Microrrelatos 2012

EL PLAZO PARA SUBIR O ENVIAR RELATOS AL CONCURSO 2012 HA TERMINADO. MUCHAS GRACIAS A TODOS LOS PARTICIPANTES.

Los organizadores del Concurso de Relatos Cortos de Viaje Moleskin ha decidido mantener en el 2012 la categoría de microrrelatos de viaje, por su gran éxito, con 144 microrrelatos a concurso en 2011, con una extensión máxima de 193 palabras por relato, tantas como países tiene oficialmente reconocidos la ONU.

El formato de microrrelato se adapta perfectamente a la categoría de relatos de viaje, ya que muchas veces una anécdota o historia de viaje tiene tanta o más entidad que el propio viaje en sí.

Al contrario que los relatos a concurso, que tienen que ser enviados por correo electrónico, los microrrelatos se añaden como comentario a esta sección, en la parte inferior de esta página, y, una vez comprobado que se ajusta a las bases en temática y número máximo de palabras, serán validados por el moderador y publicados.

Agradecemos tu interés por participar en el VII Concurso de Relatos Cortos de Viaje Moleskin 2011. El período de envío de microrrelatos es el mismo que para los relatos, entre el 1 de enero y el 15 de Mayo de 2012.

185 comentarios

  1. CARRETEÓ

    valija temprana, rumbo de aeropuerto, el cielo me espera, dormido o despierto, bullicio de gente, mucho movimiento, las luces que queman, espero un momento, saco mi pasaje, me toca ese asiento, espera, alfombrada, cigarro que enciendo.

    la cinta mecánica, el tunel emprendo, hermosa azafata, saluda sonriendo, estiro mis piernas, el junbo se mueve, las instrucciones, el diario me duerme, me tocan el hombro, creí una azafata, te acurdas de laura.
    el banco la plaza

    cariño del tiempo, guardado celoso, yo comprometido, ella con esposo, acuerdo feliz, aquella mañana, los cheques los giros, me encontré con laura.

    saltamos los años, juegos de niños, vecina querida, el mundo es muy chico, dos asientos libres, desayuno juntos, ella esta muy sola, y yo muy a punto

    carreteó el avión, y nos despertó, su mano y la mía, juntas estan hoy.

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  2. Pasito a pasito

    Destino Estambul. El hotel de cuatro estrellas, se había convertido, al instalarnos, en una pensión de mala muerte. En el desayuno lo único comestible los huevos duros. Con el estómago aun recuperándose comenzamos a caminar. Mapa en mano, nos dirigimos hacia las mezquitas. Treinta grados de media nos acompañaron todo el trayecto. Entre mezquita y mezquita parada obligatoria para almorzar. Cerca de la plaza de Sultanahmet encontramos un pequeño restaurante donde probamos el delicioso pollo topkapi, aderezado con unas cervecitas bien fresquitas. Qué bien comimos en Estambul. Al día siguiente España jugaba la final olímpica contra EEUU. Nos levantamos a las seis de la mañana, encendimos la tele y por supuesto en el hotel no tenían el canal. Buscamos desesperadamente un bar donde poder ver el partido. Después de varios intentos fallidos encontramos uno. Pedimos algo de picar. Los turcos iban claramente con España. El bar acojonaba un poco, pero la tele era bastante grande. El partido, un robo a mano armada. Pasito a pasito EEUU se hizo con el título, con la inestimable ayuda arbitral, dejándonos con un mal sabor de boca, pero que bien comimos en Estambul.

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  3. ATARDECER EN EL GANGÉS
    Cientos de personas se arremolinaban en torno a aquellas aguas putrefactas, familias enteras, madres con bebés, todos querían mojarse de esperanza. Todo empezó como una simple visita turística, allí estábamos los cuatro, en busca del morbo; si no hubiera sido por el sudor que chorreaba por mi espalda y los miles de olores que saturaban mis sentidos podríamos decir que era como estar sentado en el sofá de casa viendo un documental, y pensando: “pobre gente ignorante”. Todo empezó así, hasta que de pronto una mujer con el rostro desfigurado se acercó a mí, intentando venderme algo, me cogió la mano, y entonces, sí, mi corazón reaccionó y me dijo: “despierta, estás aquí, son personas de verdad que sienten y sufren”, y a partir de ese momento todo quedó grabado en mi mente para siempre.

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  4. Las sierras

    Y estaba viajando por las sierras y pasaba por arriba. Y se veían los autos que seguían nuestro mismo camino sinuoso. Era una confusión de luces y de curvas. Y el río y la ciudad que estaban allá abajo y nosotros tan alto… y las luces que venían de frente nos cegaban. ¡Qué bueno sería venir de ese lado y ver cómo somos de este lado! Pero así nunca sentiremos lo que sentimos de este lado. Y el flaco sentado a metros mío, mirando a lo lejos, sonriendo. Quizás a las mismas luces que yo miraba. Pero… ¿Y las otras? ¿Las de abajo? Luces que aparecían a cada media vuelta automovilística y que iluminaban todo. Era un mediodía en plena medianoche. De pronto esa canción que sonaba. En medio del silencio. Y una sombra que atravesaba mis ojos. Y la música se hacía por demás audible. Y el paisaje que se desvanecía a través de la ventana. Sí, de la ventana del departamento del flaco. Y la figura del flaco, parado, delante mío bajando el volumen del parlante y diciéndome… ¿Che, viste qué lindo es ir por las sierras de noche?

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  5. SEXO, CHOCOLATE Y LECTURA

    Eran las seis de la tarde y -como cada domingo- Eva acababa de hacer el amor con su novio… De vez en cuando, sus encuentros amorosos eran tan exuberantes como si acabaran de conocerse.

    Ella era fogosa y le apetecía que sus relaciones se mantuvieran al día; se veía más hermosa cuando su amante la tomaba como si fuera una “Lolita”.

    Después, hacía chocolate. Era una cocinera pésima… Pero en cuestión de chocolates: nadie la superaba. Siempre decía que se la jugaba con la mismísima Juliette Binoche en el film “Chocolat”. Todos -los que probaban su exquisitez- quedaban más que satisfechos.

    ¿Sería que la sensualidad de su cuerpo le conferían unos poderes mágicos cuando trajinaba con ese potente afrodisiaco natural tan dulce como estimulante?.

    Una vez acabada la merienda, como si fuera una bibliotecaria absorta -únicamente- en sus legajos, devoraba hasta la hora de la cena, todas las páginas del libro que tomaba al azar de su especial biblioteca: una estantería completa repleta de libros –únicamente- de viajes.

    Nunca sabremos si su esposo la complacía por su apetencia sexual, por su alma aventurera o por su chocolate.

    Terry Osborne

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  6. UN DÍA DE VUELTA AL MUNDO

    Hará unos tres años viajé por primera vez a California, y, esta noche de abril, he caminado sobre el océano para volver dormir en ella. Condenado a la soledad, me he recostado en un paraje perdido intentando imaginar las formas venteadas de su agreste costa. Vengo de Australia, aunque no partí de su insularidad. Desde hace dos días, deambulo en un tránsito de añoranza a las gentes y sus costumbres… En realidad, pisé por primera vez territorio austral esta misma mañana para empequeñecer a cada paso sus vastos y recónditos espacios; tan inmensos como desnudos de vida. Ayer, recorrí las fronteras de la pequeña gran Europa. Sus puntos negros llamados ciudades, sus trazos insinuados de agua… Países y países carentes de olores, sonidos, arte… Mal cumplí el viaje de un viejo sueño. De Europa salté a Asia, y mañana… Antes de pensar en lo que acaecerá mañana, imaginaré las agradables sensaciones de una noche primaveral en la California de mi globo terráqueo. El destierro de un conjuro me arrojó en él haciéndome cada hora más pequeño.

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  7. EL TAXISTA NO REVOLUCIONARIO

    El claxon de un Chevrolet guayín del 53 sonó desesperado pretendiendo alertar la distraída atención de nuestro taxista no revolucionario. Adentrado en la aparente neutralidad de su discurso, había invadido uno de los carriles descendentes del Malecón de La Habana.
    Todo comenzó en el primero de los semáforos: <>. Dieciséis cuadras y tres minutos más tarde, aquel hombrecillo curtido por el sol olvidó por completo el volante. Fulgencio había sumado a su incesante palabreo la interpretación en aplausos del grito jubiloso del pueblo cubano: <>. El impotente aviso sonoro frenó bruscamente la carrerilla de elogios ensartados. Bajo la lluvia de un Malecón mojado, Fulgencio regresó a la realidad que le planteaba el leve accidente habanero. Bajo la lluvia, observé los desperfectos causados por la distraída admiración de un hombre que decía no ser revolucionario.

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  8. MELANCÓLICA LUZ

    Una larga barba blanca resplandecía bañada por el sol del ocaso. Las arrugas surcaban su rostro como los fértiles surcos en los que los agricultores chinos plantaban el arroz. Jairo contemplaba el atardecer desde su butaca, con una taza de té entre las manos. En su cuerpo no quedaban signos de vitalidad del niño que había recorrido Asia hace años, pero su alma permanecía igual de joven. Con la sola ayuda de sus pies, abandonó un pasado miserable entre el fango de Calcuta. Comenzó por Nepal y continuó por China. Ahora recordaba el esplendor de Pekín, y los brillantes colores desfilaban por su mente como un carrusel. Lo inhóspito de las estepas de Mongolia le enseñó que pocas cosas eran imprescindibles para ser feliz. En Filipinas aprendió a tomarse la vida con calma. Las selvas de Malasia le enseñaron a sobrevivir. En Camboya aprendió a compartir sus bienes con personas que aún tenían menos que él. La última parada fue Sri Lanka. De ella conservaba el olor a canela que lo impregnaba todo. Y ahora recordaba que por pobre que fuera un país, siempre había encontrado hombres y mujeres que amaban su tierra.

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  9. Primera sesión
    Tenía dos opciones. Una, saltar por encima del mostrador al simultáneamente tomar el tubo de su teléfono, apresar al empleado y enroscarle el cable en el cuello hasta que comprendiera mi frustración de tener que pagar trescientos pesos de excedente de «roaming» en Brasil por un bendito celular que ni sé cómo funciona. Otra, sonreír y regalarles mi dinero. Opté por la primera. Silencio.
    El grupo me dio la bienvenida con aplausos y miradas comprensivas y me senté. La mujer pelirroja sentada a mi lado me pasó un vaso de café, y sé que soy la heroína de todos los presentes por más que no lo puedan admitir.

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  10. Una vez que se supo, el tiempo dejó de ser un problema. Los viajes comenzaron a ser todos de placer; disfrutar de ellos era lo más natural. Los atascos, las esperas, los retrasos y los imprevistos no causaban ya aquel malestar de antaño. Hubo entonces quien pensó que ni la tierra ni el sistema solar eran ya un limitante para las vacaciones y, con la nueva situación, esto era verdad. Se hicieron viajes jamás imaginados siglos atrás, cuando el espacio era una quimera, cuando el tiempo aún existía.
    La eternidad se había adueñado de todo y, durante un tiempo, permitió disfrutar esa inmensa eternidad. Durante un tiempo, porque, una vez que se hubo descubierto todo, una vez que el hombre conoció los límites del infinito, fue entonces cuando decidió dejar de viajar. Fue el tiempo quien, después de muerto, se encargó de exterminar los viajes. Los atascos, las esperas, los retrasos y los imprevistos, después de todo, eran también necesarios….

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  11. ETHEL Y CARL

    Ethel y Carl vivían en un dúplex de la ciudad del Támesis.
    Llevaban doce años casados y no habían tenido hijos. Ella decía que era mejor así… Él, los añoraba todos los días.
    A cambio se habían comprado un cachorro de setter irlandés que era la delicia de la casa.

    Ethel era una desempleada de larga duración con una vida laboral dilatada y “titulitis” for ever.

    Carl era un enfermo crónico con una existencia recluida.
    Ella, optimista, apaciguaba sus penas escribiendo sobre todos los viajes que deseaba hacer: en un solo día podía escribir más de veinticinco narraciones.

    Se veía, como arqueóloga, submarinista, alpinista, turista ocasional, millonaria, joven raptada y recluida en un harén.

    Mecanografiaba cuentos sobre los cinco continentes; incluso había escrito un relato –extensísimo- de un viaje a la Antártida donde. En él, formaba parte de un equipo de científicos que la sumergían en un mundo maravilloso repleto de secretos…

    Todo lo que inventaba lo destinaba a concursos, vía email.
    Decía que iba a volver a bautizarse… Si se empeñaba en algo: lo conseguía.

    Algún día ganaría el concurso que cambiaría su vida radicalmente.

    Terry Osborne

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  12. La avioneta surcó a gran velocidad el cielo sudafricano dejándolo pronto atrás. Así mismo desapareció la zafirina visión del océano índico para dar lugar, en la ascensión de la avioneta, a unas vistas grisáceas debido a una próxima lluvia tropical, que se predecía para las islas de Madagascar.

    Teníamos que saltar y esperar en la orilla a que nos recogieran a mi novio y a mí en zodiac. Y así lo hicimos, con el corazón en un puño para que no se escapara del abismo.
    Caímos en medio de la espesura de la selva. Noté como las desmesuradas hojas húmedas me rozaban la cara en mi descenso y una vez recobrada la compostura sobre el amasijo de hojas en el que me encontraba observé una lúgubre jungla, donde el agua se filtraba dejando un murmullo igual de analgésico que una nana.
    -¡Qué romántico! – Exclamó mi novio maravillado.

    Sonreí al comentario y respondí al beso que me dio. Entonces nos dispusimos a andar hacia la orilla y bajo la fina lluvia nos sentamos con aire reposado en la blanca arena de coral a esperar el comienzo de nuestra aventura, y la zodiac.

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  13. El Lanín

    Cuando llegué al parque de diversiones pensé en ir al mismo juego de siempre “El Lanín”, que es una montaña rusa.
    Vi una fila tan larga que iba a tardar como cuatro horas. Entonces leí un cartes que decía: “pague $5 más y entre a cualquier juego del parque sin hacer fila”.
    Pagué y entré a “El Lanín” sin hacer fila.

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  14. Tarifa, a punto de amanecer. La tabla de surf a buen recaudo y yo recuperándome de la leve borrachera de anoche. ¡Esto sí que son vacaciones! Sentada en la playa, el sonido del viento y las olas rompientes me producen una sensación de calma. Miro a la arena lisa y pienso en el día perfecto para surf que está a punto de comenzar. Cierro los ojos y me imagino en la cresta de una ola. De repente hay gritos, luces, y personas corriendo por la arena, veo un helicóptero intentado aterrizar. Observo uniformes esposando a gente aturdida, cansada y mojada. Oigo una voz que me grita: “quédate donde estas, esto solo es un poco de trastorno, tranquila”. Miro las caras asustadas alejándose. En pocos minutos vuelvo a estar sola en la playa. Vuelve el sonido del viento y las olas pero ahora, en la orilla, hay una lancha abandonada y la arena está llena de pisadas.
    Cierro los ojos. Intento que todo vuelva a ser igual que hace 15 minutos, pero no puedo. Esa mañana idílica se había convertido en una escena de miseria y sueños rotos.
    No me apetecía salir al agua.

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  15. EL TAXISTA

    Cierta noche solté el volante a media avenida. Cayeron mis párpados y cesó la sinfonía de pitidos. Aparqué en un sitio difuso, de aguas libres, con gatos bostezando bajo un majestuoso ciprés. Allá, lejos de la locura, olía a barro mojado.
    De pronto irrumpió un susurro…
    Volqué a mi taxi. Turbado, atendí la alerta del retrovisor: una sonrisa, señor, y una nariz diminuta lo observan. Y en seguida, la réplica del reflejo con acento exótico: tu ciudad es hermosa.
    No advertí cuándo abordó la extranjera, pero sí cuánto la sedujo el caos. Su mirada, adherida infantilmente a la ventanilla, atesoró postales de colores intermitentes entre charcos y bullicio; su gratificación fue un posdata que rezaba: vuela a mi país.

    Cierto día ocupé el asiento trasero de un taxi por primera vez.
    Frente a un inmenso viñedo, el auto se detuvo.
    Entonces, sujeté el volante junto a las manos de la extranjera… que soñaba.

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  16. Me alegra sobremanera que mis relatos hayan llegado a vuestras almas. Para mí no es importante mendigar un voto, lo que me interesa es que no pasen desapercibidos. He hallado hasta ahora suficientes votos, y eso significa vuestro interés; a continuar y no desmayen en anotar je, je,. Yo no siento las oposiciones, estoy acostumbrado a los concursos, por otro lado tengo muchas tareas por realizar. Grácias y hasta pronto.

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  17. CAMINO DE LA PLAZA DE TOROS:
    La fiesta que hizo esperar, a muchos coge en la briega, de las prisas para entrar.
    Perdieron las papeletas, los que bajaron del pueblo y el listo, que se aprovecha: da empujones por pasar y, en un santiamén; -va y se cuela-…
    Una gorda que suspira, por las escaleras resuella. Es, su gran preocupación: el pensar, que ya no llega…
    Y, la novia del chaval –que, a tirones que el le da-, va por los aires, que vuela; sin pararse a protestar, del sobeo que le dan: los mozos de esta ciudad…
    Llegada la hora, ¡al fin!: se arremolinan las gentes y, en la plaza –casi llena-: alzan las voces –clarines-; suenan: más bajo –timbales-…
    ¡Comienza…!
    Ya está el toro en la plaza:
    Los ¡oles!: van con la terna; y, el diestro: que, por valiente –del peligro-, ni se acuerda…
    Entre tanto griterío: todo es normal en la arena. Nadie, repara en sus formas; y, a un poco más, ni respetan: a la autoridad –que preside el acto-; cuando tarda en dar orejas. Lanzando las almohadillas, el festejo se revienta: con mucha pena y muy poca gloria!.

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  18. HOSPITALIDAD RÚSTICA EN CANTABRIA: No lejos de las poblaciones de Santilla del mar, San Vicente de la Barquera y Comillas de los Picos, nos acercamos entre colinas verdes, viejos robles y casas de piedras labradas, con tejados rojizos -que dan un color transparente a los bosques del entorno- nos adentramos en un fin de semana maravilloso. Bajábamos por la izquierda de los montes nevados con las aguas de múltiples arroyos cristalinos recostándose en el sendero del agua y en sus verdes pastizales donde pululan las vacas rojizas. Nos hemos ido buscando: la tranquilidad al espíritu, el buen trato de sus pobladores y el verdor del paisaje. Encontré perfecto alojamiento a orillas de la calzada, en un caserío que conserva todo el sabor rústico, ensamblando la comodidad de la vida moderna, para hacer la estancia paradisiaca. Entre las verdes praderas, se bifurcan innumerables sendas, conductoras a añojos árboles frutales, arándanos, nogales, manzanos y en los taludes cercanos, las moras y frutillas silvestres. Cuando te adentras en el bosque, innumerables figuritas mitológicas de culturas antiguas, te sorprenden por doquier y a veces te encontrarás sumido en los cuentos de hadas y duendes de tu juventud.

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  19. VIAJANDO AL CORAZÓN:
    Esa chispa de Dios que nos enseña y nos redime, para hacernos diferentes.
    Ni yo mismo he podido entender el significado de sus sincronismos y diseño; parecen estar imbuidos, a través de sus ventanas miocárdica y biológicas perfectas, en todas las ternuras decorativas, conformando la felicidad de cada uno de nosotros mismos, como humanos, para hacernos totalmente diferentes a los demás seres vivos.
    Estarán hermanados sus latidos con las neuronas –axonados, adictos al amor eterno y sin poder impedir sus actos- como saliendo en persecución de conquistas amorosas dejándose lo mejor de sí en el empeño. Actuaciones -satisfactorias o no- tratando de alcanzar la felicidad perdida en otros campos. Yo me dejo navegar por los senderos de mis valles y montañas, tratando de alcanzar la felicidad; en las corazonadas que mi músculo cardiaco me proporciona.
    Es el amor permanente y eterno, que se deja embrujar por la razón, inducido por las neuronas traviesas de nuestra memoria y aprendizaje, tratando de alcanzar: una ternura inconfesable, que está sembrada en el interior de uno mismo, como ser humano. “Esa chispa de Dios, que nos embarga, nos agita y nos lleva al amor”.

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  20. Alas de libertad

    Tan sólo es un humilde pajarillo, encerrado en una jaula con un espejo para verse a sí mismo y unos cuantos trozos de periódicos, que ansía volar libre por el mundo en busca de nuevas aventuras. Su dueño, un chaval de apenas 11 años, a pesar de su intriga por saber qué pasaría si su mascota alada fuese libre, no lo dejaría escapar por absolutamente nada del mundo.

    La suerte de este ave cambió cuando descubrió que, tras los periódicos que recubrían el suelo, había un agujero lo suficientemente grande para que pudiese darse a la fuga. Así lo hizo, echando a volar por la ventana. Tras este acto, tanto el niño como el pájaro se quedaron sorprendidos: el niño, por la desaparición de la mascota; el pájaro, porque podía ver de nuevo el mundo exterior que le rodeaba. De este modo, el ave partió dejando atrás su antigua vida. ¡Vuela, pajarillo, vuela hacia tu destino!

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  21. Passegnano sul Trasimeno

    Uno debería estar de viaje de lunes a sábado. Y los domingos, ser devuelto mágicamente a la familia, a los amigos; a los lugares y las cosas de siempre. Un domingo en Passegnano sul Trasimeno es un compendio de melancolías, cuando uno está de viaje. Por ejemplo: la bruma sobre el lago. Otro ejemplo: las voces infantiles, que rebotan en ninguna parte y resuenan con un dejo metálico hasta perderse: mamma, mamma…! pappà, pappà…! Otro: el sol tibio; más que nunca, fenómeno incomprensible suspendido sobre un perfil de sierras, árboles secos, montañas; sobre una línea hecha de aristas de ciencia ficción. Y: la soledad de un balneario en el enero europeo, en un invierno de otra parte a contramano con mi historia.
    Los domingos el tiempo se detiene por un rato. La neblina sobre el agua, el contorno gris de todas las cosas, los ecos tristes y lejanos, destruyen el transcurrir.
    Los domingos sería mejor estar en casa.

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  22. Viajes insólitos

    Los mejores viajes de su vida los vivió en la infancia. En la vejez, los recordaba con mucho cariño rememorándolos a través de su álbum de viajes. Sus hijos no entendían que pasara las horas muertas acariciando el plástico que cubría las fotografías. Sus nietos miraban de lejos aquel álbum, con incredulidad, mientras la ignorancia de sus saberes se posaba en sus comentarios :

    – Abuela ¿qué son? – preguntaban.
    – Viajes insólitos – respondía ella. Y con la vista cansada continuaba pasando las páginas lentamente.

    Una tarde, la abuela se ausentó al calor de la hoguera con su álbum.

    – ¿ De dónde son sus fotos, mamá? – preguntó el tercer nieto.
    – Desconozco qué viajes son esos. Nunca nos deja mirar. Creo que nunca salió del barrio y que ha perdido la cabeza ¡olvídalo! – contestó ella con indiferencia.
    – Yo se lo robé anoche, y todas las fotos son de un lugar llamado Editorial, con dirección en muchos países del mundo. Me gustó una que ponía “Viaje en Globo”, y otro de un tal Gulliver … pero … no sé de dónde las ha sacado …

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  23. Adorables mininos.

    Tras un largo viaje en coche, llegamos exhaustos a la casa de alquiler más económica que encontramos en un pueblecito francés.

    La “maison de chambres” se alzaba frente a la Iglesia, rodeada de una verja negra que perfilaba unas lanzas afiladas hacia el cielo en la oscuridad de la noche. Madeleine, una diminuta mujer encorvada, nos saludó con un dialecto muy bretón invitándonos a pasar. Estábamos solos y nos encontrábamos en el antiguo presbiterio. Nuestras dos habitaciones, separadas por un pasillo central, lucían sendos carteles con los nombres: “de las monjas” y “de los diáconos”. Madeleine sostenía una vela que iluminaba su tez arrugada y la concavidad de unos ojos muy negros. Antes de acostarnos nos solicitó amablemente que no asustáramos a sus gatos.

    A las dos de la madrugada, hicimos nuestras maletas, saltamos por la ventana, cruzamos la verja y huimos sin pensarlo dos veces. Los gatitos de Madeleine, rugieron como leones en el largo pasillo, ahuyentando los indecorosos sueños de las monjas y los diáconos que hace siglos habitaron la casa. Curiosamente, en la primera curva, la sombra difusa de Madeleine nos despidió con una sonrisa.

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  24. Mapa de piel

    Mírame con atención y me leerás como una guía de viajes.
    En mi boca toda roja brota un virulento Vesubio, que se muestra activo aunque poco atractivo. Baja la vista y verás en mi escote el archipiélago de la Micronesia entre lunares de café y tofe. Al llegar julio, se abre La Mancha en mi canalillo separando con sudor lo que Dios en su inmensa sabiduría unió. En un hombro contracturado, resalta el abrupto contorno de una Creta que peca de indiscreta. Hasta el sacro se disemina un océano coralino de multiformes puntos de rubí. Por un muslo con pelo de musgo trepa Nueva Zelanda y en el otro se imprime una marca naranja que podría ser Holanda.
    Mi país lo llevo en el corazón y no lo aviento ni a norte ni a sur.
    Cada año descubro en mi piel territorios desconocidos que desean ser recorridos. Pero sólo a la luz del sol soy capaz de decidir a donde voy.

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  25. La Rayuela

    De niño solía jugar a la rayuela. Pero la suya era especial porque tenía cambiados los números por países lejanos. “Pakistán” o “Chile”, leía después de que el guijarro lanzado se situara definitivamente en una casilla de tiza. Y a la pata coja, dando saltos, se desplazaba hacia él. No siempre conseguía llegar a la primera, en ocasiones caía por el camino y debía empezar de nuevo. Pero jamás se dio por vencido.

    Su primer trabajo como corresponsal de guerra fue Líbano. Aquello resultó maravilloso. Estudiar periodismo había resultado un gran acierto porque le permitiría hacer lo que siempre deseó: viajar. Los lugares dejarían de ser un nombre o un punto en un mapa para convertirse en aromas y murmullos, en sabores y vivencias. Tan expectante estaba por informar, tanta pesadumbre latía en el ambiente que casi no sintió dolor cuando una de sus piernas voló por los aires tras pisar una mina antipersona.

    “Yakarta, Samarcanda”, en la cama del hospital una voz infantil recitaba en su oído. ¿Acaso andar cojo le impidió alguna vez recorrer el planeta?

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  26. Dias de otoño :

    Llueve, y con la lluvia se van esos días de sueños al sol y vuelve la melancolía hasta que cuerpo y mente se acostumbren a esta nueva sensación. Buscar el calor, encontrar los abrazos, perderse…
    La imaginación se funde con el gris del cielo y atrae el arcoiris. Los ojos brillan, las manos tiemblan, el reloj se para hasta la primavera.
    Volar y continuar, preparar el nuevo año, nuevas espectativas, nuevos retos.
    Mi ansia de viajar se mantiene, no le afectan los cambios de afuera, vive muy dentro, es parte de mí.
    Rutas, horarios y precios se simplifican cuando hay deseo, cuando la fuerza de escapar se une a la de explorar, cuando el conocer bombea tu sangre; no hay sitio para el temor, solo siento como esa energía me llena y casi sin darme cuenta vuelvo a reír, a sentir alegría, a soñar bajo el sol.

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  27. Mar escondido

    A pesar del calor seguimos caminando por el sendero. Según el mapa debíamos estar cerca y ya se podían sentir las leves briznas del oleaje. El mar estaba cerca. Estábamos sedientos. Esteban fue el primero que lo vio, pero también fue el único, “mar a la vista” dijo y empezó a correr hacia los árboles. Los demás lo seguimos extrañados porque Esteban se empezó a zambullirse en el aire dichoso con ese mar de fantasía que decía haber encontrado. Arturo vio, al cabo de un rato, un barco atracado en la orilla del mar que vio Esteban y empezó a buscar las anclas hasta encontrarlas y lanzarse al vacío. Mientras los veía partir me quedé estancada en medio de un risco, entre árboles y plantas, con un viejo loro sobre mi hombro que me hablaba de una extraña profecía que escondían esos senderos del bosque. Al cabo de un rato pesqué una gaviota y regresé por el mismo camino buscando la orilla que nos había empujado misteriosamente hasta ese viaje.

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  28. Metamorfosis del geógrafo

    Anoche en mi mapa ha habido terremotos e inundaciones, por eso hoy floto buscando algún estrecho donde pueda cambiar de ruta, acaso ir a parar al globo terráqueo donde empezó esta aventura de perderme en medio de este millar de habitaciones.

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  29. Suvenires secretos

    Ana coleccionaba suvenires en su apartamento. Se perdía por unos meses y al cabo de un tiempo regresaba con una inmensa fauna de objetos que iba dejando en algún lugar de las habitaciones, la sala, el baño. Nos llamaba unos días después de su llegada para que asistiéramos a la exposición de esos caprichos que se iba dando en sus costumbres de viajera. Del último viaje trajo un péndulo que nos mostró con alegría y reserva, dijo que era el único de su tipo y que en él estaban contenidos todos los recuerdos de sus antiguos dueños; sólo bastaba con ponerlo debajo de la almohada antes de dormir y allí empezarían a cruzar las imágenes de sus viejos moradores. Supimos que no volvió a viajar después de eso, incluso que no había vuelto a salir de su casa. Sumergidos en nuestras ocupaciones nos habíamos olvidado de ella, pero ayer nos volvió a buscar, dice que ha traído de algún lugar de sus sueños otra valija de secretos. Nos pide que vayamos llevando provisiones y que procuremos tomarnos mucho tiempo para esa visita. Dice que estos suvenires tienen aire de exploradores.

    Anilina

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  30. TIERLAND

    En el año 13.333 d.C. las guerras habían destruido las ciudades y, casi por completo, la raza humana.

    Los supervivientes habían sufrido diversas mutaciones; unas unificadoras –el color de la piel era una mixtura de las razas anteriores- y otras dispares –existían humanos con tres ojos lo mismo que con cuatro piernas-
    Las urbes estaban bajo tierra: no existía capa de ozono y las múltiples bombas habían convertido en inhabitable la faz de Tierland.

    Mirta vivía en Valencity, la metrópolis ubicada bajo la pleistocénica Valencia y, por trabajo, se disponía a visitar Madcity -la homóloga de Madrid–

    Las calzadas subterráneas se habían elaborado como los cinturones de iones; te introducías en una cápsula unipersonal –transparente y dirigible- que te trasportaba por el interior de la tierra.

    En el subsuelo terrícola podías admirar la fauna de animales extintos, los mares violetas con peces extraordinarios y el reverso de los volcanes.
    Era el primer viaje de Mirta, motivo por el cual, decidió parar en todas las estaciones subyacentes. Estaba abrumada: aquel submundo era realmente prodigioso.

    Cuando llegó a Madcity, decidió que dedicaría su vida a viajar por ese enorme queso gruyere llamado Tierland

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  31. Estrella fugaz
    Cerca de la puerta un hombre dormita con los ojos cerrados, acompañando al compás con su respiración el traqueteo regular del tren. Una anciana se sienta enfrente, acompañada de un mozuelo que mira ensimismado por la ventana como el vehículo galopa sobre las sendas que describen los rieles de hierro; estrella fugaz que va iluminando la pradera a su paso. Una pareja de enamorados entrelaza sus brazos alrededor de la barra metálica en el centro del vagón, perdidos en una mirada eterna que amenaza con congelar el tiempo. Y, por supuesto, en el fondo del compartimento está el escritor, tratando de pintar en su cuaderno la escena mágica que le rodea; no con acuarelas y pinceles, sino con adjetivos y lapiceros.

    Cada uno de ellos tiene detrás una historia y le espera un porvenir. Quizás no se conozcan entre sí. Quizás no vuelvan nunca a verse. Pero en ese momento el destino les une como compañeros de viaje, recordándoles fugazmente que todos son hijos del mismo polvo de las estrellas.

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  32. Luna de miel

    Todo ardía en Nueva Orleans, hasta el pavimento. En la esquina del Café du Monde tocaba un viejo saxofonista, en el horizonte desaparecían los barcos; se suspendía el tiempo a nuestro antojo.

    Paseamos por sus cementerios, entre tumbas grises y figuras angélicas; percibimos este olor a fiesta que planea sobre la ciudad aunque no sea temporada de carnaval; probamos en su cocina el sabor de las culturas que se mezclan su puerto. Escuchamos las lenguas que flotan por encima del jazz que fluye como latido por debajo de las avenidas; la música que se filtra por las ventanas abiertas, que se cuela debajo de la piel y que permanece en mi mente mucho tiempo después de haberme ido.

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  33. Viaje en tiempos de guerra

    Me embarcaron en 1538. La carabela visitaba los principales puertos mediterráneos realizando pequeñas escalas para vender las sedas. Mi travesía fue muy placentera, pendiente de las voces que me traducían la belleza del paisaje, e imaginando las manos que me acariciaban sin llegar a notarme. Les respondía con breves movimientos que oscilaban suavemente como el péndulo de mis horas más vivas. Me gustaba escuchar la cadencia melodiosa de aquella voz femenina, que repetía las proporciones de las mezclas para obtener los tintes de las telas. Me intrigaban sus palabras de colores. En el puerto griego de Préveza, el barco pernoctó tres noches en setiembre. No sé lo que ocurrió, pero la voz melodiosa se tornó en grave y desconocida. Gritaba mucho y me sentí en un balancín que se agitaba terriblemente, arriba y abajo. Después, durante una jornada entera, escuché el silencio, roto por murmullos angustiados, en su ausencia. Me intranquilicé y comencé a revolverme pataleando con fuerza. A los pocas horas alguien gritó, y sentí el filo de un bisturí muy cerca de mi balsa de vida. Nací muerto tras mi único viaje.

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  34. Cambio de planes

    En un suspiro nos encontrábamos allí, paseando por sus calles, comiendo francesinha, catando su vino dulce en las bodegas, disfrutando en barca del Duero; el aire parecía susurrarnos “Bienvenidas a Oporto”.
    Habíamos mirado la predicción del tiempo antes de salir de Madrid…, pero no ponía nada de que fuera a haber un sol que nos acompañaría brillando con fuerza durante todo el día. Visitando la playa sentimos necesidad de probar el Atlántico…y se nos ocurrió un plan. No habíamos ido con el equipaje adecuado para esas temperaturas…, pero ¡en todas partes hay esas tienditas de chinos donde encontrar cualquier cosa! Nos compramos un par de bikinis (que no eran ni bonitos, ni de nuestras tallas…), y junto a las toallas que cogimos prestadas del hotel, conseguimos pasar una de las tardes más agradables de nuestro viaje, del que nos quedó grabado en la mente ese espléndido atardecer del que disfrutamos desde un par de tumbonas de un chiringuito chill-out a orillas del mar.

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  35. El Manuscrito

    Esa madrugada fue cuando se dio cuenta de que su futuro estaba escrito, no podía dejar de leer en esas letras borrosas lo que le iba a suceder. ¿Cómo una civilización tan antigua como la de los mayas podía saber de su existencia? Convencido de que tenía que viajar a Centroamérica y descubrir quién era, pensó el por qué de aquella coincidencia, suponiendo que así fuera. Nunca había podido escribir su propio viaje, o quizá nunca lo intentó, pero en ese manuscrito se sintió identificado.
    -Soy yo, estoy seguro, soy yo.
    A la mañana siguiente salía su avión, concretamente a las nueve de la mañana, con lo que a las seis sonó su despertador.
    -Ringgggggggggggg!!!
    Entre bostezos preparó café y fue a la ducha. Al salir apartó el vaho del espejo pero, ¿quién era aquel que se reflejaba? No podía reconocerse; estaban escribiendo de nuevo, todo iba a cambiar, tenía que solucionarlo rápidamente, aunque fuese una tarea que debía hacer en solitario.
    Nadie pudo jamás creerle.

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  36. LARGO JETLAG

    Después de algunos meses he vuelto de un viaje transoceánico, esperando pronto volver de nuevo a continuar mi vida aquí. En el lugar que estuve aprendí mucho y he regresado acompañado con alguien diferente a los de aquí, pero que espero no lo sea cuando este lugar aprenda de una vez que el mundo no acaba aquí.

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  37. Mikael

    La lluvia cae sobre el cristal de la ventana de mi habitación; yo, inquieta, intento descubrir si puedo descifrar algún mensaje en los recorridos de las gotas que se juntan y caen lentamente hacia el alfeizar. Necesito buscar la respuesta en algún sitio porque sé que no seré capaz de decidirlo sola.
    Por la tarde me llamó Mikael, quiere volver a Suecia, echa de menos su vida, su familia, su hogar…, y quiere que vaya con él. Pero mi vida, mi familia y mi hogar están aquí en España.
    Llueve cada vez con más fuerza, parece como si el cielo se compadeciera de mí y me mostrara su apoyo acompañándome con su tormenta.
    Adoro el olor del pelo de Mikael, sus manos, sus abrazos, su mirada tímida, su acento…No puedo dejar de pensar en él. Si no le acompaño quizá me arrepienta siempre, y si voy y después pensase que me equivoqué, para volver aquí hay tiempo…
    La tempestad de mi cabeza se refleja en los charcos, esta lluvia de triples rizos no desenreda mi mente, se puede pronosticar la borrasca, el excesivo diluvio de lágrimas toma rumbo a Suecia.

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  38. REGRESO AL INFIERNO

    He regresado de un largo viaje espacial. Tras varios años sumergido en un océano de astros y estrellas vuelvo de mi destino, en el que sobreviví a vicisitudes envuelto en una escafandra, que me permitía golpear el corazón al ritmo de una máquina perfecta.

    Escapé hace años buscando el futuro y con imaginación lo exploré entero. Mi cuerpo y mi alma consiguieron alcanzar el clímax que los separaba y exponía al éxtasis de la redención. Durante esos años, la soledad y el silencio llenaron mi vida aprendiendo a hacerlos uno solo. Creo en esa paz interior que me transforma jugando con el tiempo.

    Ahora tras la cuarentena obligada, pateo la calle escuchando el ruido infame y el bullicio interminable. También paseo con una escafandra oxidada, con el corazón agitado y la mierda flotando, mientras otro tipo de clímax y éxtasis ha alcanzado el umbral del caos durante mi larga ausencia, viéndome obligado en este territorio a convertirme en su mecánico, quizá el último.

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  39. AVE MIGRATORIA

    Desde el avión se ve todo muy pequeño ahí abajo, minúsculo, insignificante. Desde abajo se ve todo diferente, se puede tocar con las manos, llevarlo, saborearlo, romperlo,…, robarlo, saquearlo,…, matarlo. No me quiero bajar del avión, me quiero quedar volando; ojala y me crecieran las alas y no tuviera necesidad de aterrizar con el avión. Abriría la puerta y saltaría desplegando las alas para surcar el cielo hasta que la fatiga pudiera conmigo. Entonces, me posaría en lo alto de una montaña, lejos de las ciudades, del mundo civilizado, a la espera de que una gran bandada de aves pase cerca para unirme a ella y emigrar a esas tierras altas, donde consiguen alcanzar el sueño de volver a empezar de nuevo, con más ganas, con más fuerzas, con más de los suyos la próxima estación.

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  40. La Sierra de Gredos y el Impresionismo.
    Para los que vivimos en la ciudad visitar la Sierra de Gredos es un inesperado soplo de energía que nos llena de verdes, ocres y amarillos los recuerdos y de pasto y tierra mojada los sentidos. A más de una semana de mi visita a un camping de Navarredonda aún puedo sentir la suave brisa sobre mi piel y recordar nitidamente aquél extenso prado desbordado de narcisos amarillos que me hizo pensar en Cézanne, Monet y Renoir ya que estos paisajes hubiesen sido perfectos para colorear sus lienzos impresionistas.
    De regreso en la ciudad lamento no ser capaz de pintar esos hermosos prados pero me alegra saber que permanecen intactos en mi memoria.

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  41. Presagio
    Ya en el tren, entrando al anochecer y durante el camino de regreso de Machu Picchu, ocurrió algo inesperado. De un momento a otro, se rompieron varias lunas de un vagón del tren en frente de todos. Parecía presagiar algo funesto pero como todos, unos adolescentes, no le hicieron caso. Pasaron unos días y nuestro ómnibus que nos regresaba hacia Lima, atropello y mató a un hombre.

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  42. EL VIAJERO.

    Conmigo todo el mundo quiere ser sincero, se esfuerza por ser más agradable, por abrir más los ojos con una sorpresa sedada, un respetuoso asombro. La gente revolotea alrededor, cerca, como cortinas al son de mis gestos, y hablan alto para que yo les oiga. En el bar piden cerveza si pido cerveza, piden una respetuosa cerveza si yo pido güiski. Algunas mujeres bailan prometedoramente. Los niños son, sin embargo, inmunes. Alguno se sube a mi mesa. Les dibujo dos pájaros, dos rayas semicirculares con un vértice, que van o vienen, “mirad, con un trazo de mi mano hemos creado un horizonte y vida, e incluso luz, y cielo para albergarlo todo”, he dibujado todo aquello que mi torpeza me permite dibujar en un papel. Sonríen. Vacío mi vaso. Un niño se encarama en la mesa, y baila. Las conversaciones siguen, las miradas son el diapasón de una moda fugaz que se repetirá mañana. Ya es la hora. Dejo el bar del hotel, me conducen hasta el aeropuerto, el chófer procura no pasar cerca de las favelas. Espero que a mi vuelta nadie me pregunte por ellas.

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  43. EL ESPECTRO
    Un leve sobresalto había interrumpió mi sueño en aquella posada gratuita de Sttutgart. La Luna llena dibujaba extrañas escalas de claroscuros al atravesar los cortinajes del ventanal entreabierto, dejando el exterior difuminado por la niebla. Desde mi lugar en el segundo piso del camarote, observé que unos mochileros dormían, a excepción de uno que más parecía muerto por asfixia. Este detalle me hizo tomar precauciones, decidiendo empuñar mi cortaplumas y tratar de dormir con un ojo abierto en dirección al tipo de los ojos desorbitados. Ya la modorra opacaba la visión, cuando algo llamó mi atención, porque vi desprenderse un espectro del supuesto difunto; el cual después salió por la ventana. Con lo sucedido, quise mantenerme vigilante, pero el sueño cerraba mis párpados. Al ocultarse la Luna, sentí que una mano hurgaba mi bolsillo. Por unos momentos dudé, pero al volver la claridad, logré ver un ser traslúcido de consistencia casi gaseosa tanteando mi portamonedas. En ese instante reaccioné infiriendo un tajo en su muñeca.
    _ ¡Ay! _un grito salió del insólito dormido.
    Su horrible grito destrozó la calma del hospedaje, hasta que la claridad del Sol ordenó seguir viajando.

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  44. Autopsia del viaje

    Puertas. Entrar, salir. Reconocerte, a ti. Entre miles sólo tú. En la multitud saberte extraña. Porque perteneces a otro mapa, tiempo. Cuando los años todavía no cobraban factura. La memoria me habla del verano, del hallazgo. Encender tu mirada con la intensidad de mi deseo. Deja que te hable de lo que vengo cultivando. Un boleto, una caja, un número de vuelo. La cadencia de tu cabello, ritmo olvidado. Carcajadas en el fondo del armario. Una caja donde guardarlo todo. Atardecer de una despedida. Adiós en silencio. Tus ojos. Puertas.

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  45. EXPRESO NOCTURNO 1991
    Instalado cómodamente, me alegré de no tener compañía en el coche. Al rato, Madrid había quedado en la medianoche ibérica y, el ritmo típico de los trenes trataba de cerrar mis párpados. Pero se interrumpió al ingresar un tipo con facha delictiva, que se puso casi a mi lado. Presintiendo el peligro, me acerqué a la puerta. Observando de reojo al tipo, pude notar que él no me perdía de vista. Sentí un sobresalto al escuchar sonidos metálicos en su bolsillo.
    _”Es un cuchillero” _supuse.
    En ese instante sin que haya parado el tren, un joven melenudo con aspecto del pacífico Cristo resultó acompañante; ocupándose inmediatamente a escudriñar sigilosamente. El Expreso Nocturno seguía su trayectoria, con esa velocidad que permitiría llegar sin contratiempos al destino. Fue un momento inesperado, cuando de un brinco el melenudo cogió al granuja por su nuca y levantó en vilo, para llevarle por el pasadizo sin más testigos que mi presencia. Estando en un punto que unen los coches, el ángel abrió una puerta del tren en movimiento y salió llevándose al demonio. El resto del viaje fue tranquilo, hasta la puerta de Alicante.

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  46. EL TREN
    1ra ESTACIÓN CENTRAL DE VIENA
    _Vuelve pronto amor _dijo Silke.
    El tren partía, su belleza rogaba quedarme, pero la distancia fue difuminando el adiós.
    2da ESTACIÓN
    De un grupo de personas, una novia sosteniendo un ramillete corrió hacia mi ventana.
    _ ¡Es Silke! _exclamé asombrado.
    Sin embargo el tren partió puntualmente, alejándonos.
    3ra ESTACIÓN
    Miré por la ventana y me sorprendió algo extraño.
    _ ¡Caramba, es Silke con un niño! _expresé contrariado.
    Junto a ella distinguí a su esposo.
    _ ¡No es posible, está con mi doble! _dije alelado.
    El movimiento pronto desdibujó el raro cuadro.
    4ta ESTACIÓN
    Asomé para ver si acaso aparecía Silke, pero no la encontré. Numerosos enlutados se apresuraban a tomar el tren con dirección inversa. Me puse nervioso, bajé del coche y pregunté.
    _Nos dirigimos a Viena, llevando una difunta del accidente _respondieron.
    _ ¿Cuál es su nombre? _insistí.
    _Es Silke _respondieron con dolor.
    Ya partía mi tren y subí. Entonces mis ojos se llenaron de lágrimas. No podía creer que la visión pudiera engañarme. Silke se iba en un viaje sin retorno. Por eso decidí no retornar a Viena, para no comprobar la tragedia.

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  47. Por cosas de trabajo tuve que asistir un día a una cita de negocios en Quito y aunque no conocía nada de esa ciudad la gente muy amablemente me asistió para poder trasladarme en trolebús, llegué a mi cita en la Mariscal y después de concluir todo pensé tengo medio día libre, e impulsado por una fuerza extraña tomé mi portafolio y acomodando mi corbata subí a un bus que me llevó directo al sector Mitad del Mundo y aunque suena a que crucé medio mundo para llegar hasta allá solo me tomó unos cuantos minutos el poder apreciar las diversas culturas y nacionalidades en su museo, además de estar en dos hemisferios al mismo tiempo, también me informé del cosmos en su planetario, compré un recuerdo del lugar en la pequeña ciudad Mitad del Mundo e inclusive me tomé un tiempo para tomar un helado en el clima eternamente primaveral, ese fue mi viaje lástima que solo pude conocer el 1% de la ciudad y aunque me divertí mucho cada vez que mi jefe manda a alguien a Quito por negocios espero ser yo para conocer el otro 99% de la ciudad.

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  48. Un día libre de trabajo y presiones decidí trasladarme a la bella ciudad de Baños de Agua Santa que se encuentra cerca de la capital provincial; allí disfruté de un clima templado húmedo, y después de hacer rafting ingresé a las aguas termales azufrosas que salen desde el volcán Tungurahua llenas de vitalidad al igual que sus entrañas, para después con mucha devoción ir a la iglesia a rezar y meditar todo cuanto en mi vida he hecho y justo cuando creí que el día terminaría me subí en una chiva para conocer el centro de la ciudad sin embargo fuimos también por la ruta de las cascadas y hasta nos mojamos todos pero no importaba pues la algarabía era contagiante, ya casi al terminar mi paseo tomé una rica taza de chocolate en leche, compré unos dulces hechos de caña llamadas melcochas para después subirme al transporte que me llevaría de vuelta a Ambato, ahí conocí a Rosita conversamos todo el trayecto a ella le gusta tanto baños que seguimos yendo aún hasta hoy pues ahora es mi mujer; todo eso pasó en un solo día imagínense lo que sería vivir ahí.

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  49. El viaje más espectacular de mi vida fue cuando era niño y en un paseo de fin de curso pude apreciar la magnificencia del mar, pues al vivir a más de 2500 msnm jamás en mi vida hubiese pensado ver el mar siquiera por la televisión pues éramos tan pobres que lo único que teníamos era un viejo radio de dos bandas, así que el solo hecho de ver como en el trayecto la vegetación cambiaba de pinos y eucaliptos a palmeras y arena fue impresionante y tras dejar las cosas en las cabañas que nos asignaron la mayoría de los niños corrimos a escuchar y oler todo lo que el mar traía consigo y al bañarnos en sus aguas apreciamos todo cuanto dejaba el mar en nuestros ternos de baño, sin lugar a dudas el viaje que cambió mi vida fue ese; pues cuando llegué a tener mis dos hijas las llevé al mar para que vean cuán grande e inmenso es nuestro mundo y el porqué debemos protegerlo, claro que ellas también tuvieron el mismo problema que tuve cuando niño con mi traje de baño pero aun así lo disfrutamos todos.

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  50. N.Y. 16:05

    El pequeño García Cervantes, todavía con jet lag en sus párpados de arena, frente al Flatiron, en la calle 22, entre la Quinta y Broadway, preguntó a su madre qué era eso que sacaba del bolsillo continuamente cuando las cosas se ponían feas.
    -Dios -dijo sin pensarlo dos veces, confundiendo sus lágrimas de cuarzo con la estructura centenaria.

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  51. Auschwitz en la niebla

    Abrí los ojos y escuché el ruido del motor apagándose. Habíamos llegado. Miré por la ventanilla y un suave escalofrío recorrió mi cuerpo erizando el vello de mis brazos. Al bajar del coche y coger mi mochila, noté un frío seco. Una densa niebla cubría el cielo. Todo estaba en silencio. Auschwitz fue proyectado para llevar a cabo un genocidio planificado hasta el más mínimo detalle. El antisemitismo de Hitler le llevaría a construir dos enormes recintos para la ejecución en masa de judíos. Lo primero que contemplé fue el famoso cartel con la inscripción “Arbeit macht frei”, el trabajo te hace libre. Al cruzarlo sentí que allí el tiempo se había detenido el día de su liberación por parte del ejército soviético: 27 de enero de 1945. Ladrillos, alambradas con pinchos y austeridad son las notas predominantes. Las fotografías de los prisioneros con el famoso “pijama de rayas” inundan las paredes. Es duro comprobar cómo malvivían, ver sus pertenencias; zapatos, maletas y demás enseres personales que se conservan intactos pese al paso del tiempo. Sin embargo, es la mejor manera de sentir y entender lo que allí aconteció.

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  52. Ese paraíso

    John estaba realmente enfurecido con la vida ¿Quién no lo estaría si se hubiera quedado varado en un lugar desconocido? Allí nadie lo conocía, ni sabía todo el valioso tiempo que había perdido por culpa de un desastre natural imprevisto¡maldición! Cuando el destino se empeña en hacerte perder el rumbo por completo, en verdad lo logra.
    Pero…en ese momento la vio allí, con su cuerpo escultural y un sonrisa tímida plantada en sus labios carnosos. Él no pudo creer su suerte cuando esa belleza se acercó hacia él y le preguntó como si nada «¿Estás perdido?».
    John sonrió por primera vez en mucho tiempo, al mismo tiempo que lo negaba suavemente con la cabeza, porque sabía que después de todo lo que había sufrido, quizás había logrado encontrar ese paraíso que buscó por tantos años hasta en el último rincón del mundo.

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  53. TOCAR EL CIELO

    Siempre quiso volar o, al menos estar allí arriba, donde se le iba cada vez la mirada y la imaginación. Primero dibujó nubes de algodón, cuando creció un poco más llenó las láminas de pájaros de todos los colores, más tarde construyó cometas.

    Pero eso no era suficiente, pues seguía sin poder despegar del suelo. Un día vio llegar una gran tormenta, bajo la que giraba sin cesar una enorme columna oscura, que arrastraba a su interior todo lo que encontraba a su paso.

    Por fin había llegado su oportunidad. Se quedó mirándola mientras se acercaba, entonces abrió los brazos y se dejó llevar hasta más allá de los cielos.

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  54. Apocalipsis para un hombre

    Yo me llamo, como cualquier otro de los que en este momento me acompañan con sus ojos tristes y su cuerpo con prisa; cientos de ellos he visto hoy, en este lugar que tanto aprecio y al que regreso al igual que mis paisanos regresan al baño de vapor; aquí me siento solo y no como en la opulencia de mi hogar, lleno de manjares exquisitos que no puedo tocar, atiborrado de hombres armados, desalmados, listos a que mi voz les dé la orden de causar terror a mis infelices acompañantes. Voy solo, una, dos, tres estaciones, camino y camino dentro de este subterráneo para mí maravilloso, transbordo, sigo en otro vagón eléctrico, solo, sin armas, sonriendo, olvidando los asuntos que arriba me esperan en los que ha de morir todavía más gente. Cinco, seis, siete estaciones y logro ver las escaleras que me conducen a ese cielo de pesadilla, diez, once, doce escalones, ya diviso a mi escolta personal, con sus caras de culeros de mierda, hijos de su reputa madre, los mataré a ellos también. Subo al auto negro asesino y me largo a desmadrar vidas.

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  55. DESEO CUMPLIDO

    Hace tiempo que estoy cansado. Quiero dormir y viajar lejos, mucho más lejos de donde nunca haya ido, pero no hay día que la enfermera no me interrumpa con las dichosas pastillas.

    Una vez casi llegué, pero entonces ella vino con el desfibrilador y me hizo volver de nuevo.

    Hoy parece que está ocupada con otros, hace bastante rato que no la he visto. ¡Por fin un poco de tranquilidad! Cierro los ojos, el mundo se detiene, llega el silencio. Ahora sí he llegado: ¡Ahí está la luz!

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  56. PERIPLO VITAL

    En el océano Ártico fue concebido. Para sus padres, aquella noche, no hacía frío. Derritieron varios metros de hielo con su fuego de amor. En primavera se trasladaron a Groenlandia y allí nació. Los rayos del sol le vieron despertar. El frío era intenso, pero la piel de reno daba mucho calor.
    En Moscú aprendió las primeras palabras, a andar, a jugar. Casi todo el tiempo lo pasaba en casa con su madre, pero asistió al colegio en Polonia. Se graduó en Alemania.
    En España se enamoró de una chica andaluza. ¡Qué hermosos días ante el mar de Málaga! Era muy feliz. Al poco, se trasladó a Argelia como ingeniero de minas. Hizo fortuna.
    Publicó varios tratados filosóficos desde Sudán. Su mujer y uno de sus hijos vivían con él. Era jefe de una de las explotaciones mineras más importantes del país.
    Se retiró a descansar a Sudáfrica. Le disgustaban las rivalidades entre negros y blancos. Reprobaba la opresión que sufría la población negra. Pero no se sentía con fuerzas para luchar.
    Decidió pasar sus últimos días junto al mar y se trasladó a Cabo de Buena Esperanza. Le encantaba el mar y su eterno movimiento, su vida, sus tonos siempre diferentes…
    No quería morir sin ver una puesta de sol en el Antártico y allí se dirigió.

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  57. Desapego de viajero

    Hay viajes que son peregrinaciones, van acompañados de cierta tristeza, empañados de cierta tristeza premeditada; así son todas mis idas a Paris. La ciudad luz nunca sucede para mí por el puro amor de visitar sus calles iluminadas o por el olor peculiar de sus tardes lluviosas, para mí tiene el efecto de un lugar de recogimiento, la meca desde donde se toman ciertas decisiones, capitales como ella.

    Ahora que me parece tan fundamental tomar uno de estos caminos que parecen determinantes, una de estas encrucijadas entre seguir o abandonar, entre construir o hacer tabla raza no me queda más que observar con el póster que me quedó de mi última escapada.

    No sabría explicar cuál es el elemento parisino que logra la resolución de mis conflictos. Quizá es la simetría de sus avenidas, el silencio de sus museos o el aura de respetabilidad de sus teatros, su alma de ciudad antigua me sosiega. Hoy busco esta calma que me da el viaje, para inspirar el alma y calmar las penas, para pensar sin hacerlo, con el desapego del viajero.

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  58. Canción de cuna

    Llegamos a otra ciudad, también ruinosa: incuria, suciedad, gentes harapientas. Protegidos por la invisibilidad de nuestros trajes espaciales, escudriñamos todos los rincones: desolador. Sin embargo, en medio de tanta sordidez y fealdad, la voz no demasiado dulce de una madre que estaba meciendo entre sus brazos a un bebé llorón, nos llegó al alma: “Duérmete, pequeño mío, / que ya vienen los mercados (1) / a por los ojos nocturnos / de los niños desvelados”, repetía una y otra vez, cada vez más aguardentosa.
    (1) Por más que hemos investigado, no hemos podido averiguar el significado de “mercado” en el contexto en el que se utiliza. Ninguna de las acepciones recogidas en los distintos diccionarios de la lengua del país de que se trata se aproxima a la que parece tener en la nana susodicha: animal muy fiero y terrible, sanguinario, cruel, oculófago, que, para colmo, atacaría en grupo (así nos lo indica el plural). ¿Un animal real, o mitológico? La búsqueda en las bases de datos relativas a literatura fantástica, mitos, leyendas y fenómenos extraordinarios tampoco nos ha proporcionado la más mínima pista para resolver el misterio.

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  59. El Revientaviajes

    -Papá, mamá, me ha dicho Ana si puedo acompañarla a su pueblo el fin de semana.
    -¿Pero su familia…?
    -Sí, claro, su familia está allí.
    -¿Y cómo vais a…?
    -En autobús, mami, no te preocupes.
    Dejándolos tranquilitos y completamente engañados, me voy a Madrid con varios amigos del instituto.
    El domingo, en el Prado, delante de Las Meninas y cuando más venga al ji, ji ,ji estamos, me toca por detrás Antonio, el amiguísimo de mi padre.
    -¡Que sorpresa! ¿Con quien has venido?
    -Con… la tía de mi amiga Ana.
    -¡Ah! Bueno, y ¿que tal? ¿Cuál es tu cuadro preferido?
    -Saturno devorando a su hijo.
    -¡Ah!, y ¿por qué?
    -Porque sí -le contesto, totalmente obtusa.
    -¿Y la tía de tu amiga?
    Entonces acude a mi cabeza eso que dicen tanto en la radio: “Y recuerden que este domingo abre sus puertas El Corte inglés de…” Así que va y le suelto:
    – Realizando unas compras en El Corte Inglés de Preciados, Callao o Madrid Xanadú. Por ahí…
    -¡Ah!, vuelve a exclamar el revientaviajes.

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  60. VIAJE DE VERANO

    Empezó un largo y ardiente verano.
    Comencé a empacar maletas
    – ¿Qué haces? –se sorprendió Hilda.
    – Me voy de viaje por algunas semanas.
    Sentí el olor que emanaba la prontitud del verano y no me pude resistir a irme de viaje. Ese amanecer, el claro horizonte invitaba a cruzar lo inimaginable.
    Su reproche me causó una fuerte impresión. No quería que me fuera y la dejara sola vagando entre los túneles penumbrosos de la casa.
    Hilda pareció derrumbarse, sollozando como una hembra desamparada en un ingrato lecho, perseguida acaso por un sueño macabro.
    – No te vayas, tú eres mi única compañía ahora… -suplicó hasta la laxitud.
    Pero estaba dispuesto a irme de la casa y partir sin importar lo que pasara con Hilda. Ella estaba terriblemente confundida, no sabía lo que ocurriría ahora con su vida.
    Al verme salir, me persiguió mientras trataba de alejarme.
    Abandoné a Hilda y la casa donde había vivido la mayor parte de mi vida, posada de mi juventud y de mi amor por Hilda.
    Me dirigía hacia las playas del verano, a sus inhóspitos, bellos y maravillosos paisajes que nunca había visto.

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  61. EXODO

    En El Salado, departamento de Bolívar, en Colombia, el poder paramilitar reina sobre los montes de María, cerca del Carmen de Bolívar, Bajo Magdalena, costa atlántica, secuestro y droga. En 1987, las AUC, se tomaron la población. A las cinco de la mañana de un día trágico, los paramilitares reunieron a los pobladores en el parque, amenazándolos y matándolos sin clemencia. No hubo ninguna resistencia civil. El 18 de febrero de 2000, 450 paramilitares de las autodefensas de Urabá asesinaron frente a sus familias a 37 personas. El baño de sangre alcanzó a más de 60 personas y 1200 victimas desplazadas. En la cancha de microfútbol y en la iglesia del pueblo se extendieron 200 metros de cadáveres. Los sobrevivientes se escondieron en el monte, se desplazaron 5000 personas, 1200 familias en un viaje sin retorno por la geografía colombiana. Los paramilitares se fueron y volvieron el 16 de diciembre de 2000, antes había caído sobre la población una lluvia de panfletos amenazantes, donde se decía que se fueran ese diciembre del pueblo o los mataban cruentamente. Lo único que queda de esta cruenta historia es un Monumento a las victimas caídas.

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  62. VIAJE A CIELO ROTO

    A lontananza mojada aparece Cielo Roto como un distante espejismo. Llevo una vida viajera y huraña, como un andante fantasma gorjeador. Arrastró mi maleta mientras me acerco al pueblo. En el cielo se forman impresiones nebúleas. Después de tantos años de errancia por el mundo regresó a mi pueblo natal paralizado en el tiempo. Desde la iglesia del pueblo viajan hasta mis oídos los acoplados coros de los feligreses. Pienso que todos los lugares están enfermos y me siento solo. En el pueblo los tediosos días pasan lánguidos. Por las callecitas se escuchan rumores acerca de mi regreso. Una orquesta de cantos de pájaros en crescendo traídos por el viento inquieto me ocasiona escalofríos. Tantos años viajando sin rumbo y todavía me asustan los chillidos de los pájaros. Mis paso vuelven a recorrer este lugar tan retirado del mundo, rodeado por montes y bosques y por casitas tenebrosas. Regresó nuevamente a este lazareto de mi infancia, sólo porque me han notificado que ha muerto mi padre, de lo contrario estaría viajando por caminos de países indecibles, expuesto a lo desconocido de las estampas viajeras, comprando postales y tomando fotografías.

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  63. CUESTIÓN DE OPORTUNIDAD

    El costado me duele cada vez más. La herida apenas me deja conducir. Miro nervioso por el retrovisor, todavía no veo ningún vehículo. Pude escapar de la pelea, pero seguro que me perseguirán y ahora ya no tendré escapatoria.

    Algo más adelante veo que hay alguien haciendo autostop. Paro el coche y le invito a entrar. Observo que tenemos un físico bastante parecido. No me importa dónde va, ni quién es. Un rato de conversación irá bien para que se relaje.

    Llegamos a una zona acantilada. Me siento débil, no necesito fingir las muestras de cansancio. Le propongo que conduzca un rato. Acepta, algo sorprendido por la confianza. Nos detenemos en el arcén, justo al lado de un precipicio. Bajamos e intercambiamos los asientos. Coge el volante, dispuesto para ponernos en marcha.

    Aprovecho el instante y no le doy tiempo a nada. La navaja se clava profundamente en su costado. Estupefacto, tarda en reaccionar. Suelto el freno de mano y salgo fuera. Empujo el coche hacia el barranco hasta hacer que se despeñe. Cuando lo encuentren, pensarán que yo soy el muerto. Ahora sí estoy a salvo.

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  64. El cadalso

    El condenado se preparaba sereno, para su ejecución. Observaba a través de las rejas de su celda, a la multitud aglomerada con la furia de las bestias que adornaban su palacio, esperando ver rodar su cabeza. Un guardia lo llamó desde el otro lado y cerró los ojos antes de voltearse. Ni una lágrima besó su mejilla ese infame día. Con las manos sosteniendo el libro de cánticos, caminaba por el paso que la gente le daba al abrirse tan sólo para tomar viada y escupirle en la cara. Se inclinó despacio sobre el patíbulo, posando cuidadosamente el cuello sobre el madero. Se supo inmediatamente rey de todos los que, con ojos altivos, miraban su fin. Se imaginó que escapaba, que se exiliaba en una jungla extraña. Cerró los ojos para sentir la frescura de un riachuelo en los labios. Una canoa vacía se deslizaba por el agua ligera. La detuvo y se embarcó en ella. Adentro encontró una red y una ostentosa daga. Comprendió entonces su destino; seguir por aquél río, pescando eternamente hasta llegar al mar, donde le esperaba una carabela lista para zarpar. Sintió un roce frío en el cuello.

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  65. El río

    En un letargo de verdades de tabernas dos hombres se encuentran y se buscan entre sí un rostro familiar, preguntándose de quién será esa oscilación espiritual o quizá un forzado esbozo. Después de caminar días y noches se hallan con un río que atraviesa cinco ciudades o una ciudad y sus cuatro reflejos. Uno de los hombres recuerda haber visto algo similar en una esquina durante una conversación desganada. El otro en cambio se acuerda de haber hablado con un sujeto indiferente de todo y desaparece. El primero se consterna por la ausencia de su compañero y lo busca en las ciudades. Pasan meses y siglos hasta que finalmente descubre a su amigo en un reflejo en el río y le pregunta, «¿qué haces ahí?», y el otro le responde, «Tuve que regresar para despertarte. No funcionó»

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  66. Convite

    En el convite ya todos estaban cansados. El abuelo seguía eternizando sus delirios a manera de tragicomedias y los mayores, ya somnolientos, habían pasado al último estado del alcohol. Yo jugaba distraídamente con el corcho del tercer vino, cuando una voz imprudente sugirió abrir el cuarto. Ninguno quería pensar en Marina, o más bien, ninguno quería hablar de ella, porque la imagen de su rostro plasmada en nuestras cabezas era inevitable. Yo me la imaginé, entre las fisuras del corcho, con sabor a uvas inglesas y el céfiro marino ondeando su abultado cabello. No supe en qué momento exactamente se calló el abuelo ni cuando se regó el cuarto vino, pero menos mal que ninguno cometió la locura de decir que Marina se había ido. Ninguno cometió la locura de repetir una condena. Ninguno quiso permanecer callado.

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  67. Plato del día.

    Plaza de toros Las Ventas, entrada económica del lado del sol. Primera vez de una corrida. Fanfarrias y mucho color rojo, mezcla de expectativa y rechazo. Nueva entrada, segunda vuelta y alguien pide que lo maten: «vamos hombre, mátalo, mátalo «.
    Asiento en silencio, voy entrando en el juego. Cambio, tercer y último toro al ruedo. Aparece por fin la danza y mis manos aplauden al torero.
    Tres días más tarde en Granada, me enfrento a mi propia corrida.
    Plato del día: Rabo de toro.

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  68. A ti papá, que me enseñaste los primeros pasos en la vida, tras tu mano y colgado de ella, que me acunaste en los brazos vigilado por tu media sonrisa de galán. A ti, hombre fuerte que achicaba la avaricia de miedo de mis angustias, a tu voz dulce, a tus dedos fuertes y tus ojos limpios. A ti papá, que fuiste sostén de mi infancia, que me llevaste por las aceras de un Madrid desconocido y preñado de farolas blancas. A ti que me enseñaste a reírme del mundo y de mí mismo. A ti papá, que creíste en mí cuando empezaba a despuntar, que me enseñaste las reglas del juego, a respetar a los demás. A ti que me subiste a los trenes y me asomaste a sus ventanillas, que bajaste a buscar agua en las estaciones para calmar mi sed. A ti, fuerte columna cuando yo empezaba a vivir, te rindo el homenaje de unas letras de domingo, un pequeño espacio en un folio de mi vida.

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  69. Artificio de un lapso.

    Todas las tardes espero con asombro e incredulidad, ese cambio enigmático en la plaza. Esa alteración rotunda de los hechos ocasionado por el movimiento de millones de esencias, olores, colores, pensamientos y acciones que se muestran ante mí en sutiles escenas concretadas ya en el iris, transportadas a mi cerebro en una ráfaga y reconstruida por mi lógica en instantes de forma que logre ver un cambio en el tiempo en milésimas de segundos. Esas cartas que encuentro en el banco que son de mí otro yo, o de mí mismo podría decir también, me dejan la intriga de si en verdad pertenezco aquí, o de si estoy tentando con un engaño demasiado insulso a lo que se llama viajar en el tiempo.
    ¿Cuánto habré viajado en segundos sin darme cuenta?

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  70. Dos Vidas en Viaje

    Sin darnos cuenta, una conversación de viaje nació frente al mar, testigos presentes fueron los elevadores anclados a sus cerros, las tierras de arenas dormidas y sus calles angostas tapizadas de piedras torcidas. Valparaíso fue siempre nuestro testigo bajo vuelos incesantes de gaviotas y bahía insuperable. Nuestra caminata partía en Playa Ancha y se extendía por Paseo 21 de Mayo colmando nuestros espíritus de deseos y esperanzas tímidas frente a ese imponente horizonte palpable aún en noches heladas. Prometimos vernos cada Abril frente a ese viento porteño sin importar las primaveras que se cruzasen por nuestras vidas. Al cabo de una década, cada una estampó aquella caminata solitaria con la pregunta de dónde estaría la otra. Fue una búsqueda silenciosa entre viejas casas rasguñadas por el tiempo y entre ropas colgadas al viento desplegando intensos arco iris que imprimieron de colores mi alma. Cuando otra década llegó, pude levantar mi mirada y ver esa presencia después de tan larga travesía. Hoy, emprendemos otro recorrido, pero más extenso junto a una avenida rocosa mirando lejanos arreboles, sabiendo que nuestro pasado permanece atesorado y nuestras aspiraciones atadas a aquel paraíso costero.

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  71. LA GARRAPATA

    Siempre guardo en el bolsillo interior del bolso de mano detalles del viaje realizado. Una vez me acomodo en el avión y se sucede el despegue los reviso una y otra vez acompañada de mi más preciada melancolía. Siempre, salvo una vez que decidí dejar atrás todo cuánto había acontecido, olvidando con mucho esmero, el desamor vivido en una de las milésimas islas del archipiélago entre Suecia y Finlandia.
    Pero, ya sabemos, que los seres humanos somos seres de costumbres, y aún sin querer, más sin saber, algo me llevaba del lugar. Lo comprendí días después; conforme mejor se sentía mi espíritu en tierra autóctona, peor se sentía mi trasero. Un dolor, y un bulto extraño en la nalga derecha perturbaba la felicidad de mis días. Fue horrible descubrir que ella, tan lejos ahora de su tierra, vivía agazapada en la parte inferior de mi nalga, creciendo a costa de chupar mi sangre. Entonces recordé nuestro último adiós desnudos en el bosque que rodeaba su casa, y resignada acepté el detalle, ya muerto y extirpado, que nunca quise tener de aquel viaje.

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  72. Esa tarde bajé del tren atestado de gente. Para ser un día cualquiera había demasiadas personas en la central y yo tenía apuro. Quise asegurarme de que saldría a tiempo para mi cita, pero desafortunadamente los de seguridad tardaron mucho tiempo en atendernos a todos. Como era mi costumbre, miré el reloj tantas veces el segundero avanzaba. Como si por ello el tiempo fuera a acelerarse. Al fin me encontré del otro lado y caminé lo más rápido que pude a través de aquellos enormes pasillos, ya viejos y desvencijados. Una gotera era la causa de distracción de algunas personas, eso me dejaba el camino libre. Por andar tan aprisa, resbalé mientras mis cosas se regaron por todo el piso. Vi como un hombre las recogía todas para después ayudarme a mí. Pero qué hombre con ojos tan más hermosos, con una sonrisa me enseñó que hay tiempo para todo y con su mirada me pidió que me quedara con él. Olvidé todo lo que tenía que hacer mientras fingía un dolor lacerante en mi pie izquierdo, quizá no era tan fuerte pero solo quería un pretexto para quedarme con él.

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  73. Abril robado

    Fue escuchando a Sabina, entre soledades e insomnios, cuando entendí que me habían robado el mes de Abril; decidí rescatarlo dónde todos los abriles perdidos van a parar.
    Lo reconocí desde el primer instante, entre muchos otros, resplandeciente, tapizado en tulipanes y narcisos. Me descubrió, entregándose de nuevo a todos mis sentidos, bañándome en perfume renovado.
    Caminé junto a él, rodeada de alfombras tejidas por pétalos de mil colores. Kilómetros inmersa en la ruta de las flores, lo reconquisté en los campos rojizos de amores eternos y en los amarillos de amores descarados. Rescatado, solo quedaba agradecer al jardín holandés de los abriles perdidos su dulce cuidado, prometiéndole proteger a mi mes de Abril de ese malicioso ladrón que es el desamor.

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  74. Un viaje no se hace así, le dijo la nube, por supuesto que no, ni siquiera es un intento, remarcó el viento, es cualquier cosa y eso que cualquier cosa es algo, se burló la estrella, ella aún así seguía el camino entre nubes de algodón y estrellas de porcelanas, la única que no decía nada era la luna, hasta que después de varias silencios le pregunta ¿viste lo que hay allí?, ella movió negativamente la cabeza, una parada de equinoccios, y eso, ¿sabes lo que es?, ella movió por segunda vez la cabeza, un ancla de incertidumbre, ¿y eso? apuntando el medio de su pecho, ella la observo sorprendida, y movió la cabeza positivamente, eso, sonrió la luna mientras la empujaba suavemente hacia el camino, eso es el motor de tu viaje..

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  75. Los irresponsables
    El carro honda civic, año 2011, se movía estruendosamente de un lado a otro de la carretera hacia el afamado Valle de ángeles. Los niños lloraban desconsolados en medio de un amasijo de juguetes y dulces. A cada instante, un salto provocado por los incontables ollos del camino del camino, a cada repentino salto, una maldición lanzada por la luna de medianoche. Mi mujer, desaliñada y ebria, yo casi dormido perdido en el alcohol, parecía no poner atención, ni a mis hijos, ni al camino. Buscábamos desesperados un paraíso en donde poder olvidar nuestras penas, donde dejar fallecer las horas de nuestro destino…cruce aquella autopista sin mirar, no vi el camión de carga, que llevaba combustible , que circulaba a nuestro lado. El ruido de cristales rotos se fundió en un momento con los gritos de los niños y los transeúntes, entre llantos nos fuimos al vacio….

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  76. Donde la arena huele a verano y descanso
    Todos los viaje son imaginarios pues cuando lo realizamos nuestra mente nunca puede estar en el presente, ¿se puede definir algo que siempre es fugaz? Imaginación; de lo que vendrá, de los cielos y las nubes, de los valles. Como olvidarlo septiembre ,25 de 1998; mitificado, idealizado, perfecto. Queremos volver siempre a un recuerdo, al ayer pero con el aire del mañana, así está siendo nuestro eterno viaje ahora en la árida pero tenue Castilla; son las doce de la, ya la medianoche, atravesamos una aldea de cuyas moradas emerge el olor lavanda y fresa y a verano y descanso, pues solamente aquí huelen la arena del mar, los cocos tiernos de marfil. En este pueblo están las memorias yuxtapuestas al aire acondicionado y artificial de nuestro auto ultimo modelo… y a medida que las callejuelas se acaban, que el pueblo termina, este acaba por nuestro retrovisor, imagino que vendrá otra igual donde la vida, el descanso, donde la gloria sí sea para nosotros.

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  77. Un viaje de en-sueño
    Estás ahí, tan alto. Están encendidas las luces, sobre un pasto verde oscuro. Están ahí, como diamantes formando joyas y coronas. Estiro mi mano y casi las toco. Las siento frescas, olor a lavanda y fresa.Estás ahí, ya casi llego. Por la carretera las damas voy con mi afamado auto negro ¡Sí! Me eleve por ella y estoy flotando. Adelante, voy muy rápido; antes que caiga el crepúsculo. Siento las olas del viento, navego por la fastuosa nieve blanca por la carretera de san Vicente. Viajo a través de una lluvia de cristales brillantes que forman bestias gigantes, palacios, y muchos colores. Sí, paseo por el cielo oscuro-noble, subido en mi viejo cadillac negro voy. Sigo flotando…por las verdes autopistas de la ciudad perdida, donde el amor es pasión y locura, Adelanté, sigue. allejo, la felicidad está en el otro pueblo. La mujer llama a mi puerta…porque Fue sólo un viaje de en-sueño.

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  78. La herencia
    Marisa era una mujer joven; sin embargo, la gran necesidad económica de su familia tras la muerte de su papá la había obligado a encerrarse a diario en una fría oficina de gobierno, mientras el resto de sus antiguas compañeras de escuela pasaban el tiempo conociendo hermosos rincones del mundo.
    Sin embargo, a pesar de todo ella no se sentía en una posición de desventaja frente a esa bola de niñas mimadas. A ella su padre le había dejado antes de partir una herencia valuada en miles de páginas, que le permitió regalarse varias vacaciones a lugares paradisiacos, y otras más a sitios donde ninguno de esos millonarios con tanto dinero y la cabeza tan llena de aire podrían soñar a llegar. Lo mejor de todo era que podía viajar sin equipaje, ya que sólo necesitaba cerrar los ojos por un breve instante para llegar en segundos a los rincones más lejanos del universo…sin levantarse de su sillón.

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  79. A SU HORA
    pasó corriendo, perdía el tren, subió sonriendo, volteó su sien
    quedó mirando, ella tambien, largos peldaños, eran las diez
    era temprano, tomó el siguiente, viajó pensando, sueño pendiente
    el cielo mira. le pega el viento, será el destino, presentimiento
    dia tras dias, media hora antes, fente a esas vias, era espectante
    un gesto amable. no sabe a quien, no la esperaba. la volvió a ver
    aquel perfume, mujer buscada, le agradeció, dicha prestada
    lejos del mundo, y los conflictos, en ella se hunde, en su infinito
    se llevó todo, sublimes celos, perdió su tren, perdió sus besos
    siguió viajando, siempre a su hora, quedó el recuerdo, sin sus aromas.

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  80. Matanzas

    Dos años soñando con Orlando y sus parques temáticos, con Disney, Universal y Epcot Center, ahorrando hasta el último centavo, ladrando nosotros mismos para economizar perro y así, con lana en el bolsillo y la totalidad del cupo de la tarjeta disponible, poder pasar dos semanas allí a todo dar, como reyes leones, cuando faltando dos meses para probar la dicha, qué posma, al abuelo Enrique le da por enfermarse de una joda bien rara, un síndrome al que sólo le saben las mañas los pinches hospitales cubanos, bye-bye Mickey mouse, el orden de prioridades cambió, se nos jodió el paseo, tú, Lorenza, te irás a Matanzas con el abuelo, un viaje con viejo de nulo placer y mucho padecer… «No es menester que te quedes aquí en el hospital todo el día, anda, anímate y conoce nuestros atractivos», me dijo el doctor en jefe, y fue el mejor consejo que me dieron, conocí el Valle de Yumurí, las Cuevas de Bellamar y las huevas de mi Aldemar, y lo que son las paradojas de la vida, ahora le rezo a Yemanyá para que alargue cien años mi paseo en la Isla.

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  81. Aunque desde Buenos Aires eran sólo dos horas de viaje, era la primera vez que había cruzado el Río de la Plata para conocer Uruguay.
    Llegamos a media mañana, y mientras mis amigos desarmaban los bolsos en la posada, fui a comprar medialunas para acompañar con el mate. El panadero me dijo:
    -Sólo tengo 4 para vos – Me sonreí al ver que tenía unas 30 facturas en el mostrador, y lo miré fijo.
    -Necesitaría algunas más, somos un grupo de 5 personas.
    -¡Qué pena! Sólo tengo 4- Repitió.
    Mis ojos fueron desde las medialunas a su rostro y de su rostro a las medialunas, sin entender. Y lo miré fijo, ya sin sonreírle.
    -Estoy viendo que tiene muchas más en la vitrina.
    Él me también me miró fijo, y con templanza pronunció estas palabras: “sí, tengo algunas más, pero de venderte a vos una cantidad mayor, mucha gente se va a quedar sin su desayuno esta mañana, ¿no te parece?”.
    De la panadería me llevé solo 2 medialunas, y de Uruguay la lógica en la que debería fundarse la administración de cualquier país del mundo.

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  82. Anoche me dejé seducir por la aventura. Siempre fantaseé con la idea de subir a un tren cualquiera en un acto de improvisación vital, sin destino, sin reservas, sin nada más que por el puro placer de improvisar…Todo empezó cuando anoche fue de copas a Chueca. En uno de tantos bares, entre tanta risa forzada y pose erguida lo vi claro. Mi tren, sin destino, sin reservas. Lo cogí a las 3:05, hora en la que ya pasan pocos. Inicié la travesía por la noche, lo que no ayudaba gran cosa al disfrute del paisaje, sin mencionar la borrachera que ya tenía. Pero me parecieró intuir un paisaje parameño, suave y amarillento, que según avanzaba iba salpicado de arbustos, típico paisaje castellano. El traqueteo me embriagaba, bamboleante rumbo al infierno. Lentamente nos dirigíamos hacia el sur, yo sólo sabía eso, al desierto, a África. El sudor rezumaba en el vagón temblante. Sujeta al aliento de la máquina, las vías acariciaban suavemente el averno hacia el corazón de las tinieblas. Y de repente, surgió de entre las llamas humeantes del infierno un ser mitológico incandescente. Mi tren, sin destino ni reservas.

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  83. Buscando Guerra en una Abadía

    Esta interminable carretera me conduce a un lugar apartado del fragor mundano que promete un encuentro con Dios, reposo de espíritu y la anhelada paz interior a través del silencio y la oración. Lastimosamente las intenciones de mi viaje son otras. Me confundo entre los laicos que asisten a misa con los añejos benedictinos dedicados a su oficio divino. Hoy, tercer domingo de mes, habrá cantos gregorianos en la eucaristía. Apareciste por detrás del vitral en perfecta formación con tus compañeros. ¿Cómo pudiste cambiar nuestra pasión y fuego por «Ora et labora»? Tu contemplación fue siempre mi cuerpo y tu liturgia mis deseos de amor. Temblorosa me aproximé a ti. Mi grito histérico desgarró el silencio sepulcral. ¿Por qué te hiciste monje Javier? Tu respuesta, una mirada triste y penosa, fue la daga que me hirió de muerte. La mano fría del Abad capturó mi muñeca y me arrastró fuera del monasterio. -Señorita es mejor que se marche, que Dios la acompañe. Emprendí mi regreso como soldado derrotado, a través de la misma carretera interminable que ahora me conduce a un lugar vacío. Una vida sin ti.

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  84. Viaje a Güimar

    Los viajes a Güimar están siempre asociados bien a los baños en el Puertito, bien a recoger aguacates.
    La huerta, ahora desierta y descuidada, tiene algunos aguacateros viejos que languidecen solitarios, rodeados de algún naranjo o limonero de igual edad. El suelo, cubierto de hojarasca, apenas recibe el agua semanalmente, cuando el viejo se acuerda de abrir las compuertas que dan paso a los bancales. Pero los aguacateros permanecen, y lo hacen desde que la anciana dueña de la casa del patio falleció. Era la única que se preocupaba por la huerta, a la que cuidaba con primor.
    Pasado el tiempo, todo ha quedado en el olvido. Tan sólo acuden las personas a las que el aguacate en las ensaladas les recuerda aquellos tiempos de la niñez, en los que los juegos en el patio, en el jardín o en la huerta era lo habitual en tiempos de verano o de la Navidad.Poco a poco, los sentidos troncos, han ido cediendo a la gravedad, se han secado o desaparecido después de alguna poda alocada. Pero los que aún permanecen, se niegan a dejar de producir y regalan sus frutos como si en aquel espacio nada hubiera sucedido.

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  85. EL FONDO DEL ABISMO
    ¿A dónde va todo el mundo? Miro el vidrio y sé que estoy parado frente a la ventana, miro el labio azul del cielo y el labio azul del mar. La gente camina sobre agua ennegrecida, perdida en la voz que desde una lejanía preternatural la llama por su nombre. Está cayendo en un abismo. Cierro la ventana, apago la luz y los rostros de los muertos rezuman por las paredes. Hay algo horrible que araña el suelo bajo la cama. Una voz de hielo me susurra cosas al oído. ¿Cómo es posible que ahora yo también esté caminando sobre el agua si hace sólo un momento dormía? “¡Marcelo, Marcelo, voltea!”, ¡Lucrecia, tú también estás aquí! ¿Pero qué es lo que veo bajo el agua? Estamos caminando sobre cuerpos, un pastizal de nafra bajo nuestros pies. “¡Ahí están, Marcelo, Lucrecia, ahí están!” “¡Marcelo, Lucrecia, me estoy ahogando, me estoy ahogando, el sol me clava las uñas en la espalda!”
    Qué oscuro está aquí. Qué ausencia tan grande. No recuerdo nada, no sé siquiera si mi pensamiento… ¿cómo eran mis manos?, ¿de qué color era mi boca? El calor.

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  86. MÁS QUE UNA TRADICION, UNA FORMA DE VIVIR

    Que mi afán viajero empezó desde bien pequeña es algo indiscutible. Nací en la cubierta de un barco y desde entonces, mi madre y yo recorrimos puertos y ciudades con nuestra maleta de la mano. Cuando mi cuerpo abandonó la adolescencia, llegó el momento de partir lejos de mi madre y comenzar una vida nueva. Era una de las tradiciones familiares que nuestros antepasados se habían encargado de perpetuar generación tras generación. Y ahora era mi turno.
    Abracé a mi madre y le deseé buena suerte en su nueva aventura sin mí. Yo, sin embargo, no tardé mucho en reponerme de su ausencia y seguí adelante recorriendo los puertos que aún mis ojos no habían visitado y aquellos que, algunas veces, mi espíritu anhelaba por sus recuerdos.

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  87. Título: ¡Buen viaje!
    Sé que he llegado a mi destino o, al menos, eso dicen los médicos. Cuando me subí a este tren en el que llevo tantos años, ni se me pasaba por la cabeza que algún día tendría que bajarme.
    Con el tiempo, muchos otros lo han hecho y con sus partidas, empecé a ser consciente de que algún día me tocaría a mí. Todos no cabemos aquí metidos pero la lista del revisor seguía sin ser muy larga entonces. El problema es que ahora sé que al que se le ha acabado el billete es a mí y no a ningún otro viajero. Y lo que más me preocupa es que no sé cómo consolar a los que me han acompañado en el viaje y mucho menos cómo despedirme de ellos. ¿Qué les voy a decir? Aunque, en realidad, me acabo de dar cuenta de que sí que lo sé. Es algo tan simple como desearles ¡buen viaje!

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  88. Título: Y SE VOLVIO A REPETIR

    Y se volvió a repetir, allí esperaban, otra vez esperando abrir el sobre. En el interior mil incógnitas. Por fin se destaparía tan esperado resultado…
    Desde hacía años el reencuentro fue evidente. Una guapa morena perdió su apoyo. El movimiento Lindy Hop empezaba en el Harlem Neoyorquino. Vestidas con sus mejores prendas acudían a bailar a la Savoy Ballroom.
    Una embarazada parió al poco tiempo. Poco tardó en acudir a la sala, era esbelta, morena de mirada franca y leal, de poco estilo en el baile y buen gusto en la música. Trompetas se hacían notar.
    Tiempos y tertulias se juntaron. Horas y horas de cigarros largos. Ondas en el pelo. Ligero calzado hacía que los pies se deslizaran como nubes en la pista.
    Fiestas y tradiciones se unieron. Charleston y Swing, estilos corrientes. Rubias, morenas, castañas todas bailaban a ocho tiempos, de caderas, hombros, o piernas; con mucho estilo.
    Mellizos llegaron y casi un trillizo se juntó. Ese año un par perdieron el último baile. Otras descansaron.
    ….Finalmente, el sobre se abrió y otro viaje escrito quedó. Era la sala Maus_Hábitos de Oporto de un sábado de finales de abril….

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  89. El hijo de Noé

    EL OTRO LADO DEL MUNDO

    Quise conocer la verdad y recorrí el mundo.

    Y en los años que dejé mi casa vi la indiferencia de los hombres ante el hambre sin esperanza.

    Comprendí el peligro de la ignorancia y la desesperación de los invisibles.

    En la miseria entendí la necesidad de la fe y repudié las mentiras de la religión.

    Aprendí de los que tienen miedo y, sin embargo, luchan y que cuando ayudas a tu enemigo deja de serlo.

    Combatí la injusticia y me opuse a la mentira.

    Vi el odio en forma de guerra y las ganancias de quienes las provocaban.

    Entre la multitud encontré soledad y hablé con Dios en los desiertos.

    Vi jaurías humanas que mataban a quienes pensaban diferente.

    Confirmé que la piel no nos hace distintos y que la libertad no es un regalo.

    Que es mejor hacer que decir y que nuestra debilidad es su fuerza.

    Y por la noche, a solas, lloraba porque, tú, mi hermano, sufrías.

    Pero, a pesar del dolor que vi, seguiré viajando para hablar por ti, que no tienes voz. Y tal vez, algún día, podamos andar caminos juntos en paz.

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  90. El hijo de Noé

    EL OTRO LADO DEL MUNDO

    Quise conocer la verdad y recorrí el mundo.

    Y en los años que dejé mi casa vi la indiferencia de los hombres ante el hambre sin esperanza.

    Comprendí el peligro de la ignorancia y la desesperación de los invisibles.

    En la miseria entendí la necesidad de la fe y repudié las mentiras de la religión.

    Aprendí de los que tienen miedo y, sin embargo, luchan y que cuando ayudas a tu enemigo deja de serlo.

    Combatí la injusticia y me opuse a la mentira.

    Vi el odio en forma de guerra y las ganancias de quienes las provocaban.

    Entre la multitud encontré soledad y hablé con Dios en los desiertos.

    Vi jaurías humanas que mataban a quienes pensaban diferente.

    Confirmé que la piel no nos hace distintos y que la libertad no es un regalo.

    Que es mejor hacer que decir y que nuestra debilidad es su fuerza.

    Y por la noche, a solas, lloraba porque, tú, mi hermano, sufrías.

    Pero, a pesar del dolor que vi, seguiré viajando para hablar por ti, que no tienes voz. Y tal vez, algún día, podamos andar caminos juntos en paz.

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  91. Tus pasos son mis alas. Te oigo decir eso de forma tan cercana que un escalofrío me recorre el cuerpo. Pero cuando me giro estoy sola, a excepción de la profunda oscuridad y un gato solitario que corre a esconderse. Estoy exhausta. Pero esa frase que sigue retumbando en mi cabeza me da energías para seguir buscando un techo bajo el que dormir. Consigo alojarme en un albergue barato. Tumbada por fin, te dirijo un último pensamiento. Llevo semanas haciendo este camino. Pero sigo sin sacarte de mi cabeza. Aunque ese era mi objetivo. Pero tengo la sensación de que eres el humo de mi tabaco, y asciendes hacia el cielo, buscando la libertad que nunca conseguiste. Estás en mi amargo café, como los sentimientos que me dejaste. Estás en los ojos de los desconocidos, aunque ningunos son de tu gris profundo. Sacudo la cabeza para ahuyentar los recuerdos y me hundo en el blando colchón. Mañana seguiré caminando hacia la catedral, aunque parezca un esfuerzo inútil. Porque no soy solo yo la que camina, la que sube montañas y se sienta jadeando a descansar. Tu fantasma me acompaña a cada momento.

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  92. SAL DAÑINA
    Aun no lo sabía, pero ese sería mi primer y último viaje. Hasta donde me alcanzaba la memoria había vivido en una enorme ciudad al norte de Alemania y lo poco que conocía del resto del mundo me lo había enseñado la televisión. El viaje me cogió por sorpresa, llevaba unos días enfermo y mi familia decidió que una pequeña excursión podría ayudarme. Por culpa del asqueroso tráfico de la ciudad los primeros kilómetros se me hicieron eternos, pero después llegó la calma, los verdes paisajes, el relax. La diversidad de los nuevos animales que nunca antes había visto me hacía sentir como un exótico forastero. Por fin era libre, pese a estar lejos de mi hogar, todas esos nuevos aromas hacían olvidar mis recuerdos. Quería quedarme en esas riberas para siempre, aquello era el paraíso. Sin embargo mi afán de aventura me hizo seguir la dulzura de los ríos hasta encontrar mi muerte. La impecable inmensidad del océano era el perfecto lugar para descansar en paz.

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  93. Francia hace como los girasoles

    Francia se duerme de repente; en cuanto anochece se mustia.
    En el primer viaje que hicimos, íbamos estresados, porque al atardecer, cuando mejor se estaba, desconectaban el mundo, forzándonos a dejar nuestros paseítos a orillas del Loira, volver al camping, preparar rápidamente la cena, comérnosla sin hambre, ir al wc a oscuras y meternos en el saco.
    Otros veranos, por Alsacia, por los Vosgos, por Picardía… Exactamente igual. Eso sí, fuimos aprendiendo, y nos mustiábamos casi tan bien ya como ellos.
    Años después, llegamos a París en medio de una tarde maravillosa, y, de pronto, recordamos aquellos atardeceres fugaces del pasado. Agobiados, entramos corriendo en un supermercado. Estaban cerrando, pero, a la desesperada, aún pillamos unas papas, una lata de paté, pan… Temiendo que los bulevares se vaciaran inmediatamente, y pareciéramos personajes de un cuadro de De Chirico, nos fuimos intimidados al hotel.
    ¿Qué hacíamos allí, si eran solo las ocho y, encima, las papas estaban caducadas? Reflexionamos y volvimos a la calle.
    Los restaurantes preparaban sus mesas para cenar, la gente paseaba, los mirones de los cafés miraban, y ¡París era una fiesta! ¡Dios, que alegría!

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  94. Viaje

    Eduardo pasó un fin de semana muy diferente al imaginado. Pensaba realizar algunos trabajos de albañilería en la casa, pero no pudo. Claro, no sabía que su cerebro había sido abducido, estudiado y retornado por una acompañante silenciosa que realizaba ya el viaje de regreso a su Universo, aprovechando el humo expandido al espacio por la chimenea.

    Adrián Eduardo

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  95. Regreso

    Aquella gente había llegado muy reservada al poblado costero y el enigma crecía: ninguno de ellos iba a la playa; salían muy silenciosos a la calle y completamente vestidos.
    — No podemos seguir así —sentenció una noche el jefe de familia.
    — Por las micosis que nos atacan, ¿verdad?
    — Sí, nuestro sistema inmune no tiene defensas contra ellas; ya probamos con una iluminación solar y aireación suficientes; ahora todo lo contrario y nada, definitivamente estos hongos nos han vencido —enfrentando el silencio de todos concluyó— preparen la nave, esta noche abandonamos la Vía Láctea.

    Adrián Eduardo

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  96. Después

    Viajábamos casi por el centro de la Vía Láctea cuando, en el extremo opuesto de la espiral, detectamos una explosión en cadena de varias supernovas; sus restos avanzaban muy rápido en dirección al Sistema Solar. El capitán ordenó cancelar urgente la misión y dirigirnos directo a nuestro planeta, ¡teníamos que avisarles! Pero no pudo ser; los impactos de millones de cuerpos celestes provocaron allí desolación y desastre.
    Aproximadamente cien naves, giraban como satélites alrededor de la Tierra, imperando en todos la misma pregunta: ¿qué hacer? La comunicación era muy difícil, debido a la densa niebla que nos rodeaba como resultado de la hecatombe ocurrida.
    Lentamente comenzó la retirada de algunas. Nosotros, a pesar de no poder interpretarlo, recibíamos del planeta yermo un mensaje de vida. Lo desciframos al fin: “Intenten salvarse en la inmensidad del Universo, aquí, los más débiles, ya se van convirtiendo en comida”.
    Pero no lo hicimos, y con la ayuda de los que pensaron igual, rescatamos; sino a todos, a muchos y nos trasladamos hasta este planeta artificial; donde tú naciste.

    Adrián Eduardo

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  97. INTERESTATAL 101

    «¡A la mierda con todo!», exclamó antes de coger las llaves, su chupa vaquera y salir dando un portazo. Sin saber cómo se encontró en la interestatal 101, abandonando L. A. en dirección norte en compañía de Coltrane y Marlboro. Los vio a la altura de Santa Bárbara, entre la autopista y el batir de las olas del Pacífico. Eran dos monjes que avanzaban a un ritmo desesperadamente lento: daban tres pasos, se postraban completamente en el suelo, se levantaban y repetían el proceso. Sintió la necesidad de detener su Mustang rojo en el arcén, unos metros por delante de aquella pareja de locos, para ofrecerles una manzana, lo único que consideró digno. El monje que hablaba le dijo que llevaban así tres años, que no tenían prisa. Continuó viajando hacia el norte, con una sonrisa que a la altura de Monterrey se había trasformado en carcajadas. Se quedaría a vivir en una comuna de Santa Cruz… corrían los gloriosos años setenta.

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  98. ODISEA

    De niño, en el pueblo, tenía de vecina a una anciana llamada Adelinda. Solo una vez en su vida había dejado su casa, y fue durante la guerra, cuando los bombardeos la habían obligado a cruzar el puente para refugiarse al otro lado del pueblo. Después volvió y ya nunca abandonó el mismo hogar que la había visto nacer.
    Era menuda, de pelo blanco revuelto y arrugas debajo de los ojos. Tenía una mirada serena. La misma que imagino en Ulises cuando al fin consiguió sentarse al calor del fuego en Ítaca y recordar las aventuras pasadas.
    A su manera, también Adelinda había vencido a los lestrigones y los cíclopes

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  99. Aliver

    POR LOS SENDEROS DEL CERRO

    El viejo indio va camino hacia el pueblo con su vieja mula a tranco lerdo, seguido atrás por su viejo perro. Va bajando muy despacio por los senderos del cerro. El sabe que si para y se queda quieto, moriría por el frío y el viento. Por eso sigue siempre su marcha, sin detenerse un momento.
    Todos en el pueblo lo conocen desde años, con su tez de cobre arrugado y su vincha por sombrero. Nunca pide nada a nadie, ya que para comprar su pobreza no necesita dinero. Vive cerca de los cielos en la cumbre de esos cerros, porque el indio viejo nació libre y no quiere saber de encierros.
    Con su mula y su perro, sigue bajando parsimoniosamente rumbo al pueblo. A veces, mucho se acerca al precipicio, a veces se va muy lejos, pero sigue y sigue, avanzando muy despacio, por los intrincados senderos del cerro.
    Por fin llega al pueblo con su mula y su perro y cuando detiene su marcha hace apego al silencio. Nadie podrá adivinar por sus ojos si está triste o contento, porque nadie sabe que los años han dejado ciego al indio viejo.

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  100. Mi primera vez. El pulso acelerado, el corazón desbocado, la vista nublada, la mente confusa. Me tiemblan las piernas, el estómago se me encoje y lo ojos se me llenan de lágrimas. De alegría?, de tristeza? …. Naúseas y escalofríos, las manos sudorosas. La lengua adormecida: imposible hablar: me hará falta? Me pitan los oídos. Sí, lo has adivinado: mi primer vuelo en avión.

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  101. FRIDA Y EL MAR
    Un viaje no es un capricho. Puede ser una necesidad. Aunque la palabra exacta es una búsqueda, una búsqueda de la quimera, una búsqueda del alma, de la mirada nadando en el cielo infinito, una búsqueda para encontrar. Todo suele ser difícil al principio, con muchos objetos precisos y prisas. Pero enseguida el aroma a viaje te transporta y dejas atrás obstáculos y mentiras. La mente se libera y no dice nada. Sólo piensas, imaginas imágenes preciosas, perfectas, que verás más allá de tus sueños. Y así es, las encuentras. Hallas espectáculos de la naturaleza, envidias del hombre, escenarios humanos y música del viento.
    Frida sabía que encontraría lo que buscaba. Una playa fría. Unas olas gratificantes. Una espuma limpia, sincera, como ella consigo misma intentando aclarar su duelo de amor. Soledad. Silencio. Así se escucha cualquier corazón. Así se entiende la verdad. Su mente volaba a ras del mar. El horizonte. Su nuevo amor la trasportaba al infinito, el anterior construía barreras. El veredicto era soplado por la brisa. Una confesión. El miedo se iba. No más engaños. La libertad es para quien la quiera.

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  102. La Selva Negra no es un lugar para perderse. Puedes encontrar frutos silvestres y al lobo de Caperucita. Hasta puedes encontrar un ogro que te meriende con sus fauces de oscuridad. La Selva Negra no es un lugar para ir sola. Debes conversar entre bosque y bosque, haciendo como que no te importa la inmensa vegetación sino el nombre de las plantas. Qué tontería. La Selva Negra no es para ir mona. Es preferible llevar ropa cómoda y no romper el bolso con los arbustos. La Selva Negra no es para caminar grandes distancias. Mejor tantear el terreno y ver desde fuera el verde absorbente. La Selva Negra no es para llevar móvil, porque no habrá cobertura o se lo comerán los osos. La Selva Negra es un viaje trepidante, sólo cuando no te despistas del grupo para comer sin que te vean y termines tú sin ver a los únicos que no te comerían. Sólo pienso que no estoy perdida, que no estoy sola, que no he andado mucho y que no llevo un móvil inservible. Soy una aventurera. No tengo miedo. Incluso encontré un arroyo para beber. Ahora veo la salida.

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  103. DESTINO

    La mujer madura salió de su casa como un ladrón, esperando no ser descubierta y con las manos vacías.
    La chica de pelo rojo recorría las calles de la ciudad con una mochila a la espalda dispuesta a aprender las cosas por sí misma.
    Los pasos de ambas coincidieron en la estación de tren. La noche y un café las unió en una charla a deshora, sincera; las hizo amigas. De forma que, cuando llegaron a la taquilla, el futuro que empezaba abrirse ante ellas había dejado de ser ese lugar frío al que tenían que enfrentarse solas.

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  104. PARIS EN LOS DEDOS

    Un día, hace tiempo, descubrimos que los dos siempre habíamos querido ir a Paris. Desde entonces hemos estado planeando nuestro viaje.
    Del día de la llegada y de los días impares me he encargado yo; tú, de los pares y del día en que nos vamos.
    Espero que te guste el hotelito que he buscado en el centro de la ciudad, que pinches el enlace con el que accederás a nuestra habitación y que la visión de la cama de matrimonio no te haga huir del documento que te he preparado. Después podrás elegir entre el menú del restaurante del hotel o las fresas con champán; si eliges la fruta tu ordenador, me mandará un mensaje, sabré que estás leyéndome como nunca me has leído, como nunca te he escrito, con la más suave presión de la punta de nuestros dedos sobre el teclado.

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  105. Famoso

    Siempre lo reconocían en los aeropuertos, las chicas, que trataban de abalanzarse sobre él para el autógrafo. Como era tan elegante y en las telenovelas fingía tanta pasión, le identificaban inconscientemente con el amor. A lo mejor luego no hubieran sabido qué hacer, pero la perspectiva las hacía soñar. Claro, esto multiplicado a la séptima potencia por sus obligaciones, le sobrepasaba. No daba abasto. Le hubiera gustado multiplicarse. Satisfacerlas, pero no podía ser. Esto le hacía pensar: tantas fans ansiosas por conocerle mejor. Por fin se decidió a viajar a un lugar remoto y paradisíaco oculto del mundo. La prensa rosa no conocía su ubicación en el mapa. Había pasado un mes. Tenía que salir del hotel a cenar. ¡Y ahí llegaba gritando una en el restaurante, levantando la liebre…! ¡No!, pensó ¡Otra vez la multitud encima, histérica. Los guardas le tiraban de la ropa a la chica, hasta dejarla sin pantalones, pero ella persistía tenazmente, como un jabato acorralado tironeando de él medio desnuda, chillando. Luego, de vuelta a su habitación, pensó mucho en la fan aquella, y que estaba aburrido en el hotel, antes de dormirse. Podía tener miles.

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  106. “Todo es parte del viaje”

    -Hace veintiocho años estuve aquí; fue mi primer viaje a Pirineos.
    -¿Cómo llegasteis? -le pregunta él.
    -En tren y a dedo. Éramos unas crías bastante temerarias.
    Así charlando, ve el mesón donde desayunaban cola cao, el pequeño templo medieval flanqueado por un puñadito de viejas tumbas, el bosquecillo oscuro… El valle es estrecho y umbrío, celosamente escondido por corpulentas montañas. “¡Que emocionante es volver! -piensa-, aunque solo sea de paso. Vuelven incluso las conversaciones, los olores, los sueños…”
    Pero, a escasos metros de la iglesia, en el puente, a él se le cae la funda de la cámara, colándose entre dos listones de madera de una especie de tarima superpuesta a la antigua calzada. Intentan sacarla metiendo la mano, una ramita ganchuda, las pinzas de depilar…Es imposible.
    -¡Que le den a la funda!
    -Tranquila, no te rayes.
    Acaban comprando en un ultramarinos unas providenciales tenazas de las de girar la carne en las barbacoas; y tras solucionar con ellas el problema, visitan la iglesia a ritmo ligero, porque está anocheciendo y tienen que irse.
    No pasa nada, todo es parte del viaje. Algún día, también el puente le resultará evocador.

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  107. Un viaje espectacular

    Cuando a Pedro llegó a aquel lugar, tuvo que protegerse los ojos de la luz cegadora. Había estado esperando veinte años para ir y ahora todo le parecía increíble. Los árboles crecían a ambos lados de la calle y había personas. Él sólo conocía a dos: sus padres. Siempre le habían dicho que no era prudente estar siempre por ahí, vagabundeando. Y él los había escuchado. Pedro desentumeció las piernas andando de un lado a otro, mirando el cielo azul y abrasador y los jardines tan bien decorados que él había mirado desde la ventana durante tanto tiempo. Entonces oyó una voz que lo llamó :
    – ¡ Pedro! Sube ahora, ¿ que haces tanto tiempo ahí sólo?
    Era su madre, que le hablaba desde el balcón, con evidentes gestos de enfado. Pedro obedeció con la cabeza baja, avergonzado de su temeridad. Para ser la primera vez que salía de su casa, había corrido demasiados riesgos.

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  108. La comida

    Nos habíamos adentrado por la espesura y ya no podíamos volver sobre nuestros pasos. El Cholo, el Quique y yo, todos experimentados escaladores en busca de las cumbres inaccesibles de la montaña sagrada de aquél exótico país desconocido. Vagábamos sin rumbo a través de una intrincada red de manglares, y después por la selva oscura plagada de maleza.
    En un momento dado el Cholo decidió seguir la ruta por su cuenta. No pudimos hacer nada por retenerlo. A lo lejos oíamos los tambores de una tribu, a medida que íbamos avanzando. Entonces, en un momento dado, el Quique, alarmado e histérico, quiso volver al campamento.
    También lo perdí, sin poder hacer nada, teniendo que continuar solo. Me capturaron los nativos unos kilómetros más adelante, chiquititos y oscuros, con mirar huraño, amenazador. Durante el arresto me temí lo peor, pero en lugar de matarme, por la noche, maniatado, me obligaron a comer, sirviéndome una especie de salsa con costilla picante. Mientras me relamía, chupándome los dedos por el hambre atroz, contemplé horrorizado las mochilas y las ropas de mis amigos allí tiradas, junto a la caldera hirviente de troncos.

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  109. Nos habíamos adentrado por la espesura y ya no podíamos volver sobre nuestros pasos. El Cholo, el Quique y yo, todos experimentados escaladores en busca de las cumbres inaccesibles de la montaña sagrada de aquél exótico país desconocido. Vagábamos sin rumbo a través de una intrincada red de manglares, y después por la selva oscura plagada de maleza.
    En un momento dado el Cholo decidió seguir la ruta por su cuenta. No pudimos hacer nada por retenerlo. A lo lejos oíamos los tambores de una tribu, a medida que íbamos avanzando. Entonces, en un momento dado, el Quique, alarmado e histérico, quiso volver al campamento.
    También lo perdí, sin poder hacer nada, teniendo que continuar solo. Me capturaron los nativos unos kilómetros más adelante, chiquititos y oscuros, con mirar huraño, amenazador. Durante el arresto me temí lo peor, pero en lugar de matarme, por la noche, maniatado, me obligaron a comer, sirviéndome una especie de salsa con costilla picante. Mientras me relamía, chupándome los dedos por el hambre atroz, contemplé horrorizado las mochilas y las ropas de mis amigos allí tiradas, junto a la caldera hirviente de troncos.

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  110. Ansiedad

    Esperar, mi cabeza es un caos no debo olvidar los detalles, que hace falta ¿no olvido nada? Reviso una y otra vez, si todo en orden, solo deben pasar los días, cada vez se acerca más, la cuenta es regresiva, que podría salir mal?… pasa un día, no me dejare traicionar por los nervios, todo está bien, todo va bien solo tengo que esperar…paso otro día, todo está a punto de concluir o incluir…Ya no se qué digo pero esta vez va a suceder, no es un cuento, mentira o un sueño está ahí a la vuelta de la esquina , sucederá todo está hecho, solo espero, si, un día más… la espera termina, ¡¡que nervios !!…esta cerca muy cerca de suceder ¡hoy es el día!…hoy parece que todo se agita ya el tiempo no corre lento… ¡va muy de prisa!… ¿que falta? ¿Qué se me olvida?… ¡la espera ha terminado! ……¡por fin! toda una “ odisea “amigos me voy a …¡ PARIS ¡ …… comienza mi viaje… ¡QUE ASI SEA!

    “Ángel Dormido”

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  111. MIENTRAS TANTO

    Partí con Acab a bordo del Pequod en tu búsqueda, mas en un despiste desembarqué en el País de las Hadas. Alcé por ti mi copa de hidromiel brindando con Titania, y cuando la bajé me hallaba en Lothlorien. La dama Galadriel me mostró la línea recta hacia Avalón, convencida de que allí te encontraría, pero me embelesé con la melodía de sirenas sedientas de humanidad y acabé pasando siete años entre los brazos de Lilith. Al fin encontré una grieta hacia el inframundo tras una estantería con un libro suelto y escapé, sumergiéndome en la Laguna Estigia y ascendiendo en la Fuente de la Eterna Juventud. Refrescado, aunque solo, ordené a mis pasos caminar en pos tuyo, sin embargo acabaron bailando desobedientes al borde del precipicio, en los Acantilados de la Locura.

    Como el viajero fatigado en que me he convertido, me he detenido a descansar un momento en la acogedora Shangri-la. Aquí el aire puro incita a la reflexión y un pensamiento asalta mi mente: quizá lo más importante no sea regresar contigo a Ítaca, sino los acontecimientos que ocurren por el camino mientras tanto.

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  112. Road movie

    Llevaba unas dos horas de viaje cuando el motor se paró. En lugar de llamar a la asistencia técnica lo dejé debajo de un árbol, saqué la tienda de campaña y me instalé al borde de la carretera.

    Por la noche las fábricas apagaron las luces y las columnas de humo blanco desparecieron. No pasaban coches y el silencio era total.

    Poco a poco fueron llegando. Muchos viajeros paraban por si necesita-ba algo. Algunos se quedaban a charlar un rato. Eran los que, como yo, se habían propuesto hacer un viaje para conocerse mejor. Más tarde volverían a cruzarse con mi tienda, cada uno con su experiencia vivida.

    -Y tú, ¿cuándo te vas a animar?- me preguntó uno de ellos una vez.

    Una colonia de gatos había ocupado lo que quedaba de mi coche.

    -Igual más adelante –dije.

    -Claro, cuando te veas preparado –contestó.

    Y se alejó hacia el punto de partida.

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  113. El tren

    Éramos tan humanos, que solo se nos acostumbraba volar con las aviones, todo por el beso de alguna hermosa señorita; plegábamos el papel y la lanzábamos con un poema a la inmensidad, fuimos los interminables delincuentes de las sonrisas, solíamos robarnos sus corazones, éramos el asalto al tesoro de los besos, y fuimos condenados muy seguido a su electricidad. Recuerdo vuestros viajes, directos y profundos a las anatomías de sus cuerpos, desde el sol de sus ojos, a los laberintos de sus labios, donde solíamos perdernos la vida, desde el Aconcagua de sus pechos, a los mismos cielos de su corazón, y desde todo lo que sus cabecitas se que puedan imaginarse.
    Pero un día todos llegamos a la estación, y nosotros no fuimos la excepción, ella paso para el y para mi, se nos escurrió entre los dedos, no supimos sujetarla, el amor verdadero cruzó ante vosotros y no supimos embarcarnos en su viaje, y el tren en la vida pasa solo una vez. “Aprende a emprender la travesía en los viajes del amor, se para sus alas el mejor turista”.

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  114. El Malpaís

    Sólo las aulagas, cardones y tabaibas parecían acompañar al viento de la tarde. Los caminos de la costa, en el Malpaís de Güimar, una zona protegida alejada de las casas y de la gente. Tan sólo visitada por turistas ansiosos de naturaleza y por pescadores solitarios que se aventuran en el mar de lavas milenarias.
    Primero una vereda de piedra volcánica y arena, apenas intransitable, para introducirte en un mundo perdido, vigilado desde los cielos por el cernícalo que ronda la Montaña Grande, antiguo volcán extinto, y por las pardelas que viajan desde el mar a la montaña. Lagartos e insectos autóctonos para rellenar la libreta de campo de cualquier biólogo. Después un camino de arena negra y brillante que sube a trompicones desde la Montaña del Mar hasta los confines con el mundo real, el de la autopista del sur de la isla. Así es el Malpaís de Güimar un mundo oculto e inerte, que parece pervivir por suerte para goce de propios y extraños en Canarias.

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  115. Romagna mía

    Vivir una estadía otoñal en Forli atesora todo un abanico de ventajas transformadas en sonidos y colores. Atrapada en el murmullo del alboroto italiano, ves como todos los paseos se visten elegantes con la gama de marrones, y sientes cómo el viento agitado silba más allá de sus calles empedradas pues el pequeño centro queda cercado por pórticos que lo calman. Cada rincón retiene aroma de café, cada camino desprende una inspiración que se convierte en arte.
    Su vida transcurre a pedaladas, cada habitante se mueve en bicicleta. Recuerdo la mía azul turquesa, y cómo el abuelo Osvaldo la sanaba siempre después de un traspié. Añoro a Olimpia y a Luisa, mis dos eternas, ancianas y reconocidas amigas escritoras. Me brindaron tardes colmadas de historias de vida, exilios y luchas partisanas.
    El viaje de ese otoño, diez años atrás, encubre esencias de vital permanencia; aún pedaleo libre sobre mi señorial bicicleta evocando los bellos poemas que heredé para siempre de ellas.
    “E su quei cieli te ne vai lontana
    una lacrima morde la tua faccia
    e tace la tua bocca calda
    che mi resse folle»

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  116. EL GLOBO VIAJERO.
    Al principio yo era flaco y me sentía vacío e insignificante. Siempre quise viajar por los cielos limpios de nubes, pero necesitaba que alguien me llenara de aire.
    Un día, en los que estaba muy aburrido, me compró un niño y me regaló su aliento. Colocándome una cuerda fina a mis pies me llevó de paseo por las calles llenas de gente, pero yo quería volar más alto. Por tanto, me enredé entre las ramas de un árbol y con prisa comencé a moverme para romper la cuerda que el niño no quería soltar.
    Al fin se rompió y sentí un poco de vértigo cuando me elevé bien alto por el cielo. Pronto me acostumbré a los vaivenes del aire y tumbado boca arriba disfrutaba del viaje. Me dejé llevar por el viento hasta otra ciudad. Quería ver monumentos, pasear por parques, ver escaparates, jugar a sentarme en las cabezas… y, de pronto, un pájaro me asestó un picotazo asesino y mi aliento se desvaneció.
    Volví a ser delgaducho, hasta que un día una niña me rescató y me infló. Aprendí que nunca debo viajar solo, porque es muy peligroso.

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  117. MI VIAJE A UN LUGAR

    Mi viaje a un lugar es el viaje que realice a un determinado lugar del globo terrestre donde pude compartir junto a otros escenas tipicas, mi viaje a un lugar se desarrollo en una ciudad norteamericana, mi viaje a un lugar lo lleve acabo junto a mas turistas visitando dicho pais norteamericano, mi viaje a un lugar se desarrollo entonces en dicho pais americano junto a mas turistas que lo visitaban como yo, mi viaje a un lugar significo todo lo que pude aprender de mi visita, el viaje a un lugar en este caso se realizo en avion, tres horas en avion y luego pude mediante visitas conocer el pais americano de manera abundante, mi viaje a un lugar por lo tanto se define como el viaje a america para poder conocer o aprender todo aquello que tiene de interesante dicho pais americano, mi viaje a un lugar por lo tanto representa el viaje que hice en avion y luego me movi por dicho pais en diferentes medios para poder conocerlo mejor. Mi viaje a un lugar fue de todas todas sobresaliente.

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  118. EL VIAJE Y LA FAMILIA

    El viaje que realice en familia fue del todo agradable, en este viaje pude disfrutar en familia de unos paisajes y un mundo fabuloso que venian reflejados en las imágenes de mi alrededor, el viaje y la familia estan interrelacionados, la familia muchas veces realiza viajes a diversos entornos, el viaje y la familia sucedió en un recorrido hermoso donde se podia disfrutar fervientemente de los paisajes a su paso, dicho viaje se realizo en tren por las selvas del amazonas, las selvas del amazonas son selvas vírgenes y el viaje y la familia que lo realizo quedaron totalmente satisfechos de los horizontes que aparecian ante sus ojos, el viaje y la familia se relacionaban en unos ambientes tipicos de la selva amazonica que pudimos disfrutar enormemente ante sus propios ojos, la selva amazonica es una selva que aun subsiste de manera salvaje y mi viaje para conocerla mejor junto a la familia fue totalmente exitosa. El viaje y la familia hizo que me sintiera en completa armonia con la naturaleza o la selva en este caso.

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  119. Mi viaje juntos significo una aventura de la cual estoy satisfecha, mi viaje juntos lo realice a el pais de china con todo lo que pude ver y descubrir en dicho pais, mi viaje juntos lo realice a china en compañía de mi novio, juntos pudimos descubrir dicho pais con todo lo que esto significa, china y sus fuentes de riqueza fueron explotadas por sus gentes oriundas, mi viaje junto a mi novio fue satisfactorio plenamente y juntos pudimos visitar tanto monumentos, ciudades, fabricas u otro tipo de construccion que en este pais chino se puede encontrar, mi novio y yo aprendimos todo acerca de dicho pais, el viaje duro un mes y como estaba bien dotada de dinero pude en dicho mes conocer a fondo todo el pais chino de forma que pasado el mes no me quedaba por descubrir nada desconocido de dicho pais chino, sus gentes tienen rasgos orientales y son gentes sociables y atentas, hize junto a mi novio muchos amigos que aun tengo o incluso con alguno mantengo correspondencia, mi viaje junto a mi novio me lleno plenamente, ¡pienso repetir!

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  120. Viaje
    Viajé en autobús ayer. El camino fue largo pero gastamos poco tiempo en llegar a nuestro destino. La estación de transporte era fría. Quise devolverme de inmediato a mi ciudad, a mi casa; sin embargo fue imposible. El encargado manifestó que los viajes de regreso estaban cancelados.
    – ¡En dos días recibirá el boleto para continuar hasta el trayecto final! – dijo
    No entendí la situación.
    De repente, un autobús llegó. Varias personas se bajaron, entre ellos, mi amigo Juan. Se alegró al verme. Me abrazó al mismo tiempo que decía:
    – ¡Ahora comprendo!
    – ¿Qué es lo que comprendes?
    Sus palabras, develaron el misterio de los viajes.
    – ¡Estamos muertos!

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  121. Viaje al infinito

    Mi nombre, un viaje a las penumbras y montañas, yo, el que nace de los verbos y muere al alma inmortal. Me cubrió la noche, me tapo de laberintos y fantasmas. Hoy creí que moriría, desde las primeras horas de esta noche blanca; un crespón oscuro se balanceó en mi alma y al arrullo de una sola flauta del aire oí la voz.
    Un grito que rasguña de consciencia, me retumbó en las neuronas, comprendí entonces el poder de los milagros, los misterios de Dios, los sin limites, las máquinas del tiempo, la era a las galaxias, y las épocas históricas que entierran los noveles espíritus. Hoy, en esta noche blanca, las velas iluminaron mi frente, hoy ante la muerte, tomé mi pluma, la mojé de tinta y logre llegar y ser como muchos, en un verdadero viaje al infinito.
    “Todos, a cada paso, escribimos un milagro, viajando al infinito”

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  122. Invisibles

    Es inmensa la soledad del paisaje que uno puede encontrar en Mascasín, un páramo riojano, allí donde la cordillera de los Andes ya se desentendió de su altura, cambia del blanco al ocre y del ocre al monótono marrón que se hace eterno hasta el horizonte.

    Y en ese color, fijando la vista, adivinando, uno puede ir descubriendo, cual camaleones, pequeños caseríos del mismo color de la tierra, con gente también del mismo color de la tierra, cuidando sus cabras del mismo color de la tierra.

    Ningún cable llega hasta ellos para proveer esa luz que los haga mas visibles. Ningún agua llega para oscurecer el color de la tierra.

    Tal vez esa invisibilidad que provee el mimetismo con la tierra sea la razón por la que han vivido, y viven, olvidados por quienes deciden las cosas en esas tierras del color de la gente.

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  123. VIAJE EN SOLEDAD
    Recluido estás en un convento y tus palabras son escuchadas tan solo por el viento. La luna es quien tus sueños acuna y te mece mientras derramas lágrimas que nadie se merece.
    Allí en soledad abatido de un fracaso, fijas tus pupilas en el vaso y lo mueves a la par que te entretienes dibujando figuras en el fino cristal.
    De nuevo en la noche el canto gregoriano para que no olvides donde estás. Y te vas a reposar tu pena tendido en la cama y a escuchar un poema he enviado a la luna para que te lo susurre a partir de la una.
    Si por la ventana asoma la osa mayor, levanta y mira en su carro. Alguien puso para ti una flor.

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  124. Microcosmos,

    Ha entrado en su interior, y avanza por la garganta, dirigiéndose, guiada por mano certera, mientras ilumina y anuncia el camino a la mano que lo guía, hacia el estómago.
    ¡Retrocede! La epiglotis está abierta, no la faringe… Ahora es el momento, y la mano aprovecha ¡Zas! Se introduce en la gran fábrica de vida, y de la vida, en el laboratorio de física y química que todos tenemos incorporado, y curiosea.
    Saltan jugos hacia ella, y busca, rastrea, mira en los últimos recovecos… Y ve, y deja ver, y muestra lo que en otros ya se ha visto…
    Ve el diálogo de la vida que es muerte… Las células que explotan para destruir lo que las mantiene vivas, lo que las alimenta, aquello con lo que se nutren… La vida que come… y trae la muerte.
    Vuelve atrás, deshaciendo el viaje, y reafirmando lo que ha mostrado en el viaje de ida.
    Dentro de un rato, mismo camino, y a la vez distinto. Misma carretera, distinto paisaje. Mismos observadores, distinto observado.
    El resultado no se puede predecir…

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  125. Macrocosmos,

    Floto en el espacio, y siento Nada…
    Noto el silencio, que no es tan silencioso como yo esperaba…
    Floto en el vacío, que no es tal, y se halla lleno de objetos, extraños e indefinibles, para alguien que tiene que estar pendiente de otros asuntos, además de tener que evitar chocar con ellos…
    Partículas de luz se cruzan conmigo, igual que partículas de polvo, trozos de chatarra espacial, nubes de asteroides…
    El frío glacial me rodea, como a todo, como una espesa salsa dispuesta a llevarme más allá de todo lo conocido hasta ahora por mi.
    Todos vamos hacia la Nada, o hacia el infinito, que supongo que será el Todo, por contraposición a eso que tiene una existencia no siendo…
    En suspensión, colgados ¿de qué?
    Un hilo invisible nos sostiene, mientras quizás damos solamente vueltas.
    ¿Alrededor de qué?
    O quizá estamos quietos y todo gira a nuestro alrededor, ignorándolo nosotros…

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  126. Café,

    Nunca estuve en África.
    Sin embargo, la conozco. La conozco más que muchos.
    He visto multitud de documentales. He leído muchas de sus historias. He leído multitud de historias que cuentan las personas que han vivido en ella. Me he cruzado y trabajado con muchas personas que han nacido allí.
    Estas personas han sido novias de mis amigos, novios de mis amigas, esposos, padres, madres, de seres que han convivido conmigo en mi barrio, en mi ciudad.
    Ellas me han contado sus propias historias, las costumbres de sus países, sus glorias, sus miserias, sus historias de familia.
    Y sin moverme de aquí, mi piel, cada vez, es más oscura, como el buen café, alrededor del cual se sientan, algunos, para charlar y recordar…

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  127. ATASCO

    Fue un atasco tremendo: diez horas detenidos en la autopista debido a un desprendimiento de rocas. Aquello se convirtió en un reflejo de la vida y la muerte. Los pasajeros del autobús y muchos de los que viajaban en los automóviles, organizamos el tiempo, la comida, la bebida y el sueño de los niños, de tal manera que las horas que estuvimos detenidos se nos pasaron sin sentir. Los juegos, cantos, chistes, pasatiempos y alegría hicieron que se creara un vínculo mágico entre nosotros. Hasta surgieron idilios, enamoramientos y propuestas laborales. Sin embargo, todos sabíamos que el momento de partir llegaría de un momento a otro.

    Por eso, cuando nos dijeron que la carretera ya estaba expedita, no nos alegramos, al contrario: todos supimos que jamás volveríamos a vernos, y eso nos entristeció.

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  128. Underground.

    Veo desde el asiento de enfrente que me miras. Cruzamos las miradas y desviamos los ojos. Nos hemos dado cuenta de que los dos hemos pensado en lo mismo. Esbozas una leve sonrisa que me gusta. Mucho. He visto como tus ojos se abrían y me dedicabas otra mirada.

    Consulto un mapa innecesario, trazo un destino inútil. Todo por no enfrentarme a esos ojos caníbales.

    Y me vuelves a mirar girando la cabeza al tiempo que pestañeas. No está bien, creo que estás pensando. Y no sabes por qué te esta pasando esto.

    Y te vuelvo a mirar, sin poder ocultar ya mi risa. Crees que pienso que algo está ocurriéndonos.

    La megafonía anuncia el destino. Me levanto. Inicio el recorrido hacia nuestra despedida. Parado en el andén, te busco tras la ventanilla. No veo nada y el tren arranca.

    Jamás el viaje de Queensway a Lancaster Gate había durado tanto.

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  129. Despiste

    —Tierra llamando a Cuentista… tierra llamando a Cuentista… responda Cuentista

    —Aquí Cuentista intentando alunizar… adelante tierra

    —Pero qué hace Cuentista, regrese de inmediato

    —Qué pasa tierra, estoy en maniobra complicada

    —Regrese de inmediato Cuentista… usted se olvidó de la nave

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  130. EL PIE FUERA.

    Miré ensimismado la ruta y recorrí con el aguilucho infinitos paisajes rugosos, de matas claro oscuras por el invierno crudo y voraz que azotaba la Patagonia.
    No me di cuenta de que la nafta no alcanzaba para seguir, no alcanzaba tampoco lo que había recorrido para olvidarme lo acontecido anteriormente en mí vida. Su suicidio había sido tan horrible para mí que se me recomendó el viaje como vía de escape, aunque yo lo veía como una tortura: El pensar qué ya no estaría conmigo me arruino toda esperanza y convicción. Ella quizás realizo otro viaje, un viaje que yo realizare en otro momento. No me animaría a decir que viaje es más revelador, el de creer que vivimos o el de morir para poder vivir.
    Solo sé que ahora el viaje que me queda es más tortuoso que el suyo. ¿Sera tan así en realidad?

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  131. Viajar con las palabras es a veces más gratificante que con el cuerpo, ya que este último sufre las inclemencias del tiempo, los cambios horarios y las incomodidades de lugares remotos. En cambio, sin moverme de mi silla he dado la vuelta al mundo en 80 días, he hecho 20.000 leguas de viaje submarino, he pisado la Luna y he viajado cinco semanas en globo.

    Lo que no entiendo es porque tengo agujetas en todo el cuerpo, ¿será que de verdad he viajado y estaba soñando que sólamente leía?

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  132. QUÉ PERRA VIDA

    Qué perra vida. Andar y andar sin apenas descanso por esta maldita carretera llena de obstáculos y peligros y, caiga lo que caiga del cielo. No queda otro remedio que seguir a un líder que no sabe lo que hace. Seguramente yo gobernaría mejor que él, mucho mejor que él. Además, se va haciendo viejo y cada vez comete fallos más grandes.
    Este último error ha sido el peor de todos. Hacernos cruzar este río caudaloso, sin puente, con nuestros pequeños, y por el sitio más difícil, por una rivera llena de fango resbaloso, donde los cocodrilos hambrientos aguardan pacientemente para devorarnos.
    La próxima vez que volvamos a cruzar el río, el jefe seré yo, porque entonces seré el ñu con más experiencia.

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  133. APRENDIENDO A VOLAR

    Nunca olvidaré mi primer vuelo. Tenía cuatro años, y como no alcanzaba al bote de mermelada, volé, me di con la cabeza en el techo y derribé todos los botes de la alacena.
    —Clark Kent—fue la regañina de mi madre—¡debes aprender a controlar tus poderes!.

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  134. Luces de mil brazos

    Las farolas de la ruta iluminaban en lapsos simétricos el rostro de mi hija, sus párpados pesados, casi inmóviles me transmitían cierta serenidad, seguramente después del caos habría conseguido ser esclava de un sueño tranquilo. Llevábamos casi 3 horas en aquel vehículo extraño, los paisajes se iban presentando como una sucesión de imágenes llanas al viento. La cruda mudez reinaba en los asientos, habíamos visto el terror, el ruido, las distancias, ahora todo era brisa húmeda. Nos dirigíamos hacia el norte, allí nos esperaban, probablemente intentarían abrigarnos con palabras, darnos cierto aliento, hacernos respirar. Quedaba gente todavía en la zona, almas desesperadas que se contraían entre escombros, siluetas pasajeras que intentaban despertar. La replica sacudió ferozmente la camioneta, los llantos emergieron en el acto y todo aquel alarido volvió. Me sentía intacto, tranquilo, expectante de la pesadez ajena, observaba las montañas, poco a poco la luz fue pintando sus relieves, me mostraba sus texturas, me acogía entre sus brazos. Todo se calmó, o volvió más calmo de lo que para mí era, me encontraba alienado, recosté mi cabeza en el asiento y volví a recordarla a mi lado.

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  135. PRIMERO UN PASO

    El sol enrojecía sus mejillas, el viento enredaba su cabello, sus pasos arrastrados denotaban su cansancio. Imágenes irreales brillaban en el asfalto del solitario camino. Se sentó a la orilla sobre uno de sus bolsos. Vio las hormigas pasar a su lado, cargadas recorrían su trayecto. Levantó su cuerpo cansado, sus pies empezaron a moverse, primero un paso, después otro. Su espalda se doblaba del dolor. Sintió a lo lejos el sonido de un vehículo, era la campana salvadora. Miró hacia atrás, el ánimo retornó a su cuerpo, segundos después, mientras se acercaba, sintió el cansancio nuevamente. Él se detuvo, la miró, con un gesto le dijo que subiera. Ella bajó la cabeza, fijó su vista hacia adelante y siguió su camino. Primero un paso, después otro.

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  136. Grecia, 1984 d. C.

    Para la arqueóloga ir a Grecia de viaje era una aventura experimental de todo el conocimiento adquirido durante la carrera. Tenía tres semanas por delante para descubrir tres maravillosas civilizaciones, la minoica, la micénica y la clásica. Carretes de fotografías inundaban su maleta para ser los fieles testimonios de su periplo al pasado.
    Llegar a Atenas y descubrir que podía morir atropellada en cualquier momento fue su primera experiencia, la segunda descubrir la mugre que se encontraba en cualquier rincón, en la silla de un bar o en la cocina de un restaurante. Después subir a la Acrópolis a primera hora de la mañana, para evitar el calor y los turistas, el Museo Nacional, Delfos, Micenas, Esparta, Maratón y Creta.
    Diapositivas y recuerdos fueron lo que le quedó a la arqueóloga al volver del viaje. Pasó hambre por primera vez en su vida y llegó a la conclusión de que tenía que dejar en su casa la asquerosidad que sentía o no saldría nunca más de su entorno. Pero se llevó en su corazón la hospitalidad del pueblo griego porque fue el único lugar del mundo donde se sintió una diosa.

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  137. VIAJE EN ARMARIO
    Condicionamos y echamos a la playa el viejo armario de casa, como si de un viaje MaryPoppiniano se tratara. Con un leve atisbo dijimos adiós para siempre a nuestra identidad. Inspiramos profundamente toda la cotidianidad posible y lo empujamos hacia el inmenso azul. Recuerdo a mi pura¹ rogándole a las alturas: «Oh Dios mío, no entregues sus sueños a los escualos y haz su presente la Yuma²».

    1. Madre / 2. EEUU

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  138. Viaje a la cuidad permitida

    Sólo sé que eran muchas calles, que estaban llenas de barro y que en cada esquina nos ofrecían de todo, en todos los idiomas. Transeúntes aturdidos, tal vez atosigados por tanta barbarie o por la simple humanidad desplegada en un abanico sin fin.

    Las calles se cruzaban con los canales y éstos con miles de bicicletas, ofrecían un sin fin de encrucijadas. El atardecer iluminaba aquella cuidad, tomaba vida, abiertamente lucía su esplendor. Las tiendas de alimentación, de reparación de zapatos, de bicicletas, desaparecían al caer el sol. Un mundo nuevo se abría de par en par, comercios y servicios de, para y con todo tipo de ofertas. Todo lo que un ser humano puede hacer y vender, se hace y vende allí. Como si nunca se hubiera podido dar rienda suelta a la imaginación del hombre en un lugar, como si eso jamás hubiera sido permitido y de pronto, allí tuviera que serlo.

    Pernando Gaztelu

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  139. Cuando salí todavía llevaba el pelo mojado. El cielo era gris, como los adoquines, los raíles y las fachadas de las casas. Pero no hacía frío. Cracovia parecía una de esas estampas diminutas que meten en una bola de cristal, y que luego agitas para que revoloteen bolitas blancas dentro, a modo de nieve. Era el ojo de un huracán, un lugar de inusitada calma en lo que años atrás había sido pura tempestad.

    Vagué por la calle Mariacki empapándome de ese acento que me recordaba al pársel de Harry Potter. Sólo alcanzaba a distinguir siseos fuertes y otros más suaves, pero me parecían armoniosos. No hacía viento, pero las horas secaron mi melena.

    Finalmente se hizo de noche. Me reuní con Lukasz y volvimos a pasear por aquellas calles de postal y a emborracharnos de vodka de todos los sabores, pero siempre con una pizca de amor y otra de hielo. Después de la medianoche, cruzamos una calle surcada por raíles, pero no miramos a derecha e izquierda. La dirección en Cracovia, aquella noche, desembocaría en un solo lugar.

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  140. Raíles

    Cuando salí todavía llevaba el pelo mojado. El cielo era gris, como los adoquines, los raíles y las fachadas de las casas. Pero no hacía frío. Cracovia parecía una de esas estampas diminutas que meten en una bola de cristal, y que luego agitas para que revoloteen bolitas blancas dentro, a modo de nieve. Era el ojo de un huracán, un lugar de inusitada calma en lo que años atrás había sido pura tempestad.

    Vagué por la calle Mariacki empapándome de ese acento que me recordaba al pársel de Harry Potter. Sólo alcanzaba a distinguir siseos fuertes y otros más suaves, pero me parecían armoniosos. No hacía viento, pero las horas secaron mi melena.

    Finalmente se hizo de noche. Me reuní con Lukasz y volvimos a pasear por aquellas calles de postal y a emborracharnos de vodka de todos los sabores, pero siempre con una pizca de amor y otra de hielo. Después de la medianoche, cruzamos una calle surcada por raíles, pero no miramos a derecha e izquierda. La dirección en Cracovia, aquella noche, desembocaría en un solo lugar.

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  141. Viajes soñados

    Quise ser cartón en el carro del trapero, rueda en la bicicleta del afilador, magma en la boca de un volcán, epicentro de un terremoto, escoba de bruja, hilo de cometa…
    Y aquí estoy esperando con impaciencia, como una turista más, a que lleguen mis maletas.

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  142. El placer de viajar en taxi

    Aquella tarde cuando bajé del taxi, mis ojos se quedaron prendidos del oscuro misterio reflejado en el espejo retrovisor, mi lengua explorando nuevas dimensiones, mis piernas enredadas, como hiedra tierna, entre el freno y el acelerador, mis pezones apuntando siempre hacia delante, mi cabeza perdida entre las finas hebras color azabache, mi corazón exangüe sobre el asiento de atrás. Y desde entonces, recorro incansable las calles de la ciudad buscando, entre el tráfico, el taxi donde se pasea mi cuerpo.

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  143. Me quedé mirando el despertador que sonaría dos horas después, incapaz de conciliar el sueño. El silencio se mezclaba con los rastros de ciudad que aún traía en el cuerpo y se volvía, por momentos, en una fiesta de sonidos, en el resumen de la semana; para después volver a ser un susurro. Mientras el campamento estaba sumergido en el sopor de la noche, yo pensaba en la travesía que nos esperaba al amanecer.

    Un mes antes había decidido viajar hasta Canaima, alejarme del apuro de Caracas, la ciudad donde vivo, para llegar hasta el Salto Ángel; la cascada más alta del mundo.

    No quería viajar sola. Cuando sabes que te vas a enfrentar a algo grande, que pareciera que no va a entrar por completo en el asombro de la mirada, tratas de buscar una certeza en la que apoyar el entusiasmo. Pero a todo intento de compañía, conseguí un no como respuesta. Cada quien va caminando por la ciudad, atado a su propio ritmo. Entendí que lo que haría distinto ese viaje, más allá de llegar a ese lugar por primera vez, era la garantía de que tenía que hacerlo sola.

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  144. El tren (Ruth del Valle Cóbar)

    Me subí al tren en la tercera estación, faltaban pocos kilómetros para llegar al destino. Iba a encontrarme con un nuevo amor, a concretar nuestra nueva vida juntos. Iba llena de ilusiones.

    De repente, una luz brilló fuertemente frente a mi rostro y todo se quedó a oscuras. Una mano, un beso, una caricia. Todo parecía irreal, pero agradable. Soñé con la recepción que me haría al llegar, pensando que era esa ilusión la que me motivaba. Imaginé el día de la boda, los arreglos, sus hermanas, sus padres… los míos habían fallecido hacía mucho y fui hija única.

    Al llegar a la siguiente estación, desperté sobresaltada… revisé mis cosas, porque sentía que algo me faltaba. No entendía qué había pasado, quién me había robado el corazón… pero ya no estaba ahí. Por más que vacié las bolsas, no encontré nada.

    Tuve que volver sobre el camino andado, no podía llegar descorazonada… sólo encontré piedras y soledad, silencio apabullante. De reojo vi tu silueta, sentí tu aroma, percibí tu calor. Sabía que ahí estabas, pero eras invisible para todos… eras tú que había vuelto para recordarme que mi corazón te pertenecía.

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  145. EL MENSAJE

    Disponía de media hora y todavía no había hallado el modo de asearme. Viajaba en tren y desde hacía días no me duchaba, no era el mejor modo de encontrarme con la mujer a la que amaba. Compré una botella de agua, pagué el euro del lavabo e improvisé una ducha sobre el retrete. En ese instante sonó el teléfono, era ella.
    Estuvimos en una terraza, Venecia era maravillosa al atardecer. Hablamos de cómo nos conocimos, de qué haríamos en el futuro y de cuándo volveríamos a vernos. Cuatro horas fugaces, ella estaba radiante. Fui a pagar la cuenta, que era muy abundante para el bolsillo de un mochilero. No me importó.
    Nos despedimos en un andén de la estación de Santa Lucía, cada uno partía en un tren, a lugares diferentes, sin saber cuando sería la próxima vez. Nos dijimos adiós con un cigarrillo y un abrazo.
    Subí las cosas al vagón, las coloqué arriba, tomé asiento y sonó el teléfono. Leí el mensaje y salí corriendo pero el tren ya se había ido, se veía a lo lejos abandonando Venecia. Nunca volví a verla.

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  146. Planeando todo lo que iba a hacer en esa semana de vacaciones, se había liado a cañas y llegaba tarde a la estación para coger aquel tren que le llevaría a Madrid.

    No había unanimidad, por eso no sabían cual sería el destino final.

    Carlos y Javier votaron por Valencia, Juan y Manuel por Málaga, Jaime por Cádiz y Hugo, el que llegaba tarde a todo, el indeciso, el que se acoplaba a lo que dijeran los demás, no se había pronunciado.

    Primero irían a Madrid y allí decidirían la próxima y definitiva parada. En la misma estación sacarían los billetes.

    Llegaron a casa de Hugo, tocaron el claxon:
    – “¡Baja ya tío! ¡Qué pesado eres!”
    Hugo se asomó a la ventana: “Ya bajoooo” y sonó el teléfono: “¿Si? Mamá, me pillas yendome por la puerta.”
    – “Hijo, ¿no tienes ni dos minutos para mi?”
    – “Claro que si, mamá. Espera.” Se asomó de nuevo: “Tíos id yendo que ahora me pego una carrera”.

    El coche arrancó justo en el momento en que aquel camión dio marcha atrás, engullendo con su guardabarros el Fiat Uno de Carlos.

    Ninguno sobrevivió. Nadie cogió ese tren.

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  147. El Taj Mahal

    Esculpida a mano se levanta el más imponente de los palacios que nunca antes había visto, blanquecino, suntuoso, cargado de misterio, y recubierto de misticismo en medio del más bello paraje de la India. En Agra oí los primeros cánticos y oraciones, el dulzor de las gentes a nuestro paso, con la mochila a cuestas e historias por recopilar en un bloc de notas nuevo. Una belleza sin igual, recubierta de perlas, jardines coloridos, luces deslumbrantes, amor condensado en cada paso, en la tez blanca como la luz de las estrellas, que reposa en el tiempo, perfilado y esculpido al milímetro con cincel. Cualquier viajero queda extrañamente absorto, en medio de tanta pobreza emerge la silueta del Alma de quienes vivieron su amor. Un paraíso adornado en un cielo limpio, cristalino, como el agua que corre por entre los jardines llenos de flores. Olores embriagadores, matices absorbentes, explosión de sentimientos, versos hechos piedra. El cielo fundido con la tierra…“una alegría para el Alma”, escuché decir a una de las personas que vagaban por los jardines, y allí me quedé llenándome de sensaciones hasta que se hizo la noche.

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  148. El paraíso

    El sol se encaminó hacía el ocaso en un cielo desprovisto de nubes. En el horizonte la suave pendiente de las colinas emergían suntuosas rompiendo la llanura que se extendía kilómetros a la redonda. Nos detuvimos en un bosque ralo a descansar. Antara, un aborigen de la zona conocía el lugar como la palma de su mano. Me senté resguardado del sol que aun quemaba contemplando el paisaje cromático, saboreando el silencio roto por el sonido de una naturaleza apabullante. Él sigiloso se marchó, portando a los pocos minutos un pequeño canguro para cenar. Acopié toda la leña que encontré dispersa por entre los matojos y encendimos una fogata. “Biame nos da la oportunidad de poder celebrar este encuentro” dijo levantando las manos al cielo. La noche se hizo y un mar salpicado de gotas de rocío comenzó a aparecer en el oscuro cielo, imponentemente estrellado. Mantuvimos durante toda la noche el fuego encendido, envuelto de historias que Antara contaba orgulloso junto a la tienda de campaña. Al día siguiente despertemos bien temprano, justo al salir los primeros rayos de sol, en medio del paraíso.

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  149. Enamorada.-

    Cuando un argentino sale de su querido Buenos Aires, lo primero que hace al llegar a una nueva ciudad, en otro continente como es mí caso, es averiguar dónde se come bien carne argentina. Llegué a Madrid, un lugar para ver con cierta calma a pesar de su frenético movimiento y su pintoresco ruido. Una mezcla de vieja historia y de intentar ponerse al día. En Sol, la plaza céntrica y emblemática, más conocida desde la reciente “Spanish Revolution”, me contaron que se puede comer bien. Así fue, entré y el local me cautivó, más aún cuando al poco de sentarme los olores de las carnes y el vaivén de los camareros parecían orquestados. Me percaté de una pareja que comía cerca de mi mesa, no podían apartar sus miradas. Se devoraban sin tocarse apenas. Al tiempo que saboreaban sus manjares, la camarera que los servía no podía apartar sus ojos.
    Cuando terminaron la comida se marcharon. Nunca podré olvidar que susurró la camarera a su jefa.

    -Si algún día me enamoro. Quiero tener la mirada de esa mujer para siempre. Si no prefiero quedarme soltera para los restos.

    Así sucedió.

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  150. Sabía que se estaba perdiendo cosas absolutamente extraordinarias, sabía que se lo estaba perdiendo, pero se sentía incapaz de dar el paso. El pánico a volar le había impedido, hasta ahora, hacer viajes de largo alcance.

    Podía subirse a un tren, a un coche e incluso a un barco, pero sólo pensar en un avión le impedía dormir durante las dos o tres noches anteriores, y en el último momento se había sentido incapaz de avanzar por aquel finger y montarse en aquel aparato enorme y claustrofóbico con alas.

    Ahora le había conocido a él.

    Era piloto de aviones y le había convencido para que, por fin, venciera sus miedos, porque a su lado vería lo difícil que es que aquello fuera mal. La estadística estaba de su parte. La estadística y el gran conocimiento que tenían los pilotos sobre todo lo que acontecía dentro del avión.

    Y accedió, todavía no entendía por qué había dicho que si, pero ya estaba en el aeropuerto, tirando de aquel troley, a punto, a puntito de pasar por el odioso y temido finger.

    Se subió a aquel aparato un martes.

    Nunca más se quiso bajar.

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  151. HACIA EL HORIZONTE

    Estaban a punto de perder las esperanzas cuando finalmente escucharon el silbato del tren. Subieron de prisa, confiando en encontrar un buen lugar.
    «Estoy segura que la felicidad que esperamos se encuentra cada vez más cerca», dijo ella para sí, cuando comenzaron a avanzar. Cerró los ojos y se recostó contra su pecho. Era tan fácil soñar cuando él se encontraba a su lado.
    “¡No te duermas!” – dijo él, de pronto, sacudiéndola con firmeza–. “Vas a caerte”.
    Ella se frotó los párpados y se palmeó las mejillas. Debía mantenerse despierta. Sería fácil caer del techo de aquel vagón.
    Mientras tanto el tren continuaba su marcha, sin que pareciera afectarle su carga extra y clandestina, de sueños e indocumentados.

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  152. PASEO

    Tú y yo podremos pasear juntos bajo ese cielo estrellado, quizás, de nuevo.
    Otra vez camino de la fábrica, con la luz de los meteoros apagándose en el cielo una a una.
    El cuello de la chaqueta de pana subido por el frío del alba, y las mejillas de los dos recién rasuradas como siempre. Sin noticias de lo que todos temíamos que por fin la radio confirmó de madrugada.
    Caminaremos, hombro con hombro, de nuevo bajo el cielo negro, lejos de la pared del cementerio,sin la luz eléctrica de los camiones alargando nuestras sombras en el suelo. Sin los militares apuntándonos por la espalda. Cogidos de la mano.

    Alejandro Ruiz Criado

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  153. EL INSOMNE

    El boticario preparó una fórmula magistral asegurándole que cada sueño sería un viaje placentero. Consiguió dormir y en el viaje de su sueño la encontró. Cada noche tomaba la poción para hallarla y estar a su lado; hasta qué aborreció permanecer despierto. Decidido a vivir junto a esa mujer, tomó coraje, volvió a lo del boticario y compró el pasaje de ida. Después de todo; del amor jamás se vuelve.

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  154. VIAJE INTERIOR
    Para conocerme a mí mismo. Buscando la paz, la armonía con el propio yo y el universo que me rodea. Recorriéndome por dentro, descubriendo obstáculos que dificultan el suave fluir de la existencia, restañando viejas heridas aún no cerradas completamente, liberando cuerpo y mente de caducas ataduras y tabúes. Eliminando el miedo, la ansiedad, la preocupación. E ir sintiéndome poco a poco más confiado, más pleno, más libre. En posesión de una fuerza interior que todo lo puede. E irradiar esa energía a todo cuanto se encuentra a mi alrededor. Llegar por fin a la calma total, a la paz absoluta. Ese es mi propósito.
    Pero nunca lo consigo. Por más que lo intento, a los pocos minutos de emprender el viaje me quedo dormido como un ceporro.

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  155. SUEÑO CUMPLIDO
    Sólo escuchaba el tosco sonido de mis crampones arañando el hielo y mis pensamientos se perdían entre la fina neblina que me arropaba. Mi respiración se aceleraba por segundos, la adrenalina se desbordaba por todos los poros de mi piel y me repetía a mi misma que la cima estaba próxima. Por fin acariciaba con ternura su blanco manto nevado mientras la gélida brisa glaciar recorría cada centímetro de mi cuerpo, haciéndome estremecer. Atrás quedaban largas horas de escalada, frio y cansancio, dejando paso a la euforia, ilusionada por hollar esa montaña que tantas veces me había quitado el sueño. Por fin alcanzo su punto más alto. La niebla desaparece regalándome unas espectaculares vistas, aunque, sin duda la más deseada, es la de tu sonrisa esperando mi sincero abrazo por nuestro sueño cumplido.

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  156. AMAR EN LA CIUDAD

    Desierto de Rajasthan. En este mar de arena, guiado por las estrellas, me creo nómada de la edad de hierro, en tren en lugar de camello, siempre acabo en una ciudad que rodea un lago. Y a lago más grande, ciudad más grande. Esta vez, Udaipur.

    En los recovecos de sus calles, parejas enamoradas disfrutan la tranquilidad de ejercer el amor en una ciudad preparada para ello, preparada para amar.
    No soporto las ciudades indias, esta en cambio, desde el primer paso me ha transportado al sueño, a la imaginación, a la sensación de poder descubrir un secreto en cada rincón.

    Recuerdo el primer amor del viaje de fin de curso a Venecia, la escapada a París, San Sebastián y su perla del mar, su concha de arena…

    Hoy estoy solo, sentado en una terraza, disfrutando del atardecer y del recuerdo de haber amado en tantas ciudades y a tantos corazones. Udaipur me enamora del amor. Sus poros sudan romanticismo, el vapor de las habitaciones condensadas de pasión, se disipa en el cielo del desierto.

    Bosque o montaña, desierto o mar, todo es posible y hermoso, aunque diferente que amar en la ciudad.

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  157. Abrí los ojos. El ocaso provocaba un espectáculo de colores cálidos y sombras chinescas al otro lado de la ventanilla. “¿Cómo he podido dormirme?”, pensé inquieta. Había recorrido un largo camino para llegar al otro lado de Europa. Él llevaba allí, en Suecia, medio año.

    En cuanto el avión aterrizó en aquel lugar tan lejano, las mariposas revolotearon en mi estómago. Por fin, en el aeropuerto de Skavsta, volveríamos a reunirnos. No dejaba de imaginar el momento en que nuestras miradas se cruzasen. ¿Debería correr hacia él, como en las películas? ¿Me quedaría paralizada de la emoción?

    Fui resuelta a por mi maleta, sin mirar alrededor y con el corazón bombeándome con fuerza en el pecho. Entonces, miré al frente con una sonrisa incontrolable. Miré y me giré, buscando su cara. Me interrumpió mi móvil. “No he podido ir a buscarte”. Me esperaba en Estocolmo.

    Mi sonrisa se esfumó y mi corazón frenó, como si el autobús que estaba a punto de coger, yo sola, los hubiera atropellado. Metí mi dignidad en la maleta y me preparé para un trayecto nocturno de una hora con el asiento de al lado vacío.

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  158. Peregrino del Great Stour

    Canterbury me vio traspasar sus medievales muros como un peregrino más, con el equipaje medio vacío y las expectativas henchidas, abierto a lo que la capital de Kent me quisiera otorgar. Pero mi peregrinación no contemplaba visitar la tumba de Santo Tomás Becket, asesinado en la catedral, ni rendir homenaje a los cuentos de Chaucer, aquel Decamerón inglés. No había emprendido un viaje religioso ni literario. Había venido a ver el río. Me fascinaba ver serpentear el Great Stour entre las Casas de los Hugonotes, los tejedores franceses que llevaron la seda a la ciudad en el siglo XVII, y seguir su curso deambulando entre mansiones de estilo Tudor, adornadas con coloridos parterres de flores, en el más soleado condado de Inglaterra. Faltaba poco para tomar el tren de Londres cuando pasé frente a la catedral. Impresionado por su magnificencia externa, entré y vi la figura de Tomás Becket, saludando desde una vidriera. Siendo yo también peregrino en Canterbury, le devolví el saludo. Después salí del templo, busqué de nuevo el río, corazón geográfico de aquella ciudad sureña de un país septentrional, y seguí su curso convertido en acólito de sus aguas.

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  159. En el tren

    No sé si era la raya en su cabello, las mangas cortas abotonadas de su camisa que le daban un aire joven e informal, o esa boca de chico inocentón lo que despertara en mí el deseo de levantarme, ir hacía él, levantar su cara caída sobre un libro, apretarle las mejillas con mis dedos y besarle en la boca. Me apetecía mucho y tuve que frenarme para ser consecuente con un desconocido. Él estaba dos asientos delante de mí, en el lado opuesto y no podía dejar de mirarle. Menos mal que no se daba cuenta, porque mis ojos colgaban en suspense delante los suyos. En la siguiente estación se levantó para apearse. Mis ojos volvieron a su sitio y los cerré. Quise seguir soñando un ratito más y prolongar la emoción de un deseo.

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  160. Llevo la vida planeando este viaje, y ahora que ha llegado el momento no siento nada, espanto de un manotazo al pequeño dodo de plumaje azul que picotea entre las mocotitas, cuyo ácido sulfúrico se expande en un mar de cenizas volcánicas, mientras mis manos se aferran al reflejo luminiscente del unicornio alado que me lleva sobre su lomo, atravesando el tiempo y el espacio como una veloz saeta que aterriza a los pies del gran dragón que, con sus chistes, me hace reír de nuevo, mientras mis dedos se queman en las últimas paradas del viaje sin principio ni fin.

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  161. Hemos salido con la intención de visitar el museo Paula Modersohn-Becker, en el barrio antiguo de Bremen, pero por el camino nos hemos detenido a tomar un café en el antiguo Mühle, junto a las viejas fortificaciones de la ciudad. Ansiosos por conocerlo,pasamos por el mercado, muy bullicioso y colorido a esa hora. El mercado de Bremen abre los domingos y festivos, al pie de la estatua de Roland, símbolo del derecho y de la libertad. Tengo trabajo, apuntar: » Plaza del Mercado de Bremen, donde la Estatua de Roland y der Bremen Musikanten, compramos bulbos de tulipán para plantar en Canarias»
    Decidimos almorzar un Schnitzel a la hora del país. Apunto todo con esmero y dedicación. Más tarde, rendidos a la tentación, nos hemos sumergido en la famosa chocolatería Hachez, verdadero mundo de la perdición. Agotados, tomamos el camino de regreso por el parque junto al lago. El museo Paula Modersohn – Becker tendrá que esperar. Descanso aquí y cierro mis páginas. Ah, soy Moleskine, cubierta negra, y me adorno con una cinta elástica a la cintura…

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  162. RECUERDOS PARA UN ALPINISTA EXHAUSTO

    …cuerdas, arneses, mosquetones, clavijas, casco, martillo. Creo que ya está todo. ¿Nos vamos?

    – Vale pero espérame atrás mientras saco a escondidas la moto. Y ten cuidado de que no te vea mi padre con la mochila.

    Unos minutos más tarde volaban con la cabeza llena de sueños y la emoción de sus primeras aventuras. Ambos sabían que a partir de entonces ya nada podría pararlos.

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  163. A LA DERIVA

    Hace dos veranos pasamos una semana en Menorca. En Fornells, una tarde alquilamos una lancha de cuatro plazas, de las que no requieren licencia. Al entregárnosla nos indicaron que podíamos desplazarnos libremente por el interior de la bahía, pero sin salir a mar abierto. A la media hora de estar navegando paramos el motor, con el propósito de comer unos bocadillos. Sin embargo, para cuando quisimos darnos cuenta, resultó que la barca se había ido desplazando por sí sola hasta acercarse peligrosamente a la costa, en una zona rocosa.

    Atenazados por los nervios, nuestros intentos desesperados de poner de nuevo en marcha el motor fueron en vano. Para entonces, nos hallábamos ya a unos pocos metros de las rocas. De súbito, vimos que una motora se aproximaba a gran velocidad. Al llegar a nuestra altura, se detuvo. El hombre que la conducía, con gorra de marinero y gafas oscuras, alargó un brazo hacia el interior de nuestra lancha y consiguió sin ninguna dificultad, todavía no sabemos cómo, poner en funcionamiento el motor, sacándonos así del apuro. Acto seguido nuestro salvador se marchó, tan rápido como había venido, sin mediar palabra.

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  164. TROPEZAR EN BERLÍN

    El año pasado fui por vez primera a Berlín. Antes del viaje no podía imaginar que aquello que quedaría fijado con más intensidad en mi memoria, no sería uno cualquiera de los lugares que aparecen en las guías para turistas, como la cúpula del Reichstag, la Puerta de Brandenburgo o los restos del muro que dividió vergonzosamente la ciudad. No, lo que más me impresionó y conmovió a la vez, fueron unas pequeñas placas de latón de forma cuadrada que descubrí por casualidad, caminando por sus calles. Se encontraban por todas partes, pero sobre todo en el antiguo barrio judío. Estaban fijadas al suelo, ante del portal de algunos edificios, y acostumbraba a haber más de una. Me interesé por su significado y así supe que las llaman “stolpersteine”, o sea «piedras con las que tropezamos». En ellas consta inscrito el nombre y el año de nacimiento de las personas, todas de familias judías, que allí vivían y que fueron deportadas y asesinadas durante el nazismo. Muchas pertenecían a niñas y niños, algunos aún bebés. Tropezar casualmente con una de esas placas, es un buen remedio contra el olvido.

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  165. LA MANSIÓN

    Llegamos a Dublín al anochecer. Llamamos a la puerta de una casa del centro, donde anunciaban que tenían habitaciones libres. Apareció ante nosotros un hombretón pelirrojo. Mirándonos con una sonrisa extraña, nos anunció que allí estaba todo ocupado, y se brindó a acompañarnos a otro lugar. Sin esperar respuesta, se dirigió a su coche y, con un gesto, nos indicó que le siguiéramos con el nuestro. Observamos con sorpresa que dejábamos atrás la ciudad y tomábamos por una carretera sinuosa que discurría paralela a la costa. Habíamos decidido dar media vuelta sin avisarle, cuando de pronto se detuvo ante una vieja mansión victoriana edificada sobre el acantilado. Abrió la puerta y nos entregó las llaves junto con una linterna, para luego indicarnos, sin abandonar su sonrisa, que podíamos hacer uso de la casa a nuestro antojo. Acto seguido giró sobre sus talones, subió al coche y se marchó. Una vez dentro y al descubrir que la electricidad no funcionaba, nos apresuramos a echar el cerrojo y a revisar todas las puertas y ventanas. Hecho esto, nos dispusimos a pasar una de las noches más largas de nuestras vidas.

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  166. OPORTO
    “Madre Pepa”
    Tuvieron que sacrificarse mucho durante más de un lustro para poder disfrutar de un par de semanas de vacaciones.
    Eligieron Oporto como destino, la ciudad en la que habían pasado su luna de miel, hacía ya unos cuantos decenios. Eran sus primeras vacaciones en los últimos cinco años, quién sabe, quizá las últimas que disfrutarían en su vida; sin embargo, cuando horas después de llegar a Oporto, acodados en una baranda, contemplaron el río Duero adentrarse en el Atlántico, supieron que había merecido la pena el esfuerzo y la espera. En las vacaciones, como en la vida, el tamaño del sacrificio multiplica su valor hasta el infinito, tal vez hasta la eternidad. Y con este pensamiento restallando en sus ojos, el hombre besó a la mujer, y la mujer besó al hombre. El doble beso largo, muy largo, viajó hasta su luna de miel.

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  167. EL ÚLTIMO PUERTO
    “Madre Pepa”
    Anoto los nombres en mi cuaderno, los que ellos me dicen, o los que yo entiendo que me dicen. Cualquiera sabe cuáles serán sus verdaderos nombres. Una mujer sostiene a un bebé contra su pecho. ¿Cómo se le habrá ocurrido emprender un viaje de vida o muerte llevando consigo a una criatura de pocos meses? Qué irresponsable. Me mira con unos ojazos oscuros que, iluminados por una luz interior, parecen claros. Es una mirada en la que flamea la desesperación de una madre. “¿Dónde iba a dejarlo, con la muerte?”, inquieren los ojos en silencio. Y no tengo respuesta, para esa pregunta, no.

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  168. LOS PERDIDOS
    “Madre Pepa”
    La señal indicaba la entrada en el término municipal de Los Perdidos, un pueblo pequeño declarado Patrimonio de la Humanidad por la prestigiosa revista de viajes “Itinerarios”
    El viajero políglota no salía de su asombro. En aquel lugar sólo había casas de ladrillo y adobe sin ninguna relevancia arquitectónica, una plazoleta con una triste fuente coronada por un angelote y polvo, mucho polvo.
    Se marchó a los cinco minutos de llegar sintiendo que le habían tomado el pelo.
    Cuando llegó al hotel de la gran ciudad, a cien kilómetros de distancia, el recepcionista le aclaró el misterio.
    El atractivo de Los Perdidos radica en sus habitantes. Ellos son el Patrimonio de la Humanidad.
    Al día siguiente, el viajero políglota, con la luz del alba, cogió un taxi en la entrada del hotel.
    -A Los Perdidos, rápido
    No tenía tiempo que perder. Su avión rumbo a Europa salía a primera hora de la tarde, y antes debía deleitarse con la humanidad de los Perdidos. Quería convertirla en su patrimonio.

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  169. Kilómetros de Amistad.
    Luis y Raúl se conocieron cuando eran jóvenes empleados del Ministerio de Obras Pública. Cientos de kilómetros los mantuvieron unidos, visitándose siempre a pesar del paso de los años y los cambios de sus vidas.
    Siempre conversaban de históricos episodios como “La cena del Coipo”. Así recordé al tío, momentos antes que llegara al cinerario desde Cartagena, allá se apagó su intenso vozarrón.
    El relato comienza cuando viajaban en camioneta regresando a Concepción y un animalito se atravesó por un oscurecido camino de finales de los años 60, lamentablemente atropellaron un “coipo” que habita los humedales al sur de Chile. Aún estaban asombrados cuando ya continuaban viaje para cocinar la improvisada presa.
    Invitaron al amigo Ibacache, a una explícita cena de “Liebre escabechada” la que fue degustada entre halagos por su preparación. Al momento de la sobre mesa iniciaron una riesgosa charla que finalizó cuando el tío con su risa ronca dejo espacio a las palabras de Raúl_ ¡Era coipo!
    El silencio se apodero de la brisa sureña. Ibacache palideció y se temió lo peor… entonces, un hilo de voz dijo;
    _ Me pasaron coipo por liebre…jaja! ¡Harto rico estaba!

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  170. La ciudad más decadente del mundo

    ¿Es fácil acariciar la magia? ¿Sentirla, tocarla y luego dejarla volar? Lisboa es, por definición, la ciudad mágica. Decadente. Señorial. Plena. Misteriosa. Aventurera y extrañamente, contradictoria. Cosmopolita y provinciana a un mismo tiempo, atrapada por las prisas de su tiempo y detenida en el rigor de una historia que grita en silencio tiempos de gloria e imperios lejanos. Exótica, y a la vez cercana, porque recuerda a varias ciudades a un mismo tiempo, con un río inmenso de un azul prodigioso que una noche de verano soñó con ser mar para retar a cualquier navegante. Dulces, bacalao, tranvías locos y una luz mediterránea vertebran una capital fetiche a la que como el primer amor es casi imposible olvidar.

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  171. LA TRISTEZA INSTALADA

    Poco a poco, como si quisiera hacer así aún más mella, se ha instalado la tristeza. Una tristeza que avanza cada día ayudada por la prensa y por el miedo. Una tristeza que quita las ganas de protestar, aunque sólo sea por el mero hecho de decir: ¡Eh, seguimos aquí! ¡Vivimos y nos merecemos algo!
    La crisis y la crisis de la prensa y del mundo. Total, ¿qué más da de quien vengan las ideas? El pesimismo no tiene reglas, basta que te suelten dos o tres noticias agrias cada día para que ya te quedes narcotizado por los acontecimientos. Así nos quieren, sin fuerzas para reclamar un respiro. Nos quieren débiles y sumisos para poder seguir disfrutando de sus prebendas tan injustamente ganadas, de su condición de caciques de la nueva era que, aún saliendo en las portadas de la corrupción, escapan impunes la mar de las veces y se ríen. Nos dicen de la crisis como la causante de nuestra tristeza, esta tristeza instalada a fuerza en nuestras vidas, pero nuestra tristeza son ellos, los que no supieron hacerse merecedores de nuestra voz y de nuestro voto. Ellos son los que tendrán alguna vez que rendir cuentas cuando las alas del destino los conviertan de nuevo en mortales, cuando el tiempo reclame su lugar en sus regaladas vidas. Entonces, en ese momento, también en ellos se instalará la tristeza …

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  172. El carrito se movía zigzageante a un lado y a otro de la acera. El bebé lloraba desconsolado en medio de un amasijo de pañales y biberones. A cada instante, un salto provocado por los huecos del camino, a cada salto una maldición lanzada al sol del mediodía. La madre , desaliñada y ebria, parecía no poner atención ni al bebé ni al camino.Buscaba desesperada un bar en donde poder olvidar sus penas, donde dejar morir las horas de su destino..Cruzó la calle sin mirar , no vió el camión de reparto que circulaba a su lado. El ruido de cristales rotos se fundió en un momento con los gritos de los transeúntes…

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  173. UN GRIFO EN LA LUNA

    Después de navegar por planetas solitarios y ser arrastrada por agujeros magnéticos, ayer, finalmente, encontré un grifo en la luna, un satélite lejano dónde abastecer un nuevo hogar.

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  174. EL VIAJE DE DOS GUISANTES QUE VIENEN A CENAR

    Dos guisantes lloran sobre la mesa de la cocina. Escondidos dentro de la vaina sienten miedo de desprenderse del ombligo que los ata a la tierra, sufren la angustia de sentirse perdidos y, en un acto de clemencia, hiero con mi uña su vientre, los empujo levemente y resbalan hasta el infinito de la cazuela. Sé que esta noche no he invitado a cenar a las legumbres más desprendidas, pero las columpio encima del tenedor y se las ofrezco a mi padre como testimonio de un afecto que se escurre entre mis manos, el pan y sus dientes. Rompiendo el hilo invisible que une sus hueso roídos y quebradizos al somier de su cama, me suplica un último viaje que lo encierre junto a ellos dentro del frigorífico, dónde el dolor se congela y se pierde la memoria.

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  175. No fui yo quién elegió bajar la autopista del Karakorum en un Mahindra con capota de plástico en pleno enero, pero he de decir que la idea me resultaba de lo más divertida. Menuda insensata… Al principio, mientras cruzábamos las suaves llanuras del valle de Hunza, sonreíamos los dos. Luego, cuando empezamos a bajar por empinadas y estrechas vías, y empezó a nevar, y a llover, fuimos enterrando las sonrisas bajo las pashminas, en un intento desesperado de luchar contra el viento gélido. Y ya, cuando se rompió el limpia-parabrisas del Mahindra y la visibilidad – ya escasa- pasó a ser inexistente, pensé que había perdido el juicio y que moririamos, o ahogados en aquellas aguas turquesas, o bajo las faldas de uno de los camiones alegremente decorados que se cruzaban con nosotros como flechas, forzándonos al límite del precipicio…

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  176. Llegamos a Gilgit poco antes de las 8, tras volar por debajo del Karakorum, el Himalaya y el Hindu Kush, cuando se atenuaba la luz del sol y se iluminaban las lámparas de keroseno. El hotel estaba desangelado y la calefacción estropeada, nos dijeron, aunque sospechamos que la razón era más bien de índole económica (una sola habitación no era suficiente para encenderla). El desasosiego inicial por lo que parecía que iba a ser una noche gélida, acabó en bailes, risas y… gritos: en el valle del Hunza se saluda al año nuevo gritando desde ventanas y balcones, animados sin duda por una aguardiente de zarzamora que consumen con alegría. Aquella noche, despedimos el año a voz en grito, enfundados en mantas sintéticas de colores chillones y tras haber tomado 12 trocitos de polvorón con aguardiente de zarzamora.

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  177. Era martes, 30 de diciembre, y nuestras posibilidades de subirnos en el avión de Islamabad a Gilgit, escasas. Llevaba tres dias intentándolo, pero la niebla mantenía al único vuelo hacia la región de Hunza en tierra: para llegar se vuela a la altura de tres de las mayores cadenas montañosas del mundo: Himalaya, Karakorum y Hindu Kush. Entonces, sonó el teléfono. Diez minutos más tarde nos dirigíamos hacia el aeropuerto, mochila en mano y sonrisa tatuada. En el avión, al ver que uno de nuestros asientos había sido ocupado, dije, medio en broma, que no me importaba sentarme con el piloto. Dicho y hecho: poco después me saludaban, entre divertidos e infantiles, dos pilotos pakistaníes, invitándome a acomodarme en la cabina y prepararme para lo que dijeron, sería el vuelo mas bonito de mi vida.

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  178. El tren de la amistad
    No. No creo en eso que llamas “Amistad”. Y no te enfades por esto que digo. Para mí, la vida es como un viaje en tren. Y aquello a lo que tú, como tantos otros, llaman “Amigos”, no son ni más ni menos que “Compañeros de viaje”.
    Algunos inician el viaje contigo, otros se suben en las estaciones siguientes. Unos se bajan antes, otros lo hacen después. Incluso, puede que alguno lo haga al final del trayecto.
    De todos modos, quiero que sepas que yo estoy muy feliz de que tú viajes a mi lado. Pero, eso sí, debo decirte algo, ni yo mismo sé en qué estación te diré adiós.

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  179. Subimos por una senda estrecha y escarpada hacia los lagos del círculo de Saburedo. Exhausta por la pesada mochila y la difícil
    ascensión, me dejé caer en el semiplano donde pensábamos plantar la tienda. Dos grandes lagos de color azul frío nos abrazaban. Él no parecía notar nada, enfrascado en su tarea de clavar los tensores de la tienda. Pasaban las horas. No había nada que hacer, sólo contemplar y esperar que Ellas no notaran nuestra presencia intrusa. Pero nos vieron, y descargaron sobre nosotros toda su furia con una tempestad de truenos y relámpagos cegadores que se reían de nosotros escapando de la bóveda celeste con sus tubérculos incandescentes. Comenzó a llover, una lluvia fuerte, densa, gris, que te traspasaba la piel hasta los huesos. El baile de espadas de fuego justicieras con música dodecafónica nos tenía paralizados. Entonces, él cogió mi mano sin decirme nada y tiró de mí en una carrera enloquecida levitando por entre riscos y matorrales. No sé cuánto duró el descenso hasta el refugio, era incapaz de pensar, sólo veía mi mano y la suya entrelazadas.
    Él es desde entonces mi marido, Ellas lo tenían todo planeado.

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  180. Meta cumplida
    Solo, sobre el dibujo que las olas formaban para mi sentí por primera vez la libertad que se respirada en el Mediterráneo. La embarcación que había alquilado y debía llevarme a Santander, ahora navegaba a la deriva. Cuando salí del Puerto Olímpico de Barcelona, ubicado frente a la Villa, donde me hospedaba, el dueño del velero que había rentado, me sugirió que resignara al viaje ya que era muy peligroso.
    Había elegido ese medio porque deseaba ver la orilla del Puerto donde habían nacido mis padres desde el Mar. Las nubes me acompañaban formando caprichosos océanos color lavanda.
    El espejo de la inmensidad acunaba mi sombra. Todo era tan era perfecto, que dolía la seguridad de que la calma se quebraría. Dando por tierra con todos los augurios, seguí desplegando las velas. Luché. Luchamos mi nave y yo para llegar a Puerto. Un grupo de pescadores me ayudó a llegar a la orilla. Nunca olvidaré la sensación que me abrazó cuando pisé Cantabria. Sentí mi sangre volverse la sangre de mis ancestros. Nunca me arrepentí de haber estado al borde de la muerte. La experiencia ameritaba el peligro de aquella aventura.
    193 palabras incluyendo el título

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