Microrrelatos 2015

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El formato de microrrelato se adapta perfectamente a la categoría de relatos de viaje, ya que muchas veces una anécdota o historia de viaje tiene tanta o más entidad que el propio viaje en sí.

Al contrario que los relatos a concurso, que tienen que ser enviados por correo electrónico, los microrrelatos se añaden como comentario a esta sección, en la parte inferior de esta página, y, una vez comprobado que se ajusta a las bases en temática y número máximo de palabras, 195, serán validados por el moderador y publicados. Cada participante puede subir un máximo de 5 microrrelatos.

Agradecemos tu interés por participar en el X Concurso de Relatos Cortos de Viaje Moleskin 2015. El período de envío de microrrelatos es el mismo que para los relatos, entre el 15 de enero y el 15 de junio de 2015.

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145 comentarios

  1. Dios

    El padre David abrió los ojos lentamente. La cabeza le dolía y se sentía mareado, a los pocos minutos se dio cuenta de que estaba en una prisión.

    Su carcelero era un Filipino que apenas musitaba unas palabras en español. Le ofreció una ración de fruta seca y un vaso de agua. Tras darle las gracias el religioso le tendió una biblia al guardia, pero este la rechazo bruscamente. Entonces recordó las palabras de su superior el padre Francisco, quien le dijo las siguiente frase » este viaje sera duro, pero aprenderás mucho de tu fe y esparcirás el credo de dios en esa tierra»

    Esa noche tres clérigos filipinos le pidieron que se largara de la isla porque de lo contrario lo asesinarían. Dos horas después una barcaza salio del puerto de Manila llevándolo a tierras de Europa.

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  2. Que no te lo cuenten
    No soy de esos que se van de vacaciones para descansar; para meterme en una habitación y dormir, me quedo en casa. Yo quiero indagar, investigar, preguntar, descubrir, conocer, mezclarme con los autóctonos, empaparme, andar, correr, comprar, probar, no parar, fotografiar, bañarme, bailar, besar, beber, oler, comer, sentir, tocar, reír, leer, gastar, madrugar, trasnochar, llorar, admirar, contemplar, reventar, dejar huella y que me la dejen, compartir y repetir porque sólo así me siento viva, completa y plenamente satisfecha. Invertir dinero en experiencias intangibles que merezcan la pena, romper con la rutina, combatir el aburrimiento. No valen las excusas, ponte la mochila y déjate llevar, sin mapa, sin guías, sin señales, sólo con las ganas me vale. No hay que tenerle miedo a lo desconocido, porque lo desconocido es el hogar de otra gente. Cuando llego a casa, deshacer la maleta es como colocar tus recuerdos, con la ropa que te pusiste revives cada momento en el que la llevabas puesta. Luego enseñas las fotos, explicas su contenido, pero no puedes expresar lo que sentiste porque eso es mejor vivirlo. Que no te lo cuenten cuando puedes contarlo tú.

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  3. -Reflejos de un amor en el vino-

    La conoció en aquella fiesta de gala, hacía ya tantos años. Le ofreció una copa de vino, y lo probaron los dos por vez primera. Desde aquel día, él encerró su amor por ella en aquel líquido carmesí, y terminó la noche, y probaron ese vino muchas veces más, muchos días más, y pasó el amor y el tiempo.
    Ya no estaban juntos, pero él siempre que podía iba a verla de viaje. Se servía una copa de aquel vino y bebía sentado en la terraza, y viajaba, a los tiempos alegres y joviales con ella.

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  4. Peregrinación a San José (Costa Rica)

    En Chile, Santiago no encontraba La Paz que tanto anhelaba, por eso con Santa Fe, decidió peregrinar a San José con la esperanza de que los Buenos Aires de aquella región fungieran como El Salvador de su alma acongojada. Partió un Santo Domingo de las fiestas de San Juan con el corazón roto por el desamor de Asunción.
    Vicente, su padre, uno de los hombres más Barbados de la comarca, lo bendijo. Con la premura del viaje, su madre, la noble y Santa Lucía, alcanzó a darle un saQuito con Limas y algo de Jamaica.
    Santiago subió en su Antigua Brasilia rumbo a Bolivia, se emocionó porque en Colombia recibió una Carta, pero descubrió que era ajena. En Panamá nomás fue a Ver aguas y dos días después ¡Por fin! llegó a Costa Rica. Manuel Antonio le dio la bienvenida, pero para llegar a San José lo mandó con Braulio Carrillo, este muy amable le invitó una Cuba, aunque le dijo que ya se había pasado, desesperado pensó encaminarse al Cerro de la muerte, no obstante quiso La Fortuna que conociera a Concepción quien lo llevó a La Gloria.

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  5. El tren pareció detenerse un momento y divisé los campos. De color verde oliva y ocres, los tonos despertaron mi imaginación y mi olfato. Sentí que ya me iba acercando al lugar adecuado, a Toulouse. Había dejado atrás Bordeaux y la preciosa zona de Bayonne y San Joan de Luz. Todavía me recordaba bañándome en la playa, como las mujeres de Sorolla. Sin sombrero ni traje blanco pero ataviada con mi mejor sonrisa, y lo que llevaba dentro. Sabía que era madre, y no esperaría a que me lo confiaran a mi vuelta.
    Éstas habían sido unas cortas vacaciones españolas en la zona de Biarritz y San Sebastian y mi afán por descubrir estaba saciado. La playa y mis visitas culturales coparon mis días.
    Mi compañero, con mirada holgazana, sonreía leyendo su Kindle; intuía que pensaba lo mismo que yo: los ocres nos devolvían al hogar.
    Me dio tiempo a pensar en lo que había logrado; no grandes temas materiales pero sí tranquilidad de sentirme viajando al lugar adecuado., y la certeza absoluta de que el resto de mis viajes no serían solitarios. Un compañero pequeño y esperado se nos uniría para siempre.

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  6. Underground

    Te veo todas las mañanas. Impaciente, pegada a tu reloj, como si la vida dependiese de esos cinco minutos que tardas en verme. Aparezco y no me recibes con saludos ni sonrisas, tampoco te dignas a darme los buenos días, está claro que tienes prisa.
    Se te escapan los bostezos que siembras en tus noches engolfadas, siempre te encuentro quejándote de tu jefe, del tráfico, del calor o del frío. Rápidamente me olvidas, indiferente abres el periódico, enciendes el móvil.
    Nunca me has dicho si vengo guapo o te alegras de verme. Refunfuñas, para ti siempre soy demasiado caro. Me conozco tus mañanas plagadas de sueños rotos, también los días en que estás contenta. Nunca me atrevo a preguntarte de dónde vienes. Una vez llegué diez minutos tarde, aún escucho tus reproches.
    A veces pienso que algún día pasaré de largo, sin saludarte. Te veré agitando el bolso desde el andén y maldiciendo la estela de mis pasos. Luego te miro, impaciente, pegada a tu reloj. Cambio de opinión y me paro a contemplarte. Dejo que abras la puerta.

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  7. Huracán de angustia

    Bonnie durante seis meses, todas las noches se hacia esta lamentable pregunta: “¿Qué hacer para olvidarte?”. Siempre le dolía el pecho como si le hubieran dado un fuerte golpe con un martillo. La pena y la angustia la estaban acabando; vivía en la tristeza de manera fatal. Por las noches desastrosas trataba de viajar al mundo onírico ese que se logra cuando uno está profundamente dormido. Soñaba que había llegado a París a visitar una tía y que pasaba unas magníficas vacaciones, pero siempre que ella se sentaba en un café lo veía a él acercándose lentamente…ahí su sueño se volvía pesadilla. Él le decía que la quería y que nunca más la engañaría; ella se levantaba indignada dando vuelta su mesa y las cercanas. Destruyendo todo lo que hubiera a su alrededor con angustia feroz. Se despertaba agitada y llorando suplicaba que alguien la ayudará. De esa forma estuvo durante seis meses hasta que la última noche de Junio ella se entregó al sueño y despertó como otras veces… pero ahora su cuerpo revolvía frazadas y sábanas de un lado a otro hasta que el huracán de su espíritu se apagó.

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  8. La tierra de mi padre

    – Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.
    -¡Huuuy, no señor! Se equivoco, éste es el planeta Comala, lo que usted busca es el pueblo, siga derecho hasta la siguiente galaxia, busque la estrella con nueve planetas y luego pregunte por ahí.
    – Ok, gracias y disculpe.
    – Oiga apá, pero esa galaxia a la que lo mando ¿no es fantasma?
    -No se preocupe mi’ja, en el camino seguro hallará quien lo guíe.

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  9. El verdadero viaje

    Había recorrido todos los continentes y casi no había lugar que le fuera desconocido o del que no hubiera oído hablar. Cámara en mano, había captado instantáneas únicas alrededor del globo, ya fuera en la Gran Muralla China, en las ruinas de Machu Picchu, en las Tierras Altas de Escocia, perdido dentro de las galerías de los museos más prestigiosos o incluso en las Pirámides de Egipto… Había nadado con un tiburón blanco, visitado la Antártida y las auroras boreales no guardaban ni la más mínima intriga para él. También era experimentado en todas las aventuras, historias y fantasías que los virtuosos literatos nos han regalado a lo largo del tiempo. Conocía también el manto de estrellas, la Luna y el Sol, así como el resto de los planetas y constelaciones lejanas. Sin embargo, el día que creía haberlo visto todo, el verdadero viaje de su vida comenzó cuando ella lo miró a los ojos y le dijo: «te quiero».

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  10. CUATRO RUEDAS

    Le llevó años de esfuerzo conseguir aquel vehículo y ahora que lo tenía nadie la detendría. Daría la vuelta al mundo.
    Revisó bien la mochila antes de cerrarla para asegurarse que no olvidaba nada importante.
    –Te veo feliz –le dije–, pero, ¿estás segura de querer hacerlo?… tu…
    – ¿Yo?… lo estoy –contestó con una seguridad sorprendente–. Tú tienes piernas, pero yo tengo ruedas. ¿Sabes hasta dónde puedo llegar con estas cuatro ruedas?
    – ¿Hasta dónde?
    –Hasta donde yo quiera.
    Apretó el botón de su nueva silla de ruedas y comenzó el viaje de su vida.

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  11. Billete para el amor

    Cansada de otra discusión entre sus padres, metió la cartera en su bolso y salió a dar un respiro. Se dirigió a la estación de autobuses con la intención de pasar unas horas en la ciudad. Nada iba fuera de lo común hasta que, por descuido, se le fue el billete de las manos. Enseguida corrió con el fin recuperarlo, pero el viento no se lo puso fácil. Sin embargo, un chico de su edad pudo atraparlo. Al subir al autobús la invitó a sentarse a su lado.
    —Gracias, pero… ¿No se pondría celosa tu novia?
    —Imposible. No tengo novia.
    Entonces se sentó junto al improvisado compañero de viaje. Para continuar conversando, le preguntó si era del pueblo, ya que no le había visto nunca antes. Él le explicó que vivía en la capital, que sólo había ido a pasar unos días con unos parientes. Tras un instante de silencio, el chico preguntó.
    — ¿Qué piensas hacer? ¿Conoces a alguien en la capital?
    —Pensaba ir de tiendas porque no conozco a nadie. Ni siquiera el lugar.
    —Yo puedo enseñarte más sitios si quieres.
    Ella aceptó. Desde entonces, cada uno se sentía más atraído por el otro.

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  12. «Un beso para viajar»

    La lluvia, el olor a lluvia y el viento me llevaron a recordar tus besos; besos que ya no van a volver. Todavía viajo al primer beso. Aquella plaza. Dos cuadras de tu casa, sin gente, sin pájaros. La lluvia como techo.

    Cierro los ojos. Te siento. Te imagino. Te veo. Lloro. Me limpio. Los abro. Me veo. Me sensibilizo. Los cierro. Escalofríos en la piel. Laberinto en la garganta. Terror en el corazón.

    Hoy debería haber sido distinto. Deberíamos haber salido. Juntos. Esperar a que suceda algo extraterrestre, como solías decir. Salir, viajar. Felices de la vida. Ir a un café, disfrutar de una cerveza; duelo de miradas sin importar perder.

    Hoy debería haber sido distinto. Dándonos esos besos que tanto extraño, cada puta noche. Viajo, todavía, al placer del primero, pero olvido el destino del último.

    En vez de eso estoy en casa. Solo. La luz apagada. Tomando Glenlivet y sin hielo, comiendo queso, vencido; extrañándote horrores.

    De un día a otro cambió la vida, la visión, el horizonte, la perspectiva.

    Suspiro en la lentitud de este tiempo. Escuchando mi historia en la voz de otra persona: callando la angustia con palabras.

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  13. Adiós
    La maleta era el reflejo de su alma, remiendos sobre el cuero hastiado por el paso del tiempo, descolorida por los avatares, retazos de una vida resumida en el camino. Allí, en su solitario descanso, abandonada por el calor humano, esperaba las instrucciones para cumplir con su cometido, desterrar los recuerdos a lugares lejanos acaso sin nombre. El, sombra de un pasado sin presente y sin futuro, miraba al infinito representado por el tren en su sigilosa aproximación a la estación. Sólo dos lágrimas, tímido reflejo de su soledad y tristeza, significaban un viaje sin vuelta atrás. Destino o ausencia del mismo,igual daba. En su pensamiento, una palabra que sus labios se negaban a pronunciar: adiós.

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  14. Tres, dos, uno, cero…
    Se encontraba cómodo embutido en el traje blanco de neopreno y hasta el casco parecía estar hecho a su medida. Ataviado con el valor del astronauta que siempre quiso ser, anunció a los técnicos que estaba listo para partir. Por el sistema de megafonía la cuenta atrás había empezado. Cerró los ojos, se agarró con fuerza a los brazos del sillón de mando y sintió cómo la adrenalina recorría su cuerpo. El viaje había comenzado.
    Mientras, en la sala, los médicos retiraban los catéteres de sus brazos y daban las condolencias a los padres, a quienes se les acababa de arrancar el alma. El niño que soñaba con universos lejanos por fin podría vivir en una estrella…

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  15. Mi viaje por la Antártida

    Fue uno de eso días que me dio la vena y decidí marchar para la Antártida esas tierras hostiles con 60 grados bajo cero, no podía respirar del viento tan fuerte, casi no veo de la ventisca, la sorpresa fue que me encontré con una familia de oseznos, estaba cagado de miedo, si me ven, no sé qué voy hacer, la decisión fue quedarme escondido detrás de un montículo de nieve, y esperar con paciencia a que pasen los osos, me nos mal que no me divisaron desde ese momento comprendí que me salve de casualidad. Eso me dijeron cuando regrese para casa
    seudonimo

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  16. Aeropuerto de Jaipur, Rajasthan.
    -Señorita, verá Ud., han salido todas las maletas excepto la mía… ¿podría ayudarme?
    -Desde luego, permítame su resguardo de equipaje.
    -No, no lo tengo, lo he debido de perder o tirar.
    -Entonces no puedo ayudarle… sin resguardo no hay maleta.
    -Pero verá, es la mía, con todas mis cosas… ¡la cámara!… si contactan con Barajas le podrán confirmar que la maleta embarcó.
    -Claro señor, le entiendo, pero si no tiene el resguardo…
    -Por favor, solo estaré Jaipur unas horas, y necesito la maleta, ¿podría llamar a los operarios a ver si se ha quedado en el avión?
    -Por supuesto, ¿me permite el resguardo de su maleta?
    -¿Está de coña? Que le he dicho que NO LO TENGO.
    Aunque mire… fíjese, hay por aquí mil rupias, que no sé de quien serán… deben suyas… señorita… Aishani, nombre precioso por cierto.
    -Si, las rupias deben ser mías…
    -Entonces podrá localizar la maleta, ¿verdad?
    -Si claro, permítame el resguardo de su maleta

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  17. SUEÑOS DE UN VIAJERO
    El viajero está echado, boca arriba, sobre una chaise-longue forrada de cretona. Sueña. La ventana, abierta, permite la entrada de mil quimeras vestidas de aromas silvestres. El ladrido de un perro lejano, el canto de una perdiz, la fragancia de un jazmín que filtra la luz del atardecer y, en la cocina, contrapunto artificial, el silbido de una cafetera anuncia el sabor exótico de un café revitalizante.
    –Señor. Su café.
    Don Camilo se yergue levemente, agarra la taza, aspira los efluvios que inundan en leve nubecilla la habitación y respira profundamente. Bebe con fruición y luego, agarra el viejo macuto. Sale. Carga sus pulmones de pureza y reemprende su camino.

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  18. Rincón especial

    Una maleta, para guardar en ella los preciosos recuerdos de los soleados días de juventud. No resulta fácil tratar de guardar en un pequeño rincón tantas emociones que alguna vez hicieron saltar con alegría nuestro corazón. Sin embargo, es la mejor opción para preservar por siempre en la memoria nuestras aventuras de juventud. Allí, almacenados en la seguridad de un viejo veliz cercano a nuestro corazón, nuestros tesoros más amados se salvan de perderse lentamente en el inmisericorde polvo del viento.
    Sin importar lo que pase, nadie puede arrebatarnos del alma el recuerdo de los mágicos momentos que nos hicieron olvidarnos por un instante de todos los problemas que nos atormentaban.
    Esas pálidas imágenes de felicidad siempre estarán tatuadas en un rincón de nuestra alma, dándonos luz hasta que llegue el momento de emprender el último viaje, ese que no cuenta con retorno…

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  19. VIAJANDO CON UN “COSTALERO”

    Acababa de llegar la primavera, se oía en las mañanas ese alegre despertar del cántico de los pajarillos, pero él lleva unos días emocionado ante ese viaje anual y que no siempre puede emprender.
    Es Semana Santa, se acerca el momento de arrancar en el viaje, al lado del “Costalero” y vivir junto a él su sentir…
    Una luna, resplandeciente nos acompaña y un olor a azahar nos impregna; ¡Ah mira! “No se si tú, la ves guapa, o es que yo así la veo” Se aprieta la faja llenito de nervios, ya se prepara para levantar el paso, me mira en silencio.
    Comienza el viaje, el alma pone al caminar, aunque el palo se clava en el hombro, lo toma como un dulce sufrimiento. Suenan saetas yo me acerco, gran escalofrío recorre mi cuerpo. ¡¡Qué bella letra, cual dulzura vuela con el viento!! Vuelve a sonar el martillo, siguiendo el paso de nuevo, doloroso paso del tiempo.
    Llegamos a la última estación, dejando el paso dentro del templo.
    Con lágrimas en los ojos y llorando por dentro, finaliza el viaje vivido junto al sentir del “Costalero”

    CAMPANILLA

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  20. El último ladrido

    Te fuiste una tarde calurosa y solitaria; el viento se había esfumado. ¿Quién sabe dónde?… la mancha de sangre que dejaste está muy seca, pero sigue pegada al pavimento recordándome aquella tarde que te atropellaron. Mi padre dijo que te fuiste, no quería verme llorar y sufrir tu partida. ¡No lo culpó!, yo en su lugar hubiera hecho lo mismo, pero supe la verdad una triste noche que lo escuché hablar bajito con mi mamá. Ambos tenían también una gran pena y les dolía mucho la mentira que habían dicho de ti. ¡Mi perrita!, como te extraño yo también te mentí nunca te dije lo que le sucedió a tu madre, esa perra brava y leal que siempre me acompaño. A ella un campesino la mató de un escopetazo y a ti un conductor borracho te alejado de mí lado. Ya no escucharé tus fuertes ladridos y nunca más acariciaré tu suave cabecita. Has emprendido un largo viaje seguramente, un viaje que no tiene retorno. ¡Cómo me duele tu partida!, sé que pasará y por las noches sé que tú me acompañaras en mis sueños hasta que se me acabé la vida.

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  21. Motivos de mi viaje por las Canarias

    Nunca podía imaginar que me tuviera que ir de casa de mis padres bueno de mi madre, ella era viuda. Pero ese día decidí empezar una nueva vida, sin estar al lado de mi pobre madre, ella con los ojos llenos de lágrimas, me dice que si me lo he pensado bien, si madre la dije, quiero ayudarte, para que cuando regrese puedas vivir mejor, a mi madre la daba igual no era una mujer avaricioso solo quería tenerme a su lado. Cuando regrese al cabo de unos años la sorpresa que me encontré, fue que mi madre se había casado de nuevo, quien ese bebe, la pregunte, es tu hermanito, que maravilla madre, me as echo la persona más feliz yo quería un hermanito. Como se llama Roberto, esa fue la sorpresa que me tenía mi madre del alma.

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  22. Arlequín

    Para que no se enteren de que me he marchado de la estantería RENACIMIENTO ITALIANO, después de contemplar la página vacía, mis manos en blanco y negro colocan el libro en el mismo lugar que ocupaba en el estante. Bajo con cuidado las escaleras en penumbra de la biblioteca y llego a la planta de LITERATURA INFANTIL. Hojeo el cuento que está sobre la pequeña mesa de la sala de lectura y, mientras mis mejillas y toda mi figura van recuperando los colores, de una voltereta, me monto sobre el cerdito del tiovivo de la cubierta y espero, impaciente, al primer niño que lea mi cuento para guiñarle un ojo.

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  23. ¿Te vienes a dar una vuelta al mundo?

    ¿Me acompañas? Voy a dar una vuelta al mundo. Aún tengo un par de horas antes de cenar. Comenzaremos en la librería de enfrente. Diez minutos. Tengo claro qué libro me quiero comprar. No importa si hay que quedarse cinco minutos más mientras tú buscas el tuyo, así aprovecho y me pierdo entre los estantes. Más tarde iremos al banco del bulevar. ¿Media hora te parece bien? Veremos cómo pasean, o corren, que hoy no llueve y es la hora del «running». Guardaremos nuestros zapatos de alguna rueda despistada de triciclo con niño. Seguro que alguien se sienta a nuestro lado a charlar. Luego, saludaremos al chaval negro de la puerta del supermercado y pasaré a comprar un litro de leche. Si no te apetece entrar paso yo y me esperas fuera. Como quieras. La cerveza la tomaremos en el bar de la esquina, es en el que mejores tapas ponen. El camino de regreso, depende. O por el parque o por la avenida, según el tiempo que nos quede. Y de vuelta. Si te quieres quedar a cenar no hay problema, hoy tengo el frigorífico lleno.

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  24. Viaje

    Bajé. Tanto tiempo ahí arriba comenzaba a distanciarme de ellos, cada vez los notaba más y más indiferentes hacia mí; además, siempre pensé en hacerlo alguna noche. Qué mejor momento que ese: las Fiestas. Deseaba sentir la presión de la cerveza sobre el vaso al salir del grifo, antes de desbordase la espuma. Por eso fui allí, detrás de la barra. La orquesta paró de tocar al ver que todos dejaban de bailar y volvían la cabeza hacia aquella luz que casi les cegaba. Hortensia y Rufino se resguardaron, asustados, bajo los soportales del edificio del Ayuntamiento. Yo seguí tirando cerveza, sabía que lo comprenderían enseguida y que todo volvería a la normalidad. Al fin y al cabo era una noche en la que podía suceder cualquier cosa. Así fue. Regresó el baile y Hortensia y Rufino reanudaron sus vueltas al compás del pasodoble. Estuve un par de horas con ellos, hasta que yo también noté mi falta. Le hice un guiño a Rufino y, con rapidez, regresé a mi lugar. Los lobos comenzaron a aullar y vi cómo en la plaza del pueblo todos me miraban de reojo, satisfechos. Suspiré.

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  25. «Maravilla»

    Me iba de España en aquél largo tubo de acero volador; eso que los enamorados del aire dicen que no es «volar», sino trasladarse. Y no les falta razón, pues no dejan de ser hoteles celestes ambulantes.
    Aterricé sin aportar más a los conocimientos previos que de él había adquirido. Un ligero recuerdo, al sobrevolar la pista de aterrizaje, a un inmenso Nacimiento de los que se ponen en mi tierra, por el gran número de lucecitas de la noche africana.
    Nos hospedamos en un acogedor alojamiento y nos dispusimos a descansar del largo día de esperas en aeropuertos. Había que madrugar. Una voz desde una mezquita invitaba a la oración de la mañana a los nativos y de despertador, con cierto tizne romántico, a los que pretendíamos visitar aquél misterioso país.
    Desaparecía el verdor al ritmo que asomaban los colores terrosos del pre-desierto. A lo lejos, una eterna y ancha fila verde denotaba la presencia de una gran masa de agua.
    Giró la carretera noventa grados y mi corazón ciento ochenta.
    Dos pétreas estatuas impidieron, a mi atolondrado organismo, ubicarme durante un rato. Eran los Vigilantes de un antiguo templo, los Colosos de Menón.

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  26. «Please, ¿dónde está el bathroom?»

    Con gotas de sudor manando por la espalda y la frente, una botella gigante de agua en una mano y un pañuelo en la otra, mi mujer y yo atravesamos el… Puente de Brookling. La ciudad del mundo se asemejaba más al Desierto del Sáhara que a la fastuosa ciudad neoyorquina. ¡Madre mía, qué ola de calor! Se derretía hasta el asfalto con los 40°C.
    Tras detenernos a beber agua, observar el muelle y los rascacielos, mi mujer comenzó a correr deshaciendo casi 3 kms. Ante su rostro desencajado, le seguí regresando al inicio del puente a pesar de haberlo cruzado casi todo. Le dije: «¿qué padeces?». Me contestó: «un dolor de estómago».
    Seguido, ante un edificio egregio, le preguntamos a un policía: please, a bath? Replicó: ¿españoles? si su mujer está enferma, que suba a la 4° planta.
    Mi esposa pudo ir al baño del propio Ayuntamiento de New York. ¡Increíble!
    Esto sí que fue una luna de miel irrepetible.

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  27. Autora: Orclau
    Tema: Una foto de Florencia

    Río Arno, 10 de la mañana. En el famoso Ponte Vecchio de Florencia ya se agolpan decenas de turistas buscando una foto que, días, semanas, meses y años más tarde les recuerde que ellos también estuvieron allí. Unos más entre cientos de miles….¿relajándose? No sé hasta qué punto….
    Desde abajo alguien les observa, y piensa que no vale la pena viajar para cumplir objetivos, para poder contar a los otros, para ser protagonista de una pequeña historia. Viajar debe ser por placer, para uno mismo….no hay tantos que lo practiquen.
    En fin, este alguien está intentando hacer una foto del Ponte Vecchio desde el mismo lecho del río, una foto distinta. Este alguien es también uno más, pero en el fondo desea ser distinto, sin darse cuenta que, simplemente, es uno más.

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  28. Autor: GUSTAVO DE LA ROSA MURUATO

    EL VIAJE DE LOS GEMELOS

    Mi hermano era muy inteligente. Yo no era bueno con las matemáticas; prefería pasar buenos ratos en las tabernas de Berlín. Mi hermano y yo éramos gemelos idénticos, pero cada uno vivía su vida por separado. Un día, hace muchos años, me buscó para pedirme ayuda. Necesitaba, me dijo, probar una de sus teorías. Me pidió hacer un largo viaje, casi a la velocidad de la luz. Teníamos 26 años y le dije que sí. «Será una trayectoria de búmeran, regresarás a la tierra. Además, te conservarás joven» y me sonrió, con una guiño melancólico. Regresé hace unos pocos días. Las cosas han cambiado y no encontré a ninguno de mis amigos. Supe que mi hermano murió hace décadas: se llamaba Albert.

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  29. Fantasmas

    Nunca había estado en África y mi primer viaje nocturno por la carretera fue como un sueño. Al lado del camino se veían ropas andantes que regresaban a casa, sólo al ser alcanzados por la luz de los autos tomaban volumen, parecía nacerles brazos, piernas y cabezas a las ropas; los ojos fijos atentos al camino, desfilando despacio, en grupos, uno tras otro. Parecía que todos tenían aprendido el camino de memoria, o bien que iban en trance; todo era un éxodo nocturno, una legión de fantasmas, almas viejas, que regresan a resguardarse a la sombra de un árbol sagrado.

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  30. Venus.

    El nacimiento de Venus, Botticelli, imagen a doble página, la 114 y 115. No podía parar de mirarlo. Cada noche, cuando apagaba la luz, mi mente saltaba sobre Chipre y su playa de Petra tou Romiou con el mismo sueño.

    Me poso suavemente sobre las finas arenas milenarias y vigilo el calmado mar. De repente, cuando concentro mi mirada en un punto, una mujer de ojos claros, con una blonda melena que le sobrepasa la cintura y un cuerpo incomparable surge acariciándose los cabellos. Se acerca lentamente caminando sobre el sumiso Mediterráneo, con calma, sabiéndose hermosa, disfrutando de mis ojos clavados en sus piernas, su cintura y sus senos. Cuando llega a mí coloca sus manos en mis hombros, me mira fijamente y, después de una breve pausa, me sonríe. De su boca comienza a salir espuma del mar a borbollones, y mientras le resbala por la barbilla y cae en la arena, su sonrisa va aumentando por segundos. Entre el burbujeo se empiezan a distinguir pequeños crustáceos que salen y caminan libremente por su rostro y, más tarde, por el resto de su cuerpo.

    Entonces abro los ojos. Mañana volveré a Chipre.

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  31. La familia.
    Tengo frío y no puedo dormir. En cuanto asomen los primeros rayos luminosos de la esfera mágica, proseguiremos el viaje. Debo llevar a mi hermano a las tierras cálidas que nos vieron nacer.
    Desde el ataque por sorpresa del tyrannosaurus mientras recolectábamos frutos, quedó malherido. Lo he portado sobre mis hombros por los verdes valles que corta el río. He limpiado su sangre con el agua cristalina, que sonaba briosa.
    Al llegar al espeso bosque, comenzaron las lluvias típicas de la estación marrón, pero nuestro objetivo estaba más cerca. Encontré esta cueva, pequeña y oscura. Acomodé a mi hermano entre hojas secas y mi piel de mamut. Estaba pálido. Acerqué mi oído a su boca…su respiración era muy débil. Me tumbo a su lado. Pronto estaremos en nuestro territorio, junto a su prole y la mía.
    Por fin hay luz. Intento despertarlo. No responde a mis gruñidos ni zarandeos. Decido coger mi lanza de madera bien afilada e introducirla un poco en su herida del muslo… no reacciona.
    Ha iniciado el viaje infinito sin mí. Regresaré a casa solo y cuidaré de todos los nuestros, como siempre.

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  32. EN LAS AGUAS CÁLIDAS DEL NILO

    El viajero ve jugar a los niños en cubierta. Un alboroto molesto revela que llegó el instante de huir, para deleitarse con una pipa de tabaco egipcio. Anochece. La luna nueva se mira sobre las aguas de un Nilo que finge ser el océano.
    Desde el combés, con la brisa ardiente del desierto estrellándose contra su rostro, examina cómo el navío penetra rumbo a la oscuridad, alzado entre espuma que brota bajo la quilla. Entonces se recuesta sereno sobre el candelero, pero su apoyo cede.
    Emerge con brío escupiendo el líquido que silencia su garganta. Grita, aporrea, intentando evitar que aquella popa se aleje de él. Sin conseguirlo. Desea vivir. Una tanda estéril de brazadas no impide que las risas infantiles huyan difusas. No se lo cree. Nadie se ha percatado, y el braceo inútil le agota. Por delante de él, las luces del buque se borran contra un cielo estrellado.
    Desea morir. Se hunde inmóvil dejándose a su suerte, pero patalea y emerge tosiendo en la superficie. La noche le rodea, la calma le frunce las entrañas, e implora que todo acabe, cuando un roce sáurico y acerado se filtra hábil entre sus piernas.

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  33. El periplo.

    Me alcé sobre las cumbres del Atlas dispuesto al más exigente periplo de mi vida. Recorrí el Sáhara hasta el Cuerno de África, donde subí a un barco de pescadores que no sabrían decir cuál es su nacionalidad más allá de la batalla con las mareas. Traspasé la India hasta el Himalaya. Crucé valles helados que me encaminaron hacia el trópico. Desde Singapur viajé a Borneo, donde anduve con piratas en una embarcación que encalló en una pequeña isla filipina. Disfruté decenas de mujeres y embarqué hacia Taiwán, donde las vendí. No dudé en satisfacer mis necesidades de aventura: fui mi bien, mi mal, mi suerte y mi desgracia. Partí a Ecuador en un ballenero japonés, luchando contra iracundas tempestades que pretendían hundirnos en un lecho húmedo, en compensación por las lágrimas que nadie vertería. Un chamán intoxicado danzó a mi alrededor y probé hierbas que me catapultaron a experiencias oníricas en la falda de un volcán. Crucé el Amazonas y tomé un barco hacia Dakar, donde robé un caballo. Seguí la costa hasta Marruecos. Una vez allí, me alcé sobre las cumbres del Atlas dispuesto al más exigente periplo de mi vida.

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  34. En el Samsara encontré el Nirvana

    Aprendiendo inglés en la Gran Bretaña, en la infancia. El interrail desparramado por media Europa, en la juventud. Perdido por Marruecos durante quince años. Vagabundo en Escocia en busca del misterioso monstruo. Aprendiendo cirugía en La Habana y persiguiendo a Fidel por la Selva Madre. Derritiendo glaciares en La Argentina. Tres luminosos veranos en el sur de la India junto a Vicente y los dalits. Soñando con el Annapurna desde los lagos de Pokara, donde me enamoré para siempre. Los templos budistas y el Kanchenchunga del Reino de Sikkim. Las noches al raso en el sahel senegalés, ayudando a los Poulaar. La curva de la tierra desde la cima del Mont Blanc y del Jbel Toubkal. El periplo interior por las ciudades de Jesús, Mahoma y Buda, donde hace mucho tiempo que hábito y encontré la paz. Y el gran viaje de toda una vida: la risa de la libertad y los ojos de la ilusión de mis hijos.

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  35. Santa Tís

    Raquel Otheguy Rivón

    Lo vi desde lejos recostado sobre la laguna y pude apreciar el sube y baja de las olas que lo mecen cuando entran los nortes y el mar se despierta de su plácido sueño. Allí estaba tal cual lo recordaba, con su línea roja desleída por el tiempo y las grietas de su madera asomándose por entre los harapos de la pintura que aún le quedaba. Una gruesa soga lo amarraba al muelle. Los remos descansaban aburridos a ambos lados de los asientos, presos por los viejos estrobos de soga. Me invadió el conocido olor a mar, olor a infancia, olor a paz y ratos felices. Estirando mis recuerdos, me pareció adivinar restos de las sábanas viejas con las que, mis hermanos y yo, improvisábamos las velas de nuestras imaginarias carabelas. No pude resistir la tentación de subirme a él, de tocar su arrugada madera y mojar mis pies en su fondo sin achicar.
    En esos momentos, como para saludarme, una brisa vino a alborotar mi pelo y mis añoranzas y deseé que mi viejo bote fuera como el de Pedro Pan y me llevara de vuelta a la tierra de “Nunca Jamás”.

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  36. EL SILENCIO
    Raquel Otheguy Rivón
    .
    Vengo del Caribe ruidoso y bullanguero, donde los pájaros compiten con el canto de las ranas y grillos y el aire, jugando con las palmas, sirve de música de fondo al sonido de las olas en su ir y venir sobre la arena.
    Pero allá, en el Valle de Los Caídos, ese monumento a los héroes muertos en la Guerra Civil Española, la explanada que sirve de vestíbulo a la fría iglesia que se adentra en la roca, se asoma a un oscuro e inmenso bosque de pinos. Desde su orilla se puede tocar el silencio, mirarlo, zambullirse en él. Y yo, inexperta nadadora de silencios, sucumbí a su encanto y me ahogué en él.

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  37. ¿Te ha pasado alguna vez? Alcanzar en ese momento preciso una inesperada comunión. Levantar la mirada, y, atónito, hallar algo que no esperabas. Hoy sucedió. Estaba inclinada sobre el libro. Tu voz me arrancó del ensueño. Cuando preguntaste si estaba leyendo Rayuela, sonreíste y dijiste que era un buen libro para leer en un viaje, solo pude sonreír, asentir. Pero le dije a tus ojos que era un encuentro, y que pronto habría un adiós, y no terminaba de comprender que era lo que estaba sucediendo, pero mi corazón se había llenado de ternura. Cortazar parecía estar sonriéndome junto a la Maga, preguntándome si realmente era una coincidencia que estuvieras ahí, mirándome. Pero yo no me sentía en mi cuerpo cuando dijiste adiós. El pueblo estaba tan silencioso, que parecía que formábamos parte de un sueño. Cuando salí afuera, creyendo que ya te habías ido para siempre, me acerqué a un perro tembloroso en la calle, distraída, queriendo acariciarlo. Un autobús arrancó junto a mí. Ibas en él. Me saludaste, aunque no lo vi. Quise imitarte cuando ya era tarde. Mi mano quedó inmóvil en el aire, como esperando un reencuentro. Quizás algún día…

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  38. Buscando en el Samsara encontré el Nirvana

    Aprendiendo inglés en la Gran Bretaña, en la infancia. El interrail desparramado por media Europa, en la juventud. Perdido por Marruecos durante quince años. Vagabundo en Escocia en busca del misterioso monstruo. Aprendiendo cirugía en La Habana y persiguiendo a Fidel por la Selva Madre. Derritiendo glaciares en La Argentina. Tres luminosos veranos en el sur de la India junto a Vicente y los dalits. Soñando con el Annapurna desde los lagos de Pokara, donde me enamoré para siempre. Los templos budistas y el Kanchenchunga del Reino de Sikkim. Las noches al raso en el sahel senegalés, ayudando a los Poulaar. La curva de la tierra desde la cima del Mont Blanc y del Jbel Toubkal. El viaje interior por las ciudades de Jesús, Mahoma y Buda, donde hace mucho tiempo que hábito y encontré la paz. Y el gran viaje de toda una vida: la risa de la libertad y los ojos de la ilusión de mis hijos.

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  39. DESAPARECER

    Mil veces amenacé con desaparecer. Cuando llegaban los recibos del banco. Cuando la suegra mangoneaba todo manga por hombro sin pedir permiso. Cuando veía a los vecinos con las maletas en el pasillo, aunque después regresaran a hurtadillas y fingieran ocho días de vacaciones por Japón y las murallas chinas. Perdí los nervios al escuchar el claxon de un conductor demasiado estresado. Me quedaban cincuenta euros en el bolsillo y un futuro por delante. Salí disparado antes de perder el último tren. Llegué a las proximidades de Marsella recorriendo la ruta con el dedo índice sobre el mapa y chapurreando algo parecido al francés. En Rouchefourchat, Jean Baptiste Lully, único habitante del lugar, no esperaba visita, pero se alegró al ver llegar a un turista interesado no solo por las ruinas del viejo castillo medieval sino las de su propia vida. Algunas noches los fantasmas se hacían sitio cerca del fuego para escuchar nuestras historias y terminaban dormidos como si fueran niños. Les gustaba oírnos hablar de las selvas amazónicas, de las cataratas del Niagara y del calor que pasábamos en el desierto. Terminaban tan agotados como nosotros, dentro de un sueño hecho realidad.

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  40. Los dos hombres, apoyados en la barra del bar ante la enésima copa vacía, se miran con recelo. Ninguno de los dos se atreve a romper el silencio. Finalmente, el que viste pajarita, se decide:
    – Perdone, señor, ¿nos conocemos?
    – No lo creo, caballero. Me llamo Herbert, Herbert George Wells, para servirle.
    – ¿Podría decirme, si no es molestia, qué año es hoy?-
    – 2015 d.c, caballero. Sin ánimo de ofenderle, pero ¿acaso se ha perdido? Si lo desea puedo prestarle la máquina del tiempo que he inventado –
    – Mmmm…estos ingleses siempre tan petulantes. No gracias. Me llamo Marcel y para viajar yo prefiero una madalena.

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  41. Ruinas.

    Es difícil llegar hasta unas ruinas que están en mitad del océano, a miles de kilómetros de la tierra más cercana. Aun así, un año gasté una importante suma de dinero en un viaje turístico organizado que incluía alojamiento, comida y guía durante tres días.

    La visión era espectacular. En pequeños barcos, navegando lo que actualmente son canales, puedes contemplar las grandiosas construcciones de tan lejano tiempo. La pregunta más tópica acude rápidamente a tu cabeza: ¿cómo pudieron construir estas extraordinarias edificaciones que no pierden majestuosidad con el lastre de los siglos? ¿Adolecieron de vanidad? También piensas que la Gran Marea debió ser algo horrible.

    Al fin y al cabo, uno vive su rutina sin tener en cuenta que en la espalda de la humanidad comienza a cargarse mucho peso, que la especie humana ya ha vivido todo tipo de calamidades, sufrimientos, decadencias, catástrofes naturales, guerras… y nada es relevante en el quehacer diario. Y menos mal porque, ¿podríamos vivir siendo conscientes constantemente de todo lo que nos hemos hecho? El olvido, también el colectivo, es necesario.

    Tras miles de kilómetros, volví a tierra firme. Me encantó aquel viaje a la antigua Nueva York.

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  42. Insight
    Sin parar, sin control, cada letra lleva a otra sílaba, náuseas. ..y vomito un párrafo. Vuelta a empezar. Un hilo, un ovillo, una madeja de palabras, un puto campo de ideas. Un germen de maleza, invadiendo la razón, electricidad inconexa.
    Agotarme. Pensar en no pensar, aunque lo sé imposible. Obligarme a parar, cerrando los ojos y abandonándome al mundo irracional de los sueños. La excusa perfecta para soltar el timón, a la deriva sin sentirme culpable. Con voluntad, con ganas, que se joda el subconsciente. Invádeme de ciencia, pero que sea ficción. Y enséñame a gestionar de noche el miedo de la mañana, cuando abra un ojo, y mis neuronas se lancen a la sinapsis, se entreguen a una orgía sin fin hasta que la tensión máxima estalle mis sienes.

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  43. Principio y medio de nuestro viaje.

    Relatar el principio no puede ser tan complicado (como dice la canción). Trataré de quitarle toda la paja posible (como dice tu madre), y dejar escrito en mi cabeza que me querías (como decías tú). Todo el mundo a mi alrededor opina, habla, aconseja…como si sus años de vida hubieran sido más intensos, más plenos y sabios, más llenos de experiencias desde las cuales me miran a mí, no sé si con superioridad o con tristeza, pobre de él, tan normal y anodino. ¿Qué le habrá visto? , eso lo decía tu padre.

    ¿En realidad nos llegamos a enamorar? No creo que nadie lo sepa nunca. Había mariposas, sí, había sentimiento de posesión, de quererte hacer el amor a cada minuto, de aprenderme la posición de tus lunares y leer estrellas en ellos, blablabla…¿Te acuerdas de los días que te despertaba, te traía esa chaquetilla de punto vieja, y olías el café de Brasil? Poníamos el tocadiscos, un vinilo cada uno, cuatro mil bailes juntos. Igual fueron esas vueltas las que te marearon…sí mujer, sí, el mareo este que dices que sientes ahora cuando me ves delante.

    En fin…he podido, no sé cómo, pero he logrado sintetizar el principio. Lo del medio, las intercrisis, e incluso las propias crisis, me hacían sentir vivo, en la Tierra, aquí y ahora; contigo, siempre… no me hacían sentir mareado, eso lo sientes sólo tú.
    Así que… tómate algo (tu madre seguro que guarda Oporto para oportunidades como ésta), siéntate, y, sí, reina, te toca escribir el final.

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  44. Viaje a Madrid.

    Madrid es ciudad de gentes. No gente en singular, sino gentes, en plural.
    Multitud, hormigas, currantes, parados, fijos y flotantes.
    Madrid es escaleras mecánicas, rótulos, Sol, sol, cercanías a lugares lejanos. Y Metro. Un escaparate a esas gentes. Un mirar sin ver. Pantallas individuales que focalizan la atención, mientras mis ojos se van posando en sus caras, sus zapatos. Un conjunto de degradación humana y carreras en las medias. Uñas pintadas a trozos, que se remueven en un regazo. Al lado, un anciano apoyado en un bastón, echando la vista atrás a sus 84 años de vida subido a la misma línea de metro; y con el rabillo, recorriendo la carrera de la media, de abajo arriba, hasta donde sus cervicales le permiten girar la cabeza disimuladamente.
    Un adolescente. Dos, tres. Apoyados en la puerta del vagón (y eso que están llenas de pegatinas disuasorias), con sus chicles haciendo globos, con sus móviles haciendo ruido. Con sus risas vacuas, sus empujones, sus cajetillas de tabaco en el bolsillo del culo. Y un rumano transportando una caja de música, tocando la BSO de Benidorm como si se le fuera la vida en ello (probablemente sí, se le va la vida si no se la gana haciendo algo). Por respeto, me quito los auriculares. Escucho la canción del verano en versión acordeón. Fíjate en lo ridículo del aquí y ahora, a estas horas, en este espacio, con esta gente.
    Gentes, en plural. Que casi ni cabemos. Me levanto para ofrecerle el asiento a un hombre de unos 60. Se ofende porque le estoy tachando de viejo, me mira como si estuviera loca. (“ Tú no eres de Madrid ¿verdad?” ).
    No, no lo soy, pero me gustan sus gentes.

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  45. Dioses.

    En los rincones de Angkor, cada rayo de luz que destaca entre la oscuridad arropada en la piedra es una muestra del favor de los dioses hacia los humanos. La voluntad divina cae sobre el orbe terrenal en forma de piedra pulida y, cuando el aprovechamiento humano termina, los poderes celestiales la reclaman en forma de la más salvaje naturaleza, que alimenta su venganza de lenta cocción contra el género humano devorando con su selva tamaña construcción, reduciendo el orgullo de los hombres a recuerdos susurrados en la maleza y hundidos en ruinas.

    Paseé por allí durante horas. Creo que es el único sitio del mundo donde te sientes tan sobrecogido que ni siquiera eres consciente de la ingente suma de cámaras, flashes, gorros de paja, botellas de agua y niños gritando que te rodea.

    Observé fijamente un rostro solitario de piedra incrustado en una columna. Era gigante, sereno y misterioso. Me acerqué lentamente y de repente abrió los ojos. Inicié un recorrido por el tiempo, donde la verdad de los creadores no distaba mucho de la nuestra y donde descubrí que todas las etapas de la humanidad conviven en un mismo instante intemporal.

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  46. LA PERSECUCIÓN

    Escuchó al pasar aquellos dos apellidos que la sobresaltaron. Acercó su oído al receptor que seguía describiendo los detalles del vehículo que habría desbarrancado. Buscó otra emisora local que diera también la noticia. Finalmente, escuchó el nombre completo del siniestrado conductor.

    Caminó desfalleciente hasta el baño. La ducha le permitió recobrar su presencia en esa pequeña cabaña escondida en medio de aquellas quebradas plenas de las más escarpadas formas de una indómita naturaleza, en donde sus ojos verdes parecían mimetizarse con el paisaje. Aquel increíble lugar de los contrafuertes cordilleranos sería el único que jamás creyó que la buscaría. Ni a través de las cumbres, quebradas ni del mar pensó que podría intentar siquiera encontrarla.
    “Te seguiré donde vayas: Jamás podrás dejarme”. Aquella frase había sellado de miedo y para siempre de su matrimonio. Los malos tratos y la violencia que había convertido todo en un infierno. Ahora, bajo la ducha por fin sintió que el cantarino sonido del agua impedía escuchar aquellas sentenciosas palabras retumbando en sus oídos.

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  47. Podría describir cada uno de los tramos de mi viaje, el nerviosismo al hacer las maletas, al subirme al autobús descender y encaminar por fin mi destino. Años yendo a esa lugar, a mi esquina en el mundo. Aquel sitio en el que dejo parte de mi, una sombra que se queda sentada esperando hasta que mi cuerpo vuelve para unirse y completar mi alma. Llego, me siento y la luz del atardecer crea el hechizo perfecto para unir mis dos yos. Por unos momentos me siento conectada al Cosmos, siento lo que soy, lo que realmente somos. Átomos y partículas, los mismos desde la creación del Universo. Cruzando vidas diferentes, muertes distintas. Pero siempre uno. Un mismo ser formado por millones de uniones. Nuestro movimiento es perpetuo, constantemente por la galaxia. Al fin y al cabo somos polvo de estrellas y el polvo fluye en su viaje.

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  48. Inicio del viaje.
    Aquí llega. Cada día está más guapa, creo que todo va en cámara lenta cada vez que llega. Espero que no me vea mirarla entre los asientos, debo estar ridículo. Un día voy a tener el valor suficiente y diré: “Todos los días me pierdo la primera clase para verte”. Suena muy desesperado. Mejor: “¿Qué hace una chica como tú en un vagón como este?”. Más original no puedo ser. Si se sienta a mi lado, hablaré y seré su amigo, su novio.
    – Hola, soy Lucía. Me preguntaba si querrías tomar un café conmigo en Atocha.

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  49. El Puente de los suspiros

    Me han dicho que existe un Ponte del Sospire en Cambridge y que hay otro en la ciudad de Lima en el mágico Perú, pero ninguno de ellos llegan a ser tan barrocos y tampoco ninguno de ellos se construyó en el siglo XVII. Ninguna de esas copias espurias merece el pincel de un Guardi y mucho menos la pluma de Morand. Y algo más. Ninguno de ellos tuvo su Lord Bayron, quien consideró que los presos que cruzaban el puente suspiraban al saber que perdían la libertad, siendo su última oportunidad de contemplar la luz del día y de los últimos segundos de libertad antes de ingresar en los calabozos.
    Este puente es un prodigio más de Venecia. Un prodigio que se suma a cada recodo de sus canales, a un simple soplo de aire, al reflejo de sus aguas, sobre todo, en este crepúsculo de octubre que incendia el occidente veneciano.
    Aquí sentí la confusión de los siglos y de las épocas. Un espejismo que se acrecentó al transitar por la parte interna de este puente.

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  50. El puente de las cadenas

    Este puente de las cadenas no tiene magia alguna como no lo puede tener todo aquello que se copia a los ingleses. Es frio y útil como una mujer fea que debe ser fría y útil. Desde el punto de vista estructural es un puente colgante, en el cual se han sustituido los cables principales por eslabones rígidos de una cadena. Su vano central tiene 202 metros, uno de los más largos del mundo al menos cuando fue inaugurado. Y tiene como misión unir a Buda y a Pest. Debemos decir que es uno de los puentes más conocidos sobre el río Danubio; y debemos decir algo más y es que tiene un misterio que se presenta al cruzarse el afamado río. Existe un minuto, nada más que un minuto, donde uno se encuentra en tierra de nadie. Un minuto donde uno no está ni en Buda ni en Pest. Es un minuto donde uno o al menos el espíritu de uno pertenece al Danubio que se desliza como siempre tranquilo y muy sereno por la historia.

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  51. El puente de Carlos en Praga

    Es sabido que un puente permite superar los abismos, las quebradas, las fracturas; y que hay puentes de todo tipo y formas. Hay puentes cargados de historia como el de Los Suspiros o el Rialto en Venecia, puentes que unen civilizaciones como el del Bósforo y puentes exuberantes como el Alejandro en París; pero me detengo en el Puente de Carlos en la maravillosa Praga. Este es un espacio donde la vida bulle a lo largo de todo el día. Bulle desde la salida del sol hasta el ocaso. Aquí pueden verse y escuchar a los artistas más dispares.
    En este puente bajo una música gitana que interpretaba en su desvencijado violín un pintoresco viejecillo, justo donde se encuentra el extraordinario complejo escultórico de San Juan Matha, sentí que mi corazón estaba más unido que nunca al de mi compañera de toda la vida y pedí el deseo de que ese trayecto que nos llevaba hacia El Castillo, fuera interminable e hice, además, todas las recomendaciones que me fueron dadas para volver a cruzarlo en algún otro momento de mi vida.

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  52. Marcela Zurbriggen

    DE REGRESO A OTRA CASA:
    Me despierta la oscuridad, me arrancan de un sueño pesado y doloroso y todo es oscuridad y frío. Corridas, seriedad, helicóptero y esperanza. ¿Dónde me llevan? Me adormezco. Otra vez apuro, luces brillantes… ¡Déjenme dormir! Pero no; siento una calidez ajena, manos que se afanan en hacerme retornar. Una explosión eléctrica y me sacudo espasmódicamente. Comienzo a latir en una nueva casa, un nuevo cuerpo. Soy un corazón transplantado y regreso a la vida y a hacer vivir.

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  53. CON AROMA CUBANO
    Explosión de sensaciones. En mi oído resuenan, estridentes, las melodías de Polo Montañés, mientras las dos ancianas bailotean dormidas con sus sombreros de ala de turistas en el asiento delantero del auto americano que maneja el chico de mirada atrevida, que me fisgonea por el espejo retrovisor. Viajamos a Las Terrazas y la sonrisa se dibuja en mi rostro. Tarareo algunas canciones. ¡Mis gestos se distendieron desde que llegué a este bendito país! El paisaje siempre exuberante. Palmeras, surcos y el sol que raja la tierra. Paramos en un mirador.
    -¿Cuántas monedas hay que poner?-le pregunto al joven chofer.
    -¡Ninguna! ¡Mira, muchacha! ¡Observa el paisaje!-me responde.
    El mirador se tambalea, pertrecho e inobservable para todos lados. Lo único que logro ver es oscuridad. Me percato de un grupo de cubanos tocando una melodía. Un joven morocho de metro noventa y cuerpo esculpido por la herencia ancestral menea sus caderas. Mis compañeras de viaje lo acompañan con movimientos cuasi cubanos. Me alejo un poco, gatillo sucesivas veces la escena. El sol quema cual látigo mi piel blanquecina. Mi mirada se acerca y se aleja como teleobjetivo. El muchacho sigue meneando sus caderas

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  54. El viaje amargo

    Recuerdo bien ese verano llegamos a Castejón un pueblo de Huesca, un pueblo muy bonito del perineo aragonés, todo iba bien, ese era mí destino, aquel apartamento que alquile, era muy mono, con su barcón y sus vistas hacia las montañas. Lo peor de todo fue que el vecino de abajo tenía un perro no recuerdo muy bien si era un galgo. Bueno el caso es que este perro no dejaba de llorar. A mí que me gustan muchos los animales, me estaba poniendo enfermo, de ver como sufría el animal. Lo tenía siempre atado y dándole el sol de pleno. Mis vacaciones se empezaban amargar, de ver a este animal sufrir. Lo único que pude hacer, ya arto de esta situación es hablar con el dueño. Le dije de porque esa conducta con el animal. La contestación que me dio. Que me metiera en mis asuntos. No pude aguantar más y decidí marchar de regreso.

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  55. Sin duda, acababa de emprender un viaje.
    Uno que no duraría más de dos meses.
    Su madre lloraba desconsolada cada noche, su padre bebía y su hermano no se despegaba de ella.
    -No te irás-se repetía así misma-No lo harás…
    Luego le daban los dolores y la morfina del hospital acababa con ellos.

    Decidida, si todo iba a acabar, se marcharía ella primero.
    -Vamos a ir a Roma-sonrió su madre.
    «Allí será enterrada» pensaron todos.

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  56. EL AUTOBÚS

    Mi primer viaje en solitario lo hice en autobús cuando era un crio. Mi madre me llevo de la mano hasta el pie de la escalinata y nos despedimos con un beso, pero fue un beso dulce, no triste, porque los dos sabíamos que nos volveríamos a ver muy pronto. Recuerdo que sonaba música estridente y había mucha algarabía pero yo no le prestaba atención. Subí rápidamente, elegí un asiento y asomé la cabeza por la ventana buscando la complicidad de mi madre.

    El autobús se puso en marcha y poco a poco fue ganando velocidad. Giró a la derecha en redondo y dio una vuelta completa pasando por delante de mi madre sin detenerse. Al cruzarnos con ella vi que sonreía y agitaba la mano con entusiasmo, y creo que yo hacía lo mismo. El autobús viró de nuevo a la derecha y dio otra vuelta entera, luego otra, y otra, y otra… Al cabo de un rato nos detuvimos, poco a poco, justo en el punto de partida.

    Desde entonces he vuelto a montar en tiovivo muchas veces pero nunca la emoción ha sido tan intensa como en aquel primer viaje.

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  57. Las raíces del cielo

    No podría decir que es bonito, ni siquiera cuando está desnudo. Cubierto de arrugas y con esa piel áspera y repleta de magulladuras. Imponente tal vez si, aunque un tanto contrahecho. Desgarbado, sí, eso sería más exacto. Si comenzase andar seguramente lo haría a trancos largos y vacilantes y temeríamos que de un momento a otro acabase el paseo reducido a un montón de hojarasca. Realmente es difícil saber con seguridad donde reside su carisma. Tal vez sea que sólo puedas encontrarlo aquí, esa rareza que proporciona la escasez y que asociamos a la elegancia y el misterio. No soy el único, nos pasa a muchos, lo sé porque he leído libros, y cuando intentamos describirlo todos damos mil rodeos, terminamos sin explicar nada y con el folio perdido de metáforas. Me recuesto contra en el tronco y miro hacia arriba, las ramas se extienden hacia el cielo, retorciéndose en posturas inverosímiles. “Cuenta la leyenda que se sentía tan fuerte y seguro que se atrevió a desafiar a los dioses, estos como castigo lo obligaron a crecer al revés con las raíces hacia fuera”. Sólo cuando veo un baobab me siento completamente en África-

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  58. EL REGRESO DE LA BALLENA ASESINA

    Todos estamos cagados de miedo no sabíamos dónde escondernos de la ballena asesina, nos tenía asustadísimos. Hasta que un día cuando menos nos esperamos regreso mi amigo pez espada, este me pregunto, que me pasaba, que me veía preocupado. Le dije que estaba muy asustado porque una ballena asesina no nos deja vivir en paz. Está bien dime donde esta esa ballena, que yo me encargare de ella.

    Yo te llevare amigo hasta donde está, de acurdo dijo el pez espada, y a hora quiero que no salgáis de vuestros escondites hasta que yo os lo diga, de acuerdo, no te preocupes que te estaremos esperando tu regreso, pasaban las horas y el pez espada no daba señales de vida. Los pececitos se preguntaban si le abrirá pasado algo.

    Ya a lo lejos se ve venir a alguien, era el pez espada con la victoria. Todos los pececitos salieron a recibirle como un héroe y fueron felices.

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  59. Soledad nació en el portal de la Calle Sol. Bohemia, desde adolescente, se crio entre artistas y vecinos. Solo hacía un año, una tarde como la de hoy, salió de su galería de arte de buen humor. Quedaba a unos metros de la casa que la vio nacer y crecer. Recuerda cómo, con pasión juvenil, se esmeró en colocarse el pelo. Pensaba tomar unas tapas nocturnas más tarde con su pareja y sus amigos.
    Ahora iba al lugar más entretenido del mundo, para ella, la cafetería de sus progenitores. Andrés, su hermano, trabajaba allí. Recién divorciada, sentía pena por sus hijos, por sus padres, la veían sufrir, y por ella. Necesitaba un zumo de naranja y aparcar su coche cargado de maletas. Tras infinidad de vueltas por el barrio encontró hueco cerca. Tras telefonearles, anunciando su llegada, un mal paso la lanzó contra el dueño de la librería vecina a su negocio. Cayeron los dos, y no podían moverse.
    Él reía. -Por la situación- pensaba ella, que lloraba creyendo tener la muñeca dislocada. Los clientes pedían ambulancias, no llegaban. Comenzó a nevar. A pesar de los enormes copos, Soledad no sentía frío.

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  60. Le había bajado la tensión con la mudanza y el calor de los últimos días, necesitaba un café. Aparcó su bici en la entrada de un bar cercano al punto de reunión de sus colegas ciclistas. Mientras le servían, recordó a sus padres recién fallecidos, sintió pena. Según ellos, las promesas de amor deben compartirse toda la vida. Ella desde hacía tiempo venía huyendo de su marido y de su país.
    Tras telefonear a su hermano, y apremiarle su falta de puntualidad, se acercó a unos compañeros de entrenamiento. Un charco, provocado por la torrencial lluvia de mediodía, modificó la posición de su rueda trasera y la lanzó contra el suelo.
    Atendían su grave luxación de tobillo, cuando unos compatriotas con palabras de ánimo le comentaron que aplazaban la carrera. Esto les daba opción a un sustancioso premio.
    Impulsó los brazos sobre la camilla, se incorporó de un salto, y aproximándose a una escultura de La Virgen María, alzó los ojos hacia ella y dijo: Bien. Aunque seamos extranjeros en esta ciudad, tú nos conseguirás inscribir en las pruebas.

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  61. ¡Sí, es Japón!

    Aterrizó el avión y ya me sentí distinta. Anduve por los pasillos del aeropuerto hasta el baño donde me encontré tres opciones: baño estilo tradicional del país (un agujero y una barra para sostenerse), retrete normal y retrete ‘robot’ con mil botones. Me puse en la cola y, cuando fue mi turno, me tocó el de los botones. Fue toda una experiencia… ¡no sabía cómo tirar de la cadena pero al final acerté! No había sido un viaje largo, solo unas horas desde Manila, Filipinas, pero el cansancio del madrugón se esfumó totalmente cuando miré mis pies y sí, estaba pisando suelo japonés, estaba en Tokio. Mis ojos solo querían ver cosas distintas, personas, kimonos, paisajes, naturaleza nipona y el caos tokiota. Estaba ansiosa y emocionada. Poco a poco me fui llenando de momentos, imágenes, sabores, sonidos… ¡Mis piernas no querían parar, no querían que se agotase el tiempo en aquella ciudad! Sentí la diferencia, el asombro, la disciplina, el orden y la paz en un país sorprendente. Mi paladar degustó sabores increíbles y mi cámara de fotos me agradeció capturas indescriptibles. Despedirse fue duro pero… solo era un hasta luego.

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  62. El viaje de regreso
    Me fui dios sabe dónde, con mis dos perros, el viaje duro más de dos días por harta mar, cuando desembarque me encontré en una isla perdida me puse manos a la obra, solo tenía comida para una semana, y para mis perritos, Lobo y Pekín, creo que igual, enseguida me di cuenta que este viaje iba ser duro por las condiciones en que esta, pero no me importo, nos pusimos manos a la obra, con mis dos perritos. Ellos ya empezaban a entenderme y yo a ellos igual, les dije que lo primero que teníamos que hacer es hacernos una canoa para en caso que las cosas se pusieran mal salir pitando de allí. Me entendieron a la perfección la canoa se quedó terminada y nos pusimos a explorar la isla a lo lejos vi como salía humo de una montaña eso no me gustaba nada. Les dije a lobo y a Pekín que no se me separaran de mí, me dicen que no me preocupe que estarán a mi lado. Cuando de repente vi como venía una lava, rápido cogí a mis dos perros y nos fuimos a isla

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  63. REDESCUBRIENDO LA HISTORIA

    Aquel 11 de octubre, Rodrigo de Triana, seducido por la alegre sirena caribeña, saltó al mar desde el bauprés, arrastrando consigo al resto de la tripulación. Nunca imaginó este devoto servidor de la reina Isabel que gracias a tan brava hazaña, décadas después, las sucesivas tierras conquistadas en la piel de toro hablarían maya, quechua y guaraní, aunque con un ligero acento castellano.

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  64. Como en casa….
    Desde muy pequeño quiso ser trotamundos, vivir maravillosas experiencias, con el zurrón acuestas experimentó durante un tiempo no tan grato como el había imaginado, que él no servía para mochilero, que las incomodidades de la tierra húmeda o de un lavabo compartido no eran para él, sentado en la parada del bus decidió gastarse lo poco que le quedaba en su último viaje, el más soñado, su vuelta a casa.

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  65. Carina es una amiga portuguesa que conocí en Barcelona.

    Era una noche fría de otoño en el barrio de Bellaterra en Cerdanyola del Vallès, Cataluña. Tuvimos la siguiente conversación:

    -¡Davi, he conocido al amor de vida!
    -¿De verdad?
    -¡Sí! ¡Ya estamos saliendo juntos!
    -Pero, cuéntame. ¿Cómo sucedió?
    -Fue algo inesperado. ¡Estoy enamorada!
    -¿Y de dónde es?
    -¡Es de Brasil! ¡De São Paulo!
    -¡Oh, es genial! Mi compatriota. ¿Lo conociste en Barcelona?
    -No. Nos conocimos en China…
    -¿Dónde?
    -En China… Lo conocí en una discoteca de Shanghái durante mi último viaje.
    -¿De verdad?
    -Sí… y el viene a Barcelona la semana que viene a visitarme.

    Nos reímos y entramos en el aula. En pocos minutos comenzaría una clase de “retórica y viajes: el arte de contar historias viajeras”.

    Dos años más tarde, tuve noticias de Carina: ella moró durante seis meses en China con Matheus, el brasileño. Después se mudaron a São Paulo, donde viven hasta hoy.

    Y, sí, están los dos están juntos hasta hoy.

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  66. Encuentro con una mariposa

    Aprender un idioma nuevo es como volver a ser un niño.

    Estábamos en Timișoara, oeste de Rumanía, en una mañana de primavera, cuando una mariposa pasó rozando mi oreja. Quedé sorprendido. Era una hermosa mariposa azul. Ella paseaba tranquila por Piața Unirii y después subió por encima de los transeúntes hasta perderse entre un bloque de edificios grises, herencia de Ceausescu. Pregunté a mi esposa cómo se decía mariposa en rumano:

    “Se dice fluture”

    Y yo enseguida pensé en los pétalos de una flor (floare, en rumano) fluctuando (a fluctua) al viento.

    “Chica, ¡qué poéticos son los rumanos!” y después, le expliqué mi deducción.

    “No tiene nada que ver. Simplemente es fluture. Tú siempre estás inventado”, respondió sonriendo y con tono divertido.

    Pero, era tarde: mariposa en rumano, para mí, ya estaba asociada a una flor que fluctuaba por el aire.

    Tal vez sea así – mirando como un niño – que nazca la poesía y la fascinación de los viajes.

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  67. Era un muro blanco y estaba cerca del centro histórico de Zagreb, la capital de Croacia.

    Alguien había hecho un grafiti con letras grandes, verdes y estilizadas:

    I HATE THIS TOWN.⁠

    No se sabe cuándo y mucho menos quien. Lo que se sabe es que otro alguien había visto, así como nosotros, aquel mensaje … y que había decidido hacer algo al respecto: tachó con una tiza negra la palabra HATE⁠, bajo el muro blanco, y escribió, cuidadosamente, las letras: L – O – V – E⁠.
    Esta persona, además, aprovechó para dibujar un simpático corazón al lado de la frase. Y la sentencia quedó así, por encima de la antigua:

    I LOVE THIS TOWN⁠

    La misma ciudad, el amor y el odio, dos sentimientos paradójicos. Me acordé de Fernando Pessoa en el Libro del Desasosiego: “La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos, no es lo que vemos, si no lo que somos”.

    Así también era Zagreb (o cualquier lugar que visitemos). La impresión que tenemos sobre una ciudad cualquiera es, también, el retrato de lo qué sentimos y lo que somos en aquel preciso instante.

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  68. Carlos, el gran aventurero

    Hay mañanas en las que uno abre la ventana y tiene la impresión de que el día lo está esperando, escribió Charles de Baudelaire. Y aquella era, innegablemente, una de estas mañanas increíbles.

    Carlos sacó la cabeza hacia fuera de su casa. Los rayos del amanecer se extendían suaves sobre el verde del jardín y las flores exhalaban un intenso olor de primavera. Escuchaba el canto de un ruiseñor mientras notó crecer en sí el espíritu viajero:

    No hay nada que excite más el alma – dijo Carlos con inspiración – que los preparativos de un gran viaje. La sensación de que vas a irte, la inquietud que te produce lo incierto, la ignorancia de lo desconocido, la lejanía que te espera, el misterio de la palabra partir.

    ¡Todo gran viaje comienza con el primer paso! – exclamó nuestro aventurero.

    Y fue así que Carlos, el caracol, empezó su lenta jornada de polvo y sudor, de júbilo y medo, de decepciones y descubiertas … hasta el gran montón de hojas verdes y amarillas de mi jardín

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  69. Estaba esperando para entrar en la Sinagoga del barrio judío de Fez, cuando ella se aproximó llena de curiosidad. Era una hermosa niña marroquí llamada Kenza.

    – ¿Puede sacarme una fotografía? – me preguntó en francés y, sin perder tiempo, fui haciendo pose y compartiendo sonrisas.

    Kenza tenía aproximadamente siete años, se comunicaba con una inflexión segura; movía los labios finos, abriendo bien la boca al hablar y mirando al rostro del interlocutor. Su cabello era castaño y un poco ondulado; agitaba los pequeños ojos negros de manera atenta, demostrando su entusiasmo; tenía los dos dientes delanteros separados y eso evidenciaba su sonrisa.

    Había un grupo de niñas como ellas, todas mayores, algunas vestidas con ropas típicas. Se quedaron observando de lejos, con expresiones avergonzadas y tímidas. Sin embargo, Kenza, la más lista de todas, todavía tenía una última petición antes de despedirse:

    – Bisou, mon ami. Bisou.⁠

    Y me dio dos besos en la mejilla.

    Nos invitaron a entrar y visitamos la Sinagoga junto con el rabino … pero yo no conseguí prestar mucha atención. Mi corazón se había quedado afuera, derretido, bajo el efecto de los besos de aquella pequeña niña marroquí.

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  70. EL MOMENTO PREVIO AL VIAJE

    Adoro el momento antes de salir de casa para comenzar un viaje. Es justo ese momento efímero en el que agarras la maleta por el asa, te colocas el chal (vuele o vaya en tren, aunque sea en agosto, siempre llevo uno por el frío que hace en los transportes públicos) y agarras el bolso con fuerza.
    Es un momento ambiguo: por un lado, te invaden miles de emociones esperanzadoras, por el otro, no puedes evitar que una descarga de angustia recorra tu cerebro.
    La ilusión por el nuevo viaje, por lo que vas a conocer, por la gente que te va a impregnar con su esencia. Durante todos los meses de preparación has disfrutado de la anticipación de ese momento.
    Pero el miedo a lo desconocido, a la salida de la zona de confort y el hecho puro y llano que sales de tu ambiente te hace mirar compulsivamente tu carnet de identidad y el billete de avión.
    Pero merece la pena, ese momento es uno de los más placenteros. Cuando la emoción entre el futuro placentero inmediato y la angustia ante lo desconocido se mezclan y recorren mi cuerpo a partes iguales.

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  71. CIELO ABIERTO

    Salí del papel húmedo sin hacer ruido. En el exterior había una lágrima negra y una sonrisa con una mueca opulenta sobre el extremo inferior, como si fuera un vórtice preñado. Entré en una lengua de estrella con ánimo de explorar, vaga esperanza y ridículo sueño de los vivos desaparecidos. Giré en la conciencia de tu memoria perdida, y continué hasta el ombligo con idéntico anhelo. Al final del camino sumergido, había una llanura de decepciones con muchos pastos. Giré el rumbo de tu aliento, pero cerré de inmediato. Fuera estaba el cielo abierto.

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  72. Penélope había pasado una década en el oficio de esperar al que no volvía cuando se declaró cansada de tejer y destejer, de mirar al mar y de rechazar pretendientes.
    Ulises llegó, casi por casualidad, envejecido pero aún vital a los pocos días, cuando ya su esposa había dejado de esperarlo. Luego del reencuentro de dos prácticamente desconocidos que tenían un pasado en común y de cavar una tumba para su perro Argos, ella le dijo que era su hora de partir. Ulises no protestó. Penélope agregó que era su tiempo de aventuras sin fama ni libros cantados. Tomó sus túnicas más comunes y bastas y salió. Antes, se cruzó en la puerta de salida con Homero, el bardo, que en ese momento llegaba decidido a escuchar los relatos de su esposo para comenzar a tomar sus primeros apuntes.

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  73. La búsqueda

    Cinco días de camino en auto. Llegamos. Es curioso, como a pesar de los avances tecnológicos aún existen lugares a los que no se puede acceder si no es por medios antiguos.

    -Sólo crucen la barranca y subiendo la colina, allí está lo que buscan-Dijo nuestro guía

    Agradecí y pague al guía, que se arrellanó en el asiento trasero. No entiendo a la gente de las ciudades pequeñas, son tan supersticiosos. Pudiendo ser testigos de un gran acontecimiento, prefiere esperar para no contraer un virus. Cada que avizoran algo en el cielo, se ocultan en casa y apagan todos sus aparatos electrónicos, creen que van a quedar poseídos.

    Una vez cruzada la barranca, active mi equipo

    Sincronizar. Buscar. Vincular.

    La idea de contemplar algo que se creía extinto hace más de 50 años me emocionaba. Seguí avanzando, sin señales de vida. Nada. Tal vez un error del software. Pero de pronto un murmullo emergiendo detrás de la colina. Y ahí estaba, ante mis ojos “El idrone 6S”, el último de su estirpe antes de que Apple desapareciera justo por culpa de éste. El drone inteligente, que decidió huir, no regresar, ser libre.

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  74. ¿Ítaca?
    Irás, con certeza. Y querrás volver. Y en tu viaje empezarás a reconocer una pregunta semejante en cada parada. Una pregunta que harás y te harán. Querrás saber un nombre, una pista, un rumbo, identificar un Ítaca. Querrás saber, descubrir con sólo una pregunta, cuál es la mejor, la que merece la pena más aún, a la que deberías partir inmediatamente, la que por nada evitable deberías perderte. ¿Cuál es mi isla? ¿cuál es la isla? . Y si tienes suerte te darán la única respuesta válida. Si tienes suerte.

    “La siguiente”. Es la única respuesta.

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  75. Lo quieres tener todo

    Como en los sueños en los que aunque camines no avanzas. Pasear por el kastro de las ciudades griegas tiene un ritmo detenido, el de verlo todo. Querer tenerlo todo. De repente te llama la atención una pequeña pieza, o el conjunto perfecto que forman unas junto a otras en su preciosa casa de cal. Y das un paso y te acercas. Y tocas y la coges y la acaricias, y la vuelves a dejar, en su sitio, con cuidado, porque todo es delicado.
    Y solo entonces levantas un momento la vista y te están mirando, unos ojos tranquilos pero sonrientes. A veces es un artista, y sigue trabajando en su silla, quizás pintando más peces de colores. Y sabe, comprende, que te gusta. Y también que seguramente no lo vas a comprar. Pero que estás disfrutando del paseo. Mucho. Y que no puedes dejar de mirar a tantas cosas preciosas. Lo sabe, lo entiende, y disfruta, también.

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  76. Dibuja mapas del mar
    Entrando por la playa pequeña, la de la taberna donde cenaste ayer, recto a unos veinte metros hay unos matorrales hundidos, y ahí se reúnen por la tarde pececillos color plata y a veces se esconde alguna caracola gigante, que acaba siendo como un meñique.
    Bajo tu barriga ondean pequeñas dunas, si miras a cualquier lado se ve, se ven metros de una claridad que parece aire. Gira el cuello, encuentras una pared que se hunde metros eternos que sigues viendo sin dificultad.
    Todo está lleno de luz.
    Si te das la vuelta y sacas la punta de los pies por encima del mar, tomas impulso y bajas a asomarte entre un saliente de esa pared, quizás tengas la suerte de encontrar una langosta. Se encuentran así. Sacas la cabeza y miras lejos, el sol es casi el mismo que debajo.
    Si giras a la derecha hay una cueva. Dentro te llevas la sorpresa de todos los colores de una vez, nadando divertidos y ajenos a ti. Te recuerdas que tendrás que apuntar ese rincón en tu cuaderno de viaje, en cuanto salgas del mar.
    Pero te queda un buen rato para salir.

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  77. El azul

    ¿Cuántos azules existen?. Dicen los pintores que azules, no tanto, que lo que existen son variedades. Dicen también, los que sabe de colores, que el azul se asocia, en psicología, a la calma, la armonía, el bienestar, la VERDAD, y que sirve para relajarse y para conciliar el sueño, o para pensar en la eternidad. Existe el azúl ultramar, el cobalto, el añil, el cian, el cielo, el turquesa, el celeste, el glauco, el azul de prusia, el índigo, el iris.

    El cian, claro, es griego. Al menos la palabra. Del griego κυανός (kýanos) , ‘azul oscuro’, o más bien profundo.

    Nadie parece estar de acuerdo en cuántos azules existen, pero todos están en este mar. Azul Egeo.

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  78. Pintadas de cal

    Paredes, aceras, tapias, pequeños muros, cúpulas redondas, techos, escaleras. Todo está pintado de cal.

    Entre el invierno y el inicio de la primavera, en Grecia comienzan a esperarte.

    Como un catálogo de pinceles de las tiendas arte, desde la brocha ancha para acabar pronto al pincel más fino. El más fino tendrá que sortear piedras caprichosas en gris, ventanas de madera azul, marcos de puerta antigua, cristales de colores que de repente adornan una esquina, macetas de albahaca y aloe vera, barandillas de rojo, azul y verde, algún farol de forja negra, algún llamador ámbar, y poco más.

    Para todo lo demás la brocha ancha o el rodillo, grande, amplio, para rematar antes las gigantes cúpulas redondas que destacan frente al azul del mar. Te esperan llenando todo de blanco cal. El blanco que es plata cuando amanece y que resplandece nuclear al mediodía. El blanco que refleja la luna cuando ya ha caído el sol. Un blanco cal que cada año vuelve virgen, blanquísimo, para recibirte.

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  79. Envidia vacacional

    Carmen y Alberto seguían con su mala racha. La crisis, la precariedad de sus trabajos, pocos ingresos y demasiados gastos ineludibles habían hecho que este año tampoco hubieran podido irse de vacaciones.
    Y, sin embargo, sus vecinos… ¡qué envidia!
    Los de al lado acababan de regresar de un crucero por el Mediterráneo; los de arriba, habían estado en Punta Cana; los del piso de abajo, una semanita en un apartamento en la playa.
    Y todos habían vuelto radiantes, como nuevos, con cientos de fotos en hermosos escenarios, un montón de experiencias para relatar, y un puñado de nuevas amistades que habían fraguado durante el periodo vacacional.
    Y todos también –curiosa coincidencia, pensaron Carmen y Alberto– habían pronunciado la misma frase al poco de regresar de vacaciones: “¡Ay, qué bien se está en casa!”.

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  80. Con maletas

    En los últimos viajes, nunca hubo maletas. Era simple: pasaba a otros cuerpos, olvidaba su vida pasada y era feliz. Pero esta vez reaccionó con la sesera repleta de memorias y se halló nadando en un vientre nuevo. Nunca ha podido volver a amar. Sufre de añoranza y melancolía por no ser lo que fue.

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  81. El viaje hacia la jaula

    Como transitaba libre y despreocupado por la sabana, el elefante nunca había viajado al zoológico para visitar a sus compatriotas apresados ni participó de las manifestaciones en contra de las capturas despiadadas. Cuando lo embarcaron para América, temió que el exilio no le proveyera hermanos en la cárcel.

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  82. Poema trotamundos
    de Mary Ely Marrero-Pérez

    El poema, cansado de permanecer anclado en un papel como mancha de tinta, emprendió el viaje hacia el interior por invitación de una ávida lectora. En poco tiempo, el poema viajó hacia otros interiores a los que la primera lo convidó. Como ocurre comúnmente cuando se conoce al mundo, el poema evolucionó y lo vieron volar en intertextos, epígrafes y plagios.

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  83. Vacaciones mágicas

    Decidió que viajaría por tierras conocidas. Buscó la valija mágica que lo había acompañado en tantas excursiones, repleta de bártulos de papel que conocía de memoria. No la encontró. Recordó que se la había donado a otro trotamundos. Deseoso del paseo y determinado a lograrlo con otro itinerario, optó por una vacía, la repletó de libros diferentes, se dirigió a su habitación, se acurrucó en la cama, leyó y viajó.

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  84. Consciente del rumbo

    Su sombra se alzó imponente para exigirle: “Si vas a continuar siguiéndome, al menos mira hacia el verdadero frente”. Desde ese día, se le vio caminando en retroceso. De la nuca le brotó un ojo que lloraba su camino a la muerte.

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  85. LÍNEAS

    Frontera, territorio que divide y separa. Por desgracia, no una línea imaginaria dibujada en un mapa para distinguir donde empieza y termina cada parte atravesada por ella.

    Estoy pasando una de ellas, entre dos pasos fronterizos con nombres extraños, en un lugar remoto, entre dos países que hasta hace poco se deshacían en pedazos por conflictos internos, después de los externos. El papeleo en ambos es tedioso. De eso se libran al menos los animales salvajes que cruzan libremente de un lado para otro; eso por el momento, porque también sobreviven a la desproporcionada y loca expansión humana que los va estrechando alojándolos en territorios cada vez más pequeños, y de fronteras de líneas realmente imaginarias.

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  86. DESPRESURIZACIÓN

    Se ajustó el cinturón y agarró los dos brazos del asiento con todas sus fuerzas. No esperó a quedarse sin ellas, expiró suavemente y el miedo desapareció inmediatamente.

    Cuando despertó estaba en otro vuelo, sin ruido en el motor, sin cinturón o mascarilla apretándole el estómago o la cara. El uniforme de las azafatas era como el vestido de las hadas de los cuentos que le narraba a sus hijos, pero de sus bocas brotaba sangre, y una de ellas con la suya todavía limpia venía hacia él con la sonrisa de oreja a oreja.

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  87. ENTRE DIENTES
    A grandes zancadas sobre las olas, en primer plano, un padre corre cometa en mano bajo la mirada complaciente del hijo. A su alrededor, cientos de veraneantes salpican de color el fondo difuso de la foto. A ninguno de los dos nos gustaban las multitudes, por eso elegimos el safari. Ahora que ella se ha convertido en el aperitivo de la leona que viene a por mí, no dejo de pensar en que en aquella playa. Ante el hipotético ataque de un tiburón, habríamos tenido más posibilidades de no resultar elegidos: entre tanta gente seguro que había algún otro gafe.

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  88. HONOLULU
    Los niños cantaron el número, el nuestro, aquel que nos había acompañado cada Navidad. Al escucharlo en la radio, me llamaste emocionada después llamaron nuestros hijos locos de contentos. Y empecé a pensar en los años vividos juntos, en las cosas que siempre dijimos que haríamos si un día nos tocaba la lotería, en el descapotable, en el viaje a Honolulu, en cancelar la hipoteca. Y casi me vuelvo loco.
    Mi psiquiatra dice que ya estoy mejor, y aunque hace ha casi diez años, sigo sin comprender por qué tuve que probar ese año fortuna con un número distinto.

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  89. REINCIDENTES FUTUROS
    Hombres, mujeres y dos niños a punto de dejar de serlo apretujados en aquel enorme congelador empezamos el viaje en el más absoluto silencio. Compartíamos con las cajas de helados el poco espacio disponible. Nuestro contacto pensó que meter las cajas, aunque fuera vacías, levantaría menos sospechas cuando se percataran de que el congelador no funcionaba, además nos permitiría camuflarnos mejor.
    Pero alguien no hizo las cosas bien. Las cajas estaban llenas de suculentos cucuruchos que se derretían con el paso del tiempo.
    Nos encontraron ahítos, pringosos y sonrientes; y cuando nos deportaron, ya teníamos el sabor de la buena vida pegado en los labios.

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  90. La luz se quedó agazapada entre las nubes sin teñirlas todavía. Enseguida vio a la pareja que, feliz, caminaba despacio por la acera. Iban cogidos de la mano y eso le gustó, revelaba que se querían y que el fruto de su amor que iba a ser él sería querido y respetado.
    Le dijeron que no tuviera prisa, que esperara la señal para iniciar el gran viaje. Siguió, pues escondida a la espera.
    La pareja subió la cuesta que les llevaba hasta la casa. Una ventana, con visillos blancos y macetas en el exterior, pronosticaba un interior cómodo y sencillo. En la parte baja, el salón era espacioso, con vistas a un patio descubierto que, en primavera, se llenaba de plantas. Eso le gustaba, pues denotaba que la pareja era sensible y cuidaba los detalles.
    La pareja entró en la casa y la puerta de madera clara se cerró tras ellos. Tardó poco tiempo en ver moverse los visillos blancos y luego la persiana que se bajaba. Esperó con paciencia hasta que sintió que dejaba de ser luz.

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  91. Tierra ignota

    Fue un sepelio frío, desangelado. A mí me dejó una caja de cartón. Dentro reposaba una nota que hablaba del afecto que me tuvo, un folleto caducado de viajes a países remotos, una colección de sellos y un montón de cartas. Algo decepcionado miré los sobres. Los sellos que los remataban eran enigmáticos, los remitentes tenían nombres crípticos. Envié a aquellas señas cientos de misivas. Esperé respuesta, sin éxito. Entre tanto, me mudé de casa. El tiempo me hizo olvidar aquel episodio y dedicarme a vivir una vida que a menudo se me antojaba mediocre. No hace mucho, me visitó un joven que aseguraba vivir en mi antigua casa. Sin mediación, desocupó la saca de correo acumulado encima de mi cama de enfermo. Reconocí enseguida los apellidos. Leí los escritos en los que me invitaban a visitarles en su mundo lejano. En cuanto recupere fuerzas me pondré en camino. Anhelo el encuentro con esas gentes que se ganaron la confianza de mi padrino. Le tengo respeto a los vuelos y además debería informarme primero. No sé muy bien por dónde cae la Atlántida.

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  92. MENSAJE EN UNA BOTELLA

    Seguro que conoces esa sensación agridulce en el paladar de la memoria que provoca el despertarse violentamente de un sueño. Aunque sean muchos los fotogramas sueltos con los que te premia tu mente, resulta tan complicado armar el puzle, tan difícil oír una voz hecha de migajas y ecos… ¿cómo darle un sentido a tanto caos?
    Anoche soñé que emprendía un viaje, que era un mensaje en una botella, un “te quiero” escrito a mano (esta manía mía de personificar seres inanimados), circunnavegaba sin rumbo un mar agitado (me gusta pensar que lo pintó para mi Wiliam Turner), había un silencio demoledor dentro de la botella, resistía la envestida de las olas, tenía tantas cosas que decir en dos palabras, temía no darle sentido a mi vida y lo único que podía hacer era mirar con todos mis ojitos a través del barco de cristal en busca de alguna playa, agarrarme muerta de miedo con toda la tinta al papelito blanco,…
    Lo último que recuerdo antes de despertarme es el plopp del corcho y la paz de saber que acaricié un alma con mis letras.

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  93. Al-Qūṭī
    Con los documentos bañados en aljamía, envueltos en sacas de cañamo, salieron en la negrura de la noche. Antes asentaron el hogar, quedó el puchero humeando con las viandas preparadas. La llave reposaba en el alféizar, dejaron la casa abierta, por si volvían. Sigilosos, con el corazón en un puño, atravesaron por Despeñaperros, cortaron por Al-Andalus y dieron un salto a Sebta. Envueltos en el manto del Siroco revolotearon como una mariposa extraviada. Forasteros, sudorosos y agotados se posaron en las calles de la bella Tumbuctú y echaron raíces. Pasaron los meses y los años. En las noches estrelladas, con la triste luz de la añoranza, a la sombra de una luna africana leían en los manuscritos de la familia y, borrachos de melancolía, soñaron durante siglos con la morada limpia y serena de la lejana Toledo.

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  94. Viento.

    La canción. Un recuerdo. Los hilos de música se habían instalado en el viento. ¿Cuál era esa melodía precisa para traer la alegría? El camino se dibujó entonces como la mejor de las alternativas. Una laguna hecha de polvo. Densas nubes ocupando el lugar de las gotas de agua que se supone, habitarían este lugar. ¿Y la canción? Nada, polvo, solo polvo hasta ahora en la arenosa búsqueda.
    Era la entrada al llano que se abría como las fauces de un oscuro infierno. Todo tan distante de la alegría, todo apenas existiendo como las motas de polvo de esa árida laguna. Sayula tenía el registro de un fantasma. El primero de esos pueblos donde anida la tristeza. ¿Y la canción? Nada. Solo un murmullo.
    En Tuxcacuesco, algo pareció escucharse. No. Era las bandadas de pájaros que volaban al atardecer para buscar la noche. Unos cantos cortados por el rápido aleteo de los cuervos negros, mientras siluetas de hombres ocupaban algunas bancas de un desolado parque, un silencio ensordecedor. ¿Y la canción? Nada. Solo un recuerdo.

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  95. ENCONTRARSE EN ASÍS

    Cuando descendí del avión en el aeropuerto de Sant’Egidio, tras sobrevolar idílicas montañas alfombradas de misticismo, y pisé expectante el suelo de Umbría, tierra de santos, sentí que había arribado a un lugar que ya conocía desde siempre. Por fin me encontraba en Asís. ¿Cómo podría explicar la fascinación que sentía hacia la ciudad de San Francesco, ese polo magnético de belleza medieval? Acaso sea el valle que fluye al pie del monte Subasio, el escultor que cincela la ciudad con su piedra blanca y rosada, un océano exuberante bautizado con el lírico topónimo de Santa María degli Angeli. O quizá me embargue el latido apacible que recorre la campiña desde Asís hasta hermanarla con Perugia, antigua rival que ahora la bendice a través de la estatua del papa Julio III. El tañido intemporal de las campanas me anuncia que no olvidaré jamás mi paso por este laberinto donde me encontré a mí mismo frente a las columnas romanas del templo de Minerva, que se dibuja con trazo irreal bajo un cielo de Giotto y que, liberada el alma de las prisiones del progreso, la sumerge en el silencio mágico del atardecer.

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  96. ¿Qué necesidad?
    Para Lidia, no había necesidad de andarse asoleando en un biquini para poder disfrutar plenamente de las vacaciones. Algunos de sus amigos no entendían por qué una mujer tan joven y agradable como ella gustaba de ir a lugares tan solitarios en su tiempo libre. Sin embargo, Lida no se dejaba llevar por sus amigos fiesteros. Para ella, no había gozo más grande que encontrar un espacio alejado de todo el ruido de la ajetreada vida de la ciudad. En esos preciosos momentos de silencio, Lidia valoraba más que nunca los pequeños milagros de la naturaleza, tales como el dulce aroma de la hierba del campo después de una tarde lluviosa. Si los jóvenes de ahora quieren pasar los mejores años de su vida confundidos por una sociedad que les exige ostentación y desenfreno para sentirse parte de algo, perfecto, ese es su problema. Mientras tanto, Lida continuaría con su eterna búsqueda, viajando hasta encontrar un sitio sereno al cual llamar hogar.

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  97. GOLPE DE FORTUNA

    Las hélices de la Cessna llevan dos horas incrustándome su zumbido en la cabeza. Ya no oigo ni mis propios pensamientos. La cabina de la avioneta está llena de paquetes. Mis maletas se apretujan sin remedio contra el respaldo y, junto a los 40 kilos de material escolar que utilizaré en la nueva escuela de Mbodo, secuestran el espacio que deberían ocupar mis piernas. Desde el aire veo una pequeña manada de elefantes que atraviesa apresuradamente la pista de aterrizaje. La avioneta toma tierra a trompicones y los motores se detienen por fin. Resoplo aliviado pero la cabeza me sigue dando vueltas mientras abro la portezuela. Al bajar tropiezo en el último escalón de la escalerilla, salgo trastabillado y no puedo evitar hundir la bota en una boñiga enorme. Un elefante barrita en mi dirección desde el otro extremo de la pista. Se burla de mi torpeza, seguro. Yo sonrío porque siempre que piso un excremento animal, y lo hago con frecuencia, tengo suerte. Y éste es descomunal, así que mi nueva vida en África no ha podido empezar con mejor pie.

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  98. CHICXULUB Y LA PARTIDA MÁS TERRORÍFICA

    La salida más espantosa del lugar cuyo nombre actual es Chicxulub ha quedado en el recuerdo.
    Era nueve de la mañana con cielo celeste, cuando el ambiente tropical mantenía unos cuarenta grados de calor. No vimos muchos árboles, solamente arbustos. Por eso quisimos pescar a cierta distancia de los dinosaurios herbívoros. Mi grupo formado por seres antropomorfos adultos de tres metros de alto, había empezado la faena. Es importante mencionar que nuestra figura sin cola mostraba su piel emparentada con la reptil.
    De pronto, mientras sacábamos peces, nos dimos cuenta que algo se había desprendido de un lugar cercano al sol, haciendo notar su dirección de caída sobre nuestras cabezas. Pronto vimos que las olas tomaron tal convulsión que no sea repetido. Al instante procuramos escapar, pero fue tarde; porque su calor fulminante de aquel cuerpo espacial volatilizó de golpe lo que estuvo a su paso. De inmediato una inolvidable sensación de gran velocidad se apropió de mi ser, hasta comprender que salí a otro lugar del espacio.
    Ahora, entre los habitantes terrestres, puedo dar testimonio del poder que ha permitido este retorno.

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  99. UNA RUTA ORDENADA DESDE LAS NUBES

    La residencia fue tomada de noche por varios sujetos y solo me quedó salir hacia el bosque a través la ventana. Debí correr, seguido por los extraños, pero mi buen estado atlético me dio la ventaja. Al cabo de una hora resulté más extraviado entre marañas. Observando alrededor me puse a cavilar sobre qué dirección tomar, y solamente me acompañaban indefinidos murmullos. Por ello decidí seguir caminando durante algún tiempo, hasta llegar a una zona donde hice una pausa. Fue momento que percibí una voz desde lo alto entre las nubes, repitiendo una palabra en idioma europeo. Cuando aquella voz se calmó, una especie de estrella fugaz cruzó el espacio negruzco.
    Aquella orientación me dio la ruta correcta y sacó de tan agresiva encrucijada.

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  100. SEGUNDO ENCUENTRO DEL TERCER TIPO EN LOS ANDES

    Fueron cuatro días y sus noches sobre lomos de mulas. El inhóspito paisaje de la “Cordillera Negra” no mostraba un camino siquiera, solo una cumbre sirvió de guía.
    ―Allí ―dijo mi madre señalando la entrada de una cueva.
    Dejando las bestias ingresamos a su interior. Y un gran recinto de piedras talladas me impresionó por sus muros tan elevados y el cielo raso bruñido. Después de hallar una portada, quise observar lo que seguía y, un abismo profundo mezclado con niebla me hizo temblar.
    ―El infinito limita con esa puerta ―opiné.
    ―Solo sé que por aquí estuvieron nuestros ancestros ―señaló mi progenitora.
    Anochecía y me dispuse a dormir, entretanto por el portal se notó que algo descomunal y brillante se aproximaba. Retrocedimos buscando algo seguro, pero una pareja de humanizados gigantes de más de tres metros aparecieron a contraluz, haciendo notar que protegían. Fueron solo segundos cerca de ellos, porque se fueron luego de pasar el brillo extraordinario.
    Al amanecer seguimos el trayecto hacia la hacienda, conocedores de la bondad espacial.

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  101. PRIMER ENCUENTRO CERCANO EN LOS ANDES
    A las cuatro y media de la madrugada quedó lejos el pueblo. Y progresaba el ascenso de la colina por el camino rural bordeado por eucaliptos frondosos. De pronto, del horizonte de la colina, contrastando con el cielo estrellado, un admirable objeto circular y de color rojo empezó a ganar altura lentamente, para cruzar sobre nosotros. Al rato, estando la cosa encima, su luz naranja coloreó el paisaje, asustando a los caballos. Abuelo me dio un sobretodo y paramos.
    _No mires arriba _dijo.
    Parecía que no había durado mucho la pausa, pero al observar el cielo, la cosa ya se hallaba sobre una soleada campiña; para luego de cambiar bruscamente su rumbo, difuminarse con la distancia.
    Después de breve lapso llegamos a la casa de campo. Abuelo recibió quemaduras que duraron tres meses.

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  102. Vuelo hacia ti.

    Vuelo… Hoy voy entre nubes, llevo en mi mente un recuerdo, lejos va quedando

    la distancia. Angustias. Yo nunca me quejo. Vuelo… Voy devorando kilómetros,

    momentos para el encuentro: deseo estrecharte en mis brazos, se hizo muy largo este

    tiempo. Es que se pasa la vida, siempre esperando un regreso. Allá quedarán, en olvido,

    aventuras hoy sin peso; era pasar el momento, solo servían para eso. Pero vos sos lo

    seguro, lo firme, lo profundo, lo intenso, lo eterno; por algo yo no me olvido de tu boca

    ni tus besos, tu grácil y breve figura, tu sonrisa, tus cabellos, tu aliento, aliento de suave

    fragancia que embriaga mi carne y mis huesos. Salto hoy esa distancia rompiendo el

    aire y el sueño: ahora estás reconfortada, se ha cumplido mi regreso después de mil

    noches sombrías, de días sin luz, sin un destello. Es que el amor, cuando duele, duele

    en el fondo del pecho, rompiendo la carne en pedazos, quemando las horas de sueño.

    Ahora recojo mis cosas, se ha concluido este vuelo, mis ojos buscan tus ojos, pero no

    encuentro aquellos, esos que derramaron lágrimas cuando partí tras un sueño.

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  103. UN MURO ENTRE LOS DOS

    Él, algo nervioso, pasea junto a los restos del muro y observa el río Spree, tranquilo al atardecer. La conoció en Postdamer Platz, al otro lado de la alfombra roja de la Berlinale, un papel lanzado al aire y unas palabras: hoy, 20:30, East Side Gallery. Los segundos se hacen horas, pero en realidad pasan siglos… Recorre todo el muro y vuelve a la ciudad, tirando un papel arrugado a la papelera. El papel, golpea el borde y cae fuera.

    Ella, coqueta y risueña, feliz en ese atardecer de primavera, recorre el muro deteniéndose en sus grafitis favoritos. Al otro lado del muro el Spree, pero siempre ha preferido esta parte. Mira su reloj, convencida de que él vendrá. Recorre una milla de galería de arte al aire libre y al final un pedazo roto de muro le permite llegar al río. Ya ha caído la noche para ella y hace el camino inverso, con las luces nocturnas reflejándose sobre el agua. Lágrimas silenciosas han destrozado su maquillaje. Al cruzar el muro y volver a la ciudad lanza su pañuelo a la papelera. Golpea en el borde y cae fuera, sobre un papel arrugado.

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  104. Él, algo nervioso, pasea junto a los restos del muro y observa el río Spree, tranquilo al atardecer. La conoció en Postdamer Platz, al otro lado de la alfombra roja de la Berlinale, un papel lanzado al aire y unas palabras: hoy, 20:30, East Side Gallery. Los segundos se hacen horas, pero en realidad pasan siglos… Recorre todo el muro y vuelve a la ciudad, tirando un papel arrugado a la papelera. El papel, golpea el borde y cae fuera.

    Ella, coqueta y risueña, feliz en ese atardecer de primavera, recorre el muro deteniéndose en sus grafitis favoritos. Al otro lado del muro el Spree, pero siempre ha preferido esta parte. Mira su reloj, convencida de que él vendrá. Recorre una milla de galería de arte al aire libre y al final un pedazo roto de muro le permite llegar al río. Ya ha caído la noche para ella y hace el camino inverso, con las luces nocturnas reflejándose sobre el agua. Lágrimas silenciosas han destrozado su maquillaje. Al cruzar el muro y volver a la ciudad lanza su pañuelo a la papelera. Golpea en el borde y cae fuera, sobre un papel arrugado.

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  105. LA ESTACIÓN FANTASMA

    En una cena de amigos alguien comentó hace mucho que en la red de metro de nuestra ciudad había una estación construida hacia la mitad del siglo pasado, que nunca había sido utilizada y ni siquiera disponía de bocas de acceso al exterior. Pensé entonces que seguramente se trataba de una de tantas leyendas urbanas, y no volví a pensar en ello hasta una tarde de diciembre de hace varios años, cuando mi hijo tenía siete.

    Ambos habíamos tomado el metro para visitar una feria de navidad. De repente, a través de la ventana del vagón distinguimos durante unos segundos lo que parecía una estación. En ella no había pasajeros y exhibía en sus andenes una vistosa iluminación navideña, en la que no faltaban paquetes de muy distintos tamaños envueltos con papel de colores. A causa de la velocidad del tren no pudimos reparar en más detalles. Nos quedamos un rato en silencio hasta que él exclamó, con la cara iluminada: “¡Estaciones secretas como ésta las usan los Reyes como almacenes para traernos luego los regalos a los niños!”.

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  106. AÑORANZA

    Nada más terminar el curso, cada año nos desplazábamos en nuestro utilitario hasta la casa que los abuelos tenían en el campo. Durante todo el trayecto llevábamos ambas ventanillas bajadas para dejar entrar el aire. Con el maletero y la baca a rebosar, protegidos los bultos del exterior con lonas y pulpos elásticos, invertíamos entre cuatro y cinco horas.

    Durante el mes de julio nuestro padre no tenía aún vacaciones y hacía el trayecto de ida y vuelta cada fin de semana. Los domingos cenábamos temprano para que él pudiera marcharse inmediatamente después. Ansiábamos su llegada, llorábamos su partida e íbamos contando los días que quedaban para que llegara el mes de agosto, que pasaría entero con nosotros.

    Llegó un momento en que a duras penas cabíamos los cinco en el coche. Lo cambiamos por otro más grande con el motor delante, cuyo volante no vibraba al pasar de noventa por hora. En la misma época construyeron una autopista que nos permitía llegar al pueblo en menos de tres horas. Pero esos viajes, mucho más cómodos, siempre carecieron de la emoción de los primeros.

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  107. LA EXTRAÑA PAREJA

    Amadeo regresa cada primavera. Sabemos que se llama así porque el morro del sidecar lleva adherida una placa de latón con su nombre inscrito con letras de color dorado. Al igual que el anciano que conduce, lleva un gorro de cuero ajustado a la cabeza así como gafas de las que usaban los pioneros de la aviación. Por el polvo y las salpicaduras de barro sobre la chapa suponemos que vienen de muy lejos. Mientras circulan por las calles del pueblo, los más pequeños se acercan corriendo y señalan hacia ellos con alborozo. Pero ellos permanecen impertérritos, sobre todo Amadeo: mirando hacia adelante y asido con sus patas delanteras a la barra frontal del sidecar, se mantiene atento para ayudar a su amo a sortear a cualquier transeúnte despistado.

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  108. LECTURA SOBRE RAÍLES

    Durante el trayecto en metro intentará avanzar en la lectura de una apasionante novela policíaca escrita el siglo pasado por un autor francés que acababa de descubrir, un tal Simenon. Saca las gafas de su estuche y se las ajusta sobre la nariz. Tienen los cristales opacos e integran un chip capaz de almacenar un millar de libros, que pueden visualizarse accionando un botón situado en la patilla. El ritmo de avance del texto se controla mediante un simple movimiento de los párpados.

    Este nuevo modelo incorpora un dispositivo que exhala cada cinco minutos un olor a escoger entre algunos de los que antaño emanaban de diferentes tipos de papel: papiro inglés, offset, biblia, couché, estucado, calandré o pergamino. Se rumorea que tal funcionalidad ha sido ideada para atraer también a su uso a los más nostálgicos.

    Mientras pulsa el minúsculo botón para iniciar la lectura, cae en la cuenta de que sus hijos y los hijos de sus hijos, que no habrán llegado a conocer los libros impresos, no echarán nunca de menos el olor que éstos desprendían. Como tampoco su tacto, que sí se ha perdido ya para siempre.

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  109. EL ENCUENTRO
    De quien compartió mis sueños no supe algún tiempo, hasta esa noche con aguacero por la Gran Vía. Ella esperaba frente al Real Oratorio, con su traje de tono azabache y fino chal cubriendo el escote. A pesar de nuestro lazo truncado, la piedad hizo parar el coche.
    – Sube, que hace frío– dije, abriendo la puerta.
    Entonces su hermosura sombría sobresaltó mi pecho, pués hizo doler la cabizbaja expresión cuando ingresó. Y llorando reclinó sobre mi hombro su sien para sentir el frío más sepulcral. Mi juicio luchaba contra lo extraño. Quise consolarla y no pude, sudé frío.
    Luego de un tramo, ella señaló un portal e instó a estacionar. Muy rápido ingresó al domicilio sin esperar, quedando en el coche su diario y el chal. Entonces la llamé. Un anciano enlutado acudió al pórtico.
    – ¿Qué desea usted?– preguntó el longevo.
    – Una dama ha entrado– Afirmé, mostrando las cosas.
    – Eso no puede ser– respondió el hombre.
    – ¡Que sí! – repliqué muy ansioso.
    – Por favor entra y comprueba su funeral– invitó amable.
    – ¡No, no es posible!– dije temblando, al verla yacente.
    Enjugaba mi rostro la lluvia, cuando leí su mensaje postrero: “amor, te pido perdón».

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  110. EL VIAJE DE MI VIDA

    Mi pequeño universo es plácido. El espacio es ínfimo pero el roce continuo de todo mi cuerpo con las paredes que me envuelven me confiere mucha tranquilidad. No veo, no como y no respiro, pero no sé lo que es eso. Oigo un retumbar rítmico que me brindará seguridad el resto de mis días y otros sonidos atenuados de un mundo exterior que no alcanzo a comprender.

    De pronto, todo parece desmoronarse. Las paredes que me aíslan se contraen y algo me empuja fuera de este mundo placentero. Repentinamente el espacio a mi alrededor se vuelve infinito, siento un frío gélido y el cuerpo se me llena de aire. Luego alguien me pone sobre el pecho de mi madre, y sé que es mi madre. Vuelvo a sentirme protegido.

    Acaba de comenzar el viaje de mi vida.

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  111. LIMITACIONES VIAJANDO

    Las limitaciones que tengo viajando son de muchos tipos, sin duda las limitaciones son cosas o pautas que te limitan o sea, no te dejan hacer ciertas cosas, por ello cuando tengo limitaciones viajando me doy cuenta de lo que no tengo que hacer, de todo aquello que me limita de lo que no me deja vivir o de lo que sinceramente en la vida no puedo hacer, en la vida misma estamos llenos de experiencias en viajes, nos pasamos muchas horas viajando y de cualquier forma encontramos viajando nuestro camino el camino que debemos seguir en el tiempo, sin duda viajar nos ofrece o nos da muchas satisfacciones y nos abre una senda real hacia lo bueno hacia lo que si debemos hacer, es sin duda viajar algo que hacemos y la propia vida esta llena de limitaciones, cuando tenemos limitaciones viajando encontramos sin duda un sentido certero encontramos un sentido de lo que nos puede hacer felices con lo cual lo tomamos y de ninguna forma renunciamos a ello, de ninguna forma debemos renunciar a lo bueno o lo que nos hace felices y debemos muy bien interpretar las limitaciones.

    CUARCITA

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  112. OBSERVACIONES VIAJANDO

    Las observaciones que tengo viajando son unicas, son estas observaciones limpias y me permiten encontrar sentido a la vida, las observaciones que adquiero viajando me llenan de optimismo de felicidad y puedo interpretarlas a su vez puedo darme cuenta de cosas que de otro modo no me iba a dar cuenta, son las observaciones que tengo viajando de alguna forma limpias y en ellas puedo encontrar ideas en ellas puedo encontrar el verdadero sentido de la vida, sin duda son estas observaciones lo que me hace progresar y darme cuenta de la realidad obtener sin fin muchas ideas o muchas soluciones, sin duda alguna las observaciones que tengo viajando me hacen tener optimismo en todo me hacen ver mas alla y encontrar sin duda el limite en el tiempo, puedo disfrutar y llegar sin duda a un insolito minuto de felicidad en el cual yo mando en el cual puedo llegar a optar por la verdad por lo mejor en todo con lo cual me hace muy feliz, sin duda las observaciones que tengo viajando me hacen disfrutar y sin duda puedo obtener mucho beneficio de ellas sin contar su satisfacción.

    CUARCITA

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  113. EXPERIENCIAS DE VIAJES

    Las experiencias de viajes con sensaciones unicas vividas mientras viajamos que nos puede aportar un equilibrio, las experiencias de viajes pueden llevarnos por el tiempo y podemos observandolo todo adquirir un nivel amplio e inmenso de lo que debemos hacer, viajar y observar a su paso lo que vemos puede hacernos vivir experiencias de viajes experiencias unicas en las cuales adquirimos sin duda conductas personales las cuales nos van a llevar a hechos, son estas conductas hechos que realizamos y que aprendemos a realizarlas por medio de lo que observamos viajando, sin duda alguna podemos llevar a lo maximo con experiencias de viajes, viajar nos da sensaciones en las cuales nuestra mente va leyendo y nos dice lo que tenemos que hacer para encontrar soluciones, son las experiencias que encontramos viajando sin duda algo en lo cual participamos y que nos pueden dar claves las bases para actuar y unirnos al equilibrio mental que siempre necesitamos en todo lo que hacemos, viajar supone mucho y todo lo que observamos viajando lo llevamos dentro y nos puede hacer que encontremos soluciones a cualquier dilema o problema que se nos plantee.

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  114. VIAJAR Y DISFRUTAS

    Viajar es moverse por el mundo con autonomia con ímpetu y tomando lo que pasa por mis ojos con autentico apetito, viajando se puede disfrutar y te puedes dar cuenta con total realismo de lo que nos rodea de lo que esta a nuestro alrededor, sin duda viajar y disfrutar muchas veces van unidos, muchas veces podemos viajar y crear a nuestro alrededor un mundo nuevo un mundo llamado a vivir un mundo llamado a hacernos disfrutar del viaje, viajar es observar mientras viajamos en cualquier medio o cualquier medio de transporte podemos observar sin duda todo lo que nos rodea y darnos cuenta de lo hermoso que es el mundo de lo que podemos hacer y de lo que nos tienen guardado para nosotros, sin duda viajar podemos hacerlo y a su vez disfrutar es viajar disfrutando algo que puede hacernos muy felices y nos puede abrir nuevos caminos nuevos horizontes para que nuestros ojos lo vean todo y seamos capaces de disfrutar, viajando podemos vivir intensamente pues todo lo que observamos se une a nuestra mente y hace que esta resuelva los problemas mas fácilmente encontrando caminos eficientes.

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  115. VIAJANDO

    Viajando es como mejor me siento, viajando disfruto del viaje tomando un respiro y viendo lo que hay a mi alrededor, el mejor de los viajes lo efectúo viajando y puedo no solo observar a mi alrededor sino tomar fiel cuenta de todo lo que veo, de este modo viajando me siento feliz y puedo llegar a experimentar en mi mente sensaciones insolitas sensaciones inesperadas y firmes que me hacen disfrutar, viajando veo todo a mi alrededor y disfruto me tomo la vida con interes y ejecuto mis voluntades o mis conductas observando y viendolo todo, de cualquier forma viajando soy feliz, viajando puedo tomar de alrededor las vitaminas necesarias para alcanzar un dominio de lo limitado de todo aquello que me ayuda y me hace disfrutar, viajando soy yo mismo y todos a mi alrededor se apuntan, viajando creo un mundo a mi alrededor unico en el cual yo soy el protagonista en el cual mi observación me puede ofrecer todo. Viajando puedo lograr todo pues lo que veo acompaña a mi cabeza y la hace ser feliz y perfectamente automata, de cualquier modo me gusta viajar.

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  116. ASESINATO EN UTOPÍA

    Luisa gesticulaba leve

    mientras daba cabida a sus alados entes de razón. Exclamó mientras delineaba con el índice

    derecho los límites de la isla de utopía.

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  117. Calma en Puerto Potenza

    El agua besa la arena en un murmullo de oro y se vuelve espuma blanca salpicada de chocolate.
    El sonido arrulla, se va, regresa, reitera la partida y otra vez su retorno y a lo lejos, el repicar de campanas acompaña este canto salado y el silbido del tren invita a un viaje de aventura y el agua va y viene, viene y va y se eterniza en este ir y venir ronroneando la espuma, espumando la arena.
    Los últimos rayos del sol acarician mi piel, cierro los ojos y escucho a mi lado voces entonadas que hablan en italiano, idioma que me es ajeno y a la vez amado, y mientras intento decodificar el significado de esos murmullos, una sonrisa escapa de mi boca en un día tan calmo.

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  118. EL GRAN VIAJE

    Lo supo enseguida… Había llegado el momento del gran viaje.
    Se duchó, se afeitó y se atusó el pelo.
    Se puso su mejor traje, color fúnebre, y sus zapatos nuevos.
    Se maquilló la tez para disimular la palidez que estaba por llegar.
    Se tumbó sobre la cama con el cuerpo recto, las manos cruzadas sobre el pecho y los pies en vertical.
    Cerró los ojos y se dispuso a esperar el gran viaje, el último.

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  119. CAPÍTULO NUEVO

    “La luz venía de su sonrisa, con el Tajo al fondo. La profundidad del agua, que se unía al océano, provenía de sus ojos oscuros. Las colinas, sus cabellos negros, se desparramaban sobre la blanca almohada como las casas coloridas sobre Alfama, Chiado o el Barrio Alto. Aquella ciudad, de belleza triste y luminosa, era ahora un libro donde volvía a releer su pasado. Como el viejo 28, que recorría una y otra vez los mismos raíles, él recorría los mismos rincones por donde había paseado su juventud, su felicidad y su amor. Ahora su juventud quedaba lejana, su felicidad había sido sustituida por la melancolía y solo le quedaba la memoria de un amor que ya solo existía cuando pisaba los mismos lugares que habían descubierto juntos”

    Dejó su lápiz y fue hasta la ventana abierta, jugueteando con un papel amarillento donde solo había escrito un nombre y un número de teléfono. Y en su mente la duda… ¿debía llamar? Desde su hotel, veía los tejados relucientes sobre las colinas de Lisboa, el Tajo dorado y el Sol de poniente. Y solo pudo sonreír.

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  120. Viaje-ando

    – Mamá ¿Cuánto falta para que vayamos a Disney?
    – Poco cariño.
    – ¿Cuánto es poco?
    – Poco es lo suficiente para que no dejes de disfrutar hasta entonces de otro viaje que yo te regalé, el primero y más largo, el viaje de la vida. Un viaje para que lo disfrutes antes y después del viaje a Disney. Un viaje que sabemos donde comienza pero no su destino. En ocasiones, pensamos tanto en lo que vamos ha hacer, que olvidamos disfrutar lo que estamos haciendo.
    – No entiendo nada de lo que dices.
    – Algún día entenderás….cuestión de edad. Comprenderás que la vida es un recorrido sin retorno que merece la pena saborear. Que hay cosas maravillosas por descubrir, por conocer, por compartir, por experimentar……..que todo depende de la actitud de cada uno en esta travesía.
    – ¡ Mamá, entonces yo seré un explorador de la vida!

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  121. TREN ATRASADO

    Estaba esperando el arribo del tren en el andén de la estación, cuando un cartel luminoso le indicó que venía atrasado, y muy fastidiado, decidió apelar a toda su paciencia para sobrellevar ese inconveniente.
    Mientras iban llegando más y más pasajeros, una mujer joven y hermosa acaparó su atención. Se detuvo junto a él contemplando el cartel de los horarios y luego le hizo un gesto de resignación. Simpatizaron al momento. Entonces ella inició una conversación amena, comentándole que iba a llegar tarde a su trabajo, mientras él la escuchaba embelezado.
    Finalmente, después de una larga charla, apareció el tren a lo lejos, ante una multitud de pasajeros que esperaban ansiosos. Cuando el tren se paró en el andén, unos muchachos que intentaban subir lo arrastraron hacia la puerta, mientras la chica se apartaba, y lo introdujeron prácticamente en el vagón.
    Miró por la ventanilla buscándola en el andén, pero había desaparecido misteriosamente y ya nada pudo hacer cuando el tren inició su marcha. Durante el trayecto estuvo bastante compungido pensando en ella. Fue recién al llegar a la estación de destino, cuando quedó completamente sorprendido y angustiado, al comprobar la desaparición de su billetera.

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  122. Frutipan y rosa

    Desde que era joven y leía historias de las islas de los remotos Mares del Sur, había querido ver aquel árbol enorme y frondoso, que se alarga hasta el cielo, con un gran tronco y unos frutos verdosos y extraños, y que en un momento de la historia de la humanidad se pensó que podían ser el alimento de una parte del mundo donde se pasaba hambre, por eso se le llama el «árbol del pan»… Ahora estaba ante mí, lo reconocí de inmediato… Y me entraban ganas de alargar uno de mis brazos -mucho porque los tengo cortos- poder apartar aquellas grandes y verdes hojas húmedas y brillantes… y coger uno de aquellos carnosos frutos y probarlo… comprobar si se parecían en algo al pan -cosa que dudaba hasta antes de comerlo- y… pero la rosa de color rosa rojizo de belleza apabullante empezó a moverse en su arbusto de forma negativa, como diciéndome que no, que mejor no probara aquel pan si no que admirara su belleza de porcelana, que la tocara a ella y pudiera comprobar que era de verdad, que estaba viva y suspendida en el aire como un delicado jarrón chino…

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  123. Bajo la arena

    Impresiona nada más ver sus pilonos… como todos los templos que vimos en un país donde todo sobrecoge por su grandiosidad, por su fastuosidad pasada pero que pervive aún en nuestros días… y que permanecerá a lo largo de generaciones y generaciones… Columnas que se ven desde el espacio, pirámides a las que aún puedes descender, aunque te falte un poco el aire para respirar por la emoción, por la angustia oscura de ver una cámara sellada y a la que tú puedes entrar, bajando unas empinadas escaleras, como a un sótano desconocido…
    Dedicado al dios de los dioses, el todopoderoso Horus, Edfu es tan grande que casi puedes perderte en su interior… da escalofríos esconderte tras sus columnas, porque nadie te vería, si te quedaras sola… Sólo habíamos contemplado columnas así en el primer templo más grande de Egipto, en Karnak, Nilo arriba, río de cocodrilos y palmeras, salpicado de templos y más templos…
    Si el simún llegara de repente inesperadamente y volviera a esconder bajo la arena este templo durante tanto tiempo desaparecido, yo seguramente habría seguido de nuevo su triste destino, absorta como estaba deleitándome con los bellos relieves de sus paredes…

    Edfu (Egipto)

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  124. El Paseo

    Cae la tarde en el río y las sombras empiezan a invadir la ciudad, desde el barco vemos que el agua se vuelve negra, empieza a hacer fresco y las luces se van encendiendo… pero a los lejos está la Tour Eiffel, que como árbol de Navidad gigante ha ido iluminándose, hoy con los colores de la bandera francesa, aunque cada vez que he visitado esta ciudad la he visto ataviada de diferentes colores: la vez anterior era de azul intenso, la anterior naranja, en otra ocasión amarillo fosforito… Sus colores van cambiando pero lo que no cambia es ella: la ves desde todas partes, vayas a donde vayas, estés donde estés, alta y esbelta, enorme, de hierro pero tímida al ver la cantidad de público que sube a ella y se queda mudo ante tanta belleza…
    Pasamos bajo los puentes, iluminados también, y en sus orillas vemos a gente, siluetas que se mueven, como las de aquellas parejas que se toman de la mano y caminan mirándose a los ojos, o se paran y se besan a la luz de la luna parisina, tan especial y diferente, rival de una torre de hierro iluminada…

    París

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  125. Coco y plátano

    Sé que la fruta es muy sana, y en mi casa siempre se ha comido mucha fruta del tiempo: naranjas y mandarinas en invierno, las sempiternas manzanas, peras y melocotones, las dulces fresas y cerezas; albaricoques y ciruelas, piña y uvas en Navidad, los exquisitos plátanos de Canarias que mi madre compra toda la vida en el mercado del pueblo, sandía y el querido melón… pero a mí la fruta no me entusiasma, la como pero no me chifla… y menos la fruta insípida de ahora… pero cuando viajo me encanta probar las frutas de esos lugares lejanos, expuestas allí tan bonitas, como en un aparador, en los bufets de los hoteles, en los puestos de los mercados, o las que te ofrecen los vendedores ambulantes en las carreteras, o las que te dan a probar directamente cogidas del árbol… Esas frutas son distintas, son del país, no han tenido que recorrer miles de kilómetros y ser congeladas en cámaras frigoríficas, o ser plantadas en invernaderos… ésas son dulces, casi se deshacen en la boca, como aquel plátano pequeño y regordete tan gustoso, que me dijeron que debía comer con el coco jugoso y tierno…

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  126. Siento que nunca emprendí mejor viaje que el que me llevó hasta ti. Fuiste un islote perdido en aguas lejanas que me albergó. Llegué a ti sola, desconcertada, perdida. Me abriste tus brazos y la puerta a nuevos mundos. Hay muchos mundos paralelos que desconocemos, que están ahí para ser descubiertos y hay un Américo Vespucio en cada uno de nosotros. El mío sin embargo estaba dormido, fuiste tú con tu curiosidad y ganas de saber, de experimentar, de conocer, de sentir, de vivir, el que le hicieras salir de ese letargo en el que llevaba tiempo sumido. Iniciamos viaje juntos…….un viaje fantástico………un viaje de cuento……….de aprendizaje ……….. de exploradores en busca de no saben qué, un viaje que sin quererlo nos acercaba cada día más, el mejor viaje de mi vida, un viaje sin billete, un viaje que no se compra, que sucede o no sucede, un viaje por un océano de palabras que me hicieron vibrar, porque las palabras son mágicas, están vivas, pueden herir y matar y las tuyas me hicieron vivir.

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  127. El Beso

    De la primera ocasión en que estuve en la Ciudad de la Luz ni me acuerdo porque era muy pequeña, no llegaba al año… los recuerdos que tengo, pues, existen a través de las palabras de mi madre: el frío que hacía en París, papá, lo abrigada que iba ella, yo envuelta en mantitas…. París nevada… Nunca la he visto así… Sí con frío y viento, como aquella segunda visita con mis amigas del trabajo: nos veo ateridas, una de ellas muy resfriada, dentro del bateau mouche, contemplando el Sena y la Tour Eiffel de lejos, bellamente iluminada; los cisnes en el Bois de Boulogne y después el largo recorrido en metro hasta la Biblioteca Nacional en Tolbiac; la vez que fui con mamá hizo calor al final del viaje y nos escondíamos de los rayos a la sombra de los árboles en los Jardins de Luxembourg… El noviembre de mi tercer viaje hizo mucho frío pero no nevó… Y yo quería tocar el helado mármol de aquel grupo escultórico de Rodin que adoro y que hubiera contemplado toda la vida… Aquel beso níveo como la nieve que nunca he visto caer en París…

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  128. Barcelona

    El tren canturreba Barceloona, Barceloona, y Ana preparaba su bolso expectante y un poco también nerviosa, por qué no, hacía tanto tiempo que quería conocer esa ciudad.
    La ansiedad le despertaba hambre y mordía con ganas su galleta de arroz mientras imaginaba el encuentro con su metrópoli soñada.
    Cuando finalmente arribó, estalló frente a sus ojos un mundo de extrema sensibilidad, un laberinto ondulante que la llevaba a sumergirse en el arte, la teñía, la salpicaba, la movilizaba, la impregnaba.
    Recorrió sus amplias avenidas arboladas, ascendió al Tibidabo y la brisa salada que escapaba del mar, acarició su piel.
    Se fundió en esa naturaleza pródiga bañada por el mediterráneo y más tarde, recorriendo La Rambla pudo comprobar cómo el clima impregnaba el corazón de habitantes y turistas que con un despliegue de locuacidad y bonhomía contagiosa reían y trotaban, comentaban y fotografiaban, sí, un click, click que acompañaba el paseo durante todo el trayecto.
    En ese ir y venir por sus “ carrer” , el camino la condujo al barrio gótico, recorrió sus callecitas angostas imbuidas de medioevo e ingresó a su majestuosa catedral, donde agradeció haber podido conocer la ciudad de sus fantasías.

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  129. Apuntes desde Sumatra, desde el lago Toba: colores.

    Desaparece el concepto de viaje,
    no se viaja, se vive, se bebe la vida,
    la vida se vive…
    … y se colorea.
    Y los colores…
    decenas de verdes dominando todo, vigilando el lago,
    plateado el lago,
    manso por la mañana,
    cabreado por la tarde,
    el nordeste entrando,
    y las nubes descansando cerca,
    arriba, en los volcanes posadas,
    blanco sobre verde,
    azul más arriba,
    y plateado debajo.

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  130. Viajero de papel
    Me he librado de todas las molestias, de las agencias de viajes, de las maletas, de las tasas aeroportuarias, de la falta de ropa interior limpia, de mis problemas con el inglés. Viajar resulta fastidioso. Es mejor leer libros de viajes. Puedo recorrer los seis continentes sin pasar frío ni calor, sin ser engañado ni robado, sin tener que comer alimentos de gusto horroroso ni preocuparme por las manchas en la camisa o el pantalón, sin aguantar insultos, acosos, sablazos en la cartera. Las páginas de los libros de viajes me transportan a la selva brasileña y al Tíbet precomunista, a la Islandia vikinga y al Japón ultratecnológico.
    Sólo hay un problema: en septiembre, al regresar al trabajo, los compañeros se reúnen para relatar sus vacaciones. Antonia se muestra especialmente precisa describiéndolo todo. Debo tener cuidado, porque Kenia ya no es una colonia ni Irán una monarquía, aunque en Cuba todavía siguen circulando coches de los años cincuenta.

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  131. Novedades

    Aquel viaje iba a ser distinto: conocer nuevos lugares y vivir nuevas experiencias parecía ser el único resultado posible de esta aventura que se avecinaba; total, qué podía sucederle a alguien joven, fuerte e inteligente como lo era mi hermano, pensábamos todos. Claro, escalar la Cordillera de los Andes nunca fue algo fácil, pero en definitiva si no nos atrevemos a asumir nuevos retos jamás descubriremos nada nuevo. Así razonábamos en mi familia y mantuvimos ese modo de ver las cosas hasta el mismo instante en que nos comunicaron la noticia de la avalancha.
    De inmediato salí hacia el aeropuerto, viajé en el primer avión con destino a Sudamérica y llegué al lugar del siniestro en busca de lo casi imposible aunque con una fe ciega en mi destino.
    Después de mucho andar; de explorar minuciosamente cada refugio, cada caverna y cada grieta en el hielo juré que no me daría por vencido, a sabiendas de que más allá de lo que sucediera, éste ya era para mí también, un viaje distinto.

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  132. LA MUERTE SUBE AL VAGÓN
    “Adrián Valle Rubio”
    La Muerte, aprovechando las fiestas de Carnaval, subió al vagón entremezclada con los viajeros. Su intención era llevarse de una santa vez al viejo muy viejo, quien, sin disfraz, viajaba en el tren de cercanías. Lo encontró leyendo una novela junto a la ventanilla del último asiento. Se acercó a él sigilosamente, con la guadaña aferrada entre las manos y, cuando iba a asestarle el golpe de gracia, se detuvo unos segundos, atraída por el texto que leía el viejo. Era un cuento que narraba la conversación que mantenía un nonagenario con la Muerte en un hospital para enfermos terminales. Conforme la Dama de las Tinieblas leía el texto que leía el viejo muy viejo, fue menguando la presión que ejercían sus manos esqueléticas sobre la empuñadura traslúcida de la guadaña.
    Cuando el cuento llegó a su punto final, el viejo muy viejo se había evaporado. Tal vez se había ido a otro vagón… o a otro cuento.
    -Ya lo pillaré otro día –se dijo la Muerte apeándose del tren.

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  133. POEMA PARA UN DESCONOCIDO
    “Rubén Levi”
    La mujer poeta le pidió al hombre que estaba sentado al otro lado del pasillo, en un vagón del tren, que le leyera en voz alta el poema que ella acababa de escribir.
    -¿Nos conocemos? –preguntó éste, sorprendido por la petición de la viajera.
    -No, precisamente por eso se lo pido.
    -No la entiendo, señora.
    -Es la única manera de saber que mis palabras viajarán hacia lo desconocido.
    -¿Cómo viajarán?
    -Con usted, un desconocido.

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  134. EL VIAJE DE LOS SUEÑOS
    “Rubén Levi”
    Sus sueños se dirigieron rumbo al Este. Los alcanzó después de varios años de tenaz persecución. Cuando recuperó las fuerzas, emprendió la marcha hacia el Oeste. Le habían dicho que allí dormían otros sueños.

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  135. AYUDA OSCURA
    “Álvaro Flores Pacheco”
    Se encontraba en las postrimerías del viaje más largo, pero le quedaba el tramo más difícil: el túnel oscuro. Exhausto, a punto de darse por vencido, se adentró en su interior dando bandazos. A unos centenares de metros, recortadas contra el fondo luminoso del horizonte, distinguió las siluetas de varias personas que le instaban, con gestos y gritos de ánimo, a que hiciera un último esfuerzo; pero quien realmente le ayudó fue la figura que, emergiendo de las sombras, recorrió a su lado la oscuridad del túnel.

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  136. EL TAXISTA SERENO
    “Álvaro Flores Pacheco”
    Aunque el ejecutivo, después de casi tres horas de viaje en avión, tenía prisa por llegar a casa, el taxista conducía despacio, desesperantemente despacio.
    -Oiga, ¿no puede ir un poco más rápido? –le urgió el cliente.
    -Calma, señor. A esta velocidad gastamos menos combustible.
    -Gastará, querrá decir.
    -También contaminamos menos. ¿Alguna urgencia?
    -No. Pero he tenido un día de mucho ajetreo, en Londres, y quiero llegar cuanto antes a casa.
    -Relájese entonces. Qué importan cinco minutos arriba o abajo. Inspire, espire…
    -¿Está usted de broma?
    -Todo lo contrario. Escuche. Le voy a contar una historia, me la contó mi abuelo hace ya unos cuantos años; es muy graciosa…
    Veintitantos minutos después, el taxista aparcó el vehículo delante del portal que albergaba la vivienda de su cliente. El ejecutivo llegó mucho más tarde respecto de la hora que le había anunciado a su cónyuge desde el aeropuerto, pero, esa noche, la mujer apreció algo diferente en su marido. Estaba sereno, no acelerado como de costumbre; le recordaba al hombre que fue, y al que ella siempre imaginó que sería.

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