
-“Cuentos completos”, de Anton Chejov –la muchacha le mostró la portada al hombre trajeado.
-¿Chejov? A saber quién será ese hombre.
-Ese hombre –intervino el ciego con una voz cavernosa que sobresaltó al hombre trajeado- está considerado uno de los mejores cuentistas de la  historia de la Literatura. También era un excelente dramaturgo, además de médico altruista. El pobre murió, en la flor de la vida, de tuberculosis, probablemente contagiado por algunos de los muchos pacientes a los que atendió de manera gratuita. Sus obras de teatro han sido representadas en…
-Déjelo –interrumpió el hombre, haciendo un gesto ostensible con la mano-.  Sólo leo novela histórica, cuando puedo leer, de Pascuas a Ramos. Poseo un par de restaurantes y una tienda de deportes, y los asuntos laborales me llevan demasiado tiempo, tal es así que, cuando me dejan –y subrayó estas últimas palabras haciendo una pausa y elevando el volumen de voz-, aprovecho los desplazamientos diarios en el tren para adelantar trabajo.
Dicho lo cual, el empresario giró sobre sus talones y volvió resoplando a su plaza.
La joven cerró el libro entretanto el hombre ciego, resignado, entornaba sus otros ojos. La luz que le entraba por los oídos se había apagado repentinamente.
En ese momento, una voz de barítono emergió del fondo del vagón.
-¿Te importa leer más alto?  No te escuchamos y nos gustaría conocer lo que le sucede al bueno de Paschka.
-No pueden escuchar el cuento porque he dejado de leerlo
–respondió la muchacha lectora.
-¿Por qué?
-Hay personas en este vagón a quienes les molesta que lea en alto.
-A nadie en su sano juicio pueden molestarle las palabras de Chejov.
-Lee, por favor –pidió una anciana a quien no le importaba mostrar las abundantes arrugas que el tiempo había labrado en su piel.
-Lee –cantó el componente de un orfeón.
-Lee –gorjeó un niño.
-Lee –entonó un viejo muy viejo mientras se ajustaba su audífono.
-Lee -suplicó un viudo a quien la voz de la muchacha lectora le recordaba a la de su añorada esposa.
Lee, lee, lee, lee, lee, lee, lee…
La joven abrió el libro, y, al instante, cesaron los murmullos. En los siguientes minutos, entretanto una voz dulce y cristalina instauraba el maravilloso mundo de Chejov en un vagón del tren de cercanías de Capital, hasta los inefables tiroriro de los teléfonos móviles enmudecieron.
Cuando, cinco minutos después, la joven terminó de leer el cuento, una niña dijo haber distinguido en los ojos del ciego una luz multicolor, como un arco iris. A casi nadie le extrañó.

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