Microrrelatos 2017

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El formato de microrrelato se adapta perfectamente a la categoría de relatos de viaje, ya que muchas veces una anécdota o historia de viaje tienen tanta o más entidad que el propio viaje en sí.

Al contrario que los relatos a concurso, que tienen que ser enviados por correo electrónico, los microrrelatos se añaden como comentario a esta sección, en la parte inferior de esta página, y, una vez comprobado que se ajusta a las bases en temática y número máximo de palabras, 195, serán validados por el moderador y publicados. Cada participante puede subir un máximo de 5 microrrelatos.

Agradecemos tu interés por participar en el XII Concurso de Relatos y Microrrelatos de Viaje Moleskin 2017. El período de envío de microrrelatos es el mismo que para los relatos, entre el 15 de enero y el 31 de mayo de 2017, ambos incluidos.

Añade tus microrrelatos como comentarios en la parte inferior. No aparecerán publicados inmediatamente porque tienen que ser aprobados por el moderador.

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116 comentarios

  1. Viajé al lugar más remoto del mundo. Tuve que tomar todo tipo de medios de transporte: carros, canoas, caminar por la jungla, y escalar para llegar a mi destino ¡y ahora no tengo cobertura para contarlo en mis redes sociales!

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  2. Seré pobre, pero no voy a dejar de vacacionar por ello. Crema protectora en la maleta, gorra, bikini, toalla, un buen libro. ¡Qué mes de agosto me voy a dar en mi azotea de Madrid al sol!

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  3. Palabras viajeras

    La cita era a las 17.00 horas en el Centro de la Tercera Edad. Allí estaban todas

    cuando llegué. La frontera de los sesenta años ya la habían cruzado. Mucha experiencia

    en sus biografías. Y también, muchas rutas con viajes del IMSERSO.

    Tenía que hablarles de motivación, porque a ciertas edades hay que reajustar el

    balance de la vida. Y nada mejor que vincular el tema con los viajes.

    Tracé un mapa sui generis, en el que la naturaleza (con sus días de lluvia, de

    viento…), la música (con todos sus ritmos) o el teatro eran nuestros guías y, con ellos

    alrededor del mesa redonda, “recorrimos” Berlín, San Sebastián, Grecia y mil rincones

    más. Al terminar la charla les mostré algunos souvenir y tomamos galletas japonesas.

    Que en todo “viaje” se despierta el apetito del saber (además del comer).

    Salieron felices. Me decían que se sentían rejuvenecidas. “Qué tiemblen los

    cirujano-plásticos”, pensé. El pálpito de la felicidad era contagioso. Yo también lo

    notaba.

    Y es que los viajes, tan sólo hablar de ellos, son siempre una puerta que se abre a

    un nuevo mundo. Sin límite de edad. Casi como nacer de nuevo.

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  4. Y si me quedo, tú.

    Avanzo como puedo hacia el final. El autobús emprende su marcha empeñado en frenar la mía. Dirigiéndome hacia el final, con cierta esperanza de obtener un asiento, noto como unos azules ojos, que avanzan preciosas facciones, se clavan en mi cara obligándome a fijarme en una jugosa boca que sonríe. Comienza el juego. Un elegante y continuado cruce de intencionadas miradas consigue que pierda mi intermitente seguridad y comience a ganar terreno una desestabilizadora curiosidad. Mi parada se acerca, sin perder su sonrisa, agacho mi cabeza intentando buscar la decisión que me falta. En cada suave vaivén de mi cabeza, voy cribando la respuesta. Cierro mis ojos y sonrío. Cuando de nuevo los abro, clavo mi mirada en los suyos. Su rostro pierde la sonrisa, sus ojos me suplican y su cabeza niega. Me ha leído perfectamente. Asume que abandono mi deseo de seguir, quedándome con lo que pudo haber sido y no fue, bajándome sin mirar atrás, y despedir mi autobús.

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  5. ¿Te atreves?

    Que tedioso puede resultar el camino al trabajo si no fuera porque se puede leer en el tren, piensa dirigiéndose a la salida. Algo cae en su trayectoria, su pié ha topado con algo. Lo sigue con la mirada mientras se desliza por el suelo. ¡Qué bonito! Pero, lo había visto antes, ¿dónde? Es un precioso cuaderno, de Peter Pan… azul, su color preferido, de “Moleskine”, ¡me encanta! Al abrirlo un billete con destino a Barcelona, cae sobre su zapato derecho, cogiéndolo lee, “¿te atreves? ¡Sube al tren!”
    Ya está, a efectos laborales estoy indispuesta, y a efectos de mi coherencia, loca perdida, camino a Barcelona. Necesito hacer esto, necesito respirar, necesito… En sus tribulaciones, un chico toma asiento a su lado. Algo llama su atención. Ese cuaderno… tan parecido al suyo. Un leve movimiento y su suave voz llega a sus oídos:
    Disculpa, ¿tienes un bolígrafo?
    Oh! Sí, claro… bonito cuaderno, dice con una tímida sonrisa ofreciéndole el bolígrafo.
    ¡Gracias! ¡El tuyo también!
    Esboza una gran sonrisa, la misma que hacía tan solo unas horas, nació en su cara mientras compraba los dos cuadernos en la librería que ambos tanto frecuentaban.

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  6. El último viaje
    Al cerrar los ojos supe que este serìa el último viaje.Cansada de tanto andar por la vida sin encontrar una respuesta valedera a mis interminables cuestionamientos, vi de pronto, cual era el verdadero significado de haber existido. Fue un pasaje sin dolor, sin angustias, un silencio reconfortante que de pronto se hacia mío. Quise volver atrás para rever mis experiencias y corregir algunos errores, pero era tarde.Un horizonte luminoso estaba ante mi y sin dudarlo me zambullì en él.

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  7. DEFINICIÓN
    Despertar, con la estrellas rezagadas en el cielo, con el alba indecisa, próximo el nuevo día. Dejar la ciudad medio dormida, iniciar la ruta, mochila al hombro, sin prisas, sin mirar el reloj. Envolverse con las brumas madrugadoras, aspirar las esencias del amanecer, impregnarse la retina, teñirse de los colores de la vida, hablarle al duende de las cosas, preguntarle al viento, cantarles a los pájaros, caminar.
    Caminar por senderos y veredas, porque dicen que es sano, andar.
    Andar y tropezar, caerse, levantarse, seguir.
    Seguir y cruzar puentes, buscar ninfas en los arroyos, saciar la sed en los manantiales, hacer un alto, reposar.
    Reposar y comer, tumbarse a la bartola, sobre la yerba fresca, jugar con las mariposas, echar la siesta, despertar.
    Despertar y reanudar la marcha, por las cañadas, como un trashumante, adentrarse en los bosques, subir.
    Subir y ascender, por cuestas y laderas, buscando las alturas para admirar el paisaje, contemplar.
    Contemplar y meditar, sobre lo trascendental o lo banal, extasiarse, pasear la mirada por el valle, con los pueblos esparcidos por la sierra, a lo lejos, esperándome, ir.
    Ir a su encuentro, ligero, conocer a sus gentes.
    ¡Esto es viajar!

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  8. Destinos variados

    Primera parada: ¡los Alpes suizos! Siguiente parada: la cuenca del río Amazonas. Luego sigue… ¿Qué seguirá? ¡Excelente: el gran desierto del Sahara! Siempre he querido ir ahí. Y ahora nos toca viajar a… ¿Al suelo?

    ¡Demonios! El globo terráqueo acaba de perder un tornillo.

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  9. Doppelgänger clase turista

    ¿Te ha pasado que, viajando en un compartimento de tren, se suba una chica con ropa igual a la tuya e incluso hasta la maleta? Eso puede llegar a suceder cuando viajas mucho. Pero que ella traiga tu misma revista y marca de refresco, ya no es tan usual.

    Podría estar asombrada por la increíble coincidencia, pero no lo estoy. Más bien me siento intimidada. Más bien asustada. Realmente aterrada.

    Intento no cruzar con su mirada pues hay algo de ella que me desconcierta. No sabría definirlo, pero es así. Es que, ¡mírenla! ¡Es casi idéntica a mi! Podría ser mi doble si no fuera porque su piel es completamente contraria a la mía: ella es tan blanca que hasta puedo ver sus venas a través de su piel, contrario a la mía, que es tan oscura que resplandece con cualquier tipo de luz. Si hasta sus ademanes… ¡Juraría que son iguales a los míos!

    De pronto, llegamos a nuestro destino. Se levanta y justo antes de abandonar el compartimento, voltea hacia mí y pronuncia esas palabras que aún martillean dentro de mi cerebro: “Nos vemos en nuestra vida… Cuando vuelvas”.

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  10. Estrellas orgánicas

    De campamento: pequeñas luces alrededor de nosotros: estrellas que decidieron vivir lejos del cielo: prefieren los verdes prados: las luciérnagas son la envidia de las estrellas quienes deben de estar quietas y silenciosas, mientras ellas, acá abajo: pequeñas luces libres que danzan sin parar.

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  11. Viajar, más que mi vida, es mi oficio

    Me fascina viajar. Los viajes son mi vida. No hay nada más emocionante para mi que empacar. Y luego ir a la central de camiones o al aeropuerto. De ahí el trayecto maravilloso, y luego la llegada al hotel: nuevamente la emoción de desempacar.

    Aunque debo aceptar que después siguen ciertos momentos tediosos, incomodos y francamente aburridos, como eso de visitar los lugares del destino al que nos dirigimos, pero ni modo, se supone que para eso son los viajes, ¿no?

    Pero, ¡hey!, ¿qué me dicen de la diversión cuando el viaje llega a su final? Eso significa empacar nuevamente todas las cosas para empezar el regreso a casa… Abandonar el hotel, llegar a la central o al aeropuerto, otro trayecto de vuelta, ¡delicioso!, y coronar la grandiosa experiencia desempacando en casa nuevamente. ¡Guau, no puedo esperar a salir de viaje otra vez!

    ¡No me miren así! ¿Qué esperaban? Solo soy una simple maleta de viaje que adora su trabajo. No esperarían algo más de mí, ¿o sí?

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  12. Viaje eterno

    El equipaje eternamente listo, la actitud siempre alerta, mientras la emoción constante a flor de piel. Soy una viajera, amante de las aventuras y lo desconocido… Todo en mí respira viajes: me visto ligera, como y bebo sin tardanzas; alerta constante a las oportunidades que puedan aparecer, vivo al día sin esperar al mañana ni hacer planes más allá de una semana. Siempre preparada para el gran viaje que me espera mientras disfruto del actual a todo lo que es posible. Lo único que espero es que la vida me indique la próxima fecha y destino. ¡Y de pronto la maldita muerte llega y me sorprende en uno! ¿Por qué a mí? Pero sobre todo, ¿por qué cuando todo se estaba poniendo mejor?

    Cuando abro los ojos en la antesala de mi próxima vida, el destino me ve fijamente a los ojos mientras me pregunta sonriente: —¿Lista para nuestro siguiente viaje, compañera? —Y tras guiñarme el ojo con toda la confianza que es posible, ¡renazco otra vez!

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  13. LA VIDA ES UN CUENTO QUE TRANSITAMOS
    “El agua es fuego
    y en su tránsito
    nosotros sólo somos llamaradas”
    Octavio paz

    Llego a Cancún y tomo un autobús que dejará en la playa. Miro distraído hacia fuera y de pronto una imagen me golpea. Arena blanca, mar turquesa. No es una revista, yo mismo voy hacia allí casi corriendo. La harina, digo la arena, no quema, el mar es cálido. Cuando salgo del asombro me doy cuenta que algo que no me hace sentir en casa. La playa es angosta, solo gente con cuerpos trabajados por el gimnasio me observan desde la piscina del hotel como si fuera un bicho raro que se emociona con tanta belleza. Necesito otra cosa. Tomo un autobús que va hacia el mercado de la ciudad.
    Allí me atiende una mujer de 50 años. Hablo sobre el menú. Nombres que desconozco pero me llaman la atención: huarache, salbute… Y cuando hago un chiste, la camarera sonríe y me agarra el brazo. De pronto hay algo que mi corazón siente antes que mi cabeza lo haga pensamiento: Me siento por fin en casa, estoy en Latinoamérica.

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  14. EL DILEMA
    Desde hace algún tiempo, nada más levantarme, me siento agobiado, con la sensación de estar encerrado en la celda de un monasterio cisterciense.
    Me agobia todo: la casa, el trabajo, la ciudad, las gaviotas en el tejado que no cesan de graznar para dirimir sus problemas; hasta el mar, con su inmensidad, me agobia. A estas alturas, no sé si «chapotear» en la arena o «solearme» en el agua. De continuar así, terminaré en la consulta del «psiquia»
    Me han recomendado viajar. ¡Decirme esto a mí, a mí que llevo medio mundo recorrido! ¿Y adónde ir? ¡Es un dilema!
    Necesito emociones fuertes, destinos que me saquen de la rutina. Podría «jorobarme» sobre un camello por la legendaria Ruta de la Seda y llegar al desierto de Gobi, o bien darme el piro hasta Ushuaia, la ciudad del fin del mundo en la Patagonia argentina, o quizás adentrarme en el Amazonas para pescar pirañas con las manos, porque dicen que produce un subidón de adrenalina.
    Y es que para mí, está trasnochada la moda esa de subir en globo, hacer «puenting», volar en ala delta o sumergirse dentro de una jaula entre tiburones blancos.

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  15. LA VIAJERA PRIMERA

    Abrió sus fibras. Era su primer viaje. Otro mundo del que desconocía todo, la esperaba. Allí arriba la luz, inundaba todo de formas. Se sintió aturdida, no sabía nada de aquella nueva dimensión, menos mal que una parte de su cuerpo, permanecía sujeto a su mundo anterior. El tiempo hizo con ella un hermoso y fuerte hijo de la tierra. Y su viaje seguía cada primavera, para traer y llevar nuevas cosechas.

    Manuela Bodas Puente

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  16. Mal y derrota
    Un buen día apareció entre la concurrencia de mi editorial de Paris, sonreía como un viejo amigo; traía libros envueltos en papel regalo. Insistía en regalármelos. No acepté. Continúo sonriendo. Me explicó que hoy, cincuenta años atrás, se produjo mi nacimiento. Sí, pensé atragantándome con el café, es mi cumpleaños. Sacó de la mochila una vistosa placa con su nombre grabado y añadió que era escritor de éxito y soñaba con este momento. Necesitaba entregármela y pedirme perdón. De niño liberó mi mano en la playa hasta verme perdido entre la gente. Inclinó su cara sobre la mía recalcando con ahínco haber ganado el premio más importante de su vida escribiendo nuestra historia de separación y celos.
    Aunque vi dolor en la trasparencia de sus lágrimas, por nada del mundo deseaba actualizar nuestro parentesco. Apreté su mano y me despedí ¡Iba a contarle que aquella mañana fui yo quien liberó la suya! Y no caminaba extraviado sino feliz hacia nuestra madre, mientras a él lo raptaba la sirvienta, agradecida y afortunada con mi plan de incipiente escritor carente de imaginación.
    -¿Preparando algún viaje?, preguntó gritando y mirándome fijamente mientras me arrinconaba en una curva peligrosa.

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  17. Auténtica razón
    Mañana no estaré para ahogar las lágrimas cuando mi madre grite que esa residencia es mi capricho porque ella no está enferma.
    Mañana mi compañero de bufete oirá el fallo del tribunal del caso de “ADN manipulado para solventar la grave y extraña enfermedad de un pequeño antes de nacer”, que Adela investigó fenomenalmente hasta su muerte prematura.
    Mañana cumpliría años pero se la llevó la terrible pandemia de gripe de este invierno. Mañana temprano buscaré a su hijo en casa de la familia de acogida, le regalaré mi colección de cromos de Pokémon y una mochila más grande con dibujos de Superman, y le daré un buen meneo hasta agotarlo en los columpios de la pradera. Mañana, como siempre, se me agarrará al cuello llorando y me susurrará con un hilillo de voz que no quiere vivir con ellos y que lo lleve conmigo. Esta vez no voy a poner el coche en marcha cabizbajo, cerraré los ojos, abriré una de las puertas traseras, le gritaré que nada es culpa suya; suba y no mire atrás.
    Mañana cometeré el crimen de buscar una vida mejor para los dos. Yo solo quería ser buen padre.

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  18. Siempre he cumplido, incluso en mi último aniversario como divorciado, y en esa última noche era fácil darse sin reservas; la velada y yo lo teníamos todo. Magnetismo, singularidad, ingenio. Maravillado por aquella atmosfera festera me sentía más completo que nunca. Mis agradables sensaciones evaporaban el impacto y las consecuencias del puzle de mi vida y la voracidad de sus acciones.
    Alumbrado por las mágicas luces del momento escuchaba imparable la mejor música encaramado al cuello de mi flamante novia; gracias a mis ruegos esa tarde había dejado su esquina. Siempre cuido esos detalles.
    Era tal la velocidad de mis pies que no tenía forma de detenerme. Amaneció sin que yo lo quisiera. Todo se paró. Reinó el silencio. Se aproximó el final. De repente le pedí una cita para mi próxima vuelta al barrio, sabiendo que nunca regresaría a ese lugar ni a ninguno. No bastaban los absurdos cartones que colocaba debajo de mi espalda para obtener calor. Ni derramar mis esperanzas, mis historietas, ni mi mochila por los suelos de confusas calles y de inquietas ciudades, ni ese ambiente festero para transformarme. Necesitaba con rapidez olvidar lo vivido y esfumarme junto a Dios.

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  19. Junto a la barra ricamente decorada con estrellas navideñas la vi. Parecía encantadora, de gran belleza y presencia misteriosa. Su color irradiaba tonalidades doradas y su apariencia parecía provenir de un lugar alejado del nuestro. Mi espíritu la deseaba. Bailamos las canciones más bellas que había escuchado jamás. Tomamos algunas lentejas para atraer a la suerte y me declaré abrazado a su cuello. Me respondía con amor de verdad, renací.
    Todo lo que en aquella fiesta ocurría a su lado era un gran descubrimiento. Durante esas campanadas de fin de año comprendí cuánto la necesitaba. Se instaló en mí como si la esperara. Comenzaban a hacerse realidad mis deseos de conseguir mi metamorfosis. Me envolvía con su encanto y abría el corazón invitándome a buscar nuevas sensaciones, y la potestad de sentir pasión sin límites.
    La velada me hacía flotar por mágica. No solo iba vestido de blanco; alumbraban velas aromatizadas de incienso, y escuchaba la mejor música barroca. Era la última noche del año y la tenía a mi lado. Su magnetismo me aseguraba momentos increíbles junto a ella.
    Pero amaneció, se aproximó el final de aquella pócima sagrada y tuve que buscarme otra.

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  20. LLENDO
    Un paisaje visto desde la ventanilla de un avión, las formas de las nubes, cielo, el mar, tonos azules; tierra firme y alguna isla, son marrones y verdes, tierras de cultivo y montañas que me llaman. Fotografía movil con muchas formas y relieves, son diferentes lugares, misma sensación. Calma, sonrisa interior y la ilusión por lo que deparará el final del viaje, siempre con la esperanza, es el sentir de SER.

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  21. LA MOCHILA
    El viento había traído las sombras que se mantuvieron agazapadas en del último viaje.
    Desde la ventana de los recuerdos, observó el vaivén de las palabras, todas querían llegar. La primera fue “mochila”.
    Aquella mochila llena de lazos, de risas, de pulseras de la amistad, de sartas de bienvenidas, de lápices abiertos al trazo amigo, de esperas en los andenes de la soledad. También llevaba en la mochila un par de mudas, lágrimas recogidas en alguna llegada, lágrimas de muchas despedidas. Contó los versos que flotaban perdidos en el bolso exterior de la mochila. Tantos versos como días, tantos como viajes, tantos como vaivenes de sangre, como vaivenes de carne. Su propia carne, en constante fluir por el único viaje que tiene fecha de caducidad. El viaje de los átomos que forman o deforman a cada individuo. El eterno viaje en espiral hacia el encuentro.
    Manuela Bodas Puente.

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  22. DE ALAS SANTAS

    Las esperanzas, van a donde los mártires, conviven con los andrajosos.
    En paz, se acercan a ellos y curan sus heridas. Son buenas, irrigan su amor a estos huérfanos. Es el sufrimiento ajeno, lo que las conmueve. De celestes, le dan aromática a los más enfermos. Estas sacrificadas, proceden como las vírgenes. Juntas, caminan por la ciudadela. Ellas, le cantan a la revolución humanista. Felices, comulgan las parábolas del Mesías, coreándolas con los ambulantes. Lo hacen,para apaciguar las penas de estos desheredados.
    A lo divino, desean que sus semejantes, sean libres. Las esperanzas, son las lágrimas del Dios.

    Rusvelt Nivia Castellanos
    Artista de Colombia

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  23. Saborea la libertad
    No te detengas a mirar hacia atrás. Las primeras luciérnagas ya se encuentran bailando en el bosque, anunciando la inminente llegada de la noche. ¿Por qué le tienes miedo a la inmensidad? Tu bien sabes que deseabas hacer este viaje para llegar al centro de aquello que tu corazón a veces oculta. Que no te importe si los demás se atreven a juzgarte por haber ido a buscar un poco de aventura para darle sentido a tu vida.
    Deja que un precioso manto de estrellas se encargue de cuidar tu sueño esta noche. No sientas temor. La ciudad y sus nubes negras, se han quedado kilómetros atrás. Ahora tu alma es libre para bailar entre los árboles, esperando pacientemente los primeros rayos de sol del nuevo día. Mañana, será momento de preocuparse acerca de la forma en la que regresarás a casa y de la explicación que le darás a tu jefe. Hoy, la aventura es tuya. Deja que tu corazón se impregne del sabor de la libertad.

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  24. ESTACIONES

    Mi primer viaje ferroviario. Salí al andén justo cuando la cola del convoy se detenía con un estertor hidráulico. Imposible divisar la locomotora: el larguísimo tren se perdía en el horizonte. Me pregunté qué potencia debería tener su cabeza para arrastrarlo. «¿Infinita?».
    Subí al último vagón con el pesado estorbo de mis maletas. Consulté el pasaje: mi asiento estaba, «¡No fastidies!», justo en el extremo opuesto. «En fin… Peor sería ir a suela…».
    Anduve trasponiendo, una tras otra, innumerables puertas y esquivando, uno tras otro, incontables pasajeros.
    Horas y horas después, «¡¿Por qué no salimos?!», sudoroso y agotado, llegué ante mi butaca.
    Solté el castigo de los bultos, «¡Ya estoy!», y me derrumbé sobre la tapicería. Eché una ojeada por la ventanilla y quedé atónito.
    La longitud del transporte era tal, «¡No me lo puedo…!», que sin haber iniciado la marcha, yo había llegado, unas veces a pie y otras veces andando, siempre pasillo adelante, hasta la mismísima estación de destino.
    «¡Pues no era esta la idea que yo tenía de tomar el tren hacia ninguna parte!», sentí. «¡Si lo llego a saber, habría seguido tomando la medida, muchísimo más corta y barata, del autobús!».

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  25. Ella, él y -obviamente- yo

    Mientras él servía café, ella tomaba un té. Mientras él salía al patio, ella permanecía asomada en la ventana. Mientras él se sentaba a escribir, ella procuraba leer un mensaje cifrado en la luna. Mientras él terminaba la historia, ella buscaba refugio en la cama. Mientras él apagaba su computador, ella se quedaba sin luz en el cuarto. Mientras él caminaba buscando descansar, ella cerraba los ojos. Mientras él se acostaba, ella yacía durmiendo. Mientras él irrumpía al sueño, ella lo soñaba. Y mientras ambos dormían plácidamente, cada quien por su lado, yo despertaba a ratos queriendo ser únicamente él con su chica soñada y no el tipo detrás del sueño, la historia, los soñadores y demás detalles ficcionales re-creados noche a noche.

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  26. Presunciones gatunas

    Percibo un goteo pero no hay lluvia. Y escucho pisadas en el techo, más el ronroneo esperado surge en el cuarto, muy cerca, acaso en mi interior. Y alguien viene a través del pasillo, aunque en realidad estoy solo. Entonces la lluvia es éste copioso goteo de palabras, y el gato ha empezado a temblar un maullido de madrugada, esta sensación de cercanía revelando a la dueña del ronronear alojado en el centro de mi corazón felino. Luego olvido a ese escritor que solía ser en otra vida anterior a ésta, y salto del techo corriendo rápidamente hasta el cuarto, relamiendo mis bigotes mientras presto atención a las croquetas de concentrado y el plato de leche que mi ama trae consigo.

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  27. Le molestaba ser utilizada como una simple imagen en los tantos poemas escritos hasta ese momento. Su enfado fue creciendo con el paso de los años, pues el poeta, de manera extraña, seguía escribiéndola florecida entre líneas. ¿Acaso qué saben los hombres de las rosas?, se preguntaba ella en un rincón inconsciente del escritor. Así, un día cualquiera, cuando el hombre osó traerla de nuevo a la vida en su forma prototípica, es decir, roja, tierna, de dulce aroma y presagiando la primavera, la rosa explotó en furia y al desplegarse sobre el papel, ante la mirada atónita del poeta, procedió a transformarse en una planta carnívora que no dudó un instante en tragarse al atrevido, masticándolo lentamente, sintiendo los efectos catárticos de la intempestiva metamorfosis.

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  28. El mar
    Con el mar como único testigo, un par de jóvenes se dieron un largo beso, justo antes de echar al viento una promesa.
    —Por favor, júrame que nos encontraremos aquí el próximo año ¿sí?
    —Te lo juro. Estoy seguro que así será.
    Los amigos de ambos los tacharon de tontos al saber del pacto. ¿Quién se atreve a hacer un pacto de ese tipo en la flor de su vida? Es por todos sabido que en la juventud, lo que se piensa eterno, a veces tiene la misma duración de un suspiro. Pero ellos estaban dispuestos a demostrarle al mundo entero, si era necesario, que su amor no era cosa nada más de un rato.
    Y así sucedió. Cada año, los dos enamorados viajan con el único propósito de encontrarse allí, en su paraíso particular. Por unos días, podían olvidarse de las inquisitivas miradas y simplemente dedicarse a vivir su amor con la pasión debida.
    Allí, tan cerca del azul del cielo, renuevan cada año el eterno voto de jamás olvidarse el uno del otro. Y aunque no lo digan, ambos esperan que un día ya no los separe un mar de intoleracia.

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  29. Viaje final
    Con un arma en las manos, él subió con paso firme a su camioneta. Había una gran posibilidad de que ese fuera el último viaje de su vida, pero eso no le importaba en lo absoluto. En unos pocos año, la Tierra se había convertido en un ardiente vertedero, que por puro milagro seguí permitiendo la existencia de vida. Como de costumbre, los poderosos habían hecho caso omiso de las súplicas de los más necesitados, destruyendo en meses lo creado por las más grandes mentes. Sin embargo, y aunque la oscuridad lo había devorado casi todo, jóvenes como él, con fuego ardiendo en sus corazones, no pensaban rendirse tan fácilmente.
    Poco importaba tener que dejar todo para viajar hacia la nada absoluta. Tampoco importaba saber que se arriesgaba la vida en cada expedición de ese tipo. Lo único que verdaderamente importaba, era el sentir que se estaba luchando por una causa justa. Tal vez, en el camino muchas vidas se perderían en el frío asfalto, pero con el favor divino, todos esos sacrificios no serían en vano. Todavía había oportunidad de soñar con el mañana.

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  30. Apariencias

    Cuando nadie la veía sentía que al fin podía ser ella. Entonces se quitaba la peluca, las pestañas postizas, los lentes de contacto, el barniz de las mejillas, la estela artificial de los labios y, finalmente, escupía sus dientes en un vaso con agua. Luego aflojaba la piel de su cuerpo, colgándola en un gancho para evitar cualquier arruga o desperfecto, deshaciéndose luego de gran parte de sus músculos y la totalidad de sus huesos. Así, frente al espejo, rearmaba su silueta usando los fragmentos sobrantes regados en la estancia, desplegando un par de alas multicolores que la izaban por el aire en segundos. Después podía vérsele persiguiendo flores y dulces aromas, surcando el cielo a imagen y semejanza de un paisaje imposible, revoloteando por los rincones de aquella ciudad donde cada día debía ocultarse tras el velo de las apariencias procurando –apenas– sobrevivir.

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  31. Ritual
    La fiesta empezó al tiempo que los últimos rayos del sol acariciaron la blanca arena. Justo a la orilla del mar, un conjunto de jóvenes estaba reunido para darle inicio a un ritual que aunque mundano en apariencia, tenía cierta dosis de magia. Algunos habían viajado desde tierras lejanas con un solo propósito; dejarse llevar por el hipnótico ritmo de la música electrónica.
    A lo largo del evento, luces y sombras se fundieron, dando origen a formas caprichosas que les recordaban a los muchachos que, a veces, no hay mejor escenario para un hecho mágico que el creado por la naturaleza. No podía pedírsele más a la vida. Los cuerpos vibraban, dejándose llevar por el sonido como si no existiese un mañana.
    El día estaba acercándose peligrosamente. Valía la pena darle una última mirada al mar antes de regresar al hotel. Quizás, la fiesta habría terminado, pero los recuerdos se quedarían para siempre en las mentes de todos aquellos que, esa noche descubrieron que el azul no es necesariamente una tonalidad cargada de melancolía.

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  32. Místico final
    Como por un acto de magia, convergieron los cuatro puntos cardinales en un instante mágico. Incluso la tierra pareció estremecerse ante tan grande reunión de energía. ¿Acaso esa dulce emoción era totalmente real? Parecía ser producto de un profundo trance místico.
    Ya no había necesidad alguna de ir corriendo contra el feroz paso del tiempo. Lejos habían quedado ya los días de ir por la vida sin rumbo alguno. Bajo la sombra de un magnificente volcán, la vida finalmente había encontrado de nueva cuenta su cauce natural. ¿Quién podría imaginarse que la respuesta a una pregunta tan grande como la vida misma se encontraría en un lugar apartado de cualquier forma de civilización? Las luces brillantes de la ciudad y el eterno ruido que parece jamás dormir, únicamente habían servido para alejar de la verdadera luz a un par de corazones confundidos. Pero la serenidad de lo inhóspito los ayudó a quitarse la venda de los ojos. El viaje había terminado.

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  33. Aquella tarde de Agosto, decidimos ir a conocer las “cuevas del diablo” un lugar extraño, pintoresco, donde los árabes, siglos atrás habían horadado en las entrañas de la tierra para descubrir sus mas íntimos secretos, dejando sus huellas marcadas a fuego en el lugar, eterna muestra de la mano del hombre en la naturaleza
    Transitamos por corredores ,con sus paredes repletas de antigüedades ,marcas de la historia y el pasado ,que incitan a soñar con aquellos tiempos , imaginando a hombres y mujeres caminar por estos túneles que hoy sostienen nuestros pies, nuestro ir y venir asombrados de un lado a otro , atravesando paredes extrañas, firmes, silenciosas ..

    Imaginado sus vidas… tratando de adivinar si allí aun se oye la música que alguna vez deleito sus oídos, tocando tímidamente los espacios fríos que alguna vez fueron testigos de algún amor o muerte…
    La impotencia del presente , nos señala ,nos revela que jamás nadie sabrá esos secretos, quedaron allí, sepultados en el espacio , y nosotros , gentes de otras tierras y otros tiempos, unimos invisiblemente nuestras auras esperando que algún día , la tierra revele sus verdades

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  34. DESDE LA CIMA

    Se habían olvidado mutuamente. Al llegar a la capital supo de ella por un amigo común que les recordaba juntos. Supo que estaba casada y tenía un lindo hogar, que vivía en la zona norte, tenía dos hijos y era feliz. A él le picó la curiosidad por volverla a ver y se lo hizo saber a su cómplice. Este, con mentiras la atrajo hacia su casa y propició el encuentro con Marcos, urdiendo una excusa los dejó solos. Viéndose juntos, sin cruzar palabra, instintivamente, se buscaron. Un beso profundo y prolongado como una eternidad les unió mientras luchaban por desnudarse mutuamente. Se amaron con dulzura y ferocidad como una pareja de leones, como veinte años atrás, durante tres horas, con alboroto y denuedo diciéndose groserías, gimiendo, chillando, clamando más y más, bufando él con cada nuevo polvo, aullando ella como una perra herida de fatalidad, gruñendo a coro como una piara hambrienta, rugiendo, vociferando, berreando de dicha, al final. Luego, acaso sintiendo que después de alcanzar la más alta cima no sigue nada, tomados de la mano subieron al Sisga, donde encontraron el Salto, desde el cual se lanzaron sin dejar rastro ni señal.

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  35. EL CASTILLO

    El tiempo transcurre mansamente en este lugar, los minutos pasan casi desapercibidos por nuestras vidas
    La soledad del lugar invita a la meditación, a la creación…
    Cada una de las personas que se encuentra aquí, absorbe despaciosamente la magia de La Mancha
    Este grupo de pintores trabaja en el diseño de una exposición en el Castillo del pueblo, yo, deseosa de explorar ,me uno a ellos, admirando sus trabajos cada cual con su sello único, indivisible, revelando apasionadamente sus almas a través de colores y formas plasmadas en las telas
    La noche nos descubre a orillas de este misterioso Río Jùcar, que quieto y silencioso atraviesa la comarca
    Es el momento de risas y ocurrencias, recordando aventuras pasadas, y yo, que soy presente, comparto las hazañas, uniendo mi corazón al grupo
    Se abren las puertas de la amistad, atravesando ese sutil umbral que aquí desaparece, somos todos uno…
    Vivimos otro espacio, atemporal, magnifico, y nuestros espíritus se unen invisiblemente por este paréntesis de nuestra vida cotidiana, disfrutando de nuestras pasiones mas etéreas que se plasmaran de formas diferentes alabando a la vida que nos regala esta oportunidad

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  36. DURMIERON JUNTOS

    Al subir al avión que la llevaría de regreso a su tierra, tomó asiento en el lugar indicado, suponiendo que como siempre, le tocaría un compañero o que se quedaría dormido enseguida, o que no dijera una palabra en las trece horas que duraba el viaje
    Esta vez no fue así. Un hombre algunos años mas joven que ella, se acomodo a su lado y desde la primer mirada y el primer saludo, sintió que este viaje seria distinto…
    Charlaron amigablemente largo rato, refiriéndose sus vidas casi en detalle y en varias oportunidades, Javier dijo cosas que ella hacia tiempo no oía. Halagos propios de hombres hacia mujeres…
    Seria porque el año anterior solo se dedico a trabajar, atender a sus padres y esperar que se hiciera la hora para llamar a sus hijos por teléfono?
    Seria porque cuando estaba sola cerraba su espíritu a todo y no deseaba salir, ni conocer gente, ni hacer nada nuevo?
    Seria porque la última vez que intento tener un romance , fue un verdadero desastre?
    Serian tantas cosas…la cuestión era que había llegado a un punto en que se veía vieja fea y solitaria..

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  37. El barco de papel

    Y el niño lo dejó en libertad. Tras horas de excelso mimo depositado sobre el papel, tras largo tiempo enmendando los errores cometidos, tras haber descargado su destreza en cada giro, en cada corte, en cada requiebro, y dejando que las lágrimas afloraran a sus ojos cargados de infancia como corresponde a las grandes despedidas, las suaves manos depositaron el barco papirofléxico sobre la corriente, que lo tomó de la mano y lo fue alejando de la orilla con sigilo. Se iniciaba un nuevo viaje a mundos que solo serían interpretados por su fantasía. Solo quedaba ver cómo se perdía el velero en lontananza y pronunciar un sentido adiós como despedida.

    Francisco Javier Torres Gómez

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  38. VIAJAR

    Viajar. Quiero volar, descubrir nuevos continentes, explorar planetas y ponerles mi nombre, alumbrar con mi deseo el corazón de princesas de ensueño y penetrar en el pensamiento del héroe que se enfrenta al dragón. Viajar, es mi razón de ser, mi vida resumida en una efímera palabra. Viajar… suena bonito…
    Viajar lo es todo cuando estás condenado a permanecer inerte en una cama hasta que tu chispa se apague, hasta que el fuego desaparezca de tu mirada, hasta que el tiempo termine de resumirse en una duna de arena en el fondo del reloj con forma de diábolo.
    Un accidente, una grave lesión y una cruel condena.
    Pero viajar es un flotador que me ha impedido ahogarme en el mar al que fui arrojado aquella nefasta tarde.
    Viajar. Soñar ¿acaso no son dos hermanos? Es bonito recibir sus visitas a través de las hojas de un libro, mi billete para caminar, para ser una persona en la que anida la ilusión.
    Viajar. Ahora mismo voy a emprender un nuevo viaje. El olor a papel, a tinta, a pegamento; un nuevo libro y una nueva vida.
    El día que deje de viajar moriré pero… de momento concederme el permiso. No os preocupéis por mi ausencia cuando me veáis cerrar los ojos.

    Francisco Javier Torres Gómez

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  39. VIAJE DE VACACIONES
    Un hombre de extraño aspecto bajó del autobús en una parada de servicio, en un bar ubicado junto a la ruta. Un artesano que estaba en la puerta despertó su interés y luego de revisar durante algún tiempo sus productos le preguntó el precio de uno de ellos, mirándolo fijamente a los ojos, y sin esperar repuesta, ascendió rápidamente al autobús.
    Una vez allí, se sentó en el asiento junto a la ventanilla, sin quitar la vista del vendedor, que parado con la mercadería en la mano, miraba hacia el autobús con el rostro demudado por el espanto. El artesano quería gritar con desesperación, pero habia quedado paralizado con una sensación de entumecimiento mortal. Mientras el autobús se ponía en movimiento y maniobraba para retomar el camino, vio como varias personas del bar corrieron para tratar de auxiliarlo.
    ― Creerán que fue el calor ―, pensó sonriendo con ironía . Y mientras ese lugar quedaba atrás, se dedicó a contemplar el paisaje, esperando con paciencia el arribo de la parada siguiente, gozando de antemano por su próxima víctima en ese maléfico viaje de vacaciones de Lucifer, encarnado en la figura del hombre.

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  40. Cuesta arriba
    El Cerro de la cruz se yergue imponente, como protegiendo la Ciudad de Carlos Paz en la provincia de Cordoba, en Argentina.
    Pero yo te conquistaré, llegaré a lo alto por ese camino que miles recorrieron, pero que no lo hacieron como yo lo haré, caminaré con mente y corazón… Mi espíritu irá delante y no miraré atrás ni me detendré amor mio. A todos les diré en Santiago que hice cumbre y admiré ese imponente paisaje… Llené mis pulmones del aire fresco de los cerros y mis ojos de verde y azul celeste. Allí adelante, frente a la aerosilla está el acceso, debemos registrarnos para subir por ese camino a la gloria, esos escalones que nos llevan a la base misma de este desafío. Que emoción. Un paso a la vez, un palo en mi mano para apoyo en la empinada cuesta y allá vamos… La mirada puesta en el lejano objetivo, el corazón latiendo con fuerza en mis sienes, adrenalina pura… Y entonces me agarró ese terrible, horrible, no se… Indescriptible calambre en la pierna…

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  41. Tan pequeña empecé a viajar en tren que no puedo recordar la primera vez. Siempre ha estado ahí, mi primera opción cuando era niña porque no había coche en casa y teníamos nuestro kilométrico para poder ir a ver a los abuelos a Huelva, en esos viajes, cuando aún no había megafonía en el tren yo iba avisando de las paradas y le decía a todos los pasajeros que el tren era mío o cuando mi padre nos llevaba en el furgón del tren a Cádiz mientras trabajaba.
    También recuerdo aquella vez que fui con mi padre a Toledo, una ciudad que me encanta o cuando fuimos a finales de aquel diciembre a Navacerrada, dormimos en el tren hasta Madrid y luego otro nos llevó hasta la nieve, que también vimos en aquel viaje a Granada, pasando por Guadix para ver a los titos.
    Aún hoy es mi primera opción porque me gusta donde me lleva y me gusta venir recordando donde he estado y lo que he vivido a la vuelta.

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  42. A veces no es adonde viajas sino con quien lo haces, tú y yo hemos ido a muchos sitios por compartir la misma afición al principio, lo que hizo que nos conociéramos, y más tarde porque nos convertimos en las mejores amigas.
    Hemos​ recorrido nuestra provincia en el coche, hemos viajado en tren para vivir maravillosos​ momentos en nuestro Cádiz, hemos hecho​ viajes más largos para visitar a alguna amiga que se perdió por el camino o simplemente tener prisa por llegar al hospital porque nuestra amiga nos va a regalar un sobrino… Y todo esto mientras nos dejamos la voz cantando todo lo que sale en la radio o algo que en ese momento tengamos ganas de escuchar y cantar, mientras te inventas las letras y yo me río.
    Pero sin lugar a dudas me quedo con esos viajes que nos llevan de lo más amargo a lo más dulce cuando contamos la una con la otra, pasando del llanto a la risa en un segundo y teniendo la seguridad de que en eso no nos hemos equivocado. Te quiero amiga.

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  43. Recuerdo esa alegría cuando en el camino ya reconocía que estábamos​ llegando, esos días de verano cuando mi tía nos llevaba en la «camioneta» a la playa, aún puedo oler esos pinos cuando estábamos cerca, volver dormida en esos viejos asientos, ducharnos y pasear hasta la Plaza de las Monjas, comernos un helado en » Los Valencianos», ir hasta el Colombino, el de mi Recre, entre bloques de pisos y niños jugando, visitas al parque de la mona Juana, nocheviejas inundadas​ de fuegos artificiales tras las campanadas, recoger lo que los Reyes Magos nos habían dejado allí…
    Mis abuelos, un regalo, eternos, mi tía siempre presente, la mejor, sus cuentos para dormir, sus charlas, sus tardes de cine, todo, mi tío cuyas cortas visitas me llenaban de ilusión, la primera sonrisa de mi prima, los juegos con mi hermana, mis ganas siempre de ordenar revistas y medicinas, tirar la basura con mi abuela y mi cubito mientras nos envolvía el olor a dama de noche en esas noches de verano, los pistachos del bar donde iba con mi abuelo, aquella cantina de la estación, sus canciones inventadas con nuestros nombres…Mi Huelva…

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  44. Habíamos llegado a Roma el día anterior pero aún no parecía que estábamos allí, nos desplazamos hasta un barrio a las afueras en metro y no habíamos visto nada que nos dijera que estábamos allí. Ese día nos levantamos temprano, había que llegar pronto para no esperar mucha cola y aprovechar el día. Desayunamos, nos montamos es un bus, cuya espera fue eterna, y luego al metro. Por fin, la parada deseada, no solo por nosotros, pues el metro se quedó prácticamente vacío allí. Subimos por las escaleras mecánicas, sin aminorar la marcha, por fin estábamos ahí, por fin…
    Me habían contado que estaba cerca de la parada del metro pero no me lo esperaba así, cuando aún no había salido de aquella estación, vi unos arcos y mi acelerada marcha se paralizó. Él paró al verme:
    -¿Qué pasa?
    – ¿Eso es el Coliseo?- respondí.
    – Si, claro, a eso hemos venido- me dice sonriendo.
    Empecé a dar pasos lentamente hacía la salida de la estación y miré hacia arriba y entonces, sin darme cuenta, las lágrimas brotaron de mis ojos y me sentí allí de verdad, cumpliendo un sueño, enamorándome de Roma para siempre.

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  45. Cádiz, mi rincón favorito del planeta, un lugar al que siempre me gustó ir porque me aliviaba el alma, me relajaba por dentro, me daba paz… Te hablé de mi Cádiz, de mi forma de verlo y quererlo, te dije que verías como mis ojos cambiaban cuando me vieras allí, no tendría nada que decirte porque tú lo verías con tus propios ojos, te prometí enseñártelo​ a través de mis ojos, te entregaría mi forma de vivirlo…
    Lo hice, aquella estación como punto de partida, luego San Juan de Dios, mi plaza de San Agustín, aquella esquinita de la calle San Francisco que ya nunca será la misma, Campo del Sur, Palillero, parada obligatoria en todas mis visitas, la Plaza Fragela con su foto delante del Falla…
    Te enseñé mi Cádiz para que la​ vieras diferente y no pensé que, después de ti, para mí ya nunca sería igual, porque cada rincón lo hice tuyo, porque la hice de los dos aquella noche…

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  46. COHETES ESPACIALES

    La aventura no acababa nada más que empezar, antes no había habido preámbulo alguno, por lo que la adrenalina no había calentado lo suficiente todavía. Debía amortiguar cualquier sobresalto con paciencia y el rigor que ésta exige.

    Mamá no paraba de controlar para que todo estuviese en su sitio y yo acomodado correctamente. Papá había caído ya en el sueño que cualquier monótono ruido siempre le producía. Yo quería mirar por el retrovisor, pero mi madre me había apretado tanto el cinturón que me costaba levantar la cabeza, no había crecido lo suficiente aun para alcanzar esas alturas y el casco en la cabeza me impedía decir cualquier cosa para que me escucharan.

    ¿Por qué tenía que haber sido tan rápido?, yo sólo quería quedarme ahí abajo jugando con los de plástico, mientras mis padres solo hablaban de una tal lotería que les había tocado y que nunca entendía qué tenía que ver con los de verdad.

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  47. A LA CONQUISTA DEL MUNDO

    Buscando entre los enredos del gran trastero he visto arrinconada, sobreviviendo herrumbrada al paso del tiempo, la bicicleta con la por una semana hace ya unos cuarenta años me fui con tres de mis todavía mejores amigos a explorar el mundo a la vecina provincia. Nosotros si conseguimos la gran hazaña, volviendo sanos y salvos con esas bicicletas de antaño, a pesar de que tuviéramos que frenar al final con las suelas de los zapatos, los frenos no habían conseguido la suya.

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  48. El mar del golfo,el mar Negro,el mar Caspio,el mar Rojo,el mar Mediterráneo, el mar Adriático, el mar de Arabia, navegue por donde navegue al llegar a la orilla siempre una conclusión, la debilidad de la arena subyace a la fortaleza del océano que con olas regresa a abrazarla, proteger o ser protegido es lo de menos ,en cualquier rincón del mundo el amor es necesario.

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  49. Añoro Tibet:

    el azul intenso de su cielo,
    las altas montañas
    de roca y nieve, imponentes.
    Sus paisajes profundos,
    con llanuras ocres y grises,
    tiendas nómadas aisladas y
    rebaños de yaks.

    Ríos de deshielo
    con sus aguas precipitándose entre las rocas;
    caminos de largas rectas y
    pequeños pueblos con casas de adobe blancas,
    vigas de madera,
    con banderas de oración ondeando en lo alto;
    la sonrisa de sus gentes,
    y niños jugando.

    Sus monasterios,
    monjes con colores granate haciendo postraciones.
    Grandes estatuas de Buda
    y de otras representaciones,
    el olor a incienso
    y lamparas alimentadas de mantequilla rancia,
    oscuridad entre las distintas salas,
    cojines de oración ordenados entre las columnas.
    muchas imagines en thangkas
    grandes murales dibujados en las paredes
    y deidades airadas para protegerlo todo,
    molinos de oración y plegarias en susurros al fondo…
    se respira quietud, meditación y rezo.

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  50. La pereza

    Hoy es domingo en Caracas y la Plaza Bolívar se encuentra repleta de gente. Los buhoneros muestran sus mercancías a los primeros transeúntes , los niños se sueltan de las manos de sus padres para correr a jugar a la fuente, los kioscos que venden panelas de San Joaquín, pulpa de Tamarindo, suspiros de azúcar y piruletas de melao, abren sus puertas de par en par para saludar a la mañana festiva. En los árboles que rodean la fuente está la pereza, el oso perezoso que habita las alturas.Moviendo sus largas pezuñas de una rama a la otra, mirando desde las alturas, cual pirata aupado en el mástil de un bajel perdido en los mares del sur. No tiene prisa, disfruta con cada movimiento. Otea desde lo alto como si buscara algo y nada a la vez. Disfrutando de la vida, como si cada instante fuera el último y cada segundo debiera hacerse eterno, dejando que la prisa sea de otros, para llegar, cuando sea, al otro extremo de su mundo entre los árboles de la plaza.

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  51. Lección de viaje número tres: asegúrate de tener calzado confortable.

    La lección número uno, mejor cargar un kilo más que pasar frío, me la sabía al dedillo y la lección número dos, empieza a caminar lo más temprano posible, también. Pero a la número tres no le había dado su merecida importancia, hasta que me sumergí en el Gran Cañón con unas botas nuevas que me quedaban estrechas en la parte de adelante.

    -Ya cederán -me repetía de forma testaruda mientras recorría mis primeros dieciséis kilómetros en medio del desierto. Sin embargo, la verdad es que ni piedras, ni sol, ni fetiches havasupai hicieron que aquellas botas dilataran un poco.

    Con las uñas incrustadas y llagas en el tendón de aquiles seguí caminando durante dos días más, subiendo y bajando por el cañón. Las lágrimas casi se me saltaron en el último tramo, pero al ver pasar junto a mí filas y filas de mulas cargadas de Dr. Peppers y CocaCola, tragando polvo bajo el sol inclemente del mediodía; me di cuenta de que gozaba la suerte de no ser una esclava como ellas y me enfrenté con brío a la última pendiente.

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  52. La noche de la sopa
    Íbamos las tres en el asiento de adelante de Autumn, nuestra fiel autocaravana del 88. Llovía a mares y las llantas se aferraban al asfalto de las curvas del Kangaroo Valley. Seguramente sonaba en el iPod alguna canción de Regina Spektor o Basia Bulat, las autoras de la banda sonora de aquel viaje kamikaze por carreteras plagadas de canguros.
    Nos dirigíamos a Robertson a casa de un tal Enrique. Esa misma tarde habíamos llamado a Carlos, un amigo de un amigo, y nos había invitado a la noche de sopa en casa de Enrique. -Yo no iré -nos dijo Carlos con total sinceridad -,no me viene bien. Me estoy divorciando. Pero acérquense; las van a tratar bien.
    Cuando hablamos con Carlos estábamos en la costa de Nueva Gales del Sur, a unos cien kilómetros de Robertson. Entre las curvas y la lluvia nos llevaría más de dos horas llegar. -¿De qué será la sopa de esta noche? -nos preguntamos; y para no quedarnos con la intriga nos pusimos en marcha. Con suerte llegaríamos antes de que anocheciera.

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  53. Durante ese fin de semana nos amamos a más no poder. Nos amamos en el sofá la autocaravana mientras se terminaba de hacer el curry en la cocina portátil. Nos amamos encima de una roca bañados por la luz rosa que irradiaba el sol al amarse con el mar. Nos amamos en entre eucaliptos, en el cuarto de una casa victoriana y en una terma en lo alto de una colina. Nos amamos casi rozando el cielo. Nos amamos como nunca nos habíamos amado y como nunca nos volveríamos a amar. Solo el Estrecho de Bass, un koala entrometido y la Cruz del Sur, pequeña y distante, fueron testigo de cuánto nos amamos.

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  54. AMSTERDAM

    ¡¡¡ESTO NO ES AMSTERDAM!!!. Lo sé porque me lo gritan constantemente pilotos de ruidosas máquinas del averno y afables señoras que me dedican petrificantes miradas de hidra desde su cómoda posición peatonal. Esto es Madrid. Aún así me arriesgo y viajo en mi bicicleta. La más vieja y oxidada de la ciudad pero tan ligera que cuando me subo en ella, como una amante mentirosa, me hace creer que soy joven y guapo, y hace que me eleve un palmo por encima del asfalto. Mis piernas se mueven ligeras completando círculos perfectos mientras muevo los pedales sin apenas esfuerzo. Velozmente dejo atrás la oficina, pero no me importa. El carril bici está libre de furgonetas en carga y descarga, el aire se ha vuelto respirable y la gente es más rubia. Me siento azul como cielos espirales de Van Gogh. Hay molinos. Y canales. Y un cartel. Welkom bij Amsterdam.

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  55. TIEMPO IMPERDIBLE
    Sin prisa buscó a la mujer del libro. Habitualmente viajaba en el último tren de la línea circular. Saludó a los caligrafistas japoneses que celebraban la ceremonia del té, pasó entre los esperantistas practicantes de papiroflexia, conversó vivamente con los habladores de lenguas muertas y cedió el agobio a los que siempre se bajan en la próxima. La encontró al final del vagón, camuflada entre los bostezadores profesionales de sueño atrasado y los que todavía esperan a Godot. Se sentó a su lado otra vez, estirando el cuello dolorido por la contractura. Se sonrieron. “Te esperaba”.
    En busca del tiempo perdido, por supuesto.

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  56. FIGUERAS

    Éramos muy jóvenes cuando fuimos a Figueres. Por supuesto fue en un viaje cultural de Cou: íbamos a ver el Museo Dalí ya que acabábamos de estudiar el surrealismo y otras vanguardias artísticas. Comimos en un restaurante muy fino de allí. Nos clavaron. Pero, por supuesto, primero fuimos a ver aquel edificio decorado por fuera con huevos gigantes, aquellas grandes pinturas cubriendo los techos, aquella cara formada por sofás de colores, y tantos cuadros, dibujos, grabados de Dalí. Abraham Lincoln si lo miras de lejos, que de cerca es Gala mirando al Mediterráneo, o esa mujer llena de cajones retorciéndose a sí misma, y los relojes doblados, y…

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  57. LISBOA

    Lisboa es ir en tranvia. Es ver palomas bebiendo agua en los charcos. Es comer frango más barato que el pollo español. Es ir a pasear, todo el mundo pasea en Lisboa. Allí paseaba Fernando Pessoa.
    Lisboa es ver fachadas amarillas y pastelerías por todas partes. Se entiende casi todo lo que te dicen, pero no les des las „gracias“, diles „Obrigado“ (te entenderán mejor).

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  58. RECUERDOS DE LONDRES
    Los dos chicos, Leopoldo e Iñaki, estudiaban en el mismo instituto. Aquello fue una suerte, porque coincidirían en el Viaje de Fin de Curso. Ese año iban a ir a Londres. Aquel sería un viaje que difícilmente olvidarían. ¿Cómo no recordar eternamente aquel aventurero navegar en barca sobre el río Thamesis? ¿Cómo iban a olvidar el haber entrado en la Tate Gallery? Caminaron juntos, ya como una pareja, dentro del grupo escolar, por las calles del centro, de Picadilly Circus, por Trafalgar Square… No se separaron para hacer ninguno de los trayectos en metro. Hablaban el uno con el otro cuando encontraron aquella estatua de Peter Pan, con sus caracoles y ratoncitos incluídos, que se halla en el Hyde Park. Fue durante aquel viaje inolvidable cuando comenzaron a sentirse novios

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  59. Reposa, azul turquesa con tonos rosas y amarillos iridescentes, junto a otras conchas de remotos lugares del planeta, así puedo contemplarla cada mañana, mientras me miro al espejo, el cabello revuelto, los ojos somnolientos aún, antes de bañarme… Y una sonrisa surge en mi rostro recién lavado al pensar en el agua transparente azul turquesa de los lagos que pueblan esas islas de las Antípodas, justo debajo de donde me hallo…
    Me veo zambullirme en las frías aguas del otoño de allá y sumergirme en busca del ópalo del mar, para extraer miles de pauas y así poder engarzar un bello collar que me depare suerte, cual princesa maorí, que quiere huir de su isla rodeada de agua para descubrir lejanos lugares en tierra firme, sin temor a que se hunda… o desaparezca a causa de un espantoso y catastrófico terremoto de esos que la acechan a cada poco y dejan ciudades enteras bajo los escombros… Y un estremecimiento de pánico me agita al pensar en un temblor, como el que viví hace poco, aunque a pequeña escala…
    Me apoyo en la pared y unos ojos de paua verde agua me protegen contra todo mal.

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  60. La carretera parece no tener fin, a lado y lado, arbustos de distintos verdes y el desierto rojo, que casi no se distingue en la oscuridad de la noche australiana, poblado de seres misteriosos, que nos acechan con sus ojos de serpiente, o de dingo feroz; y sin darnos cuenta ni poderlo evitar, un canguro rojo atraviesa la carretera a diminutos saltitos graciosos, no lo vemos y… un fatal accidente provoca que haya un animal menos de esta especie tan divertida y curiosa, que campa a sus anchas por el outback y puebla todos los ecosistemas de la isla-continente.
    Y, como salido de la nada, aparece un anciano vestido de blanco, de larga barba blanca y luenga melena nívea, apoyado en un bastón, foco en la penumbra desértica, que canta viejas canciones de sus ancestros, nuestros antepasados más antiguos. Escucho sus mágicas historias, embelesada, hasta que de repente…
    No sé si sueño pero, como un silbido lejano en la noche, llega volando un boomerang de fina madera oscura tallada con signos extraños en estridentes colores, me aferro a él y, en su regreso eterno, me transporta a ese submundo escondido bajo el gran monolito rojo.

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  61. Lo he puesto a secar al sol, ya intenso a pesar de la incipiente primavera, se ha oreado y huele a limpio, a recién lavado; lo sacudo, lo pongo en la mesa redonda de mi pequeño comedor, y encima de él un jarrón con cuatro gerberas: una blanca, otra naranja, otra roja y una más rosada, envueltas en unas verdes hojas.
    Me asaltan los tropicales y vivos colores del estampado pareo reconvertido y llega hasta mí el rumor de las olas del océano Pacífico, allá en la playa blanca ante mi cabaña por unos días, yo sentada en la arena y mirando el horizonte, soñando despierta, como siempre… El agua es azul intenso, clara, con una temperatura ideal, ni muy caliente ni muy fría, y me hubiera convertido en pez, con tal de no salir de ella jamás.
    Cierro los ojos y escucho que el oleaje se remueve al compás de las palas de las piraguas de los polinesios que se dirigen a toda velocidad hacia el otro lado de la bahía, donde ha atracado una goleta con bandera desconocida, en busca del fruto del pan. Flotan en el mar guirnaldas de tiarés.

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  62. La tierra aparece hoy más rojiza, como fina arena de playa canela, que se introduce hasta el interior de los poros de mi piel, mientras viajamos en aquel camión sin ventanas, traqueteando por caminos pedregosos, o quizá sea el contraste con el verde intenso de los baobabs, que parecen flotar entre la hierba amarillo paja, bailando entre las briznas, con sus copas tan elegantes, que impregnan la sabana de un aire entre melancólico y limpio, como de patio de pueblo encalado, recién regado bajo un sol abrasador.
    A la sombra de los sagrados árboles encontramos sentadas a unas mujeres con sus pequeños: unos juegan y revolotean como mariposas de colores, otros están en sus brazos durmiendo al ritmo sosegado de la tarde, o alimentándose en sus grandes y calientes pechos negros; plácidas y lentas, apenas levantan la vista cuando llegamos nosotros, extraños invasores en la quietud de la siesta.
    Bajo otro baobab una anciana cuenta mágicas historias de animales feroces a los niños sentados a su alrededor. Más allá, en un improvisado mostrador lleno de abalorios, una mujer me ofrece una pulsera de vivos colores, hecha con el cuerno de algún animal. Aún la conservo.

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  63. Desde la altura de mi nuevo aparador vintage verde agua me contempla con sus ojos rasgados, de cuencas vacías, su boca abierta con un rictus de sorpresa, mezclado con terror de sacrificio, un dolor de agua azul maya y fría, que fluye de la tierra, allá en el zenote sagrado, la boca del pozo de los brujos de agua, de donde vengo con el fresco en el cuerpo y la belleza en el alma.
    Bajo un sol que quema hasta las piedras, con la humedad que llega del mar a través del aire de verano yucatanero, camino despacio por la calzada de la ciudad sagrada de los itzoles y siento a mi espalda como si mil miradas pétreas me llegasen, arrastradas por las sombras desde el muro de las calaveras, y me atravesasen como flechas, entonces un escalofrío me hace estremecer.
    A la poca sombra de una ceiba, tras una tabla llena de bellas máscaras de inesperados suaves colores, el artesano de la madera, la cabeza baja en su ardua y delicada tarea, acaba de esculpir una talla: sobresale la cabeza verdiazul de la serpiente de plumas, y se la compro. Sigo hacia “el Castillo”.

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  64. Gas noble
    El último año bisiesto, en una noche alicatada de estrellas, consiguió ascender a lomos de una corriente de aire caliente hasta la azotea del hotel Excelsior. Lo esperaban allí guardas fornidos, que lo bajaron con malos modos por la escalera de emergencia. Una mañana lo vimos elevarse hacia el campanario, a la altura del nido de cigüeñas. Ayunaba como un faquir y no dejaba de adelgazar. Un día impar, los críos, con cintas de confeti acordonaron la esquina en la que despachaba ilusiones de colores. Desde el chaflán, quiso darse impulso aunque le bastó con un ligero soplo de viento. Alzó el brazo que sujetaba el ramillete de esferas borrachas de helio, y se echó a volar. Sus huellas desaparecieron en el ocaso. Sabemos por crónicas de viajeros que surcó la brisa gélida de la cordillera himalaya, sobrevoló las planicies de Turkmenistán, los meandros perezosos del Ural, las colinas abotonadas de flores en Hokkaido. Su rastro se perdió tras un rebaño de cumulonimbos. A veces, si nos lo proponemos, llegamos a vislumbrar el movimiento culebrilla de alguno de los cien globos que lo rodeaban y, que le ayudaron a alcanzar la estratosfera.

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  65. El viaje de su vida

    Mike abordó el ómnibus cuando ya rodaba y ladeó la cabeza al chofer; disculpándose.
    Fue hasta su asiento y se durmió sin percatarse que había tomado el ómnibus equivocado. El viaje de su vidacomenzóasí.Aún no termina y ahora, con sus ochenta años, repasa.

    —Discúlpeme por favor —una voz suave le pedía comprensión.
    Era una muchacha muy hermosa que ocupaba el puesto a su lado y lo había despertado al levantarse. Él intentó mostrarse disgustado, pero no pudo. La belleza de la joven se lo impidió.
    Al sentarse volvió a molestarlo, pero esta vez él pidió las disculpas. Así se conocieron, se mantuvieron conectados, se hicieron novios, se casaron y continuaron siempre juntos en el camino hacia el final, solo que ya Mike viajaba sin compañía.

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  66. Caudal complicado

    Con la mochila preparada y al hombro se despidió Julián de su madre, escuchando cada una de las indicaciones.
    —Cuidado con el tercer río, es el más caudaloso —así le decía cada vez que partía a su viaje cotidiano.
    Iniciar el viaje era difícil para Julián, pero al final lo disfrutaba.
    El primer arroyo, como era muy tranquilo, comenzaba a relajarlo. Después vendrían dos seguidos, un poco más complicados. Todo eso antes de entrar en el tupido bosque, del cual tenía que salir cruzando el río más caudaloso, con el agua hasta el pecho.
    Ese día se concentró en otra persona que cruzaba unos metros a su izquierda y el caudal del río se lo llevó.

    —No se preocupe mamá —el golpe fue fuerte, pero no corre peligro—, eso sí; debe pedirle a su hijo que ponga más atención al cruzar las calles, en especial cuando salga del parque.
    — ¡Él no vuelve ir solo a la escuela! —concluyó la mamá.

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  67. Un día importante
    Los seis hermanosse acostaronnerviosos. Al día siguiente partirían al viaje de su vida. Habían escuchado bien las instrucciones y consejos para escalar y sobre todo del regreso, con la carga.
    —Mientras más alto lleguen mejor —con esa frase los despidió el padre.
    No todos los jóvenes de la comunidad de las hormigas regresaban de ese viaje a la punta del pino en busca de la dote a presentar para el apareamiento.

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  68. Miguel Feria

    La dulcera del Barranco de Guaza
    Cuando era chico me tocó acompañar un año a mi abuela güimarera. Estabas allí para un poco de todo: buscar rolos de platanera para las vacas o ponerles de beber, ir al sótano a por papas y escapar de la gallina clueca, regar el jardín, poner de comer al perro , saltando cual chiflado para evitar las cucarachas de la noche, asaltar algún ponedero de paloma en busca de tiernos pichones para caldo o correr el Barranco de Guaza abajo, cargado de huevos y azúcar, camino de la dulcera…
    La dulcera de Guaza era una señora gorda y canosa, de enormes brazos y gruesas manos, capaces de batir veinte claras de una vez, y que vivía al otro lado del barranco, en el barrio de Guaza. Mi abuela, precoz amante de la ecología, nos mandaba a los nietos que pasábamos temporadas a su cargo, cargados con sendas latas de galletas Saido llenas de huevos y azúcar para que, una vez en la dulcería , se convirtieran en sabrosos bizcochos o en rosquetes de anís. De regreso , y bajo la recomendación de mi abuela, la dulcera nos cargaba con un saco de cáscaras de huevo. Mi abuela, atendiendo al sentido común y a los pocos libros de la época, escachaba las cáscaras y se las ponía a las gallinas. Decía ella que así se les quitaba la mala maña de picar sus propios huevos y se fortalecían del calcio que les proporcionaba. Así era ella.
    El camino a la dulcería era toda una odisea: veredas estrechas y pedregosas de bajada al barranco , riachuelos en época de lluvias, perros ladrando enfurecidos o gamberrillos de turno, que hacían tu viaje poco placentero, más teniendo en cuenta que tenías que velar también por la seguridad de la carga que llevabas…
    Una vez en la dulcería, la dulcera no era de muchos amigos, supongo que por el calor del horno de leña antiguo, las muchas claras batidas con esmero o simplemente que ella era así.
    Mi imaginación volaba. La veía chamuscada por el calor y las brasas cuando abría la puertecilla del horno. Cuando batía las claras, todo su cuerpo se alteraba. Los músculos de sus brazos se tensaban y su cuerpo se agitaba a un tiempo para poner el punto de nieve. La cara se le encendía en aquel recinto infernal y su boca enmudecía del todo. Te entregaba el saco de las cáscaras, tal vez otras latas llenas, y te despedía sin mediar palabra .
    El camino de regreso se hacía cuesta arriba. Corrías rápido y ligero, sorteando los mismos peligros con el saco a cuestas. Llegabas a la Vera, cruzabas la Carretera del Puertito de Güimar y llegabas a la casa de precioso jardín. Estabas de nuevo a salvo.
    Al llegar a casa, pocas veces tenías la ocasión de probar aquellos dulces manjares al momento. Se guardaban bajo llave, menudo personaje era mi abuela. Además,estaban reservados para el médico del pueblo, amigas o compromisos varios, también para su yerno, mi padre, que llegaba todos los fines de semana con el resto de la tropa, sacos de harina y azúcar de la fábrica, y pienso para los animales. En ese momento te preguntabas cómo era posible que de aquel personaje tan callado y hosco pudieran salir unos bizcochos tan sabrosos. Era magia pura. Así era la dulcera de Guaza…

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  69. Miguel Feria

    La pereza

    Hoy es domingo en Caracas y la Plaza Bolívar se encuentra repleta de gente. Los buhoneros se aprestan a mostrar sus mercancías a los primeros transeúntes , los niños se sueltan de las manos de sus padres para correr a jugar a la fuente, los kioscos que venden panelas de San Joaquín, pulpa de Tamarindo, suspiros de azúcar y piruletas de melao, abren sus puertas de par en par para saludar a la mañana festiva. En los árboles que rodean la fuente está la pereza, el oso perezoso que habita las alturas.
    Miro hacia arriba y allí la encuentro, mirando con parsimonia el espectáculo de color que se extiende a sus pies: una orquesta de merengue caraqueña que afina sus instrumentos para la función, un policía que anima a un borrachito rezagado, y que protesta airado, para que abandone el banco de madera y una madre primeriza que corre rauda tras su retoño con el ánimo de quitarle el abrigo, no sea que le vaya a dar un sofoco. Allí está la pereza, moviendo sus largas pezuñas de una rama a la otra, como si el mundo se detuviera en cada presa que hace con sus enormes garras, mirando desde las alturas, cual pirata aupado en el mástil de un bajel perdido en los mares del sur. No tiene prisa, disfruta con cada movimiento. Otea desde lo alto como si buscara algo y nada a la vez. Disfrutando de la vida, como si cada instante fuera el último y cada segundo debiera hacerse eterno, dejando que la prisa sea de otros, para llegar, cuando sea, al otro extremo de su mundo entre los árboles de la plaza.

    Miguel Feria

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  70. Ligero de equipaje.

    Bajé del bus en un cruce. El conductor también…; y volvió del portaequipajes con algo parecido a un animal exangüe.
    -Su mochila “güero”- me dijo impertérrito.
    Estaba completamente vacía.
    La mire consternado; y mi imaginación la llenó de viejos dioses mexicanos de terracota: todos ellos -en ese punto remoto del mapa- se reían de mis experiencia viajera.
    Puse cara de poker…, y comencé a andar en dirección al pueblo que se divisaba en la colina.
    -¿Por qué camina tan aprisa? escuché a mis espaldas.
    Me giré: una muchacha indígena me seguía a dos metros de distancia (¡no; no era Nikita: “siempre a dos pasos detrás del emperador”!).
    Juntos, continuamos adelante.
    Un anciano se me quedó mirando con la expresión de quién veía pasar a un marciano por sus campos de maíz; luego, unos tipos con cara de pocos amigos, me señalaron con el dedo; no sabía que pensar.
    Fue bordeando una laguna -en cuya superficie se reflejaba el crepúsculo-, cuando la realidad -inspirada por la presencia femenina que tenía a mi lado- se fue transformando en un ensueño redentor.
    De golpe, comprendí que podría sobrevivir sin pasta dentífrica.

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  71. EXPERIENCIA.

    Abandonamos la isla tras brindar por el éxito de la travesía.
    La luna llena, y su estela de plata, marcaba nuestro rumbo.
    Pero luego, la cosa se fue poniendo muy, muy fea; las olas rompían con fuerza sobre cubierta, y la sentina del velero se llenó de agua.
    Achicando con la bomba manual me vino a la memoria algo que había leído en alguna parte:
    “Quien no sepa rezar, que vaya por esos mares, que vera como lo aprende, sin enseñárselo nadie”.
    En esos momentos no era la fé en la Virgen del Mar lo que mis instintos demandaban.
    Lo confieso: apenas sabía hacer un nudo llano. Yo era uno de esos marineros que, desconociendo la estrellas, se pasan el año dando capas sucesivas de barniz a los yates anclados en el pantalán deportivo-; sin embargo, permanecí en mi puesto (¡como si fuese un curtido lobo de mar!), dándole sin parar a la maldita bomba.
    A punto de irnos a pique, vislumbramos las luces de un faro costero.
    De milagro logramos refugiarnos de la tempestad en una cala menorquina.
    Entonces si que le recé a la Virgen de Almería.

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  72. LA FUGA.

    Leí el sms: “chaval…,voy a por ti”.
    Había alguien que todavía, a esas alturas, se planteaba dudas acerca de quién pertenecía a quien.
    Mire hacia atrás y, al tiempo que arrojaba la ceniza por la ventanilla, comprobé que, efectivamente, nos alejábamos de la ciudad.
    Escapar…Dicen que la esperanza es lo último que se pierde; no es cierto: lo último que se pierde es la vida.
    Raquel, nerviosa, conducía muy rápido; tal vez quería que quedarse sola para poder apoyar la frente en el volante, y así llorar a solas; pero entonces yo estaría perdido.
    El mar.
    Dándome la espalda (como si no existiese), estuvo mirándolo “como quien busca una vereda en medio del bosque”.
    El crepúsculo de color “jaro”, visto con las cabezas caídas al borde de la cama del hotel, era un rayón de su pelo que partía el firmamento en dos.
    No podía dormir; me levante; fui hasta la orilla de la playa y tire el móvil lo más lejos que pude.

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  73. Porque tenías razón, no supe entenderte. Lo que yo creía que entendía era una falsa imagen de entendimiento. Tan solo era “la punta del iceberg”. Porque creo que nadie puede llegar a entender nada si no lo vive en su piel.

    Y lo sé, soy imbécil al decirte todo esto. Que yo no me tropezaría otra vez con la misma piedra, que yo le haría un monumento a esa piedra. Que quiero a esa piedra como nada en este mundo. Me haría geólogo para poder entenderla.

    Lo he intentado, pero ni escribiendo puedo decirte lo mucho que te echo de menos. Echo de menos los pequeños detalles, las tonterías, nuestros piques tontos y nuestras llamadas. Mis ganas de quererte traducidos en abrazos. Ahora mismo, no quiero enamorarme de nadie más que no seas tú.

    Y este viaje al que llamábamos vida se ha acabado. Y ya no estás. Y te has ido. Yo tenia billetes de ida, y tu de vuelta.

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  74. En metro

    Vuelvo a la ciudad donde he vivido muchos años. Sonrío en el metro viendo lo de siempre como novedad y mientras escucho música, oigo murmullos de conversaciones y el aviso de las paradas a través de la megafonía.  Recorro Madrid y recorro multitud de recuerdos. 

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  75. HACIENDO TURISMO
    Viajando por Egipto, el turista se quedó prendado del niño pordiosero que daba patadas al balón en un callejón del casco antiguo de El Cairo. Cuando se acercó al chiquillo para conversar con él, éste, temeroso, cogió la pelota y se adentró en un portal.
    Al viajero, entonces, se le ocurrió una idea.
    Entró en una librería y compró el libro “El callejón de los milagros”, de Naguib Mahfuz. Se sentó en una plazoleta y, durante las siguientes horas, aprendió mucho sobre niños, mujeres y hombres de Egipto. Aprendió todo lo que no pudo ver paseando por las calles.

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  76. EL VIAJERO FANTÁSTICO
    El viejo muy viejo, quien había perdido la vista y las piernas a causa de un accidente de tráfico ocurrido decenios atrás, no había cesado de viajar en los últimos cuarenta años; y eso que sólo había salido de su pueblo media docena de veces, y todas ellas, a la capital vecina, por asuntos médicos. Los viajeros que visitaban el municipio, el cual conservaba un precioso casco antiguo medieval en el que se habían rodado varias películas del género fantástico, le contaban al anciano las peripecias de sus múltiples viajes por las cercanías lejanas y por las lejanas cercanías. Así el viejo, sin moverse de las calles de su fantástico pueblo, había recorrido mentalmente casi todos los lugares del mundo. Se decía que era uno de los grandes viajeros del planeta.

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  77. LA BENDICIÓN DE LA MADRE
    El hijo, mayor de edad, cuando se disponía a partir rumbo a los destinos inciertos y apasionantes de la vida, al despedirse de su madre, ésta se prosternó ante él y le pidió que la bendijese.
    -Pero, ¿qué haces, madre? Eres tú la que debe bendecirme a mí.
    -Te equivocas, hijo. Tú eres mejor que yo.
    «Porque te llevo conmigo, en el corazón de mis adentros, por eso», pensó el hijo bendiciendo a su madre.

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  78. EL LENTO PEDALEAR DEL VIAJERO ERRANTE
    El viajero errante pedaleaba por la carretera casi a cámara lenta, como si no quisiera perturbar la paz de los pedales.
    Cuando, al cabo de un rato, se detuvo en un bar de carretera a tomar un piscolabis, se le acercó un ciclista que minutos antes había pasado como una centella por su costado.
    -¿Por qué viaja usted tan despacio? Así tardará una eternidad en llegar a su destino.
    -Mi destino es ir, no llegar –respondió el viajero.
    Dicen que el ciclista veloz, durante el resto de la jornada, no dejó de pensar en las palabras del viajero errante. Dicen también que al mismo tiempo que sus neuronas pedaleaban a gran velocidad, sus piernas empujaban los pedales con parsimonia, como si se acompasaran al ritmo del viajero errante.

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  79. UN PLACER EFÍMERO

    No sabía cuánto tiempo llevaba mirando por la ventana, los paisajes avanzaban mucho más rápido que sus pensamientos. El efecto del balanceo y la velocidad le producía una sensación placentera, casi hipnótica. Después de cruzar campos y ciudades sin apenas moverse de su asiento, sintió cierto fastidio cuando supo que el destino estaba próximo.
    Sin embargo el tren se detuvo inesperadamente en el interior de un túnel. Los latidos de su corazón se aceleraron y clavó sus dedos con fuerza en el asiento. Quería levantarse y salir corriendo aterrorizada. En su lugar, se quedó quieta, respirando agitadamente y con la mirada cubierta por el horror. El vehículo se puso en marcha justo a tiempo. Unos segundos más y habría sido víctima de un ataque de pánico, quedando en el suelo, probablemente muerta, ante los atónitos ojos del resto de pasajeros. La oscura sombra que cruzaba por su mente le impedía pensar con normalidad. Debía dejar atrás ese infierno. La maldita agorafobia no podía arrebatarle sus ansias de viajar.

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  80. DISCUSIÓN
    –Papá, hace tiempo que sueño con visitar Asia.
    –¿De veras quieres ir tan lejos? –preguntó su padre.
    –Sí.
    –¿Sabes cuánto tiempo estarías fuera de casa?
    –Casi tanto como tú cuando fuiste de cacería a África.
    –¡Ay! Ahí está la cuestión. Muy bien dicho. Las cosas claras –comentó su madre desde la puerta del salón.

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  81. CABO DE GATA
    ReY la luz. Alma que florece entre añiles. Se funde la paz entre vidas que deambulan por la mar. Agua y tierra, la naturaleza hermanada en dos horizontes azules que se funden en la distancia. Así eres, Cabo de Gata. Tierra inmersa en un mundo incapaz de mirar sus entrañas. Llama, grita, ilumina los corazones de aquellos que aún te aman.

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  82. Djenné. La ciudad de adobe.

    Desperté. Me asomé al balcón de aquella casa de barro donde había pasado la noche, tras un agotador viaje de 13 horas, la jornada anterior, en una furgoneta de reparto de Coca-cola.

    Encendí un cigarro de extraño tabaco maliense mientras contemplaba las azoteas de aquella ciudad de barro. La mítica, mística y emblemática Djenné, en el corazón de Malí. La ciudad que alberga la mezquita de adobe más grande del mundo.

    Era curioso admirar cómo las primeras luces del día se filtraban entre las irregulares edificaciones y generaban un ambiente de rayos luminosos que evidenciaban el polvo que inevitablemente flotaba en el ambiente.

    Un momento. De esos momentos en los que sólo observas y te das cuenta de que eres un privilegiado por poder ver con otros ojos lo que aquí es cotidiano. Y sonríes, pensando que ha merecido la pena el largo viaje.

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  83. PERFUMES DE AMOR

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    La que puede amar se acerca a saludarnos agitando la mano en la distancia, nos cuenta sus anécdotas e historias. La escuchamos porque somos sus amigos. La que puede amar vende pequeños frascos con perfumes de amor que nos ofrece diciéndonos que esas esencias nos surtirán efecto. Sabemos que todas las tardes se detiene en las pilastras del parque a ofrecer y distribuir las pócimas amatorias. La que puede amar no mengua nunca las esperanzas de su trajinar. La que puede amar es joven, lozana y bella por naturaleza, y ese tinte en su mirada entre festivo y melancólico, entre pícaro y reservado, que la hace entre todos nosotros, sensual e inconfundible.

    2

    – ¡Hola!
    Saludé al verla por la calle, su mirada era azul como las aguas del océano Pacífico. Creo había una tripulación de seres anidando en sus cabellos negros agitados los mecho al aire como saludando.
    – ¡Hola! -respondió sin afectación.
    En el atardecer naufraga su esencia cándida mientras vitorea su mercancía a los cuatro vientos. Ya se le acercan a comprar sus frascos de perfume unos señores de barrigas airadas.
    Sólo recuerdo que la saludé. Y seguí mi camino.

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  84. Corría el año de 1964.
    “La Rocha” es un pueblo remoto y abandonado entre las montañas grises de un departamento lejano de Colombia, donde había llegado encargado de investigar sobre la creciente violencia guerrillera en la zona.
    Renté una pequeña casa, y quise comprar en el bazar del pueblo una mesa de trabajo donde escribir, una silla para descansar, trastos de cocina, además de otras cosas. Pero de aquellos objetos, la silla de reluciente cuero pardusco y correas cafés, aunque ciertamente era una antigüedad, me pareció muy particular, no era una silla cualquiera, lo que más tarde comprobaría.
    En las frías noches de “La Rocha”, me sobresaltó que la silla se moviera sola. Sentí una presencia insólita apostrofada en su armazón de palos y cueros ensartados, moviéndose extrañamente dentro de mi habitación, pareciendo encantada, y en alguna ocasión me pareció ver sentada allí una repentina sombra.
    El hombre que me vendió la silla en el bazar del pueblo, me contó después con confianza que el objeto pertenecía a un terrateniente de la región que había sido asesinado mientras descansaba en la silla.
    La silla embrujada inocentemente la compré por aturdimiento.

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  85. VIAJE AL FONDO DEL MAR EN UNA CANECA
    Ese terrible amanecer naufragó la corbeta San Marina en aguas del océano Pacífico. Sobrevivió una cuarta parte de la tripulación. Se dirá en los noticieros.
    Recuerdo haber llegado al fondo del mar en una caneca muy, muy pesada. Y aquí sigo esperando las otras noticias.

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  86. VIAJE A LA LUNA CON MI TRAJE EN TIRAS
    Mi cápsula espacial se acerca velozmente a La Luna rasgando los aires renegridos.
    En La Luna aumentaba la masa de sobrevivientes que provenían de los evacuados extramuros de selenita, nadie alcanzaba a divisar las naves de rescate imposibles en la distancia salvadora, los escapistas formaban una algarada mientras se golpeaban por alcanzarlas.
    Yo acababa de llegar con mi traje en tiras, desgajado, sofocado de fuga.
    En la lejanía se escuchaba el ronco silbido de la Tierra explotando.
    La multitud de prófugos se agitaba entre gritos, movida por la ola del socorro. Aumentaba visiblemente la conmoción de la turbamulta enajenada a un segundo ronquido de la Tierra explotando en el cielo lejano.
    Los supervivientes chocaban desorientados entre la lluvia radioactiva.
    No sé por qué llegaba al satélite lunar apagado esa noche final, tal vez por que no había más destinos de escape. Y ahora también quería huir de este lugar infernal.
    Mientras tanto me agitaba en el interior de mi cápsula, algo conforme.
    Como La Luna tampoco era un lugar seguro, me conduje a Marte, último bastión de la galaxia.

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  87. LEY DE DESABASTECIMIENTO
    Llegué a una ciudad fronteriza que decían todos los pobladores que huían de la guerra que estaba desabastecida.
    Cuando me aproximé a los supermercados vi enormes filas formadas hacia las calles despobladas.
    De inmediato, delante de mí, se formó una fila más para abastecer de comida a las familias desamparadas por La Ley de Desabastecimiento Nacional, ya que la hambrienta población estaba atiborrada en las zanjas, entonces El Gobierno se compadeció de la bárbara situación de estas familias necesitadas y prometió brindarles recursos.
    El día de la fila la multitud de personas parecían exentas de fuerzas, esperando que alguien se moviera de ese estado zombie, puesto que ya era media tarde y tampoco circulaba. A la noche siguió igual. Porque La Ley de Desabastecimiento Nacional todo lo afectaba.

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  88. LA SILLA
    Corría el año de 1964.
    “La Rocha” es un pueblo remoto y abandonado entre las montañas grises de un departamento lejano de Colombia, donde había llegado encargado de investigar sobre la creciente violencia guerrillera en la zona.
    Renté una pequeña casa, y quise comprar en el bazar del pueblo una mesa de trabajo donde escribir, una silla para descansar, trastos de cocina, además de otras cosas. Pero de aquellos objetos, la silla de reluciente cuero pardusco y correas cafés, aunque ciertamente era una antigüedad, me pareció muy particular, no era una silla cualquiera, lo que más tarde comprobaría.
    En las frías noches de “La Rocha”, me sobresaltó que la silla se moviera sola. Sentí una presencia insólita apostrofada en su armazón de palos y cueros ensartados, moviéndose extrañamente dentro de mi habitación, pareciendo encantada, y en alguna ocasión me pareció ver sentada allí una repentina sombra.
    El hombre que me vendió la silla en el bazar del pueblo, me contó después con confianza que el objeto pertenecía a un terrateniente de la región que había sido asesinado mientras descansaba en la silla.
    La silla embrujada inocentemente la compré por aturdimiento.

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  89. PERFUMES DE AMOR

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    La que puede amar se acerca a saludarnos agitando la mano en la distancia, nos cuenta sus anécdotas e historias. La escuchamos porque somos sus amigos. La que puede amar vende pequeños frascos con perfumes de amor que nos ofrece diciéndonos que esas esencias nos surtirán efecto. Sabemos que todas las tardes se detiene en las pilastras del parque a ofrecer y distribuir las pócimas amatorias. La que puede amar no mengua nunca las esperanzas de su trajinar. La que puede amar es joven, lozana y bella por naturaleza, y ese tinte en su mirada entre festivo y melancólico, entre pícaro y reservado, que la hace entre todos nosotros, sensual e inconfundible.

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    – ¡Hola!
    Saludé al verla por la calle, su mirada era azul como las aguas del océano Pacífico. Creo había una tripulación de seres anidando en sus cabellos negros que se agitaban al aire como saludando.
    – ¡Hola! -respondió sin afectación.
    En el atardecer naufraga su esencia cándida mientras vitorea su mercancía a los cuatro vientos. Ya se le acercan a comprar sus frascos de perfume unos señores de barrigas airadas.
    Sólo recuerdo que la saludé. Y seguí mi camino.

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  90. Desnorte
    Subimos juntos. Seguí su fragancia de ámbar, pomelo y musgo. Me senté a su lado. Desde el rabillo del ojo adivinaba la cadencia sinuosa de su cabello ébano. El arcoíris de la tarde se resbalaba por su melena oscura, jugueteaba con las pulseras trenzadas de colores en sus muñecas, los colgantes de azabache en su cuello. Su cuerpo olía a sabana. Su calma me trasladó al desierto Kalahari, y a la selva del Congo de los documentales. En sus ojos brunos se guarecía la mirada atenta de un guepardo del parque Serengeti. El viaje se consumía. Pensé que antes que se apeara me gustaría saber cómo se llamaba. Me atreví, le pregunté. -Manuel, dijo. Pensé que habría adoptado el nombre porque el suyo que, en lengua suajili significaría buen augurio, sería impronunciable. Con amabilidad pringosa, le hice saber que no tenía nada en contra de los masáis, que me gustaba el color de su piel. Me miró con extrañeza e incluso desdén. Se levantó de su sitio y antes de bajar del autobús me gritó desde la puerta que era de Malasaña, que nunca había estado en África.

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  91. ¿Dónde irán?

    Tanta gente que viene y va, arrastrando maletas ¿Dónde irán? Las colas para subir al tren son kilométricas. Hoy es un día clave, un día azul de esos de antes, -¿o eran rojos?- en que los trenes se llenaban hasta los topes.
    Su café se ha quedado frío mientras observa a los pasajeros que van y vienen delante de su mesa.
    ¿Dónde va ella? Se le ha olvidado.
    Alguien la toma del brazo.
    –Ven mamá, vamos a casa.

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  92. Imprima su billete, gracias.

    Para ahorrar tiempo y evitar colas decidió sacar los billetes por internet. Tras esquivar varios banners, vídeos y propagandas varias, consiguió llegar a su objetivo. La web de viajes era un paraíso lleno de posibilidades.
    Se detuvo para leer atentamente todo lo que podría conseguir a un click de distancia. Se registró despacio, tecleando con suavidad cada letra.
    Eligió su destino, las fechas de ida y vuelta, los extras, las comodidades y el número de asiento.
    Todo parecía muy sencillo, hasta que un rayo se coló en su tarea, cortando la luz. Las tormentas, como siempre, son malas compañeras de viaje.

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  93. BILLETE DE IDA

    Llegó a la terminal con mucho adelanto. Atrás dejaba una casa deshabitada y un regreso improbable.
    No se arrepentía de su decisión, como cuando dijo que iba a quererle para siempre. Su corazón nada sabía de intermitencias, sólo de un camino único, lo mismo que ese autocar.
    El vehículo devoraba kilómetros igual que se consumieron los días desde su juventud, velozmente, pero ella sentía cercanos aquellos besos y promesas, que quedaron en suspenso cuando él marchó a la capital para buscar un porvenir que su pequeño pueblo le escatimaba. El “te esperaré siempre” de esa mujer fue más que una frase hecha.
    En la ciudad él conoció a la madre de sus cinco hijos. Después vinieron los nietos.
    Supo que había enviudado. Alguien le facilitó su teléfono. Con la mirada en el panorama cambiante de la ventanilla se preguntaba si su aspecto habría variado mucho esos años, tanto como el de la muchacha que él conoció.
    El autocar se detuvo. Tras recoger su maleta la anciana tomó un taxi por primera vez. Antes de llamar a la puerta respiró hondo, consciente de que comenzaba su verdadero viaje.

    Ángel Saiz Mora

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  94. PASO A PASO

    La opresión en la vejiga hizo que abandonase las sábanas. Los pies, arrastrados, tardaron una eternidad hasta alcanzar el cuarto de baño. La distancia de regreso a la cama parecía insalvable, tal vez por eso prefirió detenerse junto al armario. Se puso lo primero que encontró de forma mecánica.
    Nunca un pasillo fue tan largo. Cada movimiento venía lastrado por pensamientos dañinos. Pese a todo, pisó el portal por primera vez en mucho tiempo, consciente de haber superado una primera etapa de la más difícil de las travesías.
    El cristal de la puerta reflejaba el mismo paisaje urbano que dejó de mirar semanas atrás. El dolor eligió ese momento para recrudecerse.
    Llegar a la calle fue un logro más en su odisea. Tuvo que apoyarse contra la fachada para no desfallecer. Enfrente, la calzada que intentó atravesar su mujer. Imposible no recordarla tendida tras el atropello.
    Ella no querría verle así. Debilitado por la medicación ordenó avanzar a sus piernas. No sabía el rumbo, pero sí que por ella, aun sin ella, debía proseguir su viaje, convencido de que un día volverían a encontrarse.

    Ángel Saiz Mora

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  95. PERSPECTIVA

    Ocho días de ensueño, la ilusión de hacer algo reservado a unos pocos, todo es posible cuando se es multimillonario. Cuarenta y ocho horas después de despegar del cosmódromo la nave se acopló sin problemas a la estación. Antes se aseguraron de que mi cuerpo estaba preparado para que fuese uno de los primeros turistas espaciales, seis meses de entrenamiento menos duro de lo que los medios reflejaron, nada que el dinero no pudiese suavizar.
    Nadie imaginó que no disfrutaría plenamente la experiencia, mi capricho. La revista que ojeé antes del despegue con fotografías impactantes me afectó de forma inesperada: un niño muerto e hinchado en una playa, hombres encaramados sobre alambradas, familias huidas de la guerra…, escenas punzantes en la memoria mientras observaba el planeta desde fuera, consciente como nunca de sus infiernos.
    El personal de la base tenía preparada una silla de ruedas tras el suave aterrizaje, hasta que me acostumbrase a la gravedad, pero nunca estuve tan orientado. Desde entonces, no dejo de sopesar proyectos para el nuevo uso que quiero dar a mi fortuna.

    Ángel Saiz Mora

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  96. Del otro lado
    Llegado a aquel paraje se quedó quieto. Era una bifurcación de múltiples sendas que incitaba a las indecisiones y a las dudas. Los alisios, amordazados de niebla, avanzaban desde el oeste. En el camino hacia el sudeste un cieno rojizo, mezcla de lluvia a destiempo y siroco tibio, rebozaba los sentidos y los teñía de carmesí. El septentrión trenzaba vientos de Siberia que se tornaban azote polar y congelaban los pensamientos. Galernas, ventoleras díscolas y airones caprichosos se turnaban para bloquear las rutas.
    A los pies del hombre, un orificio se abría arcano, e invitaba a penetrar en las entrañas del mundo. Varado en tierra de nadie, la entrada en la brecha le pareció lo más congruente. En la bajada vertiginosa por los conductos de un subsuelo ignoto, se precipitaba sin tregua a lo largo del tubo interminable. Salvo unas pocas crisálidas extraviadas, no encontró distracción alguna. En la singladura nunca antes emprendida por los humanos no percibió el letrero oxidado. En grafía gótica, un indicador: A las Antípodas. Atajo solo para dioses.

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  97. Vámonos

    Hacia tiempo que el gusanillo de viajar no se despertaba tan lleno de vida y contento. Echaba de menos preparar el equipaje, perfeccionarlo para llevar lo esencial y con mínimo peso, da igual que las cosas se transportaran en caballo, yak o todoterreno o viajando en kayak, era todo un reto. Volver a andar y/o palear, vivir el azul del cielo, los sonidos y el paisaje sin tener mas preocupación que disfrutar del momento, la novedad de la ruta, conocer nuevas gentes, distintas formas de vivir, de sentir, … disfrutar de los momentos de soledad, de sentirse uno con todo. Magia, cansancio y felicidad mezcladas.

    Carmen Tibet

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  98. En las montañas de Ladakh

    De los viajes muchas veces quedan simples momentos y sensaciones, una mirada hacia el horizonte, una de tantas pero que se queda grabada, un paisaje que ha creado una instantánea en mi cabeza, veo las montañas al fondo y ese azul limpio, marrones, ocres, grises, algo de verde, noto la brisa del viento en mi cara que me refresca, mi respiración agitada por la altitud, oigo mis lentos pasos ,el sonido de mis botas al pisar piedras y tierra por el sendero. Los arbustos que provocan una curva en el camino. El reflejo del agua del que ahora es un riachuelo . Me agacho y elijo una piedra, sencilla y redonda. Me levanto y miro cómo se ensancha el margen de este río de deshielos… y a lo lejos ya están montando el campamento y los yaks pastando alrededor libres por hoy de cargar bolsas. El sol calienta fuertemente pero ya estamos al final del recorrido de este dia, sintiendo un cansancio feliz. La instantánea termina aquí… hago esfuerzos por recordar mas, pero eso ya se ha borrado y la huella que queda es color y sensación

    Carmen Tibet

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  99. Hasta nunca

    India. Jaipur. Un error de cálculo nos ha llevado aquí un sábado. El que era su colegio hoy está cerrado y su “casa” puede que vuelva a ser el solar que siempre fué. 3 años, noches en vela preguntándome qué sería de ella, el sueño inalcanzable de traerla conmigo a España y 9000km después para que cuando vuelvo a estar más cerca que nunca de ella no pueda volver a jugar con ella.
    Pranay y Pita nos reciben en aquella casa de acogida donde empezó a cambiar mi vida. Estoy feliz por reencontrarme con ellos, pero siento que nos despidamos me seguirá faltando mi pequeña Manisha. Comemos, nos ponemos al día, reímos, y cuando ya es hora de despedirnos Josep le explica el verdadero motivo de nuestra visita.
    Pasada media hora oigo su voz, me giro y ahí está, sonriendo a una desconocida que cruzó medio mundo para vivir ese efímero segundo que solo la felicidad del reencuentro te puede regalar.
    Cuando se marcha y nos decimos “adiós” se que nunca volveré a verla, se que “adiós” significa “hasta nunca” pero ya no tengo miedo a llevarla conmigo solo como un recuerdo imborrable.

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  100. — Último viaje —

    Llegó a aquella estación donde tantas veces había soñado estar. Parecía que el tiempo se hubiera detenido, nadie había a su alrededor y tan solo una sombra oscura acompañaba sus pasos.
    Miró el reloj y comprendió que ya era tarde, había esperado demasiado.

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  101. Puntos de vista

    Viajo mucho, aunque prefiero estar en casa. Allí soy más libre y me muevo por todas las habitaciones sin que nadie me bloquee el paso. Cuando vamos de viaje, ella disfruta mucho. Va muy cómoda. Le llevan la maleta, la acompañan al subir y al bajar y le ofrecen todo tipo de entretenimientos. Pero yo no disfruto nada. Sufro cuando ella saca billete a alguna parte. Porque cuando desempolva su maleta del desván, también trae el trasportín donde me encierra. Y me paso los viajes aprisionado, como en una celda, mareado por el calor del tren y viéndolo todo entre barrotes. Mientras ella está tan a gusto, sentada en su asiento, admirando el paisaje.

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  102. ESTAR EN LA LUNA
    Salió de casa muy temprano y allí estaba la luna. Parecía esperarle, Él la miró y murmuró: “Algún día, algún día.” Cerró un ojo y la luna se acercó tanto a su visión que pudo acariciar su superficie.

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  103. EL ÚLTIMO VIAJE
    Subí al vagón. La marea humana me empujó al interior. Aprisionada entre una señora de carnes blandas y un hombre enjuto con labios ardientes, me dejé llevar por el calor, cayendo en este sueño: el tren volaba más que corría por el largo y oscuro túnel. Al final, una lucecita azul indicaba el final del largo camino por mi vida. Preparado estaba, y cuando llegó el momento, abrí los ojos y me encontré en un andén blanco, con personas trasparentes que me saludaban con una sonrisa. Comprendí que aquí no tendría que esforzarme por ser feliz. Desde el andén me despedí de mi vida.

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  104. LEJOS DEL HOGAR
    En una calle de la ciudad plantaron al pino. Su hogar estaba muy lejos, en el Moncayo. Desde la ciudad se divisaban sus cumbres nevadas. Sin embargo, su visión no consoló al pino.
    Unos gorriones, al verlo tan triste, hicieron sus nidos en sus ramas para hacerle compañía. Se habían criado en la ciudad y no conocían la montaña, de la que el pino hablaba con tanto entusiasmo, y se extasiaron escuchándolo. El pino les habló también de la música que la brisa producía al pasar entre las hojas de los árboles, de las flores silvestres, de las puestas de sol y de los gorjeos de las distintas aves.
    Pero a pesar de contar con la amistad de los gorriones, el pino, día a día, se fue deteriorando hasta que un día se secó por completo.
    Unos hombres lo cortaron y se lo llevaron en un camión.
    Ese mismo día, los gorriones se marcharon de la ciudad para siempre, volando en dirección a las cumbres nevadas del Moncayo.

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  105. Lisboa canalla

    Todas las ciudades tienen un alma, incluso un karma podría decirse. Lisboa tiene un manto canalla que te atrapa desde su controvertida mirada. Controvertida y contradictoria porque sus más de mil contrastes la convierten en un laberinto fascinante; cómo no sentirse subyugado ante sus fachadas azules o rosas o verdes o lilas, su Tajo siempre desbordante creando espejismos idílicos o su luz excesiva que ilumina retinas y configura estados de ánimo…Un tranvía atraviesa una empinada cuesta y entonces por un instante te das cuenta de que todo todavía es posible y que la vida puede resultar caótica, desgarradora o quedar reducida a cenizas, pero que como el sonido de los fados que atrapan el viejo barrio de Alfama, siempre merece ser vivida.

    Blanca Laffitte

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