Clint Eastwood. Autor: Esperanza Tejera Viera

Hoy es lunes 1º de agosto, día de mi cumpleaños.

Hoy llegué a Lisboa por primera vez.

El viaje del aeropuerto al hotel es corto. Ya me habían informado de su cercanía a la ciudad y de hecho, la imposibilidad de construir edificios muy altos en ese recorrido.

He leído bastante sobre el país y además voy a hacer anotaciones para tener una visión más completa de este viaje cuando regrese.

Desde mi ventana veo el Monumento al Marqués de Pombal, en homenaje a quien reconstruyó la ciudad después de un violento terremoto, a mediados del Siglo XVIII, con una concepción  urbanística muy moderna para la época, con calles amplias y geométricas.

Muy cerca, dentro del Parque Eduardo VII, se extiende un verde y fresco jardín tropical, repleto de especies muy variadas, que trataré de visitar.

Es un día de mucho calor, pero igual voy a ir caminando hasta el Centro, por la Avenida da Liberdade, para llegar a la zona donde están los principales Bancos.

Siento que me gusta esta ciudad.

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Hoy, a la hora once, llegué al Banco. Me atendieron muy bien; espero que sea siempre así y no porque yo sea turista o por parecer distinta a la mayoría de las mujeres del lugar.

Solucionado eso, me fui a almorzar a un restaurante de mariscos, que está en la Plaza de Comercio, frente al Río Tajo, pasando por unas arcadas a los costados, muy cerca de algunos Ministerios y de la estatua de D. José, que se levanta imponente en el medio.

Había llevado mi agenda, para repasar los temas a tratar más tarde.

Me sentía cansada, pero no me resistí a una botellita de vino verde, que es difícil encontrar en Montevideo.

Cuando tomaba el café vi una cara conocida. No tenía que pensar mucho; era un cliente del Banco que entraba cuando yo salía y con el que prácticamente choqué.

Claro que no demostré nada al verlo, pero ahora reconozco que me molestaba un poco su mirada.

Me fui al poco rato.

Ahora ya son las dos de la tarde; voy a descansar un rato, para estar presentable después.

No sé con qué y con quién me voy a encontrar. Una cosa son los correos que recibí y otra la realidad que me ofrezcan y que contemple mis exigencias económicas y laborales.

Son las cinco.

Me vestí intentando ser discreta y elegante.

Voy a pedir un taxi que le lleve al Ministerio de Cultura.

Al salir, consultaré en Recepción por algún buen lugar para ir a escuchar los fados que tanto me gustan.

Esa canción tradicional, fatalista, triste, que habla con añoranzas de amores infelices, me emociona mucho.

Aunque ya no esté Amalia Rodríguez, su recuerdo permanece en esa música trágica, con otros intérpretes.

Ahora son las nueve de la noche.

La reunión en el Ministerio fue muy buena y me da la posibilidad de un trabajo internacional que necesito para alejarme de Uruguay.

Cuando entré a la sala, uno de los tres asesores, era la persona que vi en el Banco y el restaurante.

Querían conocerme y evaluar personalmente mis conocimientos.

Repasamos distintos aspectos de lo quesería mi función.

El ofrecimiento económico lo conocía y es muy conveniente.

Hablamos también de nuestros países y sus costumbres. Conocían poco de Uruguay y por eso mismo, uno de ellos comentó que le extrañaba mi alto nivel de preparación.

¡ Cosas de países chicos, lejanos y pobres!

No era tarde cuando me retiré, así que contraté un coche que me llevó a conocer algunos lugares que me interesaban.

Junto al Tajo, separado por una avenida muy amplia, está el Monasterio de los Jerónimos, construido hace unos quinientos años, representativo del Arte Manuelino, que impresiona por su extensión y decoración exuberante. Se necesitaría más tiempo del que yo disponía para disfrutarlo como merece.

Enfrente, del otro lado de la calle, está la Torre de Belém, también de la misma antigüedad, hecha en homenaje a la época de los descubrimientos marítimos.

Tanto el Monasterio como la Torre, están integrados al patrimonio de la Humanidad por la UNESCO . (Esto me lo explicó una guía que acompañaba a un grupo de turistas).

Casi al lado de la Torre, está el monumento a los Descubridores, que tiene una gigantesca rosa de los vientos, con un planisferio central, señalando las principales regiones descubiertas por los portugueses.

Ya anochecía e igual me fui al barrio de Alfama. Sus calles son muy estrechas, así que el auto quedó esperándome mientras yo recorría esa zona con edificios pintorescos, callejones y casas de comidas típicas.

Al volver al Hotel, pude ver en lo alto el Castillo de San Jorge, iluminado.

Dejo para lo último, una parte esencial.

Con el asesor que había visto accidentalmente en la mañana, parecía que pasaba un hilo conductor entre los dos, aunque no nos mirábamos especialmente.

Yo mantuve, creo, la serenidad para hablar de mis proyectos y escuchar sus planteos.

Acordamos que me informarían mañana de tarde de lo resuelto, después que consulten a sus superiores y así yo tendré tiempo de estudiar este primer memorando que me entregaron.

Ahora no puedo pensar en eso.

Al final, comenté que deseaba conocer un local de fados. Los tres se ofrecieron a acompañarme. Al final quedó él, (Joao), en pasar a buscarme a las once.

Son las tres de la madrugada.

Recién llego.

Fuimos a un lugar muy bonito, cálido, con mesas dispuestas alrededor de un patio central, donde una cantante, acompañada de una guitarra portuguesa y una viola actuaron un buen rato.

En el absoluto silencio que debe haber durante el espectáculo, solamente disfrutaba.

Me sentía con un entusiasmo absurdo, ante una persona que recién conocía, correctísimo, simpático, sin ser obsecuente.

Con las canciones sentía lágrimas de emoción, que espero no se notaran para no parecer ridícula.

Aún tengo en los oídos, la letra de «Extraña forma de vida»

¿Cómo es posible? Vengo huyendo de una relación agobiante, que me estaba lastimando un día tras otro y ahora parezco una adolescente.

Creo que tengo mis defensas muy bajas, pero a la vez necesito ser racional.

¡ Parece mentira todo lo que he vivido en este día!

Voy a tomar un sedante y seguramente mañana volveré a ser yo.

Son las nueve de la mañana del martes.

Pido el desayuno en la habitación; me voy a dar un largo baño, siento la cabeza pesada por la pastilla.

Recuerdo todo lo que viví en la noche y trataré de olvidarlo. No puedo actuar como una tonta con una persona con la que estoy tratando asuntos de trabajo.

Con la bandeja del desayuno llegó un ramo de rosas amarillas. Pensé que era una atención habitual en un hotel importante. Ayer habían puesto la Bandera de Uruguay, junto a las otras, en la rampa de entrada.

Cuando leí la tarjeta, era una invitación de Joao para almorzar en el lugar que nos vimos ayer al mediodía.

Eso es mejor, porque tengo la libertad de no ir y después encontrar una disculpa adecuada.

Voy a dedicar el resto de la mañana a leer los documentos que me entregaron, conectarme con mi familia y si tengo tiempo, ir a un Shopping que está muy cerca para comprar unos discos de fados y algunos regalos.

Voy a estar pocos días, así que quiero resolver esas compras cuanto antes.

Ahora es de tarde.

Hoy cerca del mediodía parecía una loca; hice más compras de las que pensaba y a la vez estaba muy intranquila que me estuviera esperando y no supiera después dar explicaciones.

Así que subí a un taxi y lo hice atravesar la ciudad a toda velocidad. Igual llegué unos  minutos tarde.

Me sentía culpable, porque siempre soy muy puntual.

Ya no parecía de quince años; me sentía de diez, ante el primer muchacho que me miraba.

Quería informarme la buena impresión que habían tenido de mi y que se resolvería mi Contrato, para empezar el 1º de setiembre, en que empiezan los cursos.

También me dijo que viajaba al otro día a Algarbe, que es un balneario muy prestigioso al sur del país, por asuntos familiares, pero que el jueves, si me parecía bien, me llevaría a conocer Estoril y sus alrededores.

Agradecí sus comentarios y  quedamos que llamaría ese día de mañana.

Por suerte hablamos mucho de trabajo y el estar comiendo no daba muchas posibilidades de tratar asuntos personales.

Recién al separarnos, recordé agradecerle las flores.

(Estoy hecha una idiota)

Más tarde me llegó toda la documentación relacionada al Contrato. Es muy completo y considera todos mis deseos.

Como coordinamos, daré una contestación definitiva la semana que viene, porque deseo tomar un poco de distancia y volver a hablarlo con la familia.

Mañana no hay prevista ninguna reunión en el Ministerio, así que voy a tratar de dormir bastante, porque quiero aprovechar el día para recorrer la ciudad.

Miércoles de noche.

Hoy caminé muchísimo, porque creo que es la mejor manera de conocer una ciudad, sobre todo cuando se dispone de tan poco tiempo.

Salí del Hotel y desde allí seguí hasta la Plaza del Rossío y luego a la Plaza de Comercio, por la Rua Augusta. No las conté, deben ser como quince cuadras, pero valía la pena.

Ese núcleo, puede considerarse la zona más céntrica, con numerosos comercios y lugares para comer, especialmente pescados y mariscos. En uno de ellos almorcé.

En muchas de esas calles y las transversales se ven fachadas de edificios y muros recubiertos por unos azulejos maravillosos, que hacen honor a la fama que tienen a través de los años.

Cerca de la Plaza del Rossío, pusieron hace pocos años, una tienda por departamentos, que ocupa casi una manzana. Entré y di una vuelta por la planta baja, donde está la parte de perfumería, complementos y regalos.

Ya más descansada, después del almuerzo, me acerqué al lugar donde está el ascensor de Santa Justa, que es un ejemplo de  la arquitectura en hierro. Tiene dos tramos y desde ambos puede verse un excelente panorama.

Preguntando, me informaron de un autobús que cruza el Río Tajo, así que lo tomé y aunque fue ida y vuelta, tuve una visión de la ciudad desde lejos, con sus construcciones muy características, teniendo a la vez el agua tan  cerca.

Fue un día para cansarme tratando de no recordar. Es absurda esta situación.

Muchas veces me vino a la cabeza la película «Los puentes de Madison», cuando Clit Easwood dice que «el amor es un hechizo que sólo se da una vez en la vida»

Me doy cuenta que me he pasado el día pensando en él.

Voy a dormir; tengo temor de encontrarlo mañana.

Jueves.

Bajé a desayunar, disparando del teléfono de la habitación, como si no me pudiera encontrar en el comedor.

Me llamó y viene a buscarme a mediodía.

Fuimos a almorzar en un hotel de Estoril muy bueno, con casino.

Es una zona muy lujosa, junto a la playa, con excelentes hoteles, autódromo, avenidas con muchos árboles y casas de una construcción muy sofisticada y valiosa.

Después recorrimos una zona cercana más agreste. Se llama Sintra y es uno de los lugares más bellos que haya visto, con una sierra densamente arbolada y con parques naturales poblados por especies muy raras.

También está cerca Cascáis, famosa por su bahía y con restaurantes que emplean la pesca que traen los habitantes de la zona.

Nos detuvimos en la Boca del infierno, una curiosa gruta excavada en la roca por la fuerza del viento y el mar.

Parecía que lo conozco desde siempre; hablamos con naturalidad de muchos temas, también de nuestras vidas, pero sin entrar en intimidades.

Tengo miedo de enamorarme de un desconocido, solamente porque es muy amable, educado, de buen aspecto.

Preferí volver temprano con la explicación de ordenar el material y adelantar la valija, porque viajo mañana y no sé cuánto tiempo libre voy a tener.

De paso compré un libro dedicado a la ciudad y sus alrededores, para complementar estos apuntes.

Me gusta, peor aún, (o mejor), me gusta mucho.

Noche del viernes, en el avión de regreso.

No escribí en el día; deseaba tener más objetividad para analizar todo.

El trabajo es muy bueno y sería una locura no aceptarlo.

Joao me acompañó al aeropuerto.

Me pidió muchas veces que volviera.

Quedamos en comunicarnos.

Cuando nos despedimos, en la puerta dela Sala de embarque, sentí que me pondría a llorar, (que es lo que estoy haciendo ahora).

Tengo veinte días para resolver qué hacer.

¿Puedo ignorar el derecho a ser feliz?

3 comentarios

  1. Me gustó mucho el viaje, con esa relación a la frase de Clint Eastwood que impregna todo de un sentido amoroso único, tal como se dio en el film Los puentes de Madison. Esperanza nos hace ver los bonitos sitios de Lisboa con el romántico fondo musical de los fados y es de desear que la protagonista y su recién conocido Joao, lleguen a concretar o por lo menos, buscar la felicidad juntos.

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  2. Como diario de viaje me parece un relato correcto, pero literariamente me resulta un poco «pobre» y a veces con iteración de palabras que podrían haberse evitado o sustituido por otras. A veces las descripciones son muy vívidas y hacen que uno «vea» lo que está leyendo. En resumen: encuentro el relato convencional pero con alguna frase certera y acertada, por ejemplo: «Fue un día para cansarme tratando de no recordar. Es absurda esta situación.»

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