Viaje en tiempos de guarimba. Autor: Karen Zambrano

Siempre pensé que cualquier sitio y momento eran buenos para escribir, la calle estaba cerrada y habíamos llevado bastante sol en la protesta, a mis treinta y pico no es fácil pegar carreras cada vez que viene la Guardia Nacional.

Bajo el árbol de la esquina, un banquito de concreto sonreía conmigo así que decidí sentarme un rato para agarrar fuerzas. Siempre llevo una agenda de cuero, una pluma y la mente abierta para documentar lo que esté pasando; abrí mi bolso y me disponía a redactar algunas líneas sobre la injusticia en Venezuela, pero dentro, solo encontré una libreta de resorte Jean Book y un lápiz Mongol. Leí la etiqueta y reconocí mi propia caligrafía algo menos estilizada: Karen Zambrano, Matemáticas, 9no»C», U.E. «Alirio Ugarte Pelayo».

Levanté la mirada y frente a mí ya no estaba la alcantarilla levantada ni olía a caucho quemado, había una cancha llena de jovencitos en camisa azul y un sonido de chicharras que se opacaba con las risas de todos. Debo estar soñando. Me miro a mi misma y ni siquiera tengo tetas bajo la chemise; el banco tiene una grieta y al lado en marcador grueso están escritos una docena de nombres: La Crema del AUP.

Una voz interrumpió mi estado de total perplejidad, era Alexandra: ¡Epa chama! ¿Vas a jugar? Y como no pude pronunciar ni media palabra, Lorena contestó por mí: ¡Deja quieta a la cerebrito… que está estudiando! La pelota de voleibol comenzó a volar por el aire antes de que pudiera pestañear. Mis amigas formaban una rueda en media cancha, Audrey y Gladys tenían el cabello rizado natural con copetes envidiables, suerte, las de pelo liso estábamos tan fuera de moda. Carmen, siempre tan bonita, por algo era la novia del liceo, se hacía el tubito en el jean bastante por encima de sus botines EvanSport. Sula, estaba tramando algo y llevaba escondida una bolsa con un pajarito muerto. Mariángel no quiso jugar, siempre fue muy popular y andaba con Johnnael, agarrados de la mano, comprando chupetas a que Pocopelo.

Detrás estaban las aulas de nuestro querido gallinero, salones modestos y oscuros con techos que filtraban cada vez que llovía, pupitres destartalados tatuados de corazones con las iniciales del primer amor y la mirada inquisitiva de los profesores, que nos esperaban después del receso, para imprimir en nosotros lecciones impecables y formarnos con honestidad y amor.

En la otra mitad de cancha, estaban los muchachos jugando una caimanera, el flaquito del mechón sexy era el mejor: Víctor, parecía tímido pero tenía las hormonas demasiado alborotadas. Roberto tenía las piernas arqueadas y se le hacía fácil pasar la pelota de básquet entre ellas, nuestro patuleco era el mayor de todos. Y allá estaba Marco José, mi dolorcito de cabeza, siempre me jodía de algún modo pero yo lo quería tanto que le hacía la tarea; por estar de payaso le dieron un empujón y antes de que se pusiera a llorar, Juan Carlos salió en su defensa, nuestro eterno pendenciero llamó al caos y la gente se amontonaba para ver la pelea, pero un sonido ensordecedor se apoderó del ambiente. ¡TIMBREEE! así que la pelea quedaría para después con un amenazante «Nos vemos a la salida».

Yo seguí inmóvil pensando que cualquier sitio y momento eran buenos para escribir pero también para soñar. Una detonación me hizo cerrar los ojos y alguien me arrancó de cuajo del banco. ¡Corre, que vienen los Tupamaros! y atrás quedó mi crucero anclado en un cuaderno cuadriculado, teníamos que seguir luchando, para que las futuras generaciones pudieran reencontrarse, así como lo hicimos nosotros, y hablaran de sus recuerdos pero en una patria grande y llena de oportunidades.

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