Microrrelatos 2016

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El formato de microrrelato se adapta perfectamente a la categoría de relatos de viaje, ya que muchas veces una anécdota o historia de viaje tiene tanta o más entidad que el propio viaje en sí.

Al contrario que los relatos a concurso, que tienen que ser enviados por correo electrónico, los microrrelatos se añaden como comentario a esta sección, en la parte inferior de esta página, y, una vez comprobado que se ajusta a las bases en temática y número máximo de palabras, 195, serán validados por el moderador y publicados. Cada participante puede subir un máximo de 5 microrrelatos.

Agradecemos tu interés por participar en el XI Concurso de Relatos y Microrrelatos de Viaje Moleskin 2016. El período de envío de microrrelatos es el mismo que para los relatos, entre el 1 de febrero y el 12 de junio de 2016, ambos incluidos.

Añade tus microrrelatos como comentarios en la parte inferior. No aparecerán publicados inmediatamente porque tienen que ser aprobados por el moderador.

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121 comentarios

  1. Apuntes de Sefarad
    En el baúl el menosprecio y en el zurrón la tristeza. Puesto llevaba ella el traje del dolor. Y él, el de la rabia. Los críos envueltos en llanto. Salieron embadurnados de oscuridad por una de las puertas de Cañete. Que de noche tuvieron que huir. Atrás la serranía, las casas colgantes, la ciudad encantada. Pasan por delante de los voladizos, los ventanucos del pueblo, atraviesan la muralla. Atrás quedan la casa, los vecinos delatores, la serranía, la ciudad encantada. Caminaron timoratos con la confusión de los desnortados. El destino, a la sazón desconocido. Los senderos conducían a todos los destinos. Pero no llegaban a ningún sitio. Luego tal vez, avistaron el Mediterráneo. Más tarde el Mar Negro otomano. Y con los siglos, Elias fue Canetti, provincia de Cuenca.

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  2. UN MANOJO DE NERVIOS

    En la terminal del aeropuerto de una importante ciudad, una familia se dispone a tomar un avión con destino a Santo Domingo (República Dominicana).
    Menos el marido, que lee una revista, los demás están excitados por la inminencia del viaje: los niños no cesan de correr de un lado para otro, enervando a la madre que ha ido ya varias veces al aseo para retocarse el maquillaje o aliviar la vejiga. Ante la pasividad de su esposo, la mujer explota:
    ─¡Qué sangre más gorda la tuya! ¿Lo tienes todo? Los pasaportes, las tarjetas de turista, los visados, los papeles de las vacunas…
    ─Sí, mujer. Menos los visados, no falta nada.
    ─¡Ya sabía que te olvidarías de algo!
    ─No me olvidé, es que los españoles no necesitamos visado.
    ─¡Ah, bueno! ¿Y mi madre, adonde se ha metido? Dijo que iba a comprar algo y no ha vuelto todavía.
    ─Es que tu madre ya partió para Santo Domingo…
    ─¡Anda! ¿En qué vuelo se ha ido?
    ─Tu madre no quiso venir con nosotros y me pidió un billete para el otro Santo Domingo, el de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada…

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  3. La llave de la casa que tuvo que abandonar la famili Levy cuando fue expulsada de la península ibérica en 1492 pasó de generación en generación hasta nuestros días, y el regreso a la ciudad de Toledo como ponente en la Conferencia de las Tres Culturas fue emocionante para Daniel, que, en un momento libre en la apretada agenda de sesiones, agarró el viejo pergamino que le había dado su abuelo en el lecho de muerte, se orientó como pudo por las estrechas calles de la ciudad milenaria, y cuando llegó a la plaza de los Postes arrojó en su fuente discretamente la llave para cerrar un círculo de más de cinco siglos

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  4. El viaje más largo

    Fue una distracción de un segundo. Un empleado descuidado dejó las puertas del camión abiertas. Salí corriendo como un rayo y nadie pudo darme alcance. Ahí, en el antirrábico de Ecatepec comenzó mi viaje. Atravesé la vía Morelos sin precaución. Más de cinco autos estuvieron cerca de arrollarme. Pero salí ileso. No miré nunca hacía atrás. Mis patas literalmente volaban cuando crucé el Puente del Arte. Me dolía mucho el estómago y tuve que vomitar una vez. Quizá fue producto de las dos patadas que me tocaron horas antes durante mi captura. Mi “regalito” quedó embarrado en las afueras de la Casa de Morelos. No fue mi intención, me sentía muy mal y no pude evitarlo. Sé que Morelos me lo perdonaría. Seguí corriendo frenéticamente y casi instintivamente di la vuelta en la Avenida 30-30. Subí el puente vehicular con el pavimento quemándome las patas. No dejé de avanzar hasta que vi el jardín de la Escuela Normal. Me trepé como pude en el puente peatonal y conté cien escalones de subida y cien de bajada. Cuando llegué a la explanada miré hacia todos lados. Ahí, cobijado con cartón, estaba mi padre, esperándome, como siempre.

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  5. TRANSPORTE BUENO Y VARIADO

    Mi hijo Vicente es vivaracho, voluntarioso y viticultor. Los viernes viene a visitarme en su vehículo particular y conversamos sobre los viejos vecinos, las vacaciones, el valor de la vivienda y sus viajes en avión. Le encantan las verduras, el Villarreal, los versos de Verlaine, mi vestido verde y cantar villancicos aunque no sea Navidad.
    Sin embargo, desde que conoció a Beatriz, esa chica bajita, bulliciosa y biofísica, las cosas han cambiado. Luce una poblada barba, usa bombachos blancos con abundantes bolsillos y juega al bádminton y al billar. Ahora lo que le gusta es Baudelaire, los boquerones sin nada de vinagre, el Barcelona, los boleros y bailar. Hablamos los sábados. De bodas y banquetes, y también de bebés, y de sus viajes en barco y en abarrotadas líneas de autobús. Y lo mejor de todo es que me da besos y abrazos como para parar un tren.

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  6. REVELACIÓN

    Hoy me han cerrado la puerta en los morros dos veces: en el tren, pese a los esfuerzos de un espécimen de gimnasio —cabreadísimo—, que casi consigue abrir una rendija suficiente para ambos; y en el metro, porque no me ha dado la gana de correr más, que ya está bien por hoy. Volver a casa más tarde de lo habitual te enfrenta a escenarios y a personajes distintos: los que dormitan, los que van enganchados al móvil, y ese individuo que resbala por el vagón, mendigando para un bocadillo, que será su único consuelo antes de rendirse al sueño. Nadie le escucha, ni siquiera levantan la vista, hasta que entre el monótono discurso se cuela una confesión: soy un extraterrestre, dice, y desde que llegué a este planeta nadie me ha tratado con humanidad. La muchacha sentada frente a mí ha dejado a su novio parpadeando mensajes en la pantalla y observa al extranjero con la boca abierta. Tú vendrás conmigo, le dice, y ella ni siquiera intenta apartarse. El extraterrestre es un ser bello al que todos miramos, ahora que nos ha revelado el destino de nuestro viaje, al final del túnel.

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  7. Vuelo a baja altura

    La niña quería, a vista de pájaro, observar el océano, anhelaba atravesar las nubes de algodón y llevarse la lluvia vaporosa puesta en el vestido. Su padre se encargó de todo. La hizo subir al artefacto y que se acomodora en los almohadones para no perder el equilibrio y marearse. Se durmió al instante. Los medicamentos eran bombas, le dinamitaban los sentidos y la sumían en un sopor desvalido. Con las alforjas repletas de gominolas, lectura, música y el Glivec iniciaron la travesía en los pliegues rojizos de la tarde. Divisaron enseguida las ciudades del Oriente, sus mezquitas, los bazares, las medinas y el desierto, las largas caravanas de dromedarios que proyectaban sombras chinescas en la arena. Cada vez que abría los ojos percibía los arcoíris del horizonte. Se embriagó con el olor de las especias, comino y cúrcuma, cardamomo, jengibre, azafrán y rosa damascena del mercado de Estambul. Cuando llegaron a Bagdad ella entró en un sueño profundo, irreversible. Él recogió la alfombra voladora de la habitación, cerró el libro de las mil y una noches y le dio un beso en la cabeza lampiña. El último.

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  8. LO QUE IMPORTA

    Yo había nacido con una mancha negra en el alma, un desasosiego que me impedía disfrutar del brillo de las cosas sencillas. Llevábamos un año viviendo juntos cuando la abandoné. Había decidido marchar sin rumbo fijo para encontrarme con mi sombra.

    Recorrí grandes ciudades y pequeñas aldeas, campos salpicados de flores y desiertos inmensos. Me gané el pan con distintas labores y fui aprendiz en variados oficios, pero todas las tardes, a esa hora en que la melancolía oprime los corazones, pensaba en ella.
    Comprendí al fin, que es atributo de la condición humana querer alcanzar las estrellas, pero lo que en realidad importa, se encuentra al alcance de la mano.

    Entonces regresé. Cuando me abrió la puerta del hogar que habíamos construido juntos, encontré arrugas nuevas en su rostro y redondeces desconocidas en su cuerpo, pero sus ojos conservaban el brillo de las noches de luna.
    Escuché, procedente del interior, una voz masculina.
    -Lo siento, no sabía…
    -Entra, -contestó-. Ya es hora de que conozcas a tu hijo.

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  9. VIAJAR LIGERO DE EQUIPAJE

    Escuché en el aire un fuerte rugido aéreo.
    Un avión cruzaba el cielo, estruendosamente.
    Me subí a un montículo de arena y agité los brazos al aire, para que me reconocieran.
    Pero la nave siguió su indiferente curso por el firmamento.
    La luz del sol no me dejaba ver con claridad el avión que se perdía entre el firmamento.
    El gigantesco pájaro metálico se perdió en la infinitud del día.
    Me alimentaba de hojas y semillas esparcidas por el viento y del agua que brotaba de las peñas.
    Hallé en los agrestes caminos, cadáveres de animales: vacas, pájaros, serpientes, una gaviota que devoré insaciable.
    Continué caminando, hasta hacerme un hombre enclenque, con el semblante escuálido y descarnado, y mi mirada estaba increíblemente extraviada por los alrededores.
    En los senderos encontraba restos de aves y de mamíferos expuestos a la furiosa fuerza de los elementos de los caminos.
    Pero me sabía en el camino correcto hacia la magnífica ciudad que se ocultaba más allá del horizonte entre un hálito de niebla lluviosa.
    Y entonces no menguaron mis fuerzas para seguir adelante.

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  10. LA LUMINOSA CIUDAD CENTRAL

    Luego de varios días, perdido entre cordilleras y desiertos inacabables, llegué de noche a Ciudad Central, me recibió un desfile de seres fantásticos, la ciudad estaba de fiesta, completamente iluminada, pues de los suelos de sus calles emergían las luces que alimentaban con claridad la mampostería citadina. En Ciudad Central no hay lámparas ni Alumbrado Público. La luz proviene de la tierra en rayos irrisorios que se proyectan hacia el cielo estrellado y que iluminan vívidamente todas las estructuras en pie.
    El desfile de ensueño, de luces y de personajes con trajes maravillosos, me llevó arrastrado por las calles iluminadas. Y así con ellos recorrí en un santiamén toda la extensa ciudad. Salían de todas partes, de los interiores de las casas y negocios, cada vez más hombres y mujeres que querían unirse al desfile enaltecido. Y una sola carcajada recorría los intersticios y laberintos de la maravillosa Ciudad Central en permanente fiesta de luces y alegría.

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  11. CIUDAD CENTRAL, LA FANTÁSTICA

    Amaneció entre la neblina.
    La luz brillante del día que nacía entre coros de pajaritos invernando invadía los alrededores con una transparentada calidez que hería mis ojos.
    El viento sacudía los ramajes de los árboles del camino.
    Allende se cruzaban los límites de las cumbres disueltas: espantosos peñascos donde amotinados nidos de víboras gigantescas colmaban las arenas. Y más allá de las montañas sabía que estaba la ciudad a la que quería llegar. Ciudad Central, La Fantástica.

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  12. EL ÚLTIMO TREN A LA CIUDAD

    De la estación ferroviaria, antaño construida por tropas de negros esclavos traídos de los países africanos, hasta la llamada Estación Central, salía todas las mañanas el tren hacia la ciudad.
    Los ciudadanos frecuentaban emocionados el lugar, aunque el viaje de recorrido duraba por lo menos seis horas, pero aún así el prolongado tiempo ocasionaba que se sintieran entusiasmados con el tour turístico.
    Los pasajeros salían en compañía de sus familias y de sus amigos, cargando maletas llenas de ropajes, víveres y de otros suvenires necesarios. Pero resultaba el viaje tan atrayente, que lo importante era disfrutar de las espaciales panorámicas que se abrían ante la vista.
    La Compañía de Vías había habilitado otros tramos con el fin de promocionar el turismo entre los interesados.
    Entonces el horario del funcionamiento del tren se extendía incluso hasta la medianoche, horas extremas que la gente solía utilizar para abordar precipitadamente el último tren hacia la ciudad.

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  13. REGRESO

    Anduve por muchas calles de ciudades y por muchos pueblos, por muchos senderos truncados de montañas filosas y escarpadas, expuesto a los peligros y a las vicisitudes del mundo.
    Y ahora regreso a esta casa abandonada, donde me espera mi parentela de fantasmas.

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  14. DESTINOS IMAGINADOS

    Como se sabe, existen diferentes formas de viajar; aunque la más saludable y económica es caminar con una mochila a cuestas, hay otra que está al alcance de todo el mundo: la imaginación.

    Los niños, maestros en la materia, son capaces de vagar, sin salir de casa, por las verdes praderas de Babia, lugar donde en la Edad Media se retiraban los reyes de León para descansar; cuando entonces se preguntaba por sus majestades, la respuesta era: «Están en Babia»; de ahí la expresión que se aplica al que padece embabiamiento, es decir, que está distraído, ausente. Los críos, además, pueden viajar incluso hasta nuestro satélite natural sin haber leído a Julio Verne; yo he sido uno de ellos, pues mis padres me repetían a menudo que siempre estaba en la Luna.

    Me ocurría, sobre todo, cuando me extasiaba ante el escaparate de una tienda de modelismo, donde diversos tipos de trenes a escala reducida circulaban por un paisaje que, aunque artificial, imitaba fielmente a uno real.

    Aquella visión me «transportaba» de tal manera que marcó mi vida, siendo el punto de partida de mi afición por los viajes.

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  15. EL TREN DE MANCHES

    Han pasado siete días y no ha aparecido el tren.

    No he escuchado su silbato ni el chirrido de sus frenos al llegar a la estación de Manches.

    No he visto salir a sus pasajeros con maletas y cestos cargados de uvas y tomates frescos.

    No he visto bajar a ese muchacho de pelo rojo, que con la cara pintada de blanco nos sorprende con su magia.

    No.

    No lo he visto llegar.

    Es ya más de una semana que dejó de brillar el sol.

    Tengo frío.

    La gente habla, escucha, inventa, llora, dice que el tren nunca más llegará a Manches. Porque no saldrá. Porque nadie lo verá pasar.

    ¿Será la nieve de las montañas la que no permitió que parta o es que lo hizo y no pudo continuar su marcha?

    No lo sabremos hasta que con sus vagones entusiastas y cargados, entre silbidos y frenazos, como si no se hubiera ido, nos diga que ha regresado.

    Me voy a casa.

    Quizás lo sienta llegar al alba y los niños rían y las horas vuelen y la tierra tiemble y el sol nunca más parta.

    Tal vez mañana.

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  16. Mira bien por tu ventana

    La vida es un viaje. Se viaja con la mente, con los libros, con el corazón. Vamos. Venimos. De vez en cuando descansamos de ese viaje que empieza sin pedirnos permiso y termina sin pedirnos perdón.

    La vida son también muchos viajes. Cortos, pero viajes.

    Cada momento, puede ser un viaje. Un viaje al trabajo, al parque o una ciudad que nunca viste. Podemos hacer de la vida, lo que queramos. Salir y volver a casa. Mirar por la ventana una mañana cualquiera y ver un camino plano y seguirlo. El mar anaranjado y surcarlo. Una montaña azul y escalarla.

    Imaginar también es permitido.

    Con o sin equipaje. Decidir emprender ese viaje diario que al atardecer te lleve al lugar de donde saliste o a uno que jamás imaginaste conocer. La vida, es un viaje que hay que aprender a disfrutar.

    Es un viaje hacia el final de la vida.

    Y al terminar el día y cerrar los ojos, podrás saber qué tan bien supiste hacerlo.

    Y al terminar la vida y cerrar los ojos, sentirás que mañana no habrá viaje.

    Pero mira bien por tu ventana: hacia arriba.

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  17. MANDERLEY
    Anoche, como la protagonista de Rebecca, soñé que volvía a Manderley, reviviendo aquel pequeño y extraordinario viaje. Todo permanecía intacto, como un cuadro paisajista: la iglesia románica, el sonido de la fuente, las montañas arañando el cielo, altivas, con pinceladas blancas en sus cumbres. Como a veces ocurre en los sueños, los colores tenían quizá un color más intenso; los objetos, una textura más inestable, casi líquida, desvaneciéndose al despertar.
    Ojalá se pudieran embotellar los viajes en pequeños frascos de cristal, y al abrirlos, invocarlos. Volver a estar allí. Guardaría todos los frasquitos de Manderley en una cajita verde y los destaparía despacio, acariciando su tapa. El de la hierba fresca. El de la cascada. El frasco del baile en la plaza. El del triunfo. El del jardín y el pájaro cantando. El de los encuentros y el de las despedidas. El de los abrazos. El de las mariposas. El de los deseos fugaces. Un frasco de alegría que descubrir con cuidado: podría desatar una explosión que quebrara al resto. Sería tan fácil… Cerrar los ojos y retornar a Manderley otra vez.

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  18. INVITACIÓN AL VIAJE

    La tormenta duró toda la noche. La casa, aunque temblorosa, resistió bien el embate de los elementos; no ocurrió lo mismo con el jardín.

    Amaneció con un panorama desolador: parterres anegados, rosales arrancados, frutales mancos de ramas, gallinero destrozado; una amalgama de hojas, plásticos y objetos variados lo cubría todo; suerte que Dingo, nuestro perro, al que llamábamos así por su parecido con el cánido autóctono de Australia, se había cobijado con nosotros.

    Pese a no ser tierra de tornados, como Oklahoma, habíamos sufrido uno.

    De repente, un rayo de sol se coló entre las nubes e iluminó algo blanco en un rincón: un sobre con las señas ilegibles que conservaba uno de sus sellos; tenía un valor facial de quince rupias seychelenses y representaba una planta carnívora: la Nepentes pervillei. Intrigado, lo abrí; solo acerté a leer el final de un texto borrado por el agua: «Te invito a viajar a las Seychelles. Te espero. Melisa».

    Cuando nuestro hogar recobró la normalidad, me interesé por aquellas islas paradisíacas de playas blancas y aguas turquesas. Tanto fue su seducción y lo que leí que, aunque nunca fui, puedo asegurar que estuve…

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  19. PARAÍSO

    En 1605, Domingo Quirós, al frente de la nao capitana «Santa Ysabel», emprendió una expedición para buscar la legendaria «Terra Australis». Durante la travesía por el Pacífico muchos hombres sufrieron un brote de viruela y la contrariedad de la disentería, y aunque el barco que lo escoltaba también naufragó a consecuencia de una tempestad, el suyo tuvo la fortuna de recalar en una isla habitada por acogedores indígenas. Sus playas inmensas, su vegetación exuberante con árboles cargados de frutos y su cielo despejado hicieron que fuese bautizada como «Edén».
    Con la audacia de los conquistadores, Domingo Quirós tomó posesión de estos nuevos dominios en nombre de su rey. Además hizo que parte de la tripulación permaneciese allí al cuidado de los enfermos, y les encomendó civilizar e instruir sobre la verdadera religión a los nativos, ya que nunca habían abandonado la belleza de aquellos parajes. Esperando encontrar una colonia perfectamente asentada cuando regresase, continuó con su aventura, de la que no se tuvieron más noticias.
    Siglo y medio después, el explorador James Cook en uno de sus viajes redescubriría esa misma isla, y no pudo explicarse cómo semejante paraíso se hallaba deshabitado.

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  20. Destino quimérico

    No quedan billetes. Ni siquiera medio o uno pequeñito. Nada.
    No es posible llegar a la isla de la Paz: se han roto todos los barcos, hundido todas las balsas, quemado todos los puentes. Allí no queda nadie a quien visitar y pocos están realmente dispuestos a ir.
    La megafonía sigue llamando a los turistas a embarcar. Las agencias pregonan el fabuloso destino como al alcance de todos. Pero no es más que pantomima: nadie sabe qué meter en la maleta para permanecer allí el tiempo suficiente.
    Y mientras tanto, la isla se hace traslúcida poco a poco, hasta que desaparezca de los mapas, de las rutas, de las guías y folletos de viaje. Incluso de Google. Y llegará el día en el que nadie la recuerde y muchos jamás sepan que alguna vez pudo haber existido.

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  21. Pero hijo, ¿cómo haremos esto?, ni siquiera he preparado las maletas, shhh tranquila, no se preocupe madre, pero hijo, ¿y si llega hacer frio?, no he remendado aun su abrigo, shhh tranquila madre, donde iremos no habrá frío, pero hijo, la casa, la huerta, los animales, ¿quién cuidara de ellos?, shhh tranquila mi reina, ya lo he arreglado, vendrán nuestro parientes, pero hijo, somos tan pobre, ¿de dónde sacaremos dinero para semejante viaje? Shhh usted póngase contenta, yo le iré describiendo lo que iremos viendo, las grandes montañas, quería conocer los Alpes, ¿no es cierto? y tendrá también el océano que nunca ha visto, las verdes selvas de la amazona, los pequeños pueblos europeos con sus callecitas empedradas y floreadas, shhh tranquila madre, usted cierre sus ojos, la despertaré cuando estemos llegando, desayunaremos en Paris junto a los poetas e iremos también a Roma a visitar la basílica, shhh tranquila madre, usted duerma.
    El joven se levanta y saluda con reverencia al médico, -¿sabe que no pasara de esta noche?, -sí, contesta el muchacho, pero la muerte es un viaje que no necesita boletos, y en este viaje, se elige donde uno quiere ir.

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  22. LUZ
    Su risa de campanita hace estremecer las flores del jarrón, provocándole una mezcla de alivio y escalofrío.
    ─Tenemos que subir a lo alto de La Torre, desde allí se ve toda la ciudad ¡No me pongas los tacones!
    ─Vale mamá.
    ─El Sena, es tan hermoso… ¡Esta tarde quiero pasear por sus orillas! Como ayer, cuando conocí a…─el nombre del padre flota entre ambos como un chirrido de la realidad. Él acaricia su rostro momentáneamente desconcertado, temiendo que las lágrimas sustituyan a la ilusión.
    ─Mamá, ¿qué tal si damos una vuelta por Montmartre?
    Ella recupera la sonrisa.
    ─¡Ponme el vestido de flores azules y las sandalias doradas!
    Su hijo suspira, le calza las pantuflas amarillas y comienza a describirle aromas, colores, marinas y bodegones.
    El enorme póster de París que ocupa media pared vuelve a cobrar vida.

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  23. Elogio de la lectura

    El viajero aburrido descubrió el libro que algún turista apresurado había olvidado sobre el asiento. Viajeros sucesivos que subieron y bajaron del tren, recogían el libro uno tras otro, lo ojeaban abandonándolo al marchar. Mientras unos mostraban indiferencia, otros hacían gestos de hastío y disgusto.
    En Sieteiglesias, subió un nuevo viajero. Colocó su maletita en el portaequipajes y tomó el libro solitario. Pronto, comenzó a sonreír moviendo los labios, asintiendo con la cabeza o sorprendiéndose en un pasaje. Pasaron veloces estaciones y apeaderos. Cerca ya de su destino, abrazó el libro contra su pecho.
    El viajero aburrido se preguntó qué secreta magia encierran los libros, que dejan indiferente a ciertos lectores, irritan a otros y arrebatan a unos terceros hasta el cielo.
    Al llegar a su destino, el lector dejó el libro sobre el asiento, compuso su ropa, recogió la maletita, y se despidió.
    —Perdone, olvidé presentarme: Lisardo Huete, maquinista jubilado de la “Cantábrica de Caminos de Hierro”.
    Cuando el lector feliz descendió, el viajero aburrido curioseó intrigado la portada del libro abandonado, y descubrió el título en grandes letras negras:
    “Horario de Ferrocarriles del Norte de España”.

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  24. VIAJE AL PUEBLO

    Viajaba por primera vez a solas con mi héroe, mis cinco años sentados en el sidecar de su moto. La “otra” acababa de nacer. Por primera vez me sentí mayor y mantuve mi estatura firme en el habitáculo rodante.
    Llegamos al anochecer; nos recibieron los ladridos de los perros y las luces amarillentas de las farolas. El pueblo olía a leña quemada. En la casa, todo fueron besos, abrazos y caldo de gallina que caldearon nuestros cuerpos cansados por el viaje.
    El día siguiente, los chavales pasamos la mañana jugando por el campo verde y amarillo que se extendía tras las lindes del pueblo. Descubrimos un bulto oscuro cerca del camino y al acercarnos escuchamos el zumbido de las moscas que lo amortajaban; era un burrito que había muerto a pedradas. Me quedé paralizada al borde del abismo que parecía abrirse en mi conciencia. ¿Por qué? –pregunté– ¿quién?
    –Los chicos de arriba, para divertirse. –respondió alguien.
    Y al regreso, cansada y soñolienta, esas preguntas sobrevolaban mi cabeza como las moscas en un cadáver. La carretera se había convertido en un lugar largo e incómodo. Porque el camino de vuelta nunca es el mismo.

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  25. La madre Ganges

    Brahmines ejerciendo sus ceremonias, fieles lanzando ofrendas al río, lugareños tomando su baño diario, otros purificando su espíritu, mujeres lavando la ropa y secando al sol coloridas telas, peregrinos llegados de todos los rincones del país, sadhus de verdad meditando y fumando charas, sadhus de mentira sacando rupias a los turistas por una foto, turistas con cara de asombro unos, con gesto de asco otros, adivinos, agoreros, echadores de cartas y masajistas ambulantes, barberos y músicos callejeros, cánticos y tintineo de campanillas, barqueros buscando clientes, chavales jugando al cricket, cometas volando por encima de las aguas, vejetes paseando, viejas amasando una mezcla de paja y mierda de vaca que servirá como combustible para el fuego de sus cocinas, vendedores de bang y charas, de frutos secos, souvenirs u ofrendas hinduistas, guirnaldas de caléndulas y velas de aceite de alcanfor o mantequilla, imponentes templos en cada esquina, buscavidas de dudoso pelaje, monos saltando entre cables y azoteas, vacas zampando lo que encuentran en la calle… Así es cada día el río Ganges a su paso por Varanasi, tanto y tan intenso para los sentidos que uno es incapaz de absorberlo todo de golpe.

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  26. Mozas en bikini

    – ¿Dónde vamos hoy?
    – ¿Dónde te apetece?
    –Pues… No sé… ¿Murcia?… ¿El País Vasco…?
    Al área de servicio hoy apenas si han entrado autobuses. Es un día extraño, caluroso, y lleno de silencios, que solo rompen las chicharras.
    Pero, como cada día, Manuel y Pepe, desde que se jubilaron, se acercan al bar a echar la partida, a charlar con los conductores y soñar con sitios lejanos. Que luego en casa buscan en un mapa.
    Ya se han recorrido casi toda España.
    Manuel tiene debilidad por Galicia y sueña hacer el Camino de Santiago.
    Pepe es más sureño. Le chiflan las playas de blanca arena. Y las mozas en bikini.
    Sentados en la mesa del bar, mientras remueven sus fichas de dominó, hacen planes como cuando eran jóvenes y los jóvenes no viajaban.

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  27. El Viejo autobús escolar.

    Sentado frente a la ventanilla del autobús Fabian Andres deja vagar la mirada hacia la inmensidad del paisaje. Atrás van quedando las casas con sus techos rojos. Esta muy ansioso por llegar la escuela y presentar ante sus compañeros de clase su exposición sobre el reciclaje del platico, espera sacar la máxima nota, lo cual dependerá de la apreciación de la maestra Rosa.

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  28. Quería salir de allí. Llevaba varios días en ese poblado incomunicado dentro de la isla pasando situaciones difíciles y quería irme a casa, una casa que aún estaba a días de viaje y a decenas de miles de kilómetros. Malí se me había hecho demasiado duro, por diversos motivos. Pero ya estaba en aquella piragua que habría de acercarme a Mopti surcando el río Níger. Lo que aún no sabía en aquel momento ,en el que con mis casi cuarenta grados de fiebre -y preocupado por el Ébola- estaba viendo como un niño subía con su gallina a bordo, es que me esperaban veinte horas en aquel habitáculo, confinado entre cientos de personas, vacas, cabras, cucarachas y ratas. Veinte largas horas, en las que no pegaría ojo, y en las que una tormenta tropical nos acecharía. Aún no lo sabía, mientras fotografiaba el brazo de aquel niño agarrando al ave del ala.

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  29. Antes del viaje

    Henchido de gozo, rotundo en el empeño, esbozo un instante, cargado de sueños, en tonos difusos y tiempo imperfecto, con gentes sin rostro y nombre extranjero y gigantes de roca sagrados por dentro, que imploran al viento, a la lluvia, al cielo no sean la peste que arañe su piel, no sean causantes de olvido y anhelo. Y así fijo hitos en blancos papiros, plasmados a fuego con tinta de oriente; retazos nutridos de ingentes deseos, que ejercen de guardas de nuestro recuerdo y revelan la hora, una calle, un suceso.
    Aún siendo pragmático y harto minucioso, profeta en la tierra del hombre que hastía por dar más de cien o mil y una vueltas, lo cierto es que siempre, ya estando en la puerta, el pecho se oprime, la mente se obceca, el cosmos nos grita, con brío y presteza, no partas tan raudo que algo te dejas.

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  30. La gran leyenda

    La magia está en nuestro propio universo, la magia existe.
    Desde siempre, desde que se reunieron el agua, tierra, fuego y aire, decididos a crear un mundo para que el hombre pudiera vivir. Y el hombre creció, y tomo lo que era para él. Y supo del rayo que le mando el fuego, y supo del agua y supo de la tierra y respiro aire y comprendió… Comprendió qué era parte de todo y aprecio el agua en el lago azul, y sacio su sed, apreso el fuego en un altar de piedras…y lo domino y arranco de la tierra su maíz, su trigo y su vid.
    “Y así…se formó el primer pueblo”… Y evoluciono en lo que somos hoy… seres hermosos y mágicos.
    Zully García

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  31. Caramelos

    -¡Nel..! Oía el grito de mi padre, en esa mañana de verano tan llena de sol.
    -¡Sergio, Nel …¡ Miren otra vez sucedió! Corrí apresuradamente. ¿Cuál sería la sorpresa?. Ya en la puerta choqué con papá, reía con los brazos extendidos levantándome hasta él. No recuerdo muy bien mi edad. ¿Qué sería esta vez?
    Y allí entre plantas y flores en ese jardín orgullo de mamá, con las pajareras de fondo y aquellas tres higueras viejas y majestuosas, estaba el arbolito redondo y pequeño, arbolito que nunca supe qué era pero que no podré olvidar.
    Como olvidarlo si allí estaba lleno de caramelos, con sus papeles de celofán brillando al sol y esos maravillosos colores, como si le hubieran abierto dulcísimas flores, que abejas y picaflores nunca podrían probar.
    Zully García

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  32. Las raíces

    Descanso en un jardín de flores, paladeo el vino que bebo…tiene un delicioso sabor a cepa. Me recuerda el cáliz, el elixir santo. Siento que abraza y acompaña su calor,
    y extasiada pienso: “Que es, porque tiene las raíces de los hombres de mi tierra”…
    y me invade la paz.

    Zully García

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  33. Mí estancia en Sevilla, fue placentera y provechosa. Pude conocer a nuevas personas, monumentos, la Giralda, y mucho más. Pero, el haber vuelto en tren a, Madrid, me proporcionó una experiencia atroz. Mientras estaba sentado en el vagón restaurante, empecé a recordar que conocí a una chica en Sevilla. Nos fuimos a tomar unas copas en una discoteca y allí ella puso unas pastillas en nuestras bebidas, argumentando que eso nos proporcionaría un acto sexual brutal. Tras beber y bailar, nos fuimos al servicio, allí hicimos sexo, algo violento. Y ahora no consigo comprender por qué la agarré de los pelos, con tanta fuerza, que casi se lo arranco. Hundí su cabeza en el wáter hasta que dejó de patalear. ¡Pero, qué hecho!

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  34. CUENTO DE NAVIDAD
    Era morena y preciosa. Esperaba, intranquila, junto a la gasolinera de Betanzos, agarrada a dos bolsas grandes de deporte. Y él, a quien las mujeres exóticas le gustaban más que los camiones americanos, quiso invitarla a cenar. La aparición de la guardia civil resultó determinante: ella cargó las bolsas y subió a la furgoneta con decisión.
    Apenas hablaba español, pero se mostraba diligente. Ayudó a disponer la mesa y cenaron puré de calabaza, pulpo y queso de Cebreiro. Bebieron. Abundante. Él le habló de su hija. Ella desnudó su espalda para mostrarle dos manchas entre los omoplatos. Él bromeó con la idea de que hubiese perdido las alas, y ella detalló que su familia vivía en Egipto, y que esa marca les distinguía como “dueños de la luna”.
    Le propuso quedarse unos días y ella aceptó complaciente. Arrinconados junto al hogar, sin parar de reír, sucumbieron al sopor.
    Cuando despertó ya no estaba. Buscó información en las bolsas, pero solo encontró dinero, mucho dinero. Mientras miraba la nieve salpicar los cristales decidió esperarla hasta Reyes; y si no aparecía, se compraría un Scania de 13 toneladas, de los que traen una litera en la cabina.

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  35. Viñales sin más

    Ir. Le parecía ser al sur por esa inversa sensación de ir hacia adelante. Un camino de asfalto cuesta arriba era, de la línea de la mirada para abajo, el único rastro de intervención humana en la montaña pulmón verde. Por encima, un tendido de cable de nunca acabar delataba a la humanidad. Entonces alguien pasaría por allí, pensó, y comprendió que no sería la primera pero sí la única en ese momento. Ya decía Sartre que el ser humano es pura contradicción, y a la vez que la desbordaba el universo que no hacía más que regalársele a cada pedaleo, gota de sudor y suspiro congojado de cansancio y de alegría; a la vez, ese infinito universo la aterraba. Dicho sentir se cortó en seco cuando divisó una vieja escuela descascarada que sería transformada en hotel, conversión inminente que logró lo que no la bicicleta y le generó sin más una puntada. Lo que siguió fue el avistamiento paulatino de la llamada civilización, pequeñas casas que se iban dibujando a los costados, y el giro inevitable del cogote hacia los lados para volver a mirar los árboles que iban quedando atrás.

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  36. Tiempo libre en la ciudad

    Le conozco. No sé de qué pero le conozco. Es alto, muy alto. Y esbelto, con una delgadez excesiva pero aparentemente natural. Camina seguro por la ciudad, como si el terreno que pisa le perteneciera. Lleva una camiseta Nike (de imitación, seguro) y vaqueros pirata. Va mirando el móvil sin levantar los ojos de la pantalla, aunque avanza con trayectoria firme. Su cabeza pelada se mueve al compás de pasos larguísimos. Tiene una belleza difícil de describir. Inocente y agresiva al mismo tiempo. Le conozco. ¿De qué? ¿De qué? Quizá sea empleado del hotel en que nos hospedamos. O trabaje de camarero en alguno de los restaurantes a los que nos han llevado. No, espera. ¡Ya lo tengo! Es idéntico a uno de los masais que ayer vimos bailar danzas rituales en un poblado cercano a la capital. ¡Idéntico! El masai llevaba un colorista atuendo tradicional y no paraba de sonreír. Nos dijo que se dedicaba al pastoreo. El hombre que ahora veo viste como cualquier joven en cualquier ciudad europea y muestra un rostro indiferente. Sin embargo, parecen un calco. Hermanos gemelos, sin duda.

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  37. El mundo en una bola de cristal

    Viaja Conmigo. Recorramos de la mano este pequeño mundo. Desde la llanura traslúcida miremos a las cumbres nevadas. ¿Ves allí, en lo alto, a lo lejos, el Castillo encantado? Brilla como el jaspe, con sus piedras veteadas a las que la luz arranca destellos. Subamos la ladera del monte, cubierta de abetos de perenne verdor. Un camino de plata nos guía por la senda más hermosa, ya que no la más corta. Mira al cielo, una bóveda de cristal transparente densa e impenetrable. Más allá de su cúpula ¿Que misterios se ocultan? ¿Otro mundo? ¿Un universo inaccesible?
    Pero ¡cuidado ahora! sujétate a mi brazo. La realidad se está moviendo de su sitio y un cataclismo global invierte la dirección de la tierra y el cielo. Movimientos titánicos nos agitan y un remolino de partículas brillantes crea una turbulenta danza en torno a todos los objetos, los árboles, el monte y el Castillo.
    De repente lo que sea que haya agitado el mundo lo devuelve otra vez a su lugar. Todo vuelve a la calma.
    Y mientras, cae la nieve.

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  38. ETIQUETAS

    Serán solo cien palabras o menos para contar de distinta forma la misma historia de siempre. Él respondía servil al prototipo de taxista zafio de locuaz omnisciencia y ella asumía con natural resignación su papel de frívola rubia. Por supuesto decidió llevarla por el camino más largo mientras trataba de esconder con disimulo el árido tratado de semiótica que estaba leyendo. Ella nunca le revelaría que su bolso ocultaba las obras completas de San Agustín. Después de tres vueltas más por la espiral de la m30 y un signo de infinito en el contador optaron por seguir hablando de Gran Hermano pero no el de Orwell.

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  39. CHAMAN

    La abuela tenía una bola de cristal de esas que al darles la vuelta parece que nieva. Contaba que la había traído de Tanzania y aunque yo le decía que en Africa no nevaba, ella insistía en que la mirara bien. Dentro había un señor negro que la abuela llamaba chamán. Era curioso porque muchas veces la encontré hablando en voz alta y parecía que seguían conversación, una desde fuera y el otro desde dentro del cristal. Ella decía que no había conocido hombre más sabio. Aplicaba remedios contra la picadura de serpiente, aliviaba la fiebre del paludismo y escuchaba pacientemente cuando la soledad se instauraba cómodamente en el sillón. Pensé que la abuela estaba perdiendo la cabeza y más cuando heredé su regalo como si fuera una excentricidad. Cuando lo giré, cayó la nieve y entonces escuché al chaman preguntarme cómo estaba. Hablamos durante horas como si los espíritus se hubieran confabulado para borrar las barreras del idioma. Me enseñó a tocar el tambor. Le leí Memorias de Africa y cuando los ñus atravesaron por nonagésima vez la frontera del Masai Mara empecé a pensar a quién iba a cederle el testigo.

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  40. BASTA
    -¡Hablemos, no te persigo!, No te controlo, fue una pregunta. ¡No grites! Están los niños!
    Tratemos de hablar, no me amenaces, hablemos, los niños se asustan, basta por favor no aguanto más.
    No te me encimes, hablemos,… los niños lloran. ¡Baja tu puño, los niños te miran, baja la voz.
    …Los niños…te empiezan a odiar. Zully García

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  41. Una Oportunidad.
    ¿Ir de compras, tomar selfie, conocer chicos? no…, yo aproveché para inscribirme en una universidad de artes, audicionar para una producción de TV, entregar mi guión, eso hice al llegar a la capital del país, tratar de hacer mis sueños realidad.

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  42. Un Reencuentro.
    ¿Te reencontraste contigo misma?, sí respondí yo, ¿Y cómo era el centro de meditación?, no fui, al subirme al avión comprendí que sólo tenía que aprender de mis error y avanzar, pero conocí playas, museos, parques.

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  43. Un Viaje Inesperado.
    Como un parpadeo estoy montada en un medio de transporte muy extraño ya que volaba, mire por la ventana y maravilla observaba. Luego desperté y observé que aún mi hermanita miraba su caricatura mientras yo dormía.

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  44. «Celebrando vivir»

    Como si se tratara de una pequeña niña, una joven mujer jugueteaba a la orilla del mar. Ella no podía evitar sonreír de oreja a oreja al sentir en sus pies la suave caricia del agua salada. Únicamente con verla, el corazón se llevaba de la más pura forma de alegría
    — ¿Qué hace esa loca? — Murmuró un hombre al ver dicha escena — ¿Qué no ve que ya está muy grande para esas cosas?
    Ella escuchó esas hirientes palabras, pero no les dio importancia y siguió brincando olas con singular alegría. Hacía apenas menos de un año, los doctores le habían dicho que no viviría más de seis meses. Lágrimas empaparon su rostro al escuchar a los galenos, pero aun así, ella siguió luchando con toda su alama para derrotar a esa terrible enfermedad. Después de largos meses en la oscuridad, hacía apenas una semana ella había recibido una noticia que hizo que la sonrisa ele regresara al rostro. ¿Qué importaba si los demás no entendían el motivo de su alegría? Ella únicamente estaba festejando tener la oportunidad que la vida le había dado para volver a disfrutar de la belleza de la vida.

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  45. «Libremente»
    Al igual que muchos otros corazones, desperdicié mi juventud. No soy ni el primer ni el último hombre al que el miedo ató a una vida gris. Por mucho tiempo, únicamente obtuve un poco de alegría al escuchar a otros hablar de vacaciones magníficas, en lugares llenos de belleza natural.
    Pero ahora, ya no hay nada que pueda impedirme visitar todos esos sitios que mi alma deseó conocer desde mis más tierna infancia. A mis pies, danzan, como en una espiral perpetua, los colores y sabores de pueblos que me resultan ajenos, y al mismo tiempo, muy familiares. ¿Es esto únicamente un sueño? No, es una bella realidad.
    Sé que muchos de ustedes, si me encontraran cerca de la playa, seguramente se impactarían al ver jugar con la arena a un hombre de mi edad… ¿Cómo culparlos por sorprenderse? Sé que no estoy haciendo lo que usualmente hacen los hombres de mi edad… y francamente, no me importa. Sin importar el tiempo que me quede en el planeta, estoy determinado a no partir sin antes haber vagabundeado con plena libertad para ir donde mi corazón desee. Es lo justo.

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  46. «Lejos del mar»
    Perdóname por interrumpir tus horas de descanso. Quiero que me oigas con la misma calma con la que uno escucha el ruido de las olas al estrellarse contra la bahía. Aunque no puedas verme, estoy aquí, junto a ti. ¿Te acuerdas del momento en que nos conocimos? Yo jamás podría olvidarme del día en que nuestras miradas se cruzaron por primera vez. Desde ese momento, para mí desaparecieron los exquisitos paisajes naturales que desfilaban frente a mis ojos. El azul del tranquilo mar quedó a un lado, ya que mi alma se regocijó con el bello tono de tus grandes ojos. Como la brisa, te metiste dentro de mí, dejando tu dulce aroma en mis pensamientos.
    Le pido a Dios con toda mi alma, que si un día nos volvemos a encontrar, nuevamente sea en vacaciones, para poder disfrutar sin presión de tu compañía. Sin embargo, esta vez espero que esta vez nos encontremos lejos del mar, para que no lo opaques con ese dulce encanto que se escapa por tu piel.

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  47. «Luz»
    Desde el norte hacia el sur de un territorio escasamente explorado por los seres humanos comunes, un corazón se dejó llevar por nuevas sensaciones. Por unos días, quedaron en un baúl esos días de vivir encadenado durante largas horas a un frío escritorio. ¿Qué tiene de bueno matarse trabajando, si no se puede disfrutar de lo ganado? La vida es muy corta, así que no hay excusa para no conocer las maravillas naturales que le dan vida al mundo. Desgraciadamente, quizás la aventura no duraría por siempre, pero el dueño de ese corazón intrépido, sabía que, de allí en adelante, las tardes en la oficina se le harían un poco más llevaderas. A la orilla del mar, su corazón recogió un poco de esa luz que su alma tanto añoraba.

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  48. «A la medida»
    Un viaje es un concepto relativo; influye, sobremanera, la edad.
    Un viaje, excursión alucinante, suponía en mi juventud una buena merienda en la fuente del Encino, en los aledaños de mi querido Logroño. Otro, que repetíamos como si de un algodón de feria se tratara, era ir «haciendo cumbre», por los collados del otro lado de la carretera a Zaragoza; en un raid mezcla de comida campestre y de incursión paramilitar en un casi abandonado polvorín que allí había.
    Y el verdadero viaje; el de retorno de aquellas excursiones juveniles; el de la recogida medio de noche; en aquellos viejos, con la perspectiva del tiempo, ferrobuses, que nos devolvían a la realidad después de unas magníficas jornadas, auténticamente reales, vividas en la irrealidad creada por una pandilla de amigos.
    En qué quedamos…¿qué es un viaje?

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  49. «Dopelganger clase turista»

    ¿Te ha pasado que viajando en un compartimento de tren se suba una chica con ropa igual a la tuya e incluso hasta la maleta? Eso llega a suceder cuando viajas mucho. Pero que ella traiga tu misma revista y marca de refresco, eso ya no es tan usual.

    Podría estar asombrada por la increíble coincidencia, pero no lo estoy. Más bien me siento intimidada. Asustada.

    Intento no cruzar con su mirada pues hay algo de ella que me incomoda. No sabría definirlo, pero es así. Es que, ¡mírenla! ¡Es casi idéntica a mi! Podría ser mi doble si no fuera porque su piel es completamente contraria a la mía: ella es tan blanca que hasta puedo ver sus venas a través de su piel, contrario a la mía, que es tan oscura que resplandece con cualquier tipo de luz. Si hasta sus ademanes… ¡Juraría que son iguales a los míos!

    De pronto, llegamos a nuestro destino. Se levanta y justo antes de abandonar el compartimento, voltea hacia mí y pronuncia esas palabras que aún martillean mi cerebro…

    “Nos vemos en nuestra vida… Cuando vuelvas”.

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  50. «Regreso al origen»

    Siempre he sido distraído. Debo tener algún deficit de atención o uno de esos síndromes raros, yo qué sé. Todavía recuerdo cuando estaba en primer grado y me decían que seguro estaba pensando en la inmortalidad del cangrejo. ¿De cuál cangrejo?, pensaba yo.

    Según fui creciendo, la broma cambió. En la carrera de armas me decían que si andaba en la luna; en el instituto de aeronáutica ya iba más lejos: que si andaba de viaje en Júpiter. Y cuando fui seleccionado para el programa espacial llegaron al colmo: «Seguro andabas en la constelación de Andrómeda, ¿verdad?… Total, que mis lugares de ausentismo se alejaban conforme expandía mis horizontes.

    Ahora que ya se han implementado los viajes a velocidad luz y yo soy capitán de uno de los transbordadores cuánticos más usados, se me hace curioso descubrirme pensando cuando tengo mis lapsos de ausentismo durante las largas pausas de viajes por los túneles de hiperespacio, en aquellos cangrejos de mi infancia que dejé atrás en mi añorado planeta Tierra. ¿Qué estarán haciendo ahora?

    ¿Es que acaso siempre volvemos al punto de partida luego de tanto viajar y viajar?

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  51. «Hay muchas clases de viajes»

    Las personas dicen que los viajes ilustran pero yo nunca tuve la capacidad de viajar por mí misma. Solamente lo hacía cuando mi dueña inicial me llevaba hacia su trabajo para beber café de mi interior. Pero fuera de eso, entre su casa y oficina, no tuve oportunidad de conocer más mundo.

    Después vino el accidente: no tuvo cuidado al agarrarme, se quemó y me dejó caer. Me rompí de una orilla. Y terminé en el cesto de basura. El viaje al basurero no fue algo de lo que quiera tener recuerdos. E ir de un tiradero a otro, menos. Hay viajes especiales y otros horrendos.

    Luego vino el pintor: me compró por unas cuantas monedas en una casa de rehuso y con él viví largos años. Fueron años cargados de intimidad y poesía, pero sin viajes. Aún así no me quejo.

    Finalmente el pintor murió y sucedieron dos cosas tajantes: primero, también se me quebró el corazón para siempre; pero segundo, empecé a viajar constantemente. Como el pintor fue muy famoso, mucha gente en distintas partes del mundo querían ver la taza donde prefería tomar su té.

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  52. «Destinos variados»

    Primera parada: ¡los Alpes suizos! Siguiente parada: la cuenca del río Amazonas. Luego sigue… ¿Qué seguirá? ¡Excelente: el gran desierto del Sahara! Siempre he querido ir ahí. Y ahora nos toca viajar a… ¿Al suelo?

    ¡Demonios! El globo terráqueo acaba de perder un tornillo.

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  53. «Viajera empedernida»

    Me fascina viajar. Los viajes son mi vida. No hay nada más emocionante para mi que empacar. Y luego ir a la central de camiones o al aeropuerto. De ahí el trayecto maravilloso, y luego la llegada al hotel: nuevamente la emoción de desempacar.

    Aunque debo aceptar que después siguen ciertos momentos tediosos, incomodos y francamente aburridos, como eso de visitar los lugares del destino al que nos dirigimos, pero ni modo, se supone que para eso son los viajes, ¿no?

    Pero, ¡hey!, ¿qué me dicen de la diversión cuando el viaje llega a su final? Eso significa empacar nuevamente todas las cosas para empezar el regreso a casa… Abandonar el hotel, llegar a la central o al aeropuerto, otro trayecto de vuelta, ¡delicioso!, y coronar la grandiosa experiencia desempacando en casa nuevamente. ¡Guau, no puedo esperar a salir de viaje otra vez!

    ¡No me miren así! ¿Qué esperaban? Solo soy una simple maleta de viaje que adora su trabajo. No esperarían algo más de mí, ¿o sí?

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  54. Antes de coger el tren
    Presumía de haber triunfado en la vida a base de mucho trabajo y esfuerzo personal. Despreciaba a los mendigos, a los desempleados y, sobre todo, a los pusilánimes.
    Mario era implacable con quienes se quejaban de su suerte y le encantaba decirles: «Nadie alcanza la cima con lamentaciones».
    Un domingo muy temprano, decidió pasar fuera sus tres días de vacaciones. Metió en la mochila unas bebidas, un paquete de frutos secos y su tarjeta de crédito y se dirigió al bosque con la intención de estirar las piernas antes de coger el tren.
    Cuando había atravesado la mayor parte del pinar, vio a lo lejos un resplandor que captó su atención. Unos extraños destellos dorados se dibujaban entre los árboles.
    Decidió continuar hasta ellos, para calmar su curiosidad, y después de dos horas caminando deprisa, alcanzó por fin las líneas de luz que tanto le intrigaban. Unos gruesos barrotes dorados se alzaban hacia el cielo, uniéndose entre ellos formando una cúpula perfecta.
    Angustiado, corrió a lo largo de la estructura, golpeándola con los puños, intentando comprender su significado.
    Entonces se dejó caer y gritó: ¡Nadie alcanza la libertad con lamentaciones!

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  55. Guía de viaje cósmico

    Espere con paciencia el transcurrir del ciclo de la luna, que el brillo de su pálida masa decrezca mientras la sombra de la tierra le va hurtando pedazos. Cuando sólo un diferencial lunar ilumine ya el cielo y se cierre el último resquicio, tome impulso y despegue. Respete el límite de velocidad, en ningún caso adelante a la luz.
    Localice la osa mayor, su referencia, y salte de estrella en estrella con cuidado de golpear los astros sólo muy suavemente, lo justo para tañer su delicada campana interna. No vaya a desviar su trayectoria cósmica.
    Mida distancias y descienda hasta Polaris, la estrella guía. Ella le contará al oído los secretos de los senderos lácteos y le señalará esas constelaciones que desean ser visitadas.
    Tenga la precaución de esquivar asteroides y planetas, no deseamos conflictos diplomáticos.
    Cuando recorra nebulosas y cúmulos procure no perderse en el polvo estelar, recuerde que su viaje tiene un límite espacio-temporal.
    Escuche la música del universo, la resonancia grave de los objetos masivos, la canción melismática de los cometas. Y cuando Venus se alinee con la Tierra despídase con cortesía y comience el descenso.

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  56. Los sueños te pueden transportar a lugares lejanos. Te imaginas tu vida allí, llena de aventuras, conociendo culturas diferentes y descubriendo personas interesantes. Cada día es una aventura y cada noche te acuestas con una sonrisa pensando en el día siguiente. En realidad, todos soñamos con los mismos. Paris, Londres, Buenos Aires o Nueva York, son los principales protagonistas en los viajes mentales de muchos ciudadanos. Poca gente sueña con viajar a Dallas, Brasilia o Chernóbil ni con una vida rutinaria. Una que se reduzca a levantarse, trabajar, ver la tele y dormir. ¿Y si la vida te lleva a alguno de estos lugares con lo que nunca habías soñado? A una zona anodina, aburrida donde nunca pasa nada y tu vida se reduce a ver los días pasar. A un lugar lluvioso y frío donde solo el simple acto de mirar por la ventana, te quita las ganas de quitarte el pijama y salir de casa. ¿Qué pasaría si lo único exótico que pudieras encontrar fueran ardillas, mapaches, nieve amontonada y tu vida social se centrara en ir a un ‘mall’? ¿Dejarías de soñar con lugares lejanos? ¿O te querrías ir aún más lejos?

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  57. DIOPTRÍAS

    Es mágico escuchar a Debussy en mis auriculares mientras esquivo los bostezos de fauno sin siesta que habitan este vagón iluminado con graffitis en lenguaje élfico. Compensa madrugar si suben los ojos verdes de la muchacha tecnicolor de pelo como lino. Hoy me mira distinto y entonces dopado de alergia mezclo la primavera con los antihistamínicos y la timidez con la taquicardia y no distingo entre las canciones indie de Spotify y sus labios rosa rosae declinando en latín. Pero un momento. Me fijo y me observa raro. Me acerco aún a riesgo de quedarme petrificado por aquella mirada profundamente misteriosa.
    Ahora caigo en la cuenta.
    Hoy no lleva gafas. El revisor me pide el billete. Debussy me ha abandonado.
    Me bajo en la estación central desvalido.
    He vuelto a confundir el amor con la miopía.

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  58. El reencuentro
    Cuando divisó, por fin, la vieja casa de piedra en la que vivía su familia, Tito se quedó quieto, muy quieto, esperando atentamente por la reacción de sus hermanos, que estaban descansando en el porche.
    Ninguno de ellos se movió. Lo miraron sin interés, completamente ajenos a lo que él estaba sintiendo, y continuaron tomando el sol.
    El corazón de Tito latía cada vez más deprisa, mientras sus bigotes se estremecían de emoción. Llevaba muchos meses recorriendo la región, viajando en camiones, ocultándose en algún tren o paseando pacientemente… hasta que había encontrado su hogar.
    Le gustó comprobar lo mucho que se parecían a él sus tres hermanos: el mismo pelaje dorado y los mismos ojos redondos, de un intenso e iridiscente color amarillo.
    Y aunque parecían haberse olvidado completamente de él, Tito estaba seguro de que si se acercaba un poco más a ellos, lo olfatearían a fondo y recordarían, de inmediato, lo bien que lo habían pasado juntos, jugando hasta no poder más, cuando eran unos cachorrillos.

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  59. El último molino.-
    Eva Borges hablaba muy raro, como si estuviese cantando. Después de charlar un poco con ella, me dio las gracias, cogió la llave de mi mano y se alejó corriendo.
    Llevaba una maleta de color naranja, con pegatinas, ridículamente pequeña.
    La verdad es que esta clienta había tenido una suerte enorme al conseguir quedarse con el último molino libre, el que acababa de ser rehabilitado con unos dibujos florales pintados a mano y varias luces nuevas, situadas en vertical a lo largo de toda la estancia.
    Le fascinó el huerto vertical que cubre el exterior de cada «apartamento» y me dijo que lo que más le apetecía aquella noche era saborear algunas de aquellas hortalizas y acostarse temprano para descansar del largo viaje.
    Siempre he considerado la cena de bienvenida imprescindible para que los nuevos huéspedes puedan conocer a los demás, pero ella no estaría presente.
    Qué pena, le hubiese encantado conocer a Óscar. Este gallego, que dejaría Villa Quijote a primera hora, había recorrido más de 2.000 kilómetros en bicicleta y era fantástico escucharle contar anécdotas sobre los lugares que había visitado a golpe de pedal.

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  60. Es mágico escuchar a Debussy en mis auriculares mientras esquivo los bostezos de fauno sin siesta que habitan este vagón iluminado con graffitis en lenguaje élfico. Compensa madrugar si suben los ojos verdes de la muchacha tecnicolor de pelo como lino. Hoy me mira distinto y entonces dopado de alergia mezclo la primavera con los antihistamínicos y la timidez con la taquicardia y no distingo entre las canciones indie de Spotify y sus labios rosa rosae declinando en latín. Pero un momento. Me fijo y me observa raro. Me acerco aún a riesgo de quedarme petrificado por aquella mirada profundamente misteriosa.
    Ahora caigo en la cuenta.
    Hoy no lleva gafas. El revisor me pide el billete. Debussy me ha abandonado.
    Me bajo en la estación central desvalido.
    He vuelto a confundir el amor con la miopía.

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  61. Galería de monstruos

    Nuestra compañía circense era tan pobre que cada tanto debía convertirse en improvisada trouppe de autostopistas, pues el camión que nos transportaba se descomponía en medio del campo. De pie a la vera de la ruta, haciendo “dedo”, el automovilista se sorprendía de ver semejante espectáculo grotesco: una mujer “barbuda”, un “Hércules”, tres viejos enanos, el domador con su último tigre vivo; y yo, el peón de la compañía y único “normal” entre los desahuciados al borde del camino. Podíamos ver las caras de los conductores, que viraban de la extrañeza al horror a medida que se acercaban. No había más remedio que caminar hasta la gasolinera más cercana. Y para colmo, los enanos, con sus pasitos, nos hacían la caminata un poco más insoportable.
    Una sola vez alguien se detuvo para llevarnos. El chofer del ómnibus no tenía de qué sorprenderse: trasladaba alienados de un manicomio. Freaks con freaks. Fue la única vez que la compañía se divirtió entre tantas penurias. Nos reímos viendo cómo uno de los locos, con sonrisa paternal, se empecinaba con cargar sobre su falda a Mauricio, uno de los enanos, cual niño abandonado.

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  62. La seguridad del transporte público

    Viajar en el tren del oeste en horario pico es una verdadera odisea. Los pasajeros que pretenden subir son imprudentes, y aunque ya no quede más espacio allí dentro, rempujan hasta lograr entrar, convirtiendo el vagón en una compactadora de almas. Esto produce que los últimos en escalar deban trabar las hojas corredizas de las puertas con su propia humanidad, pues viajan literalmente con medio cuerpo fuera del tren. Y las consecuencias son esperables: con los barquinazos, alguno cae a las vías. El accidente hace detener el servicio. Luego, los pasajeros se acumulan sobre los andenes. Cuando los trenes vuelven a funcionar, media o una hora después, ya son demasiados los ganosos por ser transportados. Y el cuento se repite: empujones, puertas trabadas, caída, suspensión del servicio.
    Para acabar con esta falta de civismo en los viajeros, la secretaría de transporte diseñó vagones cuyas novedosas puertas traen en sus bordes dos portentosas cuchillas. Claro que al principio hubo algunos miembros amputados, gritos y sangre por doquier. Pero pronto los usuarios comprendieron que no era recomendable interponer un pie entre esas mandíbulas de acero. Ergo: la tasa de accidentes bajó estrepitosamente.

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  63. Regreso del teísmo

    Aquel año en que me ganó el agnosticismo tuve ganas peregrinar de todas maneras, como lo había hecho durante tantos años junto a los feligreses de una parroquia. ¿Pero para qué, si yo ya no creía? Me justifiqué diciéndome que no estaba mal mantener ese hábito saludable de caminar cincuenta kilómetros entre miles de fieles, pues era cierto que necesitaba hacer ejercicio. Pero para inocular un poco el pasado, procedí así. La víspera a la peregrinación viajé en ómnibus hasta la catedral de destino, me paré en el último escalón de las escalinatas de mármol, respiré profundo y desde allí hice el trayecto hasta el lugar de reunión y largada caminado marcha atrás. No fue fácil, pues enseguida empecé a cruzarme con mis ex compañeros de rebaño. Como retrocedía por el medio de la carretera, los perturbaba con mi andar a ciegas, obligándolos a apartarse. Aunque fue una buena praxis, al año siguiente preferí aficionarme a los maratones.

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  64. El mochilero más efímero del mundo

    Después de años de dudar, lidiando entre mis neurosis y mis miedos atávicos, finalmente me decidí. Me compré una de esas mochilas aparatosas, que ocupan toda la espalda como un caparazón, la llené con algo de ropa, unos pocos utensilios de cocina que consideré indispensables, escondí en la media mis pocos ahorros y una madrugada de invierno salí al camino. Saludé a madre (principal inyectadora de mis temores infantiles) y le dije por enésima vez que todo iba a salir bien, que dejara de repetirme que me cuidara, que ya tenía 35 años…
    Caminé cien metros hasta la ruta que atravesaba el pueblo. ¿Hacia el oeste o hacia el este: montañas o mar? Mientras lo decidía, vi que tres muchachos caminaban hacia donde yo estaba. Charlaban animados. Creí notar que el más corpulento calzaba algo en la cintura. ¿Un cuchillo? ¿O ese brillo que veía a la distancia era el reflejo de la hebilla de su cinturón? Dudé. A unos dos metros estaba seguro: avanzaban hacia mí. Di media vuelta y corrí a encerrarme en casa. Madre sonrió, feliz. Me consolé pensando que había batido un record.

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  65. DESMEMORIA

    Ayer me volvió a suceder, en esta ocasión en el autobús. Se subió en la tercera parada. Era menuda y llevaba gafas oscuras. Aunque su cara me resultaba familiar, no lograba identificarla. Comencé a repasar mentalmente los lugares que frecuento: el edificio de oficinas donde trabajo, la cafetería, el gimnasio, las tiendas del barrio o el parque al que llevo a mis hijos. Me levanté con intención de saludarla por si conseguía así avivar mi memoria; pero en ese instante se apeó, desapareciendo por una de las callejuelas del barrio antiguo.

    Durante el resto del trayecto no me la pude quitar de la cabeza. Al llegar a casa, una vez agotado sin éxito el método de los emplazamientos conocidos, cambié al de los nombres y apellidos, más laborioso pero de gran eficacia. Consiste en intentar asociar aquellos al personaje misterioso, siguiendo con rigor el orden alfabético en combinaciones de dos, tres o más letras. Cuando me acosté iba por la letra “h”, esta mañana al levantarme ya había revisado hasta la “s” y ahora mismo ya sólo me quedan las cuatro últimas letras del abecedario. Como siempre, me siento optimista: terminaré averiguando quién es esa mujer.

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  66. ALTA VELOCIDAD

    Acaban de llamarme. Hoy mismo deberemos cruzar el país en coche, para visitar a un pariente gravemente enfermo. A ella todavía no me he atrevido a decírselo. Ya imagino la cara que pondrá en cuanto se entere de que deberemos tomar la autopista. Durante todo el trayecto irá mirando al frente sin pestañear, al principio con las manos crispadas sobre las rodillas y al poco rato con ambos brazos cruzados sobre el pecho, por debajo del cinturón de seguridad. Aunque intentaré mantenerme atento a la conducción, algunos no lograré esquivarlos. Explotarán con un golpe seco, esparciendo sus restos sobre el parabrisas. En cada ocasión la mancha se extenderá más o menos dependiendo de la especie, del tamaño, de la velocidad de vuelo y de la trayectoria que seguía en el momento del impacto. Ella chillará mientras se tapa los ojos, y yo me apresuraré a accionar de manera simultánea el botón que impulsa el chorro de detergente y la palanca que activa las escobillas. Cuando ya no quede ningún resto visible exclamaré, como siempre: “¡Listo!”. Entonces abrirá de nuevo los ojos y aferrará sus rodillas, a la espera de la próxima colisión.

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  67. LASTRE

    El pequeño drakkar, con capacidad para doce remeros, había partido varios meses atrás en misión de exploración para preparar la conquista de nuevos territorios. En el trayecto de regreso, una tempestad empujó la embarcación contra un arrecife. Descubrieron la vía de agua cuando se encontraban muy alejados de cualquier pedazo de tierra firme. El violento oleaje arrojaba dentro del casco más agua de la que entre todos podían ir achicando. Cuando la situación comenzaba a ser crítica, el que ejercía de timonel susurró al oído del compañero más próximo: “El gordo Olaf pesa como dos de nosotros”. Otras voces se fueron uniendo a la primera, entre gestos de aprobación. Hasta que el rumor, apenas amortiguado por el embate de las olas, terminó llegando al aludido. Éste no pudo hacer otra cosa que quedarse contemplando incrédulo a los cuatro hombres que, tras haberse puesto en pie, se abalanzaban ya sobre él.

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  68. Expedición a tierra enemiga
    Para mí es un paseo, pero para ella es todo un viaje. Trece cuadras recorridas a pura aventura. Tina, la caniche que paseo a diario, le ha declarado la guerra a cada perro que encuentra en su camino. Debería ser respetuosa del territorio ajeno. Pero no: ella les ladra, provocándolos. Y como el recorrido es siempre el mismo, ya sabe donde están sus adversarios. Así es. La alegría del viaje de esta peleona de blanco se nutre de enfrentar a esos dueños de casa que le muestran sus dientes desde el lado de adentro de verjas y garajes. Cien metros antes, tira que te tira de la correa para llegar de una vez a su ringside. A veces el pandemónuim de ladridos que produce es tal que ha llevado a más de un vecino a asomarse a la calle. Hacia el final del periplo, encuentra a sus dos únicas amistades: unos cuzquitos machos que andan sueltos y salen a saludarla. Se huelen moviendo la cola y la cosa no pasa de allí. Regresa extenuada pero feliz. Y en su lengua afuera parecería brillar la satisfacción del deber cumplido.

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  69. EL VIAJERO FUGAZ

    Francisco recorría el mundo en silla de ruedas. Temprano en la mañana, tomaba una botella de agua, un bolso con comida y emprendía el viaje hacia un nuevo destino. Era tan reconfortante verlo pasar con una velocidad inusitada, con un brillo conmovedor que contagiaba a los que lo observaban desde sus casas.

    Había alcanzado fama internacional, así que en muchos lugares lo acogían.

    Lo que más disfrutaba Francisco era regalar alegría a los demás.

    Para todos los que necesitaban un consuelo, él encontraba la forma de aliviar su pena. Algunos decían que era un joven milagroso. Las personas que lo veían pasar querían tocarlo, abrazarlo, pedirle sus deseos…Y esos anhelos, extrañamente, se cumplían.

    Cuando fue mayor, sólo faltaba un país por conocer; el suyo. Con sus sesenta y cinco años visitó cada rincón de su tierra hasta que llegó al último acantilado y, tras una sonrisa final, se arrojó al abismo.

    Ahora viaja en el cielo.

    Muchas veces las personas miran la gran cúpula y lo ven pasar fugazmente con su halo de luz brillante. En ese breve momento, le piden un deseo y el corazón se les llena de esperanza.

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  70. LOBO SOLITARIO AÑO 2038

    Estoy montado en la nave espacial que va a llevar por primera vez seres humanos a habitar el planeta Marte. Sé lo que me espera allá si llegamos sanos y salvos, el no volver a ver el planeta Tierra, que ha quedado expuesto totalmente, y bien merecido, a las vicisitudes de lo que se venía revelando hasta la saciedad: el cambio climático. Fui elegido porque no me ha quedado familia y así no sufriríamos mutuamente.

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  71. CIELO Y TIERRA

    Son como montañas de algodón flotando en un inmenso mar azul, formando acrobáticas figuras blancas, adornando una extraña estampa, y en la que me siento dentro del avión como espectador, sin haber pagado la entrada a un espectáculo único y maravilloso.

    Cuando toca descender, atravesarlas se nos ponen en guardia, avisándonos de que abajo no hay paz. El ajetreo del avión nos recuerda el día a día en el que nos movemos ahí y nos prepara para la guerra. No importa si vamos de vacaciones o a reencontrarnos con las que son nuestras raíces. Con los pies en el suelo somos otros y olvidamos la paz que dejamos atrás en el cielo azul, adornado de mantos blancos, inmensos, imperfectos pero solo en formas.

    Cada vez que viajo en avión no quiero que descienda, a pesar de que ahí abajo me esperen y espero hacer muchas cosas. El próximo vuelo tiene que ser espacial, para quedarme toda la vida dando vueltas contando las nubes, hasta quedarme dormido para siempre.

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  72. Ni turista, ni viajero

    Un amigo que aún no ha cumplido los cincuenta presume de haber estado ya en noventa y siete países, casi los que le faltan. Es un viajante empedernido y su principal propósito en la vida, si no el único, es estar en el mayor número posible de ellos. En su decálogo particular hay una regla fundamental que cumple a rajatabla: nunca repite visita a un país en el que ha estado antes.

    Siendo muy joven hizo un viaje iniciático en tren por Europa en el que consiguió visitar dieciséis países en apenas un mes. Ese fue el germen de lo que después sería una obsesión casi enfermiza. Unos años más tarde completó un periplo de tres semanas por nueve países sudamericanos… ¡Imposible aprovechar mejor el tiempo! –pensó al llegar a casa–. Pero particularmente orgulloso está de una gesta conseguida recientemente en un peregrinaje por el sudeste asiático: ¡ocho estados en apenas veinte días de vacaciones!.

    Ya ven… mi amigo ha viajado mucho pero conoce poco mundo.

    –Tú no eres un viajero, eres un turista –le espeté en una ocasión.

    –Ni una cosa ni la otra… soy coleccionista. ¿Acaso no lo somos un poco todos?.

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  73. San Telmo.

    Estoy escribiendo para vos, compañero y amigo, con quien coincidí en un viaje brillante por Buenos Aires. El arte y la pintura, la música, los árboles, plazas, flores y San Telmo, hicieron que la vida tuviera otro sentido. Juntos encontramos la magia, los viajeros, bohemios y la pregunta inevitable, si la vida es eso o es lo otro, o las dos cosas fusionadas. El contraste con el torbellino de la militancia, la lucha y la resistencia es inevitable.
    Compartí con vos la dualidad, que es al interior una disputa irresuelta. Sabemos que el revolucionario verdadero está guiado por un fuerte sentido de solidaridad y de humildad. En estas épocas de neofascismo y cyber camaradas, hoy acepté que somos rebeldes en serio. Que el inconformismo es el motor hacia el cambio, pero algo profundo.
    Viajar desde el alma, pasear por San Telmo, militar juntos. Estuvo bueno compartirlo, la complicidad genera adrenalina. Sos el compañero de lucha con quien nos preguntamos si los pintores van a la guerra. Pero un día te fuiste y quedé mirando hacia los astros, hacia algo más allá, superior, misterioso que une y separa energías. Albricias, compañero de ojos lindos.

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  74. La joven del autobús

    Aquella atractiva chica no dejaba de mirarme, aunque a mí su cara no me sonaba ni pizca. Su traviesa sonrisa, demasiado insinuante, invitaba a pensar que me estaba tirando los tejos. Faltaba bastante para llegar a mi parada cuando se levantó, tocó el timbre y se dirigió hacia la salida. Al pasar a mi lado, me acarició disimuladamente la cintura. Ya no había duda sobre sus intenciones. Una oportunidad así no podía desaprovecharla.
    Seguí sus pasos durante un buen rato, adentrándonos por calles cada vez más oscuras y solitarias. Hasta que entró a un portal. Pero dentro del portal me esperaban dos compinches suyos. Me pusieron una navaja en el cuello y me robaron todo lo que llevaba encima.

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  75. Santino, mi hijo de tres y favorito…también el único, hubo de pedir que volviéramos a casa. Nos encontrábamos arriba en El Golf, en el mirador con juegos. Y el tramo demoraría yo se bien que junto a «Shakino», era de unos 15 minutos a pie hasta llegar al otro lado de la Laguna Redonda.
    Nos vamos a demorar un poco, dije mientras procesaba. ¿Puqué? era innato, la curiosidad no se cuestiona mucho cuando se trata de niños. Porque la casa está lejos, había dejado de procesar fácilmente, las preguntas de niños nos pillan de sorpresa por lo general y respondemos con lo que hay en la punta de la lengua, como si fuera un reflejo a modo de descanso de esa saciedad.
    ¿Sorpresa?, no sabemos nada de sorpresa cuando se trata de nuestros hijos. Santino completo mi pensamiento, sin incurrir en que yo me había separado de su mamá hace un tiempo ya, sabía sí, vivíamos en distintas casas desde el principio: «Papá, la casa no está lejos, Papá está lejos de la casa.»

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  76. El Parque del Amor, en Lima, es un laberinto donde el amor se pasea escondido entre bancos de azulejos y jardines, donde las frases de amor se construyen con trozos de baldosas multicolores; rotos por las pasiones, por los desengaños, por los despechos; donde dos figuras enormes de piedra roja se enroscan en un escultural e inseparable beso. “Tal vez en tres años vuelva a amarte”.

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  77. Amigo

    Querido amigo, estoy en el muelle donde hace muchos años te vi partir hacia cualquier parte (eso fue lo que dijiste). Vengo con alguna frecuencia a recordarte. A recordar nuestra infancia. Éramos pibes y jugábamos con pelota de trapo. Luego el estudio, el trabajo. Transitamos la vida, amamos las mujeres. ¿Amaste a Margarita, recuerdas? Cuando te marchaste ella quedó en el muelle llorándote y tú te fuiste en pos de tu futuro viajando en la nave del olvido y nosotros quedamos en un café fumando, recordándote. Viajaste por los siete mares buscando lo que no se te había perdido porque nunca supiste que tu felicidad estaba aquí. Ella sigue esperándote en esta tierra que te vio crecer. Quizás regreses algún día, pero para ese entonces todo será muy tarde. Ella sigue esperándote en esta muelle, en el ocaso de nuestras vidas y cuando tú vuelvas sólo encontrarás cenizas.

    Humberto Hincapié

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  78. Me dejaron bruscamente en el suelo,la estación era un continuo ir y venir de gente,algunas tropezaban conmigo…Sin disculparse si quiera!

    Estaba deseando que llegara el momento en que me colocaran en el compartimento correspondiente y comenzara el viaje en tren,viendo pasar el paisaje…primero perezosamente, después a toda velocidad.

    Otras veces me han llevado de viaje en avión,aunque tengo que reconocer que en los aeropuertos me lanzan de un lado a otro sin demasiados miramientos.A pesar de todo me gusta volar,transportarme en unas pocas horas de Oriente a Occidente,de Norte a Sur…

    Pero de todos,mis preferidos son los viajes en barco.En primer lugar me trasladan cómodamente hasta la misma puerta de mi camarote, y después,el suave balanceo del mar…si,definitivamente estos son mis viajes favoritos.

    Durante las afortunadamente cortas temporadas de reposo en casa,esperando el siguiente viaje,juego a imaginar que habrá en mi interior esta vez,un bikini?, ropa de abrigo quizás?, con que me sorprenderá?…

    Espero que el próximo verano mi dueño decida hacer un gran crucero,y por supuesto,como siempre,YO,su maleta,iré con el.

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  79. El viajero se apresta. Arma sus petates. Es una persona, por lo tanto pasible a cometer errores. Pero este viaje es un error desde el principio. Se pregunta y cuestiona: ¿Por qué tengo que ir? ¿No podría ir otro? ¡Ni siquiera sé dónde voy! Y un viaje solo con hombres. Humm… ¿Estoy loco o idiota? ¿Buscar un nuevo mundo? ¡Quién lo va a creer! Y su esposa: “ya no sabes qué inventar para estar fuera de casa. No quieres salir a ningún lado y ahora vas a ver si el mundo sigue plano. ¡Todo lo ves redondo!”. Y Colón cruzó la puerta encaminándose donde lo esperaban la Pinta, la Niña y la Santa María.

    Claudio Bellouh Ardoy

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  80. Viaje a la eternidad
    Mara Serbiá

    Estarás vestida formalmente rodeada de toda la familia, excepto tu madre. Como un soplo entrará a la habitación pero solo tú podrás verla. Experimentarás un gozo, una felicidad inmensa: la besarás, la abrasarás, la apretarás hasta dejarla sin aliento. Todos se marcharán y ustedes saldrán últimas. Caminarán y caminarán por largo rato por campos, lomas y atravesarán puentes sobre ríos. A lo lejos, en un valle, divisarán la casita donde se encuentran los parientes reunidos. Pero por más que avancen no lograrán llegar.
    Cansadas de andar se sentarán sobre en una roca y al rato te dirá «Nena, tenemos que regresar». La mirarás extrañada y le responderás «Pero si me llevas me muero». Y te contestará «Hija, no has entendido, estás muerta ya».

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  81. Fin de entresemana con encanto
    El blog Salta Conmigo ha puesto de moda los viajes de fin de entresemana.
    Lo malo de los viajes de fin de entresemana es que llega el fin de semana y no sabes qué hacer. Por suerte, enseguida empieza otro fin de entresemana. Lo peor llega con la semanas en las que hay puente y son un lío. Y no digamos la Semana Santa, cuando salen los del capirote y hay que huir.
    Les cuento mi experiencia. Elisa y yo elegimos un hotelito de fin de entresemana con encanto sólo reservable de lunes a jueves. A partir del viernes quedaba en exclusiva para parejas con bebé y/o mascota de treinta o más kilos.
    Reservamos martes y miércoles. No caímos en el caprichoso calendario autonómico. El miércoles se celebraba en el pueblo la fiesta de no sé qué virgen milagrera y era festivo. Además, tenía lugar el meeting internacional anual del gran danés y casi todos los concursantes se alojaban con nosotros. Se les veía felices y arrogantes, paseando su gran alzada por los pasillos. Nuestro vecino de habitación- Laudrup, creo que se llamaba-, ganó en el apartado: Gran aullador nocturno. Constato lo merecido del premio.

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  82. Amada vida mía
    Nos encontramos muy jóvenes. Los únicos en la isla. Nos amamos locamente, frenéticamente. Después de quince años, un día me dijo: estoy cansada, estoy aburrida, quiero conocer el mundo, me voy, vida mía. Se marchó en el bote y me dejo solo, desolado. Hice camino caminando al promontorio rocosa cada día, cada mes, cada año, a otear el horizonte. La esperaba ilusionado, la pensaba siempre, siempre. ¿Amada mía dónde estás?
    Pasaron los años, muchos. Estoy viejo, enfermo de la espera. Amor, amor regresa, te necesito. Se abre la puerta de la casa, la luz enceguece, distingo la figura de una anciana que me dice: He vuelto amor, el mundo es un desastre. Sólo puedo decir, amada vida mía, ven acuéstale a mi lado, es hora de morir.
    Humberto Hincapié

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  83. Abuela despierta.

    El pequeño Fabian Andrés acaricia con su mano la cabeza de su abuela quien se ha quedado profundamente dormida sobre el mueble. Los fuertes ronquidos han atraído la curiosidad del niño quien en su infantil inocencia trata de despertarla para que continué narrándole el cuento. Pasados unos minutos la anciana por fin se despierta y argumenta en voz alta:

    -Por dios me he quedado dormida hijo, he tenido el sueño mas hermoso del mundo en el cual viajábamos en tren y aprovechaba la ocasión para narrarte un hermoso cuento-.
    Fin.

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  84. EL REFLEJO DE VENECIA
    Salí de la Stazione de Venezia Santa Lucía. Ella me esperaba radiante, con el sol calentando su rostro. Mis ojos se llenaron enseguida de luz, color, magia, agua y belleza. La góndola hendía su reflejo en el agua del canal. Y en un oscuro callejón, frente a un peldaño sumergido en el agua, descubrí que la amaba. Le declaré mi amor en un puente, en un campielli solitario y en la arena del Lido. Después la besé. Su boca de cristal se rompió en mil pedazos y mi rostro se cubrió con una máscara.

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  85. AYER, HOY Y MAÑANA
    El torreón, lo único que quedaba del castillo, emergía del peñón como si naciera de él. Allí en lo alto, con el pueblo a sus píes, parecía un gigante solitario que se resistía a morir. Su figura esbelta, con un pasado turbulento, se había convertido en un reclamo turístico. Unos metros más abajo, en un repecho de la ladera, estaba el cementerio. En estas tierras que ahora cobijaban a los muertos, antaño lucharon cristianos contra moros, disputándose la atalaya. El torreón se levantaba en terreno abonado por los muertos de ayer, hoy y mañana, luchando por sobrevivir en medio de la inmensidad del paisaje llano, con las lejanas montañas limitando el horizonte. La belleza de sus piedras había vencido a pesar de la sangre derramada de tantas personas.

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  86. EL VACÍO
    La niña se agarró a las piernas de su madre, que eran como las columnas de un templo. La madre aupó a la niña hasta sus rodillas. Después llegó una amiga de la madre y ésta la atendió. La niña entonces, quiso ver más allá del regazo protector, que era como un valle florido y luminoso, y subió las colinas de los pechos y desde allí se dispuso a escalar la montaña de los hombros. Se asomó por el lado izquierdo y pudo ver por primera vez la inmensidad del mar. La calma, de repente, se convirtió en una fuerte tormenta. Las embravecidas olas salpicaron la carita de la niña. Un fuerte viento la arrancó de la montaña y la niña cayó a las aguas revueltas. No murió ahogada porque un pescador la salvó. Entonces volvió a oler el dulce aroma de su madre cuando ésta la sacó de la bañera, la secó con la toalla y le puso el pijama. Ya sobre la cama, la niña saboreó el beso que su madre le dio en la mejilla. Después cerró sus ojos y viajó por sus sueños.

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  87. EL VIAJE DE UNA PALABRA
    ‘Adrián Valle Rubio’
    La palabra, surgida espontáneamente de la memoria, en el momento de ser trasladada a la pantalla del portátil, ignoraba el grandioso destino que le aguardaba. Dentro de unas semanas, brincaría alborozada en el corazón de una persona que, en los momentos en que ella fue escrita en el ordenador, se encontraba a dos mil kilómetros de distancia. Una persona que, a falta de nombre propio, llamaremos lector.

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  88. EL VAGÓN DEL CUENTO
    ‘Adrián Valle Rubio’
    En cuanto subía a un vagón del tren de cercanías, y observaba a los viajeros, la inspiración se le desataba. Raudo, el escritor vocacional extraía el cuaderno que siempre llevaba en el bolsillo de la chaqueta, y escribía y escribía y escribía durante el corto trayecto. “¿Viajarían los cuentos en el tren?”, se preguntó aquel día, intrigado, contemplando la fecunda cosecha del cuaderno, poco antes de apearse del vagón. “No. Soy yo el que viaja en tus cuentos”, le respondió segundos después, en el andén, una voz proveniente de la máquina.

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  89. EL DÍA DE LA ESPERANZA
    ‘Adrián Valle Rubio’
    Sube a la plataforma del vagón una pesada maleta, luego intenta coger a su hijo púber entre los brazos; no puede con él, pero ha de hacerlo si no quiere perder el tren. Lo consigue tras ímprobos esfuerzos. Ya está a bordo. Alguien deja el libro que tiene entre las manos y acude a ayudar a la mujer. Alguien abraza al chico, al que se le cae la baba, contra su pecho. El muchacho tetrapléjico y el viajero cruzan sus miradas. Ven lo que hasta ahora sólo habían entrevisto: la entereza y la bondad. El hombre, solícito, deposita al discapacitado en la plaza del vagón y, antes de despedirse, extrae un pañuelo del bolsillo y le limpia la boca. Uno y otro no olvidarán jamás ese día en el tren. El día de las miradas, el día de la esperanza.

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  90. BUEN VIAJE
    ‘Adrián Valle Rubio’
    El joven le preguntó al maestro qué camino debía tomar para llegar a la meta, la suya
    -¿Estás dispuesto a aprender?
    -Sí, maestro.
    -Entonces, cualquier camino te sirve. Anda con los sentidos bien abiertos. Buen viaje.

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  91. AMANECER EN EL TREN
    “Adrián Valle Rubio”
    El viajero, al mirar en torno a él, comprobó que los otros ocupantes del vagón estaban dormidos. Sintió pena por ellos, ya que, por la ventanilla, al fondo del horizonte, una luz rosada preludiaba la salida del sol. ¡El amanecer! En ese momento, un chorro de luz acarició sus ojos. Los abrió. Se había quedado dormido mientras los otros pasajeros contemplaban el amanecer. Se había perdido el espectáculo por primera vez en años… Bueno, quizá no. Mientras dormía, en sueños, había visto al fondo del horizonte una luz rosada preludiando la salida del sol.

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  92. La vida es un viaje
    Siempre quiso vivir como si su existencia fuese un libro interesante. Uno de esos que el lector no puede soltar una vez comienza a leerlo, porque las historias de amor y sexo lo atrapan y lo arrastran a entrar en él, convirtiéndolo en personaje, partícipe y cómplice en ese viaje audaz. No le interesaba que su vida pasara a ser literatura que trascendiera su época. Le bastaba con que fuese un guion excitante que algún atrevido productor llevara al cine, haciendo de ella un personaje inolvidable como Lolita o Scarlett.
    Ahora, tan cercano el final, ya no es importante si lo logró o no; eso sí, su diario es testigo de que disfrutó cada instante.

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  93. Historia de amor
    – Me alcanza esa revista, por favor, – le dice coqueta, mientras extiende la mano.

    La coquetería es innata, no puede evitarla, y por su voz dulce y cantarina, él no podría adivinar que tiene los ojos levemente rojos e hinchados, porque las gafas oscuras no le dejan verlos, aunque desde que se sentó, la observa de reojo.

    Le extiende la revista, y sonriendo le comenta: – me muero por ver esos ojos, hermosos han de ser si se esconden para que su reflejo no queme.

    Ella sonríe al escuchar el cliché. Se los mostraría, porque es cierto, son lindos sus ojos, pero ahora no, ahora ha llorado. Lloró mientras hacía la maleta la noche anterior, y lloró nuevamente mientras le escribía la nota a Jorge diciéndole que lo sabía todo, y que se iba. Que hiciera su vida, que fuera feliz con la otra.

    Mira por la ventanilla del avión. Ginebra va quedando atrás, afuera llueve, y con una sonrisa que comienza a jugarle en los labios, piensa que todo empezó en un viaje similar.

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  94. OMBLIGO DEL MUNDO
    En Cusco, a 3.400 m.s.n.m uno acaricia el cielo o toca los infiernos con el mal de altura. El soroche tiene una vacuna temporal con la comercialización de unos biberones de oxígeno que llenan de vida el cerebro, liberando al necesitado por unos momentos del malestar y el dolor de cabeza. A esa altitud se refleja el orgullo patrio dibujado en las laderas de los cerros con un «Viva el Perú». Cusco es vida pétrea y sus muros son la inspiración al tetris.
    En junio, a comienzos del invierno sur, es una eterna fiesta repleta de desfiles y bailes regionales. La Plaza de Armas es el alma, ese lugar religioso de obligada peregrinación entre la Catedral y la iglesia de Santiago. En sus bancos o en la escalinata de su fuente, encontré el sol que ahuyentaba el frío mientras los turistas que llegaban de cualquier parte del mundo, abrían la puerta a un lugar tan excepcional como Machu Picchu. Cusco es un inmenso mercado, colorido, olfativo, tangible. La noche te envuelve en la ciudad vieja, iluminada de amarillo, disfrutando de sus locales de música en directo y entregándote al lado más bohemio.

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  95. Madrid (contigo) es cerveza helada y llama de hoguera.
    Madrid reverbera pasado en presente,
    ata la luz en su charco del Retiro.
    Domingueras las barcas pululantes
    rememoran una Barcelona sin mar.

    Madrid se extiende en su Lucifer alado, su caída
    al cielo abate y pela la arboleda dejándola cetrina.
    Un saxo arranca al oído melodía navideña.
    A sus pies, Zeus brinca, ladra a los demonios
    libertinos, vomitadores de codicias.
    Un declamar a cuatro y ocho ruedas balancea o revienta el equilibrio en wave.

    El otoño constante embelesa el espíritu, desleída
    en tiempo por fuera
    irrumpe el ahora en soledades requeridas,
    marca la apostura veterana.
    Los pajaritos (coplilla que fue moderna)
    del acordeón revuelven, contaminan el aire y mi destino.
    La alfombra cruje al paso,
    el mal y la sabiduría estallan en hermosura.

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  96. Venecia es ausencia…
    Venecia se vertebra en suelo no expuesto
    en el plomo del cielo y la tarde quebrantada
    …es otoño en los canales.

    Alza el vuelo el león arrebatado, el corazón se abate,
    cae la noche, ocaso aquiescente en húmeda templanza mortificando la belleza de palacios y mujeres flotantes
    …el ojo abusa, el ojo oblicuo omnipresente.

    Venecia desazona, su góndola coqueta y su gondolero
    amarran el corazón en cuentas de mosaico deshojado
    mientras Dios y Dolce Gabbana escupen oro erigiendo Bizancio en los muros catedralicios de San Marcos.

    Venecia es cristal y agonía, arena en el Lido
    tránsito, atentado a Poseidón entre islas,
    rostro surcado de agua, carnaval sobre la tierra
    máscara …Venecia se muere, es anécdota humana.

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  97. Salamanca

    Tu plaza deshace a Unamuno entre sus bancos y losas,
    sus palabras no rozan, varados en otras coplas.
    Puente de dos catedrales, Salamanca es azotea de tiempos que se dan la mano
    y candado en el pozo, Calixto y Melibea,
    aroma de herrumbre y promesas,
    …das tu secreto, entregas tu libertad.

    Cilleruelo abre la noche en tacones lejanos al río.
    Un Kos deliberado grita drama
    y clama por una madre que abandona.
    La voz vuela despedida en un alarido en haz
    diabólico de luz, melena incandescente despechada
    al ardor de las guitarras.
    Bocata de panceta a las tres, solo dos, y
    tus manos en aspaviento muestran locura, mía.

    Salamanca en julio es ámbar por los cuatro costados y sentencia,
    es vermú en la plaza y el mundo entre las piernas,
    es la blancura del traje, petición entre risas,
    el riesgo quebrado en el ruedo, es cerrojo en los labios y caminar en trance.

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  98. Mar de nubes
    Llueve dulcemente. Las gotas resbalan, sin prisa, por las pocas hojas que aún visten a los árboles del bosque, empapando los frutos que yacen en el suelo. Camina en silencio, pesaroso, dejándose impregnar su encrespado cabello, resbalando hasta su cara. Se le resistió largos años. Hoy le pone rostro a su gran sueño. Frente a él se erige imponente ese gran cuerpo calizo, de vertiginosas curvas y manto nevado, de una belleza incomparable y mágica atracción. La lluvia discurre por su piel rocosa formando hileras a las que va engullendo la fría sima que nace a sus pies. Se acerca sin miedo. Cerrando los ojos, acerca su mano a la fría piedra, acariciándola y sintiendo su poder. La lluvia cesa, el sol tímidamente asoma calentándole la tez y el alma. Asciende lentamente, metro a metro, hasta alcanzar el espolón que en pocos minutos le conduce a la cima. Desde allí, un espectacular mar de nubes deja entrever el valle y en el horizonte un nítido cielo azul le regala las mejores vistas, las que siempre anheló, las que ya posee y quedarán grabadas en su memoria para siempre…

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  99. SUEÑO CUMPLIDO
    Sólo escuchaba el tosco sonido de mis crampones arañando el verglas y mis pensamientos se perdían entre la fina neblina que me arropaba. Mi respiración se aceleraba por segundos, la adrenalina se desbordaba por todos los poros de mi piel.Me repetía a mi misma que la cima estaba próxima. Por fin acariciaba con ternura su blanco manto nevado mientras la gélida brisa glaciar recorría cada centímetro de mi cuerpo, haciéndome estremecer. Atrás quedaban largas horas de escalada, frío y cansancio, dejando paso a la euforia, ilusionada por hollar esa montaña que tantas veces me había quitado el sueño. Por fin alcanzo su punto más alto. La niebla desaparece regalándome unas espectaculares vistas, aunque, sin duda, la más deseada, es la de tu sonrisa esperando mi sincero abrazo por nuestro sueño cumplido.

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  100. Viaje sin retorno
    Día menos cuatro Los noticieros de la radio y la televisión lanzaron los extras anunciando que, de acuerdo a la agencia espacial de la Nasa, un extraño fenómeno planetario había ocurrido. Marte se había salido de su órbita y viajaba en curso de colisión con la tierra. Viaja a 766.666 kilómetros por hora.
    Día menos tres: Hay pánico en la tierra. Las bolsas financieras se caen. Todo el mundo abandona el trabajo. Nadie vende, nadie compra, todo el mundo roba. Todos quieren huir. El tráfico se paraliza por los atrancones. Nadie puede salir, nadie puede entrar. Todos lloran, todos gritan. Marte se aproxima vertiginosamente.
    Día menos dos: Los cristianos caminan hacia los templos y conventos. El Papa francisco pide a los católicos que se confiesen y comulguen para que puedan sentarse a la diestra de Dios Padre todo poderoso. Los hebreos se matan golpeándose la cabeza contra el muro de los lamentos. Marte sigue acercándose.
    Día menos uno: El Estado Islámico que quería acabar con el mundo lanza un comunicado “Alá nos ha escuchado, nos vemos en el paraíso”.
    Día cero: En breves segundos Marte chocará con la… ¡Mierda! ¡Bang!

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  101. Lejana juventud

    Regresé a Florencia… Llegué de madrugada, me acosté muy tarde y me costó dormir… pero cuando lo conseguí… las campanas del Duomo tañían como descosidas… Me levanté, abrí la ventana… y allí estaba, frente a mí, en todo su bello esplendor de mármoles de colores, a la luz de la mañana… y el alto y bello Campanile al que subí hace muchos, muchos años…
    Bajé a desayunar, salí dispuesta a recorrer la ciudad pero antes me senté en uno de los cafés de la Piazza della Signoria para tomar un espresso… Paré sólo un ratito a comer porque tenía una cita por la tarde con el David de Miguel Ángel y me había entretenido en la Santa Croce soñando mirando el lapislázuli estrellado de una cúpula…
    Las horas volaron, los amarillos y ocres del Ponte Vecchio se reflejaban ya en las tranquilas aguas del Arno, enmarcados en un cielo azul con nubes rosáceas y violetas… Llegó la noche y, de regreso al hotel, en la Piazza vi a un grupito de jóvenes estudiantes, sentados en corro en el suelo, que cantaban canciones… Me vi de nuevo joven con mis amig@s, cantando temas de los Beatles…

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  102. Sueño de arena

    Iba a subir en camello, me hacía ilusión porque no tuve ocasión en otro viaje… Así pude al fin adentrarme un poquito en el extenso y cálido desierto del Sáhara… Nos vistieron para la ocasión y aquel camellero tan majo me puso el turbante tan bien sujeto que no se me movió en todo el trayecto, como si lo hubiera fijado con invisibles horquillas…
    Hacía un calor insoportable, sudaba mucho bajo toda aquella ropa, además me dolía todo el cuerpo a causa del esfuerzo, pero todo lo soportaba por la belleza del recorrido: en unos instantes se te olvida que vas con tus amig@s y te imaginas en una caravana, acompañada de beduinos de ojos verde mar, como los de mi simpático camellero, camino de algún palacio escondido entre las dunas del desierto, o en aquel oasis con palmeras repletas de dátiles, que servirán para ricos dulces con frutos secos; con agua fresca para beber agua, preparar un delicioso té a la menta, lavarse, darse un chapuzón de placer, mientras los chicos se lanzan, temerarios, desde lo alto de las palmeras; abrevar a los animales… Y sueño despierta ante la hoguera en la fría noche…

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  103. Aroma de vainilla

    Aún no había amanecido, fui casi la primera en llegar al puerto; hacía un poco de fresco pero era húmedo y pegajoso. Pasó el tiempo, empezaron a llegar pasajeros y las luces artificiales dieron paso a la luz del día, tenue, puesto que estaba nublado… y mi ansiado viaje a la isla-refugio, que dicen que tiene forma de pulpo, sería sin sol pero nada iba a empañar mi ilusión…
    Antes de que abrieran la taquilla, contemplaba los grandes ferrys, el rojo y rápido barco en el que viajaría, cuando se me acercó una señora, quemada por el sol, que me empezó a hablar en un francés polinesio lleno de modismos y de palabras que jamás había oído; era simpática y habladora, a pesar de la fama de cerrad@s que tienen l@s isleñ@s… Subimos juntas al barco y me dijo si podía sentarse a mi lado… Empezó a contarme su vida: era de Moorea pero vivía en Tahití hacía muchos años, tenía tres hijos, su marido trabajaba en Raiatea… y el aroma de la vainilla llegaba hasta mí mientras la cadencia de sus palabras se mecía al son de las olas de los Mares del Sur.

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  104. Sincretismo

    Era agosto y se celebraban las fiestas de San Juan Chamula. Las faldas negras de piel de las mujeres; el mercado con sus puestos de pescado; madejas de gruesa lana; los fuertes guardianes chamulas con pellica blanca; los del ancestral consejo sentados en el porche vestidos con negras pieles e impartiendo justicia; banderitas colgando en la plaza… y la iglesia blanca, ribeteada de azul y verde con dibujos de colores y, ante la puerta de madera, la cruz maya también verde, como el paisaje de su selva chiapaneca esmeralda…
    Entro pisando una alfombra de agujas de pino, que cubre el suelo y, a la claridad de los cirios, en una niebla de incienso, vislumbro las figuras de los santos con esos rostros y un cabello tan distintos que hasta espanto siento: son los mismos santos pero con otro aspecto, otros colores que hieren mi pupila pero que me atrapan…
    Aquí no hablo pero en San Lorenzo Zinacantán, de fiestas por su patrón, un señor muy mayor, sentado en un banco de madera, me pregunta de dónde soy, después me explica detalles de la fiesta, de los santos… mientras me mira con sus cansados ojos negros…

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  105. Entre bambús

    Habíamos llegado a Yangshuo en barco a través del río Li, después de bastantes horas de una lenta y deliciosa navegación entre la niebla y el frío, atravesando parajes tan bellos como nunca pensé llegar a ver…
    Vadeamos el río Yulong en jeep y recorremos los campos… La neblina no nos abandona, hace frío, y eso me encanta… con esas nubes allí instaladas en el cielo, el día bastante oscuro, todo se ve más bello: el verde de los árboles es más fuerte e intenso, éstos parecen exhuberantes plumeros al final de sus troncos marrones, reflejándose en las frías aguas del río; los húmedos arrozales, de un verde mojado y limpio; a lo lejos, las montañas recortadas y escondidas entre la bruma; los niños que juegan en una descubierta leñera; el campesino, el rostro tapado por su enorme sombrero cónico de bambú, que vuelve a casa por la vereda; las casetas de los aperos; algún invernadero; animales que no llego a distinguir en la distancia; una camiseta blanca de algodón tendida en el muro de la fachada de una casita y la bicicleta con carrito ante el árbol, mientras por ahí picotea una galliga mojada…

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  106. VIAJE EN EL TIEMPO

    En mis viajes de vacaciones por las zonas serranas, me gusta en los atardeceres realizar largas caminatas, para recorrer las silenciosas y tranquilas calles de los pintorescos pueblos que las conforman, que son muy distintas a las de las grandes ciudades, donde se vive a un ritmo febril, envuelto en los molestos ruidos del tránsito.
    Una tarde, circulando por un camino de piedras, ante mi vista apareció de pronto una plazoleta abandonada, y en esa soledad que la rodeaba, me pareció un lugar del mundo que el pasado había dejado olvidado. En el centro había un gran sauce llorón, mientras en un costado dormía tranquilo un viejo carro desvencijado, junto a unos leños apilados y una fuente ya sin agua, semioculta entre los pastos crecidos, conformando un paisaje triste y desolado.
    De pronto, en medio de ese silencio, me envolvió una suave brisa y escuché el eco lejano de unos disparos, sobrepuestos a un grito de ¡Viva la Libertad! Y en ese momento, me pareció que esos sonidos provenían desde otro cielo muy distante, de alguna historia de heroísmo en esa plazoleta abandonada, que mágicamente aún permanecía suspendida en el tiempo.

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  107. Perdida

    Aquella niña que se perdía casi todos los días al ir al colegio, la misma que no sabía diferenciar entre izquierda y derecha y, por supuesto, no sabía utilizar una brújula.

    Ella sabía que era diferente, que su alma estaba partida, rota en millones de pedacitos, que al igual que cuando se rompe una copa, los trocitos se habían propagado por muchos rincones. Su única manera de encontrarlos era perdiéndose. Sólo cuando cerraba los ojos y comenzaba a andar sin rumbo ni mapa, encontraba un pequeño pedacito de su alma.

    Encontró el primero un día caminando por Pere Lachaise , sintiéndose más perdida que nunca. Estaba escondido bajo las hojas ocres y rojizas que el otoño había dejado caer sobre las antiguas capillas del cementerio. Otro pequeño trocito se ocultaba entre los rosales florecidos de los Jardines Franciscanos de Praga, otro yacía en uno de los rincones más bulliciosos de Candem Town y otro las calas de arena fina de Cabo de Gata.
    Ella todavía no sabe utilizar una brújula y a penas distingue entre izquierda y derecha, pero sabe que tiene que perderse, para encontrar a su alma y así encontrarse a sí misma.

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  108. EN EL VIEJO CAUCE
    Una mujer apoyada en la piedra del puente miraba las luces de la noche. De edad indefinida, apariencia desaliñada y vestida con andrajos. Ya la conocía, nunca pedía dinero a los caminantes ni escarbaba en la basura. Cargada siempre con una sucia y desvencijada maleta de pequeñas dimensiones. Deambulando, calle arriba, calle abajo, enfrascada en su mundo.
    Cruzando el puente me detuve a su lado y comenzó a hablar.
    – Siempre me han gustado las ciudades con puentes solemnes sobre el río. Puedo pasar de un lado a otro las veces que quiera, sentir que camino firme mientras imagino lo que me espera en la otra margen.
    Lentamente abrió la pequeña maleta y me enseñó su interior: guías y planos de bellas ciudades, desgastados por el uso: Florencia, París, Lisboa, Praga, Venecia…
    – Sueño con ir a alguna de esas ciudades y alojarme en el primer hotel que encuentre -, le confesé.
    Con mirada triste, depositó la maleta a mis pies. Me quedé plantada mientras se alejaba, había decidido abandonar los buenos recuerdos que lastraban su vida. Era hora de emprender un viaje y conocer nuevas orillas.

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  109. Expediciones

    El viaje resultó agotador, pero bien valió la pena puesto que el hallazgo había sido grandioso. Creíamos estar frente a una noticia que podría cambiar el curso de la historia. No todos los días en una expedición podían verse cosas como ésta.
    Nos alegramos y pensamos que por fin habíamos dado con la clave para descifrar esos grandes misterios que desde hacía siglos desvelaban a nuestra especie. Inmediatamente, y por aquello de que todo descubrimiento científico no es tal si no se transmite y comunica, avisamos lo que sucedía.
    La orden que se nos impartió fue clara: “Esperar y no entrar en contacto hasta la llegada de refuerzos”. Se ignora el grado de hostilidad que pueda presentarse”. Se nos dijo.
    A partir de allí comenzamos la espera sin que hasta la actualidad el apoyo prometido haya arribado. Ha pasado mucho tiempo, personalmente ya ni recuerdo con exactitud cuánto, pero, fieles a nuestro juramento seguimos aguardando, aunque no pudimos cumplir con la segunda parte del requerimiento, todos tenemos nuestras debilidades, y así las cosas decidimos mezclarnos con los nativos, a tal punto que hoy nadie nos identifica y pasamos perfectamente por habitantes del planeta Tierra.

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  110. VACACIONES
    Dentro de dos días llegaría a mi lugar de trabajo y la rutina me inundaría. Podría emerger de ella, soñando con mis vacaciones, repletas de instantáneas: la inmensidad del mar colándose por la ventana del castillo, igual que lo había hecho durante miles de años, cambiando sólo el espectador, desde los templarios, pasando por un hombre que quiso ser papa, hasta soldados y terminando con turistas y viajeros de distintos lugares del mundo. Casas blancas con ventanas perfiladas del mismo color azul del mar. Atardeceres y amaneceres en la playa. El blanco de las gaviotas, lanzándose en picado sobre el mar. Y tormentas de verano, que nublan el día de melancolía, y que al cabo de unos minutos desaparecen y dejan en el aire el frescor de la naturaleza, y te hacen sentir infinitamente pequeña.

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  111. UNA HORMIGA
    Observo a una hormiga que da vueltas por un pequeño cuadrado. A los lados del cuadrado aparece otro cuadrado y otro, así hasta completar un trozo grande de acera gris. Y si sigo ampliando el panorama veo una calle con árboles apostados a ambos lados, salpicados de flores blancas. Luego un seto oscuro y profundo que huele a fresco. Tras el seto, hierba, una casa, una ventana, un tejado, la chimenea, el cielo, unas nubes, dos pájaros, un avión con su estela blanca perdiéndose en el cielo azul, una montaña con un penacho de nieve, la ciudad, el mundo…

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