El Retorno. Autor: Francisco Bautista Gutierrez

Podría haber nacido en otro lugar, pero al no ser libres de elegir nuestro destino, llegué a este mundo por la gracia de Alá y lo hice en una casa situada en el extremo de un pequeño pueblo, resguardada del viento de levante por altas y firmes paredes. Vine al mundo en la zona mas espectacular que ha creado la madre naturaleza en forma de desierto y creo que eso fue lo primero que vieron mis ojos cuando mi padre, siguiendo una tradición familiar, me sacó de la casa para ofrecerme al sol.

Para mi tuvo que ser espectacular la contemplación del desierto, y es ahora en la lejanía, cuando al cerrar los ojos, continuo viendo las dunas coronando unas impresionantes llanuras cubiertas de amarillo ni puedo dejar de sentir el silencio roto solo por algún que otro reptil correteando por la arena.

-Fátima…-escucho a mis espaldas la voz del hombre que comparte mi vida-..¿Te sucede algo?

-No…-respondo abriendo los ojos para encontrar frente a mi un mar tenebroso, rota la oscuridad por unas luces que salpican la costa del continente africano.

-He ido por unos cafés pero no funciona la máquina.

-Ya.

-¿Quieres que vaya a la cafetería de las afueras?

-No..déjalo…sabes…tengo pánico,  me da miedo volver.

Guardamos silencio, mi compañero se sienta a mi lado y coge mis manos para acariciarlas con suavidad; a nuestro alrededor se escuchan voces, palabras de emigrantes en varios idiomas, susurros y suspiros de los que como nos sucede a nosotros nos encontramos en un cruce de caminos, esperando que llegue el amanecer para que el engranaje se ponga de nuevo en movimiento y los cuerpos, entumecidos por la incomodidad y una larga noche en vela, comiencen a moverse para embarcar y ser trasladados a la otra orilla en busca de unas raíces profundas, porque en esos lugares a los que nos dirigimos dejamos familias y amigos a los que hace mucho tiempo que no abrazamos, dejamos historias y recuerdos que se están desvaneciendo.

-Será mejor que vayamos a descansar, mañana tenemos un día muy largo.

-si, será lo mejor…-le respondo a la vez que me incorporo para caminar muy despacio hacia el vehículo en el que se encuentran nuestras pertenencias, los regalos que llevamos a la otra parte, a los hombres y mujeres que nos aguardan, a los niños que no reconoceré, a individuos que mantienen la esperanza puesta en lugares que nos invitan a ver en la televisión, playas llenas de cuerpos, gente tomando el sol, mezclándose en perfecta armonía razas y colores, un paraíso de felicidad y alegrías.

-Ya verás como todo sale bien.

-si.

No vivo a pie de una playa de arena fina, ni en medio de un jardín aunque me  guste mi hogar, éste se encuentra en lo alto de un bloque de apartamentos  situado en las afueras. En un barrio marginal rodeado de paredes amarillentas y a través de la ventana no veo árboles frondosos, si acaso algunos naranjos bravíos descoloridos que se balancean al compás de una brisa suave, insuficiente para alejar los malos olores, el de la suciedad que mantienen las calles, el de los mendigos que piden limosna y la media docena de prostitutas que incansables pasean mostrando sus encantos, buscando unos clientes que difícilmente van a conseguir.

-¿Quieres que ponga la calefacción del coche?…-me pregunta mi compañero cuando nos sentamos los dos en el mismo para esperar la llegada del nuevo día, el que nos va a empujar hacia un barco que nos llevará de regreso a mi hogar.

-No.

-Si tienes frío me lo dices.

-si…-le respondo cubriéndonos con una manta para alejar el frío del anochecer.

Agradezco a Dios la presencia del hombre en mi vida, su ayuda cuando llegué aunque me trajeron porque el inmigrante no viene, le traen las falsas palabras, el deseo de superación hace que nos levantemos y marchemos a paso lento hacia un futuro incierto pero esperanzador.

Le conocí cuando me encontraba deambulando, buscando trabajo y un lugar donde dormir y él me ofreció todo, comencé a trabajar hasta que me convertí en su compañera…respetó y respeta mi tradición, mis oraciones y trato de hacerle feliz a cambio, aunque aún no correteen por nuestra casa algunos niños.

Amanece y el levante viene con la aurora y los barcos se balancean suavemente, como hacemos nosotros cuando algun tiempo mas tarde navegamos hacia la otra orilla, con la ilusión pegada a mi piel, sitiándome tanto de uno como de otro lado, esperanzada ante un futuro que llegará, que ha de llegar porque este no entiende de razas ni de colores.

No te preocupes, no sucede nada.

-Ya lo sé, pero no puedo evitarlo..-le respondo- recuerdo con claridad cuando le dije de nuestra unión.

-Tienes que comprenderlo.

-Si ya lo hago y se perfectamente que nuestra  religión nos prohibe casarnos con alguien que no sea musulman.

El tiempo suaviza todo.

No puedo olvidar a mi padre frente a mi, a sus gritos cuando le dije que me iba a vivir con el compañero, a su temor porque el hombre me abandonase al no poder proteger mi debilidad.

-si siguen pensando lo mismo, me hago musulman.

-¿Harías eso por mí?

-Si.

Temo ser repudiada, no me importa el infierno que me espera, ni la soledad eterna vagando en busca de mi lugar, no le temo a la muerte, solo me preocupa el dolor que pueda sentir si el hombre que dormita a mi lado me abandonase, si me deja sin esperanza, la que me permite sonreír cada amanecer cuando siendo su presencia en mi cama.

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