El Presagio. Autor: Néstor Quadri

Conduciendo su automóvil al caer el sol en esa tarde calurosa de verano, veía como el pavimento se extendía en el horizonte hasta la unión que consumaban el cielo y la tierra. A ambos lados de la ruta, los desolados terrenos con pastizales estaban azotados por un cálido y fuerte viento.

Dentro del habitáculo del coche con aire acondicionado, el conductor sonrió pensando que su automóvil avanzaba con la tenacidad de una bestia hambrienta persiguiendo una invisible presa, mientras el pasacasette reproducía una canción de Serrat y la computadora del tablero indicaba una temperatura de 35°C en ese atardecer estival, y a pesar de que iba a unos 150 kilómetros por hora, le parecía que circulaba a paso de hombre.

La soledad reinante le permitía disfrutar de un manejo tranquilo y distendido, ya que no tenía que sobrepasar a otros vehículos. Pero comenzó a sentir una leve inquietud al comprender que era el único ser humano a la redonda librado a su propia suerte, mientras miraba fascinado hacia adelante el ondulante espejo de agua que producía el clásico ilusionismo en esa carretera recalentada por los rayos del sol .

Había planificado el viaje con mucho cuidado, teniendo en cuenta cada mínimo detalle para poder disfrutar de una agradable estadía, reservando una habitación en un pintoresco hotel ubicado frente a unas hermosas playas que daban al mar. Eran unas vacaciones que tenía pendiente desde hacía mucho tiempo, postergada por asuntos de trabajos que requerían cierta prioridad o urgencia

En un momento dado del trayecto descubrió que la tarde se estaba haciendo noche y encendió las luces del auto por costumbre, más que por necesidad. Pensó que todavía le faltaban más de dos horas para llegar a su destino de descanso frente al mar. Afuera, las primeras estrellas brotaban en el cielo inmerso en esa calma agradable y al adormilarse por unos segundos cerró los ojos y al abrirlos, vio una mancha oscura de un animalito que se le iba a cruzar en la trayectoria del vehículo. Al querer esquivarlo por efecto de la alta velocidad que llevaba, comenzó a deslizarse peligrosamente hacia la banquina.

Por suerte, luego de una gran confusión de movimientos volvió al camino y cuando recuperó el control del coche, pensó que no era bueno manejar solo y mientras se normalizaba su respiración y los latidos de su corazón, comenzó a sentir en su subconsciente el presagio de que algo malo lo estaba asechando en ese viaje.

Estaba anocheciendo y las nubes tenían los bordes dorados por el reflejo de la luz crepuscular, y poco tiempo después, mientras la música de Serrat volvió a acariciarlo y la oscuridad parecía tragar el automóvil, surgieron ante sus ojos a lo lejos dos misteriosas luces rojas. Extrañamente no coincidían con la línea recta del camino, más bien parecían estar sobre el campo y a veces daba la impresión que no tocaban el piso, como si estuvieran en el aire.

El resplandor de un rayo en el cielo le anunciaba que se dirigía hacia una tormenta. Al poco tiempo el sonido de las gotas de lluvia sobre el techo del coche, reemplazó la música del casette, mientras las nubes borraron las estrellas y el ruido de un trueno desgarraba la noche. Aunque la tormenta comenzaba a ser intensa y apenas alcanzaba a ver unos pocos metros adelante, pensó que solo le quedaba una hora de viaje y no valía la pena parar.

Distorsionadas por la lluvia, alcanzó a divisar nuevamente a lo lejos las dos luces rojas que brillaban intensamente y que por momentos desaparecían en el horizonte. Entonces volvió a tener esa extraña premonición que le presagiaba que algo malo le habría de pasar y se le heló la sangre de solo pensar que quizás esas luces rojas lo conducían hacia la muerte.

Fue precisamente en ese instante que por una mala maniobra en una curva, su auto comenzó a deslizarse de costado bajo la lluvia hasta completar un primer trompo en el centro de la calzada. En la segunda vuelta le pareció que el final de su vida había llegado, pero en la tercera, apretó alternativamente los frenos y pudo dominar la máquina ya en el medio del campo.

Allí permaneció por largo tiempo reponiéndose del susto con su coche de espaldas a la ruta mirando el negro horizonte, donde a lo lejos, las dos luces rojas de una gran torre metálica parpadeaban en la lejanía, bajo el cielo ahora nuevamente estrellado.

Entonces, volvió a retornar a la ruta con su coche algo magullado y así continuó su camino, hasta que vio como la luna surgía sobre la inmensidad del mar, y mientras pensaba que por suerte a veces los presagios no se cumplen, veía como la espuma de las olas besaban una y otra vez la silueta de la playa, preparando su espíritu para disfrutar de sus ansiadas vacaciones.

Fue allí que tuvo el descuido fatal. Casi no tuvo tiempo de apretar los frenos de su coche que iba a 150 km por hora por la ruta, cuando advirtió las dos luces rojas traseras del enorme camión que circulaba delante a 80 km por hora, incrustándose en la parte posterior del mismo.

Categoría: Relatos de viaje

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