Microrrelatos 2011

Los organizadores del Concurso de Relatos Cortos de Viaje Moleskin ha decidido crear una nueva categoría, microrrelatos de viaje, con una extensión máxima de 192 palabras por relato, tantas como países tiene oficialmente reconocidos la ONU.

El formato de microrrelato se adapta perfectamente a la categoría de relatos de viaje, ya que muchas veces una anécdota o historia de viaje tiene tanta o más entidad que el propio viaje en sí.

Al contrario que los relatos a concurso, que tienen que ser enviados por correo, los microrrelatos se añaden como comentario a esta sección, en la parte inferior de esta página, y, una vez comprobado que se ajusta a las bases en temática y número máximo de palabras, serán validados por el moderados y publicados.

Agradecemos tu interés por participar en el VI Concurso de Relatos Cortos de Viaje Moleskin 2011.

114 comentarios

  1. Con la piel

    Toda la tristeza, la pesadumbre, se le pasaba cuando pisaba los andenes del metro, la línea azul como la llamaba ella, iba desde Maragall a Provenza. Cada día, con su libro entre sus finos dedos, lo abría con sumo cuidado y empezaba a soñar. Eran los únicos momentos del día en que era ella, era una princesa, un hada, un duende…al bajar en la estación de repente volvía a su vida, una vida marcada por el miedo y el desprecio. Hasta que un verano, dejó para siempre de sufrir……cogió el tren de la vida, poemas…

    Con la piel y el corazón te amo tanto….tanto….
    a mi soledad, mi compañera, mi confidente
    de noches en vela, de noches recordándote,
    contándole estoy, en el más intimo secreto,
    mis sentimientos, mis emociones, mis pensamientos.

    Con la piel, el alma, el corazón…..te grito…
    que te amo tanto… amor…. príncipe de las estrellas.
    Se desgarra todo mi ser al recordarte,
    al sentirte, olerte, palparte, soñarte…

    Con la piel al despertar siento, ese, tu sentir,
    con el alma quiero abrazar, esa tu presencia,
    tu respiración, tus manos rozando las mías,
    recuerdo de ese sueño imposible.

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  2. Viaje a la isla del paraíso

    Dicen que nunca ha existido un lugar con todo lo que tú quisieras… pero mi caso es diferente. Yo vivo en un país llamado Armanham en donde existe una leyenda de una isla donde todo se te cumplía y siempre había felicidad, sin embargo nadie creía en ella. Hasta que un día se encontró un mensaje en una botella de un explorador famoso que decía: “La encontramos, sí existe la Isla del Paraíso”.

    De pronto todos querían llegar ahí y yo también, así que me escabullí en uno de los barcos que iban hacia allá. Pero me descubrieron en medio del viaje, entonces, no sabía qué hacer pero el capitán hizo que me respetaran y dijo que si yo quería ir lo tenía que hacer. Hubo tormentas muy fuertes y muchos, realmente muchos,
    obstáculos. Claro que nadie salió herido.

    Mientras más nos acercamos, más veíamos cosas que ningún ser humano hubiera visto. Los días eran mucho más largos, los obstáculos desaparecieron y cada momento que estábamos ahí se notaba un resplandor espectacular. Y todos celebramos porque ahí, frente a mis ojos estaba La Isla del Paraíso.

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  3. Orábamos en casa un día muy temprano, de repente, se presentó un ángel en medio de nosotros y dijo: Alístense porque nos vamos de viaje, mi padre preguntó: ¿iremos todos? El ángel dijo que sí. De pronto se abrió la puerta de la casa y encontramos en la calle una especie de carro espacial que nunca lo había visto,
    se nos invitó a ingresar, y automáticamente sin darnos cuenta ya estábamos sentados, el carro empezó a deslizarse rápidamente por el aire y luego cruzamos las nubes, ¡qué maravilla! Digo así porque veíamos animales de colores vistosos jamás vistos en la tierra, de igual manera las plantas. Me entró la curiosidad
    por preguntar al ángel, a qué lugar estábamos yendo, entonces él me contestó: Este es el camino al cielo, ya Dios Padre celestial nos está esperando, juntamente con vuestro Salvador, el Espíritu Santo y millares de ángeles. Desde ese momento nos regocijamos aún más, y de todo lo que iba a venir como recompensa
    para nosotros, por eso te lo cuento hoy día para que vivas esta gran experiencia fantástica e inolvidable muy pronto.

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  4. De Misiones a Bariloche

    Salir de la selva misionera, al norte del país, con un clima subtropical, la tierra colorada, el crisol de razas y recorrer más de dos mil kilómetros en micro con amigos, muchas horas de viaje disfrutando del mate y de paisajes espectaculares… para llegar al sur de la Argentina, a un bosque de coníferas, majestuosas montañas cubiertas de nieve que se confunden con el cielo, el olor dulce de las plantas y frutos del lugar, el sabor del chocolate y la gente cálida y amable, descendientes de los pueblos originarios, que nos da la bienvenida, que vive de la venta de sus productos… del turismo que llega de todas partes del mundo para disfrutar de estos bellos paisajes…
    Es una sensación indescriptible, una mezcla de emociones que es muy difícil explicar con palabras, se siente con los cinco sentidos.
    En ese momento pensé en un Ser Supremo, pensé en Dios y dije que solamente El pudo haber creado esta maravilla tan perfecta… y di gracias por eso y más.

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  5. El puente

    Todo quedó envuelto por una niebla negra a mi alrededor. Sin saber dónde me encontraba, caminé hacía delante, hasta que, de repente, un puente se mostró. Me extrañé, de que hubiera algo como eso en medio de esta niebla.
    Entonces, un hombre con sombrero vino de desde allí, se paró entre el puente y yo, extendiendo su mano, me dijo que lo cruzara, si quería que el dolor se desapareciera, pues era mi elección. No sabía a lo que se refería, pero cuanto más me acercaba a él, mejor se encontraba mi cuerpo. Caminé hacía él para agarrar su mano, pero cuando estaba a punto de cruzarlo, una luz blanca apareció a mi espalda y de allí podía oír una voz que me era familiar, de pronto, tuve la sensación de que debía de ir hacia esa respladora luz, por lo que me volví y corrí en busca de esa voz.
    Cuando desperté, me encontré en una cama de hospital y mi madre llorando a mi lado. Al parecer, aún no era mi hora para que hiciera ese viaje a través del puente.

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  6. SEGUNDOS DE SILENCIO

    No estaba bien de la cabeza , le falta un hervor , pero la que es víctima una decima parte de tu vida . Fortejeos , empujones , bofetadas , cualquier cosa aparte de los escandalos y daños sicologicos . Ees un corto viaje que puede acabar en un segundo . ( PORQUE UNA LEY NO ESTA SUFICIENTEMENTE APOYADA ) .
    Porque no se matan ellos y asi van sumando todos los días siempre un monton de mujeres .
    Y por supuesto , en tu casa no te sientes apoyada tienes que pertenecer a ese numero que esta haciendo cada dia una victima .
    Yo tuve suerte de escapar de mi agresor y hoy que vivo sola he vuelto a renacer que es lo más importante .
    Serán lágrimas , duras noticias en la pantalla grande , penas y como siempre pudiera ser evitado .

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  7. La Peregrina
    Sentada en las escaleras de piedra, observa a las personas haciendo cola para entrar en la capilla. Paseando por la plaza, o como ella, esperando en las escaleras, descansando, preparándose para continuar el camino, o celebrando el haberlo finalizado. Allí donde mirara, se reunían en parejas o en grupos más numerosos.
    La lluvia ha comenzado a caer ligera, ha llegado el momento de, como los demás, unirse a la larga fila y esperar su turno.
    Recogiendo su bolso espera paciente hasta que, algunos minutos después, se adentra en la oscuridad del templo. Nunca ha sido demasiado religiosa, si está allí es por su amor a la historia, a lo antiguo, a lo que perdura. Capta en seguida el sobrecogimiento que se apodera de algunas de las personas que la preceden. Tras abrazar y besar un manto de metal, mientras los fieles escuchan las plegarias, prosiguen el circuito cerrado.
    Uno a uno, bajan a la cripta, saltándose a veces la norma de no tomar fotografías, es duro resistirse.
    Cuando termina el recorrido y regresa a la Plaza de las Platerías vuelve a ocupar su sitio en las escaleras. En Santiago la lluvia arrecia.

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  8. SUEÑOS
    Había sido un día horrible. Hacía frío, y llovía. Pero a Mara le gustaba pasear bajo la lluvia mientras cantaba, y que el frío le blanqueara las mejillas y le enrojeciera la punta de su nariz. Pero aquel había sido un día horrible. Un diluvio acechaba las calles, derramando sus lágrimas atronadoramente sobre aquel que se atreviese a salir de su hogar. El frío escarchaba la lluvia sobre los adoquines y los coches, convirtiendo en esculturas los pelados árboles, con las ramas desnudas clamando al cielo un perdón. Los gatos centelleaban con sus bigotes de cristal, congelados en un maullido que no llega a emitirse. Y todo aquel que se atrevía a enfrentarse a aquel frío gélido, acababa formando parte de aquel laberinto de estatuas que adornaban el lugar, convirtiéndolo en un cuadro invernal detenido en un suspiro de hielo.
    Pero a Mara no le importaba, porque Mara tenía un billete para un viaje maravilloso. Aquella noche se metió bajo las cálidas mantas de su cama, sonriendo, soñando… Con un lugar donde no hacía frío, ni llovía.
    Había sido un día horrible, pero mañana sería diferente.
    Estaba segura.

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  9. Patagonia
    Después de trasbordos en aeropuertos y unos cuantos recorridos en bus llegué a la Patagonia. Conocí sus pueblos de gente amable, algo de sus costumbres como proteger sus parques naturales como a la vida misma. Me sentía en un paraíso de arboledas donde los ñirres y los coigues se imponían a cada paso, donde el eco de las aguas cristalinas y el viento acariciaba los oídos. Sin embargo, un rumor agitaba a la región: instalarían una enorme represa, habría más empleos, más oferta eléctrica, más energía para el futuro ¿De qué futuro habla el poder y la ambición? Me sorprende tanto optimismo, ante los gritos desgarradores de la Tierra. Volví a mi ciudad con la sensación de haber perdido el cielo en un parpadeo.

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  10. Frente a mi se encuentra un camino; no sé si tomarlo. Tengo miedo de lo que me depara, de las despedidas, de perder… Miro a los seres que de mi vida han hecho un milagro, los miro esperando me detengan, deseando que no me dejen tomar este viaje, sin embargo, sus rostros reflejan alegría y tristeza al mismo tiempo, comienzan a susurrar, dicen a mis odios, que la vida se compone de viajes, de aventuras, de caminos y que cada uno me llevara a cumplir mis sueños, repiten una y otra vez que no tenga miedo que la vida pasara de todas formas, pero si decido seguir mi camino la vida será maravillosa.

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  11. Tiempos perdidos en el tiempo

    Cuando por las ventanas de los viejos castillos rememoramos tiempos perdidos en el tiempo, ¿te acuerdas? sí, sé que recuerdas. Y oíamos el Canon pintando florecillas con vanos intentos de imitar a Klimt. Y a veces, ¡qué atrevidos! bailábamos el Liebesleid, con tanta tristeza, o el Libesfreud, con tanta alegría. ¿Qué habría pensado kreisler si nos hubiese visto? ¿Habría sonreído? – ah, la juventud, cuánta osadía – o hubiese bailado nuestra danza vibrando, también, de felicidad. Sí, porque cuando por las ventanas de los viejos castillos, se nos va la vida, se nos van los sueños, se nos va ¡quién sabe qué!, allí, luminoso, el Arcángel me aguarda inquieto, triste, feliz…

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  12. La última estación

    Sin pensármelo dos veces, monté en ese tren sin saber su destino, todo para poder huir de este mundo que me rodeaba. Sentado, observaba a las personas que había en el vagón y pensaba como debían de ser sus vidas. Antes de darme cuenta, llegué a la última estación, bajé preguntándome en que lugar me encontraba y que me encontraría allí.
    Con pocos ánimos de regresar a mi vida de engaños y miserias, empecé a caminar sin rumbo fijo. Mis pies me condujeron ante una verja, la cual, separaba un jardín del exterior, donde se encontraba una niña regando las flores. Pedí permiso para entrar y al situarme a su lado, pregunté porque se tomaba tantas molestias por algo que pronto de marchitará, a lo que la niña contestó, que eso no le importa, pues todas deberían vivir.
    Eso me hizo reflexionar sobre el sentido de este viaje, del por qué huí y de como debería vivir, si una flor deseaba darle una oportunidad a este mundo, porque yo no podía hacer lo mismo. Con esos pensamientos en mi cabeza, volví a coger ese tren que lo empezó todo.

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  13. Mensajeras del tiempo

    Cuando llegamos a este lugar, nos pareció que era el sitio adecuado para quedarnos por un tiempo. Al aventurarnos por los alrededores, había todo tipo de personas, desde alta asta baja, de color blanco y de color negro. Cansadas, nos dirigimos hacía un parque rodeado de altos árboles, sacudiendo sus hojas por las brisas del suave viento, que hacen sombras para apaciguar un poco el calor. Allí, como en todos los lugares, la gente actuaban de diferente manera, unos te veían al pasar, otros intentaban espantarte y otros simplemente te ignoraban.
    En la mañana, cuando los primeros rayos de sol salen, nosotras madrugamos más que nadie y salimos ha dar un paseo matutino, en el cual, visitamos a los que duermen y a los que se van ha dormir, pero da igual quienes sean, nosotras iremos ha verlos para cantarles.
    En nuestra vida hemos visto muchos y diferentes lugares, pero cada uno de esos sitios tienen sus propios encantos, que es lo que los hacen únicos, es por ello, que volvemos ha viajar. Aunque, todos tienen el mismo significado, nuestra labor como unas mensajeras, esa es la vida que vivimos como golondrinas.

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  14. ¿Qué hora es?-pregunté a mi novia , mientras ella me liaba un cigarrillo

    -Las 9:15

    ¿A que hora tenemos que estar en el aeropuerto para ..¿Cómo era?

    -Facturar, facturar¡

    Eso, facturar

    -Dos horas antes.

    Tiempo de sobra.

    Vuelo con destino a Hawai puerta 10

    Ahí vamos cariño , me estoy empezando a sentir mal

    -No te preocupes ya hemos repasado muchas veces la situación.

    Tengo miedo, creo que es que en verdad no me apetece ir.

    -No digas tonterías, ha sido el sueño de tu vida, lo único que siempre te ha echado atrás es el avión.

    Es verdad, hacia delante; mis piernas eran mantequilla , empezé a viajar en un mundo irreal.

    Sus asientos señores.

    De repente, una vez dentro del avión no me pareció tan mal e incluso me sentía cómodo, volví a la tierra.

    Me abroché el cinturón, pero cambie de parecer.

    -Cariño, déjame en la ventanilla

    Estas seguro?

    -Si, de repente me gusta estar aquí, así que aprovecharé.

    Miré por la ventanilla ,y me invadió una sensación de paz.

    Desperté, miré y pensé ya estoy preparado para volar.

    Había viajado en sueños.

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  15. LA FRONTERA
    Partió hacia la lejanía. No alcanzó la meta; pero sí llegó hasta donde pudo, y regresó contento. En el viaje, había conocido dónde estaba su frontera.

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  16. LA VOZ DE ENTONCES
    La voz de la mujer octogenaria, en un viaje meteórico hacia el lejano ayer, tras atravesar todas las edades, desembocó en la infancia. Allí se quedó, plantada como un árbol de profundas raíces; se había reencontrado con su verdadera patria. Desde ese día, aunque nadie llegó a comprender los sonidos que emitía, la anciana encontró el sosiego. Murió meses más tarde, entre gorjeos, un minuto después de tomar el biberón.

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  17. LA BELLEZA DE LA LEJANÍA
    Conforme el tren se alejaba, el pueblo fue mudando su faz. Cuando el viajero descendió del vagón, diez horas más tarde, el pueblo, en la lejanía, había adquirido la belleza del recuerdo indeleble.

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  18. El tolerante intolerable

    Viajó por todo el mundo para abrir su mente, para empaparse de otras culturas y conocer diversas perspectivas en numerosos ámbitos, como el social y político. Despreciaba a aquellas personas que sólo se interesaban por sus propios argumentos. Y su viaje, no sólo físico sino también espiritual, le otorgó la paz interior.

    Regresó al hogar con la verdad de su lado: las opiniones de los demás estaban equivocadas.

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  19. Encuentro con el más allá.

    Después de viajar por más de tres horas encaramados en el techo de una “chiva”, llegamos a las laderas de la montaña, nos apeamos con nuestras mochilas en un caserío de pocos habitantes, pescadores y buscadores de oro. Las vetustas casas se alineaban al lado y lado del borde de la destapada carretera, que se prolongaba buscando bordear más allá la montaña que ahora nos alistábamos a encumbrar.

    Ascenderíamos otras tres horas por un camino sinuoso y el cual debíamos recorrer en fila india. Lograríamos llegar a la abandonada casa a eso de las 6 pm. Dependiendo de visitas recientes podría estar despejado el camino cerca de la casa, de lo contrario deberíamos hacer uso de los machetes que aprovisionamos en tal caso.

    Llegamos estaba oscureciendo, inspeccionamos el sitio, no había leña para encender una fogata, hacía frío y debíamos apresurarnos a recoger palos y trozos de madera o pasaríamos la noche a la luz de la luna. Nadie comió, solo bebimos agua. Alistamos cobijas para abrigarnos sentados alrededor de la fogata que logramos encender y nos dispusimos a esperar la llegada de los espíritus, tendríamos un encuentro con el más allá.

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  20. EL VIAJE

    ¡Regresa!, ¡regresa!…. ¡Oh, no!…..gritamos al unísono, al ver como William no se detuvo y siguió corriendo tras del tren, no notó que la vía férrea se acercaba al viaducto y caería al vacio, precipitándose al río.

    Indecisos, temerosos, soltamos nuestras mochilas, resolvimos descender por el terraplén y correr a mirar la suerte de William. Al irnos acercando vimos que yacía tendido de espaldas.

    Se juntaron varias circunstancias favorables, que habían impedido se matara en la caída. En su último esfuerzo alargando la mano para asirse del tren y al pisar en falso sobre los polines de los rieles, cayó al vacio sobre la mochila y sobre un matojo de yerbas altas que crecían a la orilla.

    Estaba volviendo en si, se había desmayado del susto. Adolorido, magullado, sonrío al vernos, no se quejó. Dimos aviso y fue llevado al hospital del pueblo, se había roto un brazo, una pierna, tres costillas y tenía moretones en su espalda, milagrosamente no se había golpeado la cabeza.

    A nuestros 15 años, deberíamos esperar su recuperación para intentar nuevamente abordar el tren que nos llevaría de viaje a averiguar que había allá detrás de las montañas.

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  21. Entramos en el hotel, que nos había recomendado aquella señora tan simpática del autobús, para ver si teníamos suerte y había alguna habitación libre aunque fuera de matrimonio, pues lo importante era que tuviéramos hotel.
    La chica de recepción nos dijo que había varias habitaciones libres, y tras alguna deliberación mutua decidimos coger una habitación doble, nos dio la llave y para arriba que nos fuimos a dejar las maletas y prepararnos para salir a explorar aquella ciudad a la que prácticamente acabábamos de aterrizar. Salimos a dar una vuelta por los alrededores del hotel.
    Llegamos a un parque en el que había varios grupos de personas allí tranquilamente hablando y pasándolo bien. Nos acercamos a uno de ellos, para preguntar si sabían de algún lugar donde podíamos ir a cenar, que estuviera bien.
    Uno de los chicos que había allí nos dijo que conocía uno pero que quedaba un poco lejos de allí, y que deberíamos ir en taxi o en coche particular, pero no teníamos coche propio. Se ofreció a llevarnos, pero al no conocerlo le dijimos que nos dijera su nombre y donde está que ya iríamos en taxi.

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  22. UN VIAJE ARRIESGADO

    El gritar del viento ,arrojado en las lonas, empujaba la embarcación entre un mar de marejada donde aquél magnífico bergantín pegaba botes alegres e iba cortando la mar.
    El capitán , subido en cubierta, y sujetando él mismo el timón del navío que era de madera de castaño, daba las ordenes precisas para que se sujetase bien la cangreja y se desplegase la mayor para aprovechar la acción del viento.
    Entendía que su misión era arriesgada y tenía que llegar a tiempo. Si su buque, el Temido, no llegaba a puerto enseguida podría correr peligro la corona española.

    (sacada de mi novela LAS GRANDES AVENTURAS DEL TEMIDO)

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  23. Un viaje en mi Imaginación

    Un día soñé que vivía en un sitio bien particular, en frente de un hotel de paso, paso obligado de personas que llegaban a la ciudad luego de un largo viaje, en ese sitio enigmático y frío imaginé muchas historias, historias que recree en mi mente a medida que veía pasar a las parejas de un lado a otro, era gracioso, pues unos metros antes de entrar al hotel había un juego de miradas entre las parejas como si sospecharan que alguien los estuviese observando, si no sucedía nada en particular, atravesaban la puerta del hotel como incógnitos, con la cabeza agachada como si se estuvieran escondiéndose de algo o de alguien, sin embargo yo en mi ventana empezaba a recrear toda una historia, de donde venían, a que se dedicaban y cronometraba el tiempo que demoraban dentro del hotel, si demoraban más de una hora, lo más factible era que se trataba de un par de esposos en una celebración, si era menos de una hora o hasta media, se trataba de una pareja sin compromiso en un momento de pasión.

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  24. VIAJES, ESPERAS Y SUEÑOS

    Cuando se puso en un costado del camino haciendo señas para ver quién lo llevaba, transcurrió un buen rato sin que nadie pasara. Era así: a veces se trataba de una ruta muy transitada pero en otros momentos quedaba desierta durante largos ratos, creando la desanimadora sensación de que quizás ya no volvería a existir ninguna chance.
    El tiempo que se fue sumando en la espera hizo que recurriera a la imaginación, simplemente como un juego. En él, sucesivamente, se detenían diversos vehículos, tripulados por gente conocida o desconocida, con destinos sumamente variados y, en algunos casos, fantásticos.
    Él se solazaba de verdad, aunque también debía, en ocasiones, tratar con personas indiferentes, antipáticas y hasta groseras. En compensación, otras tenían una contagiosa simpatía y excelente predisposición.
    Indudablemente, se trataba de pura fantasía; si no, se habría ido directamente con las primeras que se detuvieron. Eran las más agradables.

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  25. Provenza. Impresiones de otoño
    Por la ventanilla del tren iban desfilando pequeños pueblos de la Provenza, típicamente mediterráneos. El color de las paredes de sus casas se confundía con la tierra, con la roca, y los postigos de sus ventanas, azules o verdes descoloridos, esconden los secretos de sus habitantes. Olivos, viento, pinos y vestigios de todos los pueblos que recorrieron el Mediterráneo y quisieron hacerse sus dueños siguen apareciendo detrás de los cristales del cochambroso tren que une Arlés con Marsella.

    Echo de menos los campos de lavanda y el esplendor de los girasoles en julio, cuyos restos permanecen resecos en los campos muertos de sed. Pero a cambio, las aceitunas están en todo en su esplendor, esperando a ser recolectadas y en los restos de uvas en las vides semejan una ofrenda, como si los campesinos pagaran su diezmo a los miles de dioses que habitan estas tierras.

    El mar, aún lejos de la vista, está siempre presente. Conchas fósiles en las rocas, otras veces entremezcladas entre el adobe y el cemento en las paredes de las casas, nos recuerdan estamos pisando el fondo del mar de otros tiempos

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  26. Mi otro viaje.
    La maleta ya estaba hecha. Dentro de ella, la ropa y los folletos con la información de lo que merecía la pena ver. La tarde anterior al viaje mientras paseaba con mi pareja sucedió lo inexplicable. Un resbalón absurdo, una caída desafortunada y mi peroné fracturado. Todo se vino abajo. Durante el lento transcurrir de los días cierro los ojos y viajo. Visito desde el aire los lugares en los que tenía que estar y de los que el azar me privó. Pero estoy tranquilo. Sé que cuando me recupere, allí estarán esperando pacientemente por mí. Y entonces lo habré disfrutado doblemente. Mientras, sigo viajando. Siempre viajando.

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  27. Nostalgia. Saudade. Morriña. La nostalgia (del griego clásico νόστος «regreso» y ἄλγος «dolor») describe un anhelo del pasado, a menudo idealizado y poco realista.

    Recuerdos de una cerveza en una noche de junio en Frankfourt Oder. Pensamientos que un día se van a una galería de arte en Gamla Stam de Estocolom y un café humeante. Una puesta de sol en una isla perdida en medio de Atlántico, o tantas puestas de sol perseguidas quince días seguidos.

    Nostalgias de mi Mediterráneo. Una cerveza en la muralla de Duvrovnik, una pizza en Campo di Fiori, un ouzo en Patmos, un baño en Spinalonga. Las ruinas de Olimpia, la cueva de San Juan Evangelista, las huellas de los templarios y la sombra amenazante del monte Taigeto.

    Rascacielos que nos te dejan vislumbrar las nubes. Vértigo de Manhatan. Mil y una imágenes repetidas en tantas películas, tantas veces vistas y nunca olvidadas.

    Luz de París, gris de Londres, niebla veneciana. Noches sin fin de Joensuue y barrio judío de Cracovia.

    Acantilados de Dover y verde interminable de los Hihglands.

    Tanta nostalgias en un día de gris de noviembre. Tantos recuerdos que no sé por dónde empezar a ordenarlos.

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  28. La pintura me ha hecho viajar sin moverme de Madrid desde las salas del museo Thyssen hasta los jardines de Giverny; mirando un cuadro de Gauguin me he trasladado a Tahiti y ante una obra de Van Gogh mis pulmones se han impregnado del aire seco de los campos de Provenza en verano.

    Con Canaletto he paseado por Venecia, una Venecia inventado y mejorada por él que luego difícilmente he podido reconocer en mis viajes.

    Monet me hizo descubrir la catedral de Rouen, que en otro tiempo vigiló los amores ilícitos de Madame Bovary y con Sorolla respiro el aire cálido y húmedo del mediterráneo.

    Éstos y otros pintores pueblan mi imaginación con viajes, con lugares imaginarios o reales, me hacen recorrer virtualmente paisajes, lugares, edificios, países…

    Hay muchas formas de viajar, y la pintura es una de ellas.

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  29. Desde la oscuridad
    Cuando la luz llegaba a mis ojos y éstos fotografiaban en mi memoria las calles pequeñas y sinuosas y las casas típicas pintadas de blanco de Cadaqués, yo reía y disfrutaba inconsciente y alejada del arcano de oscuridad venidera. Delante de la playa la estatua del inmortal Dalí se adueñaba del paisaje dejando atrás una barca varada en la playa.
    Aún revelo el negativo con las fotografías de la bahía donde en época estival se amarraban barcos y naves de todos los tamaños, con el zoom de mis ojos captaba las pequeñas embarcaciones que le daban un aire romántico y modesto al enclave marítimo. El obturador que se abría para capturar los colores del espectro de un paisaje ambivalente donde se fundía el campo y el mar, no se volverá a abrir más…
    A mi memoria vienen como flashes recuerdos de risas y juegos en las aguas gélidas del mar mientras el calor del exterior asfixiaba el aire. En la oscuridad, desde el álbum de mi memoria percibo el olor a sardinas que provenía de los chiringuitos de la playa llamando a nuestro voraz apetito cuando nadábamos en el mar.

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  30. A través del cristal

    “Hola” . “Hola” . “¿Está ocupado el asiento?” . “No , puedes sentarte” . Me resulta extrañamente familiar la persona que frente a mí se ha sentado , me da un aire a … no sé precisarlo , pero me siento cómoda , siento como un aliento fresco penetrando en mi interior . El tren prosigue incesante su marcha por el serpenteante camino de hierro y al fondo las montañas se suceden , sin embargo , de forma lenta y continua . El sol barre poderoso las verdes praderas , los imponentes árboles bamboleándose al son de un viejo viento , las tierras labradas , iluminando las nubes de infinitas formas que a través del cristal entreveo .
    “¿Te conozco?” . “No , aunque si soy sincera creo que en el fondo sabría reconocerte” . “¡Qué curioso! A mí también me ocurre lo mismo , pero ¿sabes? Creo que lo realmente bello de los viajes es conocer a otras personas que puedan dejar huella en ti” . “Estoy de acuerdo , encantada de conocerte” . Desvío mi mirada del cristal y … sonrío .

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  31. Volábamos en la bicicleta, casi rozando los bordes del canal. El fresco viento holandés me vapuleaba intentando hacerme perder el equilibrio, pero no quería quedarme atrás. En el corazón de Groningen había sentido latir el mío propio por primera vez: es increíble cuánto se puede vivir, qué vieja te puedes hacer en tan poco tiempo, cuando encuentras el lugar y la persona adecuadas. Al llegar a Grote Market ya estaban todos allí, gorjeando en flamenco como esos pájaros que revolotean charlatanes antes de dormir, saltando de árbol en árbol. Y eso hicimos, saltar de bar en bar, de cerveza en cerveza y de sonrisa en sonrisa. La oscuridad de las calles jamás había sido tan clara, tan diáfana: no me importaba pisar a solas los adoquines al volver de madrugada, me sentía como en mi propia casa… y el frío nocturno se tornaba incluso cálido, como el calor de mi propio hogar, que con el tiempo se convirtió en el de los dos.

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  32. FIN DE LA SEGUNDA SALIDA

    Bien sé que mi enemigo regresa a su hacienda allá por tierras de La Mancha enjaulado a causa de un encantamiento. Pero también soy conocedor de que tiene la intención de llegar hasta esta ciudad para participar en sus conocidas justas. Será entonces cuando le presente batalla. He viajado desde los confines de la tierra para dar muerte al más famoso caballero andante que ha conocido la historia con estas manos mías de Gigante. Mientras, esperaré sentado aquí en la orilla de este río.

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  33. Transitar

    Su identidad va del espacio en donde vive al que se mueve. Los suyos vienen de la zona francesa de Shangai, emigraron a Australia, al barrio chino en cualquier ciudad de esa tierra desértica. Sus ancestros hicieron el ferrocarril en California: deformaciones en las manos lo atestiguan, junto con pepitas de oro que guardan y entregan a los hijos al nacer. Ya grande, emigra a Caracas él, y trabaja en un restaurant chino en donde me sirve mis tallarines y una cerveza fría mientras sueña con irse a vivir con unos primos en Belleville, a estudiar cocina francesa.
    Francia, viaje, desierto. Podría ser Rimbaud. Nunca lo sabremos.

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  34. Viaje a la izquierda del mapa

    Me levanto, hago unos sándwiches y guardo unas cervezas. Tomo un morral lleno de ropa, un libro de Robert Lowell y las llaves. Cierro las ventanas, abro y llamo al ascensor. Tranco la puerta y bajo los diez pisos. En la entrada del edificio, rompo el vidrio del Mustang que vi estacionarse anoche, entro y lo enciendo (nadie me ha visto, nadie me culpará a mí). Arranco. Pongo el Ipod: Bob Dylan. Tomaré la autopista Caracas-Valencia, entroncaré con la José Antonio Páez y llegaré después de mediodía a Barinas. Seguiré rodando (pondré gasolina cerca de Acarigua), y pasaré por cien pueblos, cigarrillo tras cigarrillo y tema tras tema de Dylan. Entraré a Caneyes de madrugada. Afuera, en el patio, veré el paisaje de la ciudad en la luz de la mañana, tomando su forma clara, que se vuelve luz primera de mi insomnio y mi heredad. Dilatando la mirada, al fondo de esa ciudad encontraré, con el tiempo, esta estampa de febrero amarilla entre viejos papeles. Voy saliendo, en el nombre de dios o algún demonio, voy rodando. Aunque no vuelva.

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  35. CAMA y ESPEJO

    Abrió la puerta de su departamento; un olor a pintura fresca atacó su nariz. “¿Qué fue lo que pintaron, por qué huele tanto?” La sala-comedor se extendía vacía hacia su izquierda entre paredes blancas dando sensación de infinitud, le vino inmediatamente la voz de su aún esposa que le decía “esto que vas a hacer es una conducta cobarde, no es que diga que seas un cobarde, pero lo que harás, lo es. Tú te vas, bien cómodo, y me dejas toda la bronca de la casa y de los hijos”. Al fondo, desde su balcón se dejaba ver la Ciudad de Monterrey que, a sus pies, se le abría, dispuesta. La ignoró.

    Guardó las llaves, esas que le acababan de entregar y entró a la cocina; lo único que encontró ahí fue una estufa, unos cajones y unas puertas, todo vacío, no había refrigerador ni utensilios de cocina. Caminó hacia el baño, sólo contaba con una cortina. Anduvo las recamaras desocupadas, de paredes desoladas y en una de ellas encontró una cama y un espejo. La dueña de los departamentos le había dicho que, si él quería, se los podía dejar. Él había aceptado pero, ahora, todo le parecía una alusión de sí mismo…

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  36. VACACIONES ALTERNATIVAS
    Era la primera vez que el hombre pisaba aquella tierra. Lo supe cuando pasamos entre las montañas por la estrecha abertura del cañón y dejamos de apreciar con claridad la luz. De pronto comenzamos a inspirar un extraño olor a humedad mezclado con azufre que provenía de todas partes. El camino comenzaba a hacerse intransitable, a cada paso que avanzábamos nos sorprendían más obstáculos. Rocas pequeñas, grandes, negras, anaranjadas, arena rugosa que se adhería al calzado impidiéndonos mantener el equilibrio, incluso un inexplicable riachuelo que embarraba uno de los tramos más duros del recorrido nos hizo dudar de todos los datos que conocíamos sobre el terreno. A veces tenía una sensación rara que me hacía pensar que éramos observados, por no hablar de los insólitos ruidos que se apoderaban del exterior durante el descanso en las tiendas de campaña. Todo habían sido contratiempos. En más de una ocasión me pregunté que hacía allí, pasando calamidades, en vez de estar tumbado en la playa tomando el sol. Pero cuando en la agencia de viajes me hablaron de una experiencia inolvidable no me pude resistir: ‘Novedad: Sea el primero en explorar Marte.’

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  37. Viaje de retorno a la vida

    Viajando por la vida, la veo tan extraña , recorriendo lugares de alegria y soledad. las calles del cariño, pasajes de nostalgia, un parque de sonrisas , un cielo de ansiedad.
    hoy amanece y llueve y veo tras la luna, el andar sosegado de la gente pasar, porque ya no te encuentro, porque no estas conmigo, por cosas del destino te espero sin final.
    Sentada a mi lado una linda ancianita, me mira y me dice: yo ya he de bajar, llegue a mi paradero, aca termina el mundo, por favor abre la puerta que quiero descansar.
    La linda ancianita, baja si dudar, yo aun sigo sin rumbo no bajare aca, me bajo por mi casa aunque tenga que llorar,
    veo ya las luces de la bella ciudad.

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  38. Hoy viaje al Paraiso

    Oh. que pasa aca , porque toda la gente sonrie?
    No puede ser posible!…es el paraiso?!!!!!!
    como llegue aca?, es un sueño o es verdad?
    Esto es una pradera, el cielo es celeste, y blanco, el aire es calido y brinda paz, el pasto es un verde jamas visto, las nubes como pintadas,veo a mi padre rodeado con otras personas, todos con una sonrisa , con una calma envidiable ,jamas imaginado, todo esto es irreal, eso que veo atras de mi es un rio, que parece dibujado. Un momento quien esta alla? sentado sobre ese sillon majestuoso?…wow!…es Jesus.
    Mientras mi cuerpo duerme acabo de dar el mejor viaje de mi vida, trato de acercarme a El y no puedo. se que me esta mirando aunque no voltee a verme, veo a mi Padre que esta arrodillado o sentado en el pasto verde con otras personas que no conozco, lo veo sano, aca no existe la enfermedad.
    Siento que estoy de visita, que aun no es mi lugar.

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  39. Destino sobre raíles

    Mi destino como el viento es libre, abierto, atravesando caminos, desviando por atajos. Sólo parando cuando la pausa es necesaria, receso merecido para el descanso del guerrero. Marchando rápido para llegar con anticipación y aventajar a lo inesperado.
    Hoy mi viaje acompañando mi destino se libró sobre dos raíles que atravesaron el camino hacia donde estás, para unirme a ti para siempre. No hubo atajos, ni anticipación; el pequeño vaivén fue como sentir el viento, libre, abierto, conduciéndome casi sin pausa y en completa armonía, hasta cuando al bajar me esperabas en la estación y nuestros labios se fundieron en uno.

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  40. Travesía
    El cielo gris se abre al fondo del horizonte, entre las grandes nubes. Y Erik sólo ve desde su ventana una mancha flotante que insinúa un dragón pálido, que va difuminándose lentamente. De otro lado, un niño parecido a Erik, se emociona por el vuelo de un avión. Ensimismado, deja volar su asombro alzando la cabeza con las manos abiertas y estirando los brazos como queriendo volar por la atmosfera celeste que lo cubre de cálidos rayos. El avión sigue su destino y a su costado no se percatan de la serpiente, nadie lo ve, sólo Erik, que lo saluda con su sonrisa cómplice, haciéndole hola, mirando el reflejo de la ventana y ahora riéndose entre susurros. El avión sigue avanzando y se pierde y el niño parecido a Erik reanuda su juego, en el jardín, entre plantas de extraña tierra que lo esperan anhelante. Erik observa que el dragón desaparece y abre su diario y escribe: Perú te espera. Hoy vuelves a ver a tu familia. Hoy haces el amor con tu mujer y abrazas y juegas a los dragones con tu cachorro. Qué cerca, por fin estamos.

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  41. Bajó del avión. Un nuevo lugar. Le encantaba esa sensación de oler un sitio por primera vez cuando iba bajando los escalones del avión. Odiaba los «fingers».
    Cada lugar del mundo tiene su olor de identidad y a él le hubiera encantado poder meter cada uno en un frasquito y cerrarlo bien. Los guardaría todos en casa y volvería a abrirlos cada vez que quisiera volver…No le gustaban las imágenes, las fotos…su memoria fijaba mucho más intenso cualquier olor….
    Grabó en su memoria el olor de Estambul…un olor a especia, mezclado con tulipán y salitre. Sabía que en ningún otro lugar volvería a encontrarlo.
    Agarró fuerte la maleta, y emprendió firme el camino que le llevaba hacia el autobús. Subió sin ganas, estaba cansado del viaje…dejó caer el peso de su cuerpo sobre su mano asida del colgador..miró hacia un lado… de repente…..la vió…..todo su cuerpo se retorció…era la misma alfombra, sí…la misma…. su madre yacía en aquella alfombra cuando la encontró……hay imágenes que perduran tanto como los olores….odiaba las imágenes….

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  42. Baticocos

    Me fui con mi novia de viaje al lugar más espectacular del planeta; durante una semana disfrutamos de sus playas llenas de palmeras, de las que colgaban enormes racimos de cocos con los que hacían unos deliciosos batidos con ron. Un día que paseábamos por la playa del hotel, un enorme coco que iba a caerme sobre la cabeza logré cabecearlo con tanta potencia y precisión, que fue a caer a las manos del camarero en el bar, quien como premio a mi destreza nos hizo el mejor batido de coco con doble de ron. Del resto no me acuerdo hasta ahora.

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  43. Un Viaje Alternativo

    Qué frío hace al amanecer en medio del mar. Creo que no he tiritado tanto en mi vida, mi pueblo es muy cálido y sudamos a chorros. También es por la congoja y el no saber qué será. Cuando nos montamos en la barcaza era noche cerrada y apenas se nos distinguía en la oscuridad, pero ahora mi cara y mis brazos brillan bajo la luz del sol; son demasiado negros y no pasarán desapercibidos.
    A mi lado, una mujer se arrebuja en su manto multicolor, tiene el vientre abultado porque está gestando una criatura. Me quito mi chaqueta y se la paso, pronto subirá la temperatura y no la necesitaré. Si fijo la vista en el horizonte, puedo vislumbrar la costa, allí llegaremos cuando vuelva a anochecer. Tan pronto toquemos tierra, nos han advertido, debemos correr a más no poder para escondernos y no ser descubiertos. Me palpo el bolsillo del pantalón para confirmar que continúo teniendo la dirección a la que debo acudir, allí me ayudarán. También tengo veinte euros, dinero más que suficiente para llegar a mi destino.

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  44. Fin de semana

    En la noche mis pies seguían con la sensación del contacto con el agua fría y la arena caliente. El fin de semana había sido muy tranquilo en la playa; merecido descanso del guerrero tras intensas batallas en salas con interminables y cansados juicios. Caminando bajo el sol había preparado en mi cabeza los esbozos de los próximos informes, y en ella también había rematado la maqueta para el próximo juicio, la composición del mismo, con los testigos y los acusados, repetido partido entre equipos contendientes donde el árbitro y sus asistentes buscaríamos la condena más justa, pitando el penalti después de la prórroga para el desempate pocos momentos antes del final. Ojala y el paseo por la playa no hubiese acabado nunca, y que el partido termine, cuando se produzca, sin incidentes que resaltar.

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  45. Cierra los ojos, abre tu mente. Emprenderemos juntos el viaje, un trayecto donde importante no es llegar, sino disfrutar del camino. No iré en coche, prefiero sentir bajo mis pies descalzos la suavidad de tu piel. Caminaré por tu cintura con la firme esperanza de que me hagas feliz con tu eterna presencia. Ascenderé por los montes de tu pecho, sintiéndome pequeño, ínfimo, amedrentado por tu dulzura. Acariciaré tus labios de jugo de cereza, embriagándome con su textura, solo unos momentos antes de alcanzar la puerta de mi destino.
    El vértigo se colará por mis nervios cuando mire el pozo que son tus infinitos ojos azules, pero lo superaré, romperé el hechizo y me lanzaré en su interior, provocando ondas en su superficie. La noche del último día bailaré con tu pupila un vals a cuatro tiempos, al son de la música de tu alma, al son de tu forma de ser. Y gozaré cuando el ocaso me sonría y me diga que no me olvidas, que las puertas de tu alma están abiertas para mí, que mi viaje estando perdido, que también es tu viaje, ha terminado para siempre.

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  46. El viaje de mis sueños, faltan tres días, lo tengo todo preparado, pasaporte, billete, guía, planos, hotel, la maleta, solo 20 kilos, si nos pasamos hemos de pagar, todo en orden, preparado desde hace mucho tiempo. Cuando vas a volar sobre medio mundo para ver el país de tus sueños, ese que siempre marcas como primera opción, del que lees todos los artículos y te ves todos los documentales, del que conoces toda su cocina y has empezado a dar clases, al que vas de viaje, no como turista, sino para un tiempo, hasta que se acaben los ahorros, esos que te han costado tanto reunir, lo preparas todo a conciencia, no dejas nada al azar, lo tienes todo atado…Me paso tres días despidiéndome de mi gente, de los lugares preferidos de mi ciudad, soñando con llegar a mi destino, imagino como será mi llegada. Llega el día esperado, me levanto pronto, compruebo que todo esté en su sitio, me tomo un café y leo el periódico. Me atraganto, un tsunami ha arrasado el país de mis sueños, no queda nada, el único viaje posible a mi destino es en mi imaginación.

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  47. Paseando junto al Tajo, cuando el sol del estío es más fuerte, y las ansias no decrecen por el tiempo pasado, el corazón se aquieta y las memorias de los años joviales quedan grabadas en el alma como un recuerdo imperturbable. Siento una emoción intensa, como si algo de mí quedara en aquellas veredas de mi juventud.
    Y los parterres son numerosos, y las fuentes borbotean con su canto omnipresente. Mas yo callo. Todo en el silencio resulta más grandioso e imperturbable; todo menos mi corazón, que palpita con fuerza y entusiasmo.
    Viajar resulta a veces demasiado cansado, sobre todo para el turista curioso de novedades. A menudo la vuelta a casa resulta pesarosa, cuando hemos de abandonarlo todo y llevar con nosotros, en nuestro equipaje, lo que hemos pasado, lo transcurrido.

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  48. Equipaje extra
    Salir de vacaciones con Bruno no era relajante para ella. No porque no le gustara, al contrario, encontrarse en otro ámbito, lejos de las responsabilidades cotidianas era muy tentador.
    Lo malo era que no podía eludir su manía nocturna de investigar el contenido de los cajoncitos, así que no tuvo más remedio que cargar con ellos.
    Para que no molestaran en la maleta fue colocándolos prolijamente y en secuencia.
    Seis en su pierna izquierda, y siete distribuidos en el torso.
    Dejó la pierna derecha y ambas manos libres para movilizarse con comodidad. Lo que restaba era que a Bruno no le incomodara esa parte del equipaje.

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  49. A la deriva
    Solo, sobre el dibujo de las olas, navegaba a la deriva. Todo era tan perfecto que sintió dolor ante la calma que pronto se transformó en tormenta. Aún así, dando por tierra con todos los augurios, desplegó las deshilachadas velas de su piel, pretendiendo ignorar el naufragio.

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  50. Desamores que tapan la vida

    Mientras caminábamos por ese bellísimo lugar trataba de mirarlo y sentirlo, pero las circuncisiones, perdón, las circunstancias me lo impedían.
    Había llevado a mi novia, o ahora ex novia a este lejano lugar con esta playa solitaria y romántica para tratar de convencerla que aun teníamos una oportunidad de volver e intentarlo de nuevo. El día era extremadamente bello, sin viento, y el sol de media tarde acariciaba mi cuerpo. Caminaba a su lado, pero no podía saborear este bello lugar que, además, conocía tan bien.
    Estaba en el paraíso pero yo vivía en un infierno que estaba a punto de incendiarse. Sentía un dolor en el cuerpo, un anesteciamiento general del placer. Lo cambiaria todo porque ella me dijera que si quería intentarlo. Eso era todo lo que yo quería y veía.
    Ese dolor, dolor a flor de piel, quemaba mi piel, hasta la brisa dolía. Ese dolor del alma triste, el desamor.
    Que viaje es el amor, que no deja ver la vida que nos grita alrededor.
    Ahora ya, con los años, miro hacia atrás y comprendo lo fácil que es perder no solo un amor, sino la vida

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  51. Cambios

    -Que es un viaje, pregunto Daniel?
    Es trasladarse a otros lugares, a veces desconocidos.
    -ir por primera vez donde mi amigo nuevo es un viaje, entonces?
    Uhmm, si, se podría decir que si, aunque se le denomina mejor cuando el traslado es mas lejos.
    -En que se diferencia un traslado de un viaje, entonces?
    Creo que como decía mi abuelo campesino, un viaje ocurre cuando tu vida cambio luego de haberlo realizado.
    -Entonces, porque si hay tantas personas viajando todo sigue igual?
    Bueno, creo que entonces significa que en realidad no viajaron y solo se trasladaron.
    -Por qué dices que algo cambia?
    Porque a medida que se envejece vamos perdiendo la capacidad del asombro, y la racionalidad que tanto sirvió para el mundo diario no es capaz de encogerse y dejar pasar la intuición adelante. La intuición casi no se usa.
    -O sea si estoy siempre asombrándome estoy en un viaje?
    Creo que has entendido bien, pero recuerda que esa sorpresa debe producir un cambio, o será una sorpresa prestada, fingida. Debe ser fértil.
    -Como la tierra?
    Si, Como la tierra.
    -De que ríes?
    De tu viaje

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  52. Una nube tapa mi vida

    Estaba nervioso, me pongo nervioso cuando vuelo. Los aviones me ponen ansioso y esa obsesión hace que me concentre o atraiga todo lo relacionado con aviones. Que encontraron el Air France, que fue un rayo, o error del piloto, que se yo.
    O comienzo a leer sobre accidentes aéreos, aviones grandes o pequeños, de repente tengo un imán especial para atraer todas estas noticias, que me van produciendo una mini taquicardia e hiperventilación.
    Hasta llego a leer entre líneas mensajes ocultos que me advierten que no vuele, y mi mente llega al absurdo de convencerse que ¿ para qué viajar?, si estamos bien, me dice.
    Pero, logro ver su truco. Cuando estoy a punto de partir, a veces un día antes, o la noche anterior, cenando, algún amigo dice “ un último brindis”, y leo una advertencia.
    Por que dijo “ultimo brindis”?
    Me veo teniendo poderes especiales
    Pero me controlo y acepto que si no fuera por el riesgo, la vida no tendría sentido para el hombre, y me subo al avión, por fin, derroto mi miedo a la vida.
    Mi susto a vivir, mi miedo a morir

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  53. José, llega a la recepción después de ese largo viaje de Venezuela, y que lo ha traído a estas Bellas tierras Españolas. El es el invitado de honor.

    • ¿Sabéis una cosa…?
    • ¡¿Que…?!
    • A mi, siempre me han gustado las «María»
    • ¡¡OOHH…!! – ríe ella, mostrando lo mejor de su retozo. Su piel es muy blanca y tersa como la seda.
    • …¡¡…y tu, María… me gusta una enormidad…!! Desde que te conocí, siento que mi corazón te pertenece, mi alma toda es de vos… ¿María, te quiere casar conmigo?… ¿ Antojáis ser mi esposa? – La joven siente un gran nudo que se le atraganta, su rostro encandila entre pálido y rojo, sus labios y manos sufren ligeros espasmo, los grandes ojos se ensanchan, y un rictus de felicidad le inunda todas sus médulas.
    • ¡José …! ¡José Antonio…! ¡Porque demoraste tanto en decírmelo…! – La voz de la chica es hueca y honda, pareciera que las palabras brotasen desde el último rincón de su corazón.
    • ¡Te amo, María!
    • ¡¡¡…yo también, José Antonio!!! . – y un largo beso sella la unión de los dos enamorados.

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  54. El VIAJE de los generales
    El aristócrata Español se lleva los gemelos a la altura de los ojos… y pregunta:
    – ¿Quien de los tres que están al frente es el general?
    – Mi general, el que esta en el medio – respondió el edecán
    – ¿Que? ¿Como? ¿Ese hombre chiquito, flaquito, con el sombrero de cogollo y montado en el burro es el General? No puede ser… ¡me —— en la hostia!
    El recio español se apea del caballo, y a pasos firme se dirige hacia su enemigo que lo espera de pies. Al llegar, Exclama:
    – ¿Usted es el general Bolívar?
    – Lo soy. ¿Y usted es el general Morillo?
    – Lo soy. Es un placer conocerle, mi general Bolívar.
    – El placer es mío, mi general Morillo.

    Y ambos jefes se dan un fuerte abrazo. Luego a pasos lentos se dirigen conversando hacia la sombra del inmenso Saman…

    El viento silva sobre las copas de los árboles, pareciendo que se emociona por tal encuentro. … y allí quedan, dialogando y buscando los medios para la paz, mientras que
    a lo legos, los dos ejércitos permanecen atentos a los acontecimiento.

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  55. ESTAMBUL

    Amanecía, cuando divisé la fascinante silueta de Estambul.
    Era como si de repente hubiera descubierto la ciudad de las mil y una noches.
    Las onduladas colinas se asemejaban a las cúpulas redondeadas de las mezquitas, imprimiendo al entorno una nota sensual y armoniosa.
    Los cánticos de los almuecines resonaban por todas partes, como si al unísono hubiesen decidido confrontar sus voces.
    Yusuf me llevó hasta el zoco, inmerso en aquel momento en el incesante y bullicioso trasiego de gentes y mercaderías y donde se confundían los innumerables aromas de los perfumes y especias.
    Ya por la noche, cuando las luces comenzaban a iluminar los edificios, dando la sensación de que una nueva y enigmática ciudad empezaba a emerger de las sombras, mi turco acompañante me llevó hasta el hammam.
    En su interior, y envuelta en una húmeda y aromatizada niebla, dejé que las sabias manos de una mujer manipularan mi cuerpo, hasta sentir la sensación de levitar sobre el suelo.
    Cuando una hora después, tumbada en el sofá de aquel café junto a Yusuf, e inhalando el humo de la burbujeante pipa, mirándole a los ojos le confesé:
    -Ahora entiendo lo que debió sentir la protagonista de “La pasión turca”.

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  56. Otros Viajes

    Atrás quedó los caminos que tracé,
    los bancos donde descansé,
    las plácidas sombras,
    la calma y el sosiego,
    aquellos tiempos en los que me sentía segura.
    Son ahora otras luces las que iluminan,
    otras baldosas las que asfaltan,
    otros árboles los que dan sombra,
    otros pájaros los que cantan,
    otros rostros los que saludan,
    otros carteles los que me entretengo en leer,
    otro camino el que lleva a casa,
    otros labios los que beso,
    otros sólo otros …

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  57. ACASO UN ÚLTIMO BESO

    Había recorrido senderos, montañas, desfiladeros. Ataviado solamente con una mochila y la fuerza que da el desconocimiento que se predica de la juventud, la había buscado durante días. Sabía que su vida dependía de encontrarla. Sabía que sólo podría seguir tras hallarla.

    Y esa fuerza de la sinrazón le guiaba. Esa brújula de la locura con norte magnético erróneo. Pensó y caminó. Exhaló y caminó. Hacía días que no hacía otra cosa que buscarla. Quizá toda su vida había sido eso, caminar para buscarla, desfallecer hasta encontrarla.

    Y había conocido medio mundo. Había viajado donde otros muchos no habían llegado jamás. Sus zapatillas, su locura y su mochila habían sido su único patrimonio.

    La tarde palidecía. Sus depósitos de ilusión se vaciaban por el estigma del cansancio.

    De repente la vio, tras un collado. No hubo prolegómenos. Se acercó y le besó los labios. Un beso eterno. Sintió que la vida volvía a correr por sus venas.

    Para otros, acaso para todos, no era más que una fuente. Para él, significaba la diferencia entre la vida y la muerte. Fue el beso más necesario de su vida.

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  58. Este viaje empieza entre brumas húmedas y termina en tinieblas secas. Es el viaje que todos hacen como pueden, algunos a la carrera, otros demasiado despacio, los más al paso despreocupado de los ignorantes.
    Algunos matan el tiempo anhelando la siguiente parte del camino; otros se lamentan de lo que dejaron atrás. Ni unos ni otros disfrutan del suave balanceo del viaje. Los más desdichados intentan comprender qué hacen ellos allí. Luego están los que se pasan las horas mirando embelesados, sintiéndose falsamente protegidos por lo que ellos creen que es el sentimiento más poderoso del mundo. Hay otros que solo buscan tener lo que tiene el de al lado, mientras que otros dedican su tiempo a dar a los demás. Unos pocos terminan su viaje antes de tiempo, en los arcenes, escoltados por una marea de lágrimas de los que, a la fuerza, deben seguir adelante.
    Llegar al último tramo siempre es complicado. A lo lejos se pueden ver los inicios de muchos nuevos viajes, de muchas brumas húmedas, de muchas vidas que comienzan. Pero el camino no espera: aquí se apagan las luces. Llegan las tinieblas secas. Llega la muerte.

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  59. Estampa 96

    Un viejo coche fúnebre salta de carril en carril como si los fantasmas de todos los cadáveres que ha llevado al campo santo acosaran a su chofer. Un BMW deja caer una estela prepotente mientras se desvanece en el horizonte. Alzo la vista, busco el retrovisor y el rebote de mis pupilas se encuentra con una señora que tiene los ojos desorbitados. De la comisura de sus labios manan ríos de espuma y baba. Una guagua pública, de las que viaja de San Juan hasta Arecibo, decorada con una horda de luces de colores en abierto desafío a las leyes de la estética, insta mis pupilas a moverse. Esquivo el Suzuki que conduce la señora que aparenta estar poseída por un demonio malo y miro en dirección al horizonte de asfalto. Entonces, me percato que voy manejando a treinta millas por hora y que una manada de córneas desorbitadas me acecha como si me encontrara protagonizando una secuela pobre del Ensayo sobre la ceguera. Sonrío y mientras dejo caer el pie sobre el acelerador mis córneas pierden sus órbitas… y canto navidad, navidad, alegre navidad.

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  60. CAMINO DE NOMBRADÍA

    Nunca dejará de asombrarnos el camino que un día emprendieron las palabras para llegar hasta nosotros. Resulta fascinante rastrear su avenida y estampación en el lenguaje. Vinieron a nuestro encuentro a lomos de caballo y también por mar, sin detenerse nunca, reproduciéndose y evolucionando en el crisol móvil de la Humanidad.
    Gran parte de nuestras palabras provienen de la antigua Grecia, cuna de Europa, acercándosenos por Roma para un fructífero romance occidental. Muchas acamparon en la Galia, adquiriendo aditamentos bárbaros, y desde allí cruzaron los Pirineos hasta Hispania. Después, nuestra amada lengua castellana germinó sin estancarse en el remanso monacal, adquiriendo lustre y renombre sobre diccionarios, códices y gramáticas. Peregrinó al descanso jacobeo, y siguió extendiéndose luego con descubrimientos y migraciones. Con su sólida base latina trufada de germanismos y arabismos, viajó hacia el Nuevo Mundo para descubrírselo al Viejo. El viento la alentó a bordo de las carabelas hasta tocar tierra firme. Al otro lado del Atlántico conoció las civilizaciones precolombinas y convivió con antiguas tribus, arraigando con fuerza en el fragor ingente de la colonización.

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  61. Despedida (nunca solicitada)

    No hay beso que no sea principio de despedida; incluso el de llegada
    GEORGE BERNARD SHAW

    El mismo andén que nos acercó nos aleja ahora. A través de la distancia a punto de multiplicarse, el consabido patrón de las cucamonas, las sonrisas forzosas para no desatar anticipada tristeza en el otro, los besos soplados, el reflejo del cristal que ya me esconde su busto al maniobrar el autocar para llevársela, todo, todo es inútil ante lo inexorable de la partida.
    Siento ya que recordaré siempre este momento.

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  62. VERDE ESPERANZA

    Ella vino de lejos en pos de un sueño,
    por más que supiera lo que costaba soñar.
    Ilusión rota, abrazar sólo aire al despertarse,
    aire cotidiano.
    Pero había algo en aquella tierra verde,
    en el tono general de la acogida.
    Algo distinto.
    Él sonrió al reconocerla,
    sonriente y fresca pese al largo viaje.
    Avanzaron por el andén hasta abrazarse
    para seguir soñando juntos por siempre.
    Con placidez, confianza, dulzura;
    la anatomía reconfortante de sus sueños mejores:
    no despertarse ya nunca.
    Juntos rodaron con las estaciones,
    pasando página en el calendario atrasado.
    Y también en la agenda y buscaron,
    buscaron un espacio en blanco donde anotar con tinta verde.
    Verde esperanza.

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  63. Viaje onírico y adiós, paraíso
    No tenía qué abandonar. Entonces decidió ir; tomó el tren.
    ¿Dó vas?
    Subió al tren. Por fuera veía el cielo blanco, nublado y tierra, valle muerto. Por dentro él, como único pasajero y habitante. No supo decirse si se alejaba o siempre estuvo lejos. Anocheció; durmió. Ni cielo ni valle tras la ventana. Negro. Vagó en la nada. Despertó e intentó caminar; el tren era cristal. Estaba solo. ¿Dónde? En la lejanía cuerpos de metal y mezcolanzas de alambres y vidrios.
    ¿Qué haces aquí?
    ¿Dónde estoy?
    En el sur, en el omega.
    No. Debo regresar.
    Mira frente a ti. ¿Regresar? ¿Con tantas personas y tan pocas mentes? ¿No sigues solo? ¿Para qué? El erial otrora prado. El cráter otrora hogar. El absceso negruzco otrora Tierra. ¿Eso anhelas? Lárgate, que ya ni la muerte pervive a la ponzoña del hombre. Anacronismo, bastardo del hado, no tienes destino ni oportunidad.
    Despierta.
    DESPIERTA.
    ¿Qué? Levántate, los adultos dicen que se inició la guerra. Vamos.
    Atrás quedó el baño mortal del átomo. En el horizonte el niño divisaba la luenga sombra marchándose, vacía, al Edén prohibido a los hombres, castigo atávico.

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  64. “Poseerás la tierra…”

    Para llegar sería necesario montar a caballo. Estoy seguro de que esas fueron sus instrucciones. Atravesaríamos las suaves planicies del Bajío para llegar hasta Xilitla, el lugar de las nueve casas sobrepuestas a un cerro. Si subiéramos las escaleras en ese lugar olvidado del México profundo, no llegaríamos a ninguna parte. Aunque, según recuerdo, podríamos llegar hasta un huerto de manzanas y descansar al amparo de la noche encendida. De ahí seguiríamos un camino trazado por los desamparados revolucionarios y cristeros que huían de la muerte. Llegaríamos a la costa. En ese último lugar encontraríamos la playa donde nacen las ballenas y donde se fugan las almas de los muertos hacia el mar en busca de expiación. En el cabo de aquella playa veríamos la cruz palpitando desde lejos. Allí pondríamos las cenizas. En el lugar de la muerte de su madre que, algún día, decidió arrojarse al vacío del océano para detener una guerra en la región. Sería, de cumplirse la mejor expectativa, el último viaje del abuelo. Tendremos que ir todos poco antes de que se acabe el mundo. Estoy seguro de que esas fueron sus instrucciones.

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  65. Tienes razón

    Los turistas que se animan a viajar hasta el valle noroccidental del planeta Gliese, no dejan de lamentar el desastre… «Este rincón del universo se parece cada día más a cualquier metrópoli de la tierra. No vale la pena invertir una fortuna si es para ver las mismas cosas que pueden contemplarse en Londres o en París».

    Al cabo de su descubrimiento, el hombre, fiel a la divisa que constituye su marca registrada, domeñó, sometió, cruzó lo foráneo con lo autóctono que le llamó la atención y luego destruyó lo demás importándole un pitoche el equilibrio cósmico y el respeto al derecho ajeno.

    «Por mí, que estos mandrias del demonio no regresaran jamás», me farfulla una ingeniera ambiental de Saturno que trabaja conmigo en la reconstrucción del valle. Yo no sé qué pensar. Sin la afluencia de turistas el comité interplanetario seguramente suspendería los recursos que sustentan nuestro proyecto y, abur reparación.

    «Es preferible que vengan acá a que sigan expandiendo su coto de excursión por todo el universo», le respondo. «Tienes razón, candongo. Entonces, a esconder las especies que vayamos recuperando para evitar que se las lleven de souvenir».

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  66. EL JUGUETE

    Ese mes que tomé el tren, siempre a vi dos niños en pijama inspeccionando vagones en la misma estación, y al mismo hombre escondiéndose de ellos.
    Pero esa mañana le grité:
    ¡míralos!

    El tren arrancó y los niños nos siguieron.
    Con culpa, volteó a ellos.
    Se vieron por un instante.

    Entonces la oscuridad del túnel borró la imagen de los niños de la ventana. En ella, el hombre vio su reflejo.

    Se bajó del tren.

    Nunca lo volví a ver.
    Después de ese mes, regresé a casa y le llevé un tren de juguete a mi hijo.

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  67. EL DILEMA

    No era un fantasma quien surgió entre la niebla. Se trataba, por contra, del piloto de la avioneta, quien se arrastraba penosamente sobre la nieve. Los restos del aparato habían quedado esparcidos en un radio de varias decenas de metros. En el interior de la cabina permanecía atrapado el cuerpo de su acompañante, un acaudalado empresario que había contratado sus servicios para un viaje de negocios. El piloto, que tenía una pierna fracturada y sangraba por la cabeza, recordó que en el momento en que habían comenzado a perder altura, sobrevolaban una de las zonas más despobladas de la cordillera del Himalaya. Puesto que se habían apartado tanto de su ruta, enseguida cayó en la cuenta, desolado, de que nadie podría dar con él en bastantes días. Entonces dirigió la vista hacia el cadáver del empresario y, puesto que él era un estricto vegetariano, no pudo evitar una mueca de asco.

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  68. LA SOLEDAD

    Augusto viajó mucho. Siempre a lugares concurridos e importantes y grandes ciudades, pues le gustaban esos lugares con gran afluencia de gente. Caminar por calles abarrotadas le hacía sentirse acompañado, aunque no conociera a nadie. Gente, gente, gente… Y, sin embargo, no era feliz. Y viajando en busca de la felicidad, decidió realizar un crucero. A causa de una terrible tormenta, el barco naufragó; no hubo supervivientes. Sólo él apareció exhausto en aquella pequeña isla. Estaba solo. Dos años al menos duró aquella soledad entre la naturaleza. Cuando por fin divisó aquel barco en la lejanía, se apresuró a apagar la hoguera. Cuando lo hizo, conoció aquella felicidad que tanto había buscado.

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  69. Augusto viajó mucho. Siempre a lugares concurridos e importantes y grandes ciudades, pues le gustaban esos lugares con gran afluencia de gente. Caminar por calles abarrotadas le hacía sentirse acompañado, aunque no conociera a nadie. Gente, gente, gente… Y, sin embargo, no era feliz. Y viajando en busca de la felicidad, decidió realizar un crucero. A causa de una terrible tormenta, el barco naufragó; no hubo supervivientes. Sólo él apareció exhausto en aquella pequeña isla. Estaba solo. Dos años almenos duró aquella soledad entre la naturaleza. Cuando por fin divisó aquel barco en la lejanía, se apresuró a apagar la hoguera. Cuando lo hizo, conoció aquella felicidad que tanto había buscado.

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  70. ÚLTIMO VIAJE

    El tren ha salido a las nueve de la noche de la ciudad donde vive, y tiene prevista su llegada a Zürich a la misma hora, pero de la mañana siguiente. El hombre, que no ha adquirido billete de regreso, va sin equipaje. En una cartera de mano lleva el comprobante de pago de los servicios que recibirá en la clínica, y un volumen que reúne algunos de los cuentos que escribió Chéjov. Piensa, esperanzado, que si consigue permanecer despierto durante todo el trayecto, todavía le dará tiempo a releerlos todos pero en especial el último de ellos, que lleva por título “Muzhiks” y que es, desde hace años, su preferido.

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  71. Fobia
    ——-
    Ha tomado, como cada mañana, el tren regional de las siete. Afuera, la escarcha ha teñido todo el paisaje de blanco. Al poco rato, los cristales de sus gafas comienzan a empañarse y varias gotas de sudor le resbalan por la frente. Decide quitarse la chaqueta al tiempo que advierte que la señora de delante le observa con extrañeza, lo cual le hace sudar con mayor profusión. Se arrepiente de haber escogido esta camisa oscura, que delata las manchas que van progresando desde ambas axilas hacia el pecho y la cintura. A mitad del trayecto, se apea precipitadamente del vagón. Nada más alcanzar el andén, respira hondo y se sienta en un banco al aire libre. Intentará subir al siguiente tren, que llegará, atestado de gente, al cabo de media hora. Hoy, de nuevo volverá a fichar con retraso.

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  72. El retrato
    Sus ojos observaban el retrato que invulnerable al tiempo colgaba de la pared. Eran sin lugar a dudas las mismas facciones, sin embargo había algo que le impedía reconocerse, la mirada plasmada en el óleo poseía un brillo que faltaba en el modelo original. Miró fijo a los ojos que sin temor le devolvían la mirada, intentando descubrir en qué parte de su vida se había producido el cambio ¿O era acaso un pérdida? Con su imaginación retrocedió en el tiempo y recordó la noche en que había permanecido despierta para poder sorprender a los reyes magos, su viaje en el tiempo continuó y la acercó a un atardecer en el que desojaba una margarita rogando que el último pétalo fuera el del sí. Continuó hurgando entre sus recuerdos pero no pudo encontrar la clave de su falencia, decepcionada salió de la habitación sin antes dedicar una última mirada suplicante, llena de rencor y melancolía…

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  73. El Templo

    El paisaje pasaba a traves de mis ojos,hundida en el asiento de atras
    de nuestro coche.
    Fuera 15º bajo cero.
    En realidad,la mayor parte del tiempo estaba estatico…camiones,nieve,carros con comida tirados por bicicletas,escupitajos a diestro y siniestro,mejor fuera que dentro,es su logica incomprensible para nuestra logica occidental.
    Por fin cojimos un desvio,ya no se veian mas que montañas y llanuras interminables.Tras varias horas,otro atasco.
    ¡Mejor tomamos un atajo!
    Al menos supongo que eso debio de pensar nuestro chofer que no contemplaba la posibilidad de comunicarse con nosotros.
    Ahora la situacion era peor,hundidos en la nieve en mitad de ninguna parte.
    Por un momento pense: ¿de verdad vale la pena arriesgar mi vida por ver ese Templo?,al fin y al cabo en la tele se ve estupendamente.
    Por fin conseguimos llegar…y lo vi,colgado en la pared de la montaña.
    Me embargo la emociony me di cuenta de que si,valia la pena arriesgarse.
    ¿Que seria la vida sin esos momentos?

    Ana

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  74. El viaje de su vida

    Cuando era niño, su madre le contó que sólo desde la cima del monte Fuji se podía acariciar a la luna y decidió ir allí; lástima que sus cortas piernas no le permitieran alejarse demasiado.
    Durante la juventud cargó una mochila de ansiedad por beberse el océano y partió hacia el este, pero su cabeza confundió la ruta y paseó durante un tiempo sobre la dudosa línea que define el abismo.
    En la madurez, colgó su corbata de una percha y preparó la samsonite. Cuando terminó de rellenar la maleta de responsabilidades era tan pesada que apenas pudo arrastrarla sobre el parquet de su casa. Derrotado llegó al salón y encendió el televisor.
    En la vejez desempolvó un zurrón y lo rellenó de pastillas para la tensión y la hernia de hiato. Caminó despacio y al alcanzar la cumbre del Fuji, abrió los brazos para abrazar su sueño. Le sorprendió un inesperado beso húmedo. Ante él la luna le hizo un guiño.

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  75. La Australia de Lorena

    Nuestra nueva vida empieza justo detrás de la puerta 19 del aeropuerto de Barcelona. Los trámites son idénticos a cualquier vuelo. Enseñar la tarjeta de embarque a la azafata de turno y tras la sonrisa forzada de aprobación llegar a la puerta del avión. Nos van a robar 6 horas de sueño sin darnos cuenta. El reloj todavía marca las 2:00 am, pero el sol que entra por la ventanilla del avión nos indica que ya ha amanecido en Singapur. Después volaremos a nuestro destino. El continente más pequeño o la isla más grande. Australia después de 26 horas sin pegar ojo tiene cualquier imagen que puedas imaginarte y va a ser sólo para ella. Sé que este instante va a quedarse grabado para siempre en mi memoria. No es fácil sentir esto. Sentir que lo que estás viviendo en este mismo instante formará parte de la memoria del resto tu vida. La vida pasa sin atrapar estos momentos. Suceden cosas, las disfrutas, pero no te quedas quieto pensando: “Este instante se va a quedar para siempre dentro de mí”. Hoy sucede y es gracias a Lorena.

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  76. «Volveré»

    La gente vincula viajar a escapar de la incesante rutina. Pero yo viajo para refugiarme en mi pasado, subirme a la antigua noria de recuerdos tormentosos.

    Pienso en la primera vez que fui obligado a venir aquí, odiaba perder mis vacaciones en este desolado lugar, pero aquí me hallo después de tanto tiempo. Sentado en las tablas mohosas del puente del lago. Miró hacia atrás, el silencio está presente, mi mirada se centra en la cabaña donde tantos veranos pasé, con ella.

    Ella vivía al otro lado del lago, me enamoré y pasábamos los veranos juntos, al partir ella siempre se llevaba mi corazón. Decidimos vernos cada 14 de Julio en este puente, pero un verano, llamaron a mi casa notificando que ella había fallecido. En ese instante note como cada pedazo de mí se iba con ella, pero igualmente decidí acudir a mi cita, con la esperanza de que estuviera. Desde entonces repito este compromiso porque sé que ella me espera, han pasado 50 años desde su muerte, pero siempre cuando me levanto del puente y me dispongo a marchar, le susurro al viento un «volveré».

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  77. TÍTULO: Sobre las Nubes

    Recostó su asiento poco antes de despegar para permitirme, sin saberlo, observarle de soslayo mientras dormía. Su cara se había llenado de arrugas en los últimos años que nos habíamos dejado atrás, pero su atractivo se mantenía presente. Le imaginaba contándome historias de caballerías sobre su regazo cuando todavía era una niña, sonriéndome con picardía cuando me hice mucho más mayor, sonrojándose mientras compartíamos mesa el día en el que los dos decidimos hacernos adultos para confesar nuestras emociones. Y él simplemente dormía, con la discreción que yo nunca hubiera sabido tener.
    Desde el asiento de atrás observaba la lejanía del suelo, alternándola con su rostro inconsciente, era difícil decantarse por un paisaje mejor. Entonces yo también cerré mis ojos y soñé con el beso que nunca aconteció, cogiéndole de la mano sobre la esponjosidad de las nubes, viajando sobre un paraíso en el que tan sólo éramos él y yo.
    Una llamada de turbulencia, de repente, me despertó. Él erguió su respaldo con virulencia y extendió la mano a los asientos contiguos para asegurarse de que ellos también se encontraban a salvo. Desde el otro extremo se oyó “¿estás bien cariño?”.

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  78. UNA CIUDAD ENCANTADORA

    Salimos de Montevideo. Un viaje largo y cansador, con dos escalas: Miami y Chicago, que se soporta por las ganas de ver a nuestra familia. Dolor de cabeza, zumbido en los oídos y comida mediocre en los vuelos.

    Llegamos al aeropuerto de Madison y todo lo negativo se esfumó; se oía música clásica. Nos pareció un toque exquisito, una muy buena manera de recibir al visitante. Abrazos, lágrimas y muchos cuentos.

    Madison es un lugar privilegiado, una ciudad relativamente chica que está situada entre lagos y bosques. Los variados parques permiten el contacto con la naturaleza en primavera y verano ya que los habitantes pasan inviernos muy fríos.

    Tiene una universidad excelente con un campus muy cuidado y una mezcla de construcciones antiguas y modernas. Los estudiantes llenan la ciudad de juventud y alegría.

    Nuestros familiares nos habían preparado un itinerario muy nutrido para conocer la ciudad y sus alrededores y también a sus amigos. Conciertos al aire libre en el Capitolio, visitas a museos, parques botánicos y asados degustando los típicos “brats”.

    Madison se hace querer, además nuestra familia vive allí. Dos motivos para quererla.

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  79. Dejar volar

    Era su única hija. Creció feliz, fue una profesional exitosa y formó su familia.

    Un día decidió emigrar, como lo hacen las aves. Lila sintió que su corazón se le desgarraba, pero nada dijo. No podía ser tan egoísta de pensar en su propio futuro, en su vejez sin Mara.

    Esa herida no se ha podido curar. Es como un cristal que se quiebra; si se repara, no queda igual.

    Su vida no es la misma desde entonces, pero siempre hay un rayo de esperanza. Solo resta esperar.

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  80. Una sombra pasea por la plaza

    Es media mañana, el otoño se acerca y los árboles mezclan verdes y amarillos.
    Un sauce mueve su melena con desgano.
    Todo parece apagado.
    Los caminos cuidan a los bancos, sordos a esa hora de confidencias.

    Ella sigue.

    Si se apresura, es la niña que vuelve de la escuela.
    Si va con lentitud, es la joven que quiere ser vista y admirada.
    Si se sienta un rato, es la mujer que piensa buscando soluciones.

    Cuando mira para atrás, vuelve a tener todas las edades.

    Repite los senderos en distintas direcciones: así no son los mismos, aunque lo sean.

    Es hora que la niña regrese de la escuela; que la joven deje su vanidad en la esquina; que la mujer ordene sus pensamientos.

    Cuando llega a la casa, a pesar de tener la llave, no puede abrir la puerta.

    Es momento de balances.
    Ya no es la niña. No es la joven. No es la mujer.

    Es la muerte, que dio vueltas entre los recuerdos para no irse tan sola.

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  81. Otro sol

    Estoy en Amalfi.
    Voy por la arena oscura y áspera.
    Mi ropa liviana se mueve con la brisa.
    Entro al agua fría y puedo ver mis pies, que se contraen rápidamnente
    No me importa; siento la emoción del regreso.

    A unos metros, un hombre está sentado inmóvil y no me ve.
    Está bien vestido.
    Piensa. Sueña. Duerme. Él sabrá.
    Estamos solos; ya la ciudad se prepara para otra noche ruidosa.

    Al volverme, una mujer con un largo traje amarillo, que parece más amarillo que ese mismo color, está arrodillada cerca de las rocas.
    Recién ahí, el hombre reracciona y se acerca.
    -La veo siempre a esta hora; invoca a sus dioses para que mañana salga el sol.

    Me río con ganas.
    -Y cuando llueve,¿es porque ella no vino?

    Miramos y la playa está vacía.
    Buscamos juntos la rambla.

    Al acercarnos, un sol bien dibujado en la arena, larga muchos rayos, con una gran boca sonriente que se burla de nosotros.

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  82. Paso a paso

    Su andar es muy lento, pero no le importa el paso del tiempo y disfruta de todas las cosas.
    No lleva reloj.
    Ve el mar que cambia de color; es gris reflejando el cielo invernal o verde y transparente, repitiendo movimientos.
    Mira las altas montañas, imposibles de subir, tan altas que molestan a las águilas.
    Cada día que pasa, se aleja sin mirar para atrás del lugar tranquilo donde deja a sus familiares.
    Un año,dos,más. El cambio de las estaciones le indican que los almanaques se suceden.
    Su rostro envejece. Nunca se mira a un espejo, aún así nota las arrugas de la piel y el cuerpo es cada vez más torpe en sus movimientos.
    Llega la hora en que los recuerdos dominan su cabeza y decide volver.

    No reconoce los lugares ya vividos; han pasado años y aunque su vista no es buena, se da cuenta que todo ha cambiado.
    No entiende lo que ve.

    No siquiera su compañera de vida, una linda tortuga, hoy también muy arrugada, puede explicarle que han pasado ciento cincuenta años.

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  83. EL VALOR DE UN BESO

    Esa mañana sería la última para Helena. Mientras disolvía los grumos de leche, pensaba en su hija. El futuro de ambas dependía de su nuevo trabajo como seleccionadora de ropa usada en un galpón de Zona franca cerca del puerto. Una labor dura y rutinaria, pero necesaria para mejorar la condición de vida de su hogar. Cansada de la pobreza, del frío y de ese desagradable olor a madera vieja humedecida.
    Dejó lista la mamadera y le dijo a su madre que regresaría tarde. Tomó su bolso y bajó por la calle. El gran barrio del progreso tecnológico la espera. Recordó que no le había dado un beso a su hija. Y eso fue lo último que pensó tras el fuerte impacto de aquel automóvil. Helena quedó tendida sobre el frío pavimento resignada a su suerte. Lamentó no haberse despedido de su niña.

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  84. 237

    Ainoa subió en el autobús, vivía en la Avda. Virgen de Montserrat en el numero 237 con unos compatriotas como les llamaba ella. Había llegado hacía 237 días de su país, un país que poco a poco se estaba desmoronado, arruinando, y no por qué no tuviera medios naturales, ni humanos, sino por la gran lacra de este siglo, la avaricia, la soberbia de algunas personas que solo miran por sus intereses. Trabajaba 12 horas al día y no estaba molesta, al contrario rezaba por tener cada día ese trabajo tan inhumano.

    Les enviaba 237€. cada mes a sus hijos. El día 23 del julio, cuando subí, ella no estaba en el tren, me extraño, sentada con la prensa en la mano, sentí un escalofrío en mi cuerpo, el la primera pagina una terrible noticia, “Mujer apaleada y muerta por un grupo de jóvenes”…deja 2 hijos de 3 y 7 años en su país.
    Aquel día no pude bajarme del tren hasta que llego al final del recorrido.Aquel 23 del julio busque la información sobre su familia y desde hace 237 días, cada mes envió los 237 euros a sus hijos.

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  85. Viaje soñado.
    Ella, en ocasiones lograba tomar la mano de su amor. El, apurado, iba adelante.
    Ella, disfrutaba del aroma del camino y del mar, que aún no se veía. De la sombra de los árboles.
    El, aceleraba el paso. Los árboles quitan mucho tiempo, igual las hojas.
    – Mi amor, ¿tú me quieres? – Ansiaba escuchar esa respuesta de aquel extraño que desde hace años dormía a su lado.
    Inmóvil la miró con ojos helados. Cómo podía estropear el viaje al preguntarlo. Justo cuando estaban tan cerca de llegar a la parte más bonita del paseo, el final. Sonrió por un instante. Lentamente y conteniendo el aliento dijo:
    – Sí mi amor, claro que te quiero.
    Caminó de prisa. El tiempo se iba.
    Ella, no conforme, insistió.
    – ¿Como a una amiga o como a una hermana?
    – Te quiero como a mi esposa, como lo que eres, ni más ni menos.
    Ella sonrió de emoción. Él no la vio.
    – ¿De verdad?
    – Te lo he dicho muchas veces ¿o es que no lo entiendes?
    Se sintió dichosa. Ella supo cuánto él la amaba.
    Habían llegado al final del viaje.

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  86. Viaje imaginario

    Descubrí el mapa de la Isla del Tesoro. Navegué veinte mil leguas en viaje submarino. Di la vuelta al mundo en ochenta días. Naufragué en Liliput. Busqué a Drácula en Transilvania. Volé al país de Nunca Jamás. Viajé en busca del tiempo perdido. Pasé siete años en el Tíbet. Vagué mil y una noches. Recopilé Memorias en África. Me dejé llevar al país de las Maravillas. Soñé que recorría la Ruta de la Seda junto a Marco Polo. Desperté y vi al dinosaurio. Luego, crecí.

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  87. El último viaje
    Los libros de exploraciones, aventuras y amores en los mares del sur lo convirtieron en un soñador y es así que un buen día vendió todas sus posesiones y compró un vetusto velero, tomó un curso de tres horas de navegación en google, compró las provisiones necesarias y despidiéndose de sus familiares y amigos se hizo a la mar el día 7 de marzo del 2010, con la ilusión de encontrar el amor de su vida en una remota isla de la polinesia. Esperaba encontrar a una de esas hermosas y sensuales mujeres que había visto en las pinturas de Gauguin con la cual iba a disfrutar de los placeres carnales por toda la eternidad.
    Lentamente el velero se alejo del puerto y dos horas más tarde, cuando llegó a mar abierto, se enfrentó a una súbita tempestad. Las olas empezaron a mover fuertemente el frágil yate, mientras nuestro inexperto capitán al pie del timón trataba infructuosamente de salir avante. Una ola gigantesca lo golpeó de costado y el barquichuelo se fue lentamente hacia el fondo del mar llevándose con él a nuestro soñador de las islas del sur.

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  88. NO DIARIO

    Una entrada curiosa, interesante o inteligente… O un relato, sí…. Algo de esta Ciudad de México que visito… Del pesero, del choque, de la gente, del ininteligible sistema de transporte metrobus… de los libros que compré, del congreso… de mis colegas… Mañana… cansado… Estoy mañana…

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  89. Una isla encantadora

    Llegamos a Jekyll Island en la tarde. Esta isla tiene un encanto particular, es el sitio ideal para bañarse en ese mar cristalino y tenderse en sus blancas arenas. Además fue lugar de descanso de multimillonarios estadounidenses, durante muchos años.

    Nos hospedamos en un hotel modesto cerca de Horton House. Nuestro dormitorio miraba al mar, la vista era magnífica a la puesta de sol. Se respiraba una tranquilidad inusual.

    Nos disponíamos a desempacar para bajar a cenar cuando sentimos golpear la celosía. Nos sorprendió porque no había viento, por lo tanto fuimos a ver qué ocurría. Nada pudimos ver.

    Luego de degustar una exquisita cena, salimos a tomar aire al parque que rodeaba el hotel. La luz era muy tenue y caminar se dificultaba. Ernesto tropezó con algo duro, parecía un cuerpo inerte. Era un cadáver. Luego otro y después otro. ¿Estábamos soñando? ¿Era producto del champán que habíamos bebido?

    Regresamos al hotel. Cuando tocamos el timbre en conserjería, no hubo respuesta. Tomamos la llave y subimos a nuestra habitación sin querer recordar lo visto.

    Nos enteramos, al otro día, que Dr Jekyll había pernoctado en la isla homónima.

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  90. La Eterna Brecha del Estrecho.
    Abro los ojos y me encuentro en una habitación en la Casbah de Tánger. Crucé el Estrecho y sigo sin salir del laberinto en el que mi mente se ha enmarañado…
    Mi primera idea fue internarme en otra civilización y me perdí más todavía. ¿Y la segunda? Busqué un lugar donde remojar en alcohol ciertos recuerdos; monté un número, y me excedí al propinar un botellazo a quien no debía.
    Aparecí Aquí, surgió ella y curó mis heridas. Se llama Samira y además de hermosa es una mujer valiente que se desenvuelve a medida en un mundo arrogante.
    Si me acosté con Samira fue porque quiso, y porque me encontraba además de atractivo, deseable.
    Cuando eché de menos mi tierra e intenté dejar atrás la Casbah, una daga punzó mi estómago. Me di cuenta cuando organizaron la boda, Samira no era mi premio sino mi obligación; aún así la seguí deseando.
    Desde la azotea de El Kamalij alcanzo a divisar el puerto. Veo los Ferrys que cruzan el Estrecho y sueño con volver algún día. Luego, la beso, acaricio sus rizos y le digo: “Vendrás conmigo.” Ella se acurruca y murmura: Insallah…*

    Insallah:* Si Dios quiere.

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  91. Junio, 2009, aeropuerto Narita, nuestra primera vez….
    Subimos al metro, esperando haber acertado. A mi lado una pareja de ancianos, ella llevaba mascarilla y guantes blancos, la salude articulando un nervioso inglés, preguntando por la perdida estación. Me mira y gira hablándole a su acompañante, muy serio responde y ella devuelve una corta y amable indicación.
    Oscurece, Edu, preocupado me insiste en preguntar. Ella accede a mi petición; se para, revisa la indicación del metro y regresando a mi lado, me toca el pecho y uniendo ambas manos como en oración las libera unidas al tiempo que un sonido como soplo se libera desde su interior «tranquila», escuche claro aunque hablo en japonés y la paz inundó nuestra travesía.
    Continuo viaje, hasta que con una rapidez que no se condecía con su relativa edad, ayudándonos con nuestras maletas, bajamos del vagón y apresurada nos insta a tomar el metro del anden contrario. Ya sentados, volteamos a mirar si ella había alcanzado a regresar al suyo.
    Allí estaba, la más bella imagen de Tokio, sentada a nuestra espalda nos despedía agitando uno de su blanco guante. Dulzura que siempre recuerdo hasta las lágrimas.

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  92. El viaje me hizo parar. Camino del desierto de Namibe, después de haberme maravillado por la inmensidad de las vistas de la fenda de Tundavala, me vi obligada a hacer una parada durante unos días. Cuando desperté, no estaba sola. A mi lado, otro enfermo que, en ese momento, se encontraba enmarañado en sus delirios. Su conversación era lo suficientemente interesante para mantenerme abstraída de la malaria que estaba pasando.
    – Pisé el escorpión y me mordió, lo volví a pisar para matarlo y lo hice, pero así como levantaba mi pié, el escorpión resucitaba, y me volvía a morder. No conseguía acabar con su vida, por más que yo lo intentaba, el volvía a estar ahí…
    Y entonces, la malaria? – ¡No!, la malaria vino después, pero el escorpión sigue ahí…
    Lo veo en todas partes, en la televisión, cuando estoy en la calle, miro, y sigue ahí…
    Durante unos instantes mi compañero permaneció callado para anunciar posteriormente con seriedad:
    ¡Necesitamos urgentemente tener una reunión! – ¿Como?, y sobre qué va ser la reunión? – ¡Sobre qué va ser!, sobre ese asunto que nos afecta a todos y cada vez somo más: el escorpión.

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  93. AHMED

    Aquella tarde de agosto Ahmed dejaba sus últimas huellas sobre el suelo de Israel. Se detuvo frente al puesto fronterizo. El soldado israelí lo escrutó severamente. Ahmed se puso nervioso. Tenía apenas dieciocho años. Era la primera vez que cruzaba a Palestina, la tierra de su abuelo. Se palpaba los bolsillos del pantalón, los de la camisa, rebuscaba en su mochila. Una vez, y otra, y otra. El soldado se acercó y le preguntó: “¿Qué sucede?”. “No encuentro mi pasaporte, Señor”, le dijo Ahmed. “¿Y para qué quieres el pasaporte?”, preguntó el soldado. “Para poder traspasar la frontera, Señor”, contestó Ahmed, tímidamente. “La frontera ya no existe como tal, hermano. Eso ya es historia. Adelante”, dijo el soldado. Y Ahmed atravesó la vieja frontera. No había dado muchos pasos cuando volvió a abrir su mochila, esta vez para sacar un diccionario hebreo. Buscó la palabra “hermano”. Cuando la encontró, volvió su cabeza hacia la antigua frontera. El soldado israelí le seguía con su mirada. Ahmed guardó el diccionario y continuó su camino. Se fue repitiendo en voz baja la primera palabra hebrea que acababa de aprender.

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  94. El Taj Mahal, situado en Āgra, es el más famoso de todos los edificios antiguos de la India, y uno de los monumentos más emblemáticos del arte mogol. De su extraordinario arquitecto se desconoce la identidad, pero sí es archiconocida la bellísima historia de Sha Jahan, que hizo construir este fabuloso mausoleo para honrar con él la memoria de su amada esposa, Mumtaz Mahal, que murió al dar a luz.

    En sus prodigiosos jardines, parece flotar, junto al perfume de sus flores, los románticos espíritus de esa maravillosa pareja que pretendió y consiguió inmortalizar su amor a través del tiempo, me sentí tan cercano a lo extrasensorial que cuando una muchacha alemana me pidió, en inglés, tuviera la amabilidad de hacerle una foto, experimente que la magia allí reinante nos envolvía y apresaba en su sobrenatural red. Después de hacer la fotografía nos miramos al fondo de los ojos, nos sonreímos y yo le pregunté:

    ─¿Adónde te dirigirás después?

    ─Quiero visitar el Fuerte Rojo ─respondió ella.

    ─¿Te importa que te acompañe? ─le pedí con avidez.

    ─Me encantará que me acompañes ─aceptó risueña.

    Y ya juntos hasta el día de hoy.

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  95. Gondoleros venecianos
    Al primer día de nuestra corta visita a Venecia, Susana celebró el gusto con que los pontoneros venecianos adornaban sus góndolas, enlacándolas en negro y guinda, amueblándolas con sillas talladas en maderas antiguas y asientos forrados con telas del medioevo. Al segundo día se fijó en las ropas de los lancheros, festejando su perfecta combinación y elegancia: sombreros con mascadas al rojo vivo, ceñidas playeras con rayas horizontales en azul marino, blancos y alargados pantalones, inmaculados. Al tercer día Sus fue más atrevida: le dio por chulear a los gondoleros, que calificaba como altos, musculosos, refinados, fotogénicos, guapos. Esa misma tarde pidió fotografiarse junto a uno de ellos.
    Al cuarto día, poco después de que se separó de mí para ojear un aparador de joyería, vi claramente cómo saltaba desde el puente de un añejo canal, hacia la borda de una góndola, que enfiló navegando rumbo a las islas vecinas. Mis gritos sonaron sordos, desesperados:
    – ¡Susana! ¡Susana! ¡Susana!
    Entonces, alguien me tomó suavemente del brazo:
    – ¿Qué pasa?
    Era Susana.
    Confundido, medio articulé:
    – No hay más qué hacer en Venecia, esta isla de perdición ha muerto para mí.

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  96. INMENSO MAR

    Me quedé dormido enseguida, nada más ponerse el tren en marcha, con la vana esperanza de aquel viaje no terminase nunca. Pero las vías se acaban. Hay estaciones que no son de paso; estaciones término se llaman. La vía muere de pronto a los pies de un pequeño murito de hormigón con dos enormes ojos de hierro que asemeja un gigantesco enchufe. Mi viaje terminó en una estación término. Ciudad con mar, custodiada por accidentes geográficos de suficiente importancia como para no permitir la huída, al menos ese día.
    En cuanto salí de la estación decidí enamorarme de aquella ciudad, de esta ciudad. Y vivo con ella. Pero todos los días regreso, desde hace ocho años, a la estación; y paso horas viendo como se aleja el tren, incapaz de subir a ninguno. Tal vez mañana, me digo. Aunque antes tengo que ir a conocer el mar, cuando mis ojos sean capaces de ver lo que miran.

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  97. Puntos de vista

    Muy poca gente se atreve a escalar el Monte Pilkipiltron.

    Cuando estuve viajando por el país donde se encuentra esa mítica montaña pasé por dos pueblos que no estaban lejos de allí. No diré sus verdaderos nombres pero sí que diré que allí había gente la había escalado hace años. Y que cuando alguien de Valdeabajo lo escaló por primera vez, sus vecinos y amigos hacían comentarios del tipo: “pues tampoco será tan difícil”. En cambio los de Valdearriba tuvieron una actitud diferente. Cuando alguien de su pueblo consiguió por primera vez escalarlo, le hicieron un homenaje, como si se tratase de un héroe.

    No se qué motivos impulsan a unos y a otros a actuar de maneras tan diferentes, y aunque he de confesar que me sentí más a gusto con la gente de Valdearriba pienso que ambos pueden tener su parte de razón, quizás no sea tan difícil escalar el Pilki, pero de lo que si estoy seguro es de que quienes lo hicieron las primeras veces, tenían madera de héroes.

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  98. Escalada

    No recordaba que era tiempo de recoger las moras, de arándanos, de frambuesas… No recordaba la impresión de la luz de la mañana al ascender las montañas. No recordaba que a veces el cansancio puede llegar a ser placentero. Que el temor al vacío en las aristas, a esa incertidumbre en un terreno imprevisible y salvaje, donde una simple llegada repentina de la niebla, de la noche o la tormenta, pueden volverte el ser más vulnerable. Ya no recordaba, que superar esos obstáculos, también puede brindarte la sensación más intensa, hasta marcar esa huella que pasará directamente de tus músculos y tu retina hacia todas tus neuronas, y después, desde el almacén del recuerdo, un torrente de sustancias harán que tu espíritu vuelva a sentirse más joven, más vivo, e incluso un poco más inmortal.

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  99. Burbujas

    He sentido burbujas en mi estómago cuando la multitud ha empujado nuestros cuerpos hasta juntarlos y me transportaba su perfume hacía un atolón de placeres secretos. Se han cruzado fugaces las miradas mientras notaba su cuerpo pegado contra el mío y me dejaba arrastrar por la pleamar de su aliento. Después ha palpitado ese jugoso carmesí de sus labios sin llegar a pronunciar una sola palabra. Los dos hemos continuado en silencio, sintiendo el ritmo de los latidos. Y ha sido como si nos envolviese una sola burbuja hasta que el tren ha empezado a frenar y ha salido la gente, entonces hemos vuelto a mirarnos a la vez que se separaban nuestros cuerpos y me ha parecido que dos burbujas flotaban en el aire hasta desvanecerse en aquel espacio vacío.

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  100. Aguas mansas

    Los tulipanes seguían allí, al igual que las infinitas flores desperdigadas en perfectas hileras para gusto del comprador. Amsterdam se me presentó como una ciudad ordenada, plagada de bicicletas veloces que tenían absoluta preferencia sobre cualquier peatón curioso que atravesara sus calles. Más allá de sus típicos e innumerables tópicos que persiguen a cualquier ciudad centroeuropea, me sorprendió encontrar sus calles abarrotadas de gente, casi como si en la Gran Vía madrileña me encontrase…
    Recuerdos felices muchos; destacaría especialmente uno: en un maravilloso café a ritmo de jazz melódico contemplando las aguas de sus canales, la vida se detenía en un instante mágico. Ni el Barrio Rojo, ni las tiendas eróticas captaron excesivamente mi atención: más me sedujeron sus museos, el tormentoso Van Gogh y su mundialmente famosa obra, y el RijksMuseum, testimonio de una época dorada de la pintura holandesa. Parques que parecían bosques, y calles como de cuento perfecto, culminan el recuerdo de mi “experiencia holandesa”.

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  101. Abro los ojos de golpe, rayos del sol se colaron por mi ventana rota y vinieron a verme tan pronto como despertaron. Sin mas espera , me levanto y me asomo al balcón, como cada maña ahí Jorge, el frutero colombiano que lleva el pedido de la señora Rosario, una uruguaya mayor que se mudo hace apenas unos años y vive sola. Por el camino se encuentra con su jefe Raúl otro madrileño como yo que vive en la calle del Raval Barcelona. Me saca unos cuantos años pero eso no impide que siempre después de comer nos tomemos unas birras en el bar del señor Wattaba, japonés. Él siempre es muy amable con nosotros, nos cuenta las mil cosas que adoraba de Madrid, estuvo viviendo en casa de su hermana que vive en una casa acomodada en medio de la moraleja. Ella es ejecutiva. Desde que vive aquí, ella le llama todos los días y la próxima semana vendrá a visitarlo y se alojara en la pensión que ahora mismo vive Wattaba.
    De aquí un rato bajare a verlo, hoy es mi ultimo día mañana vuelvo a mi segunda casa, Madrid.

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  102. «Buscavidas»

    – Perdona señor, ¿le importaría que le acompañase? Puedo hacerle de guía y cobrarle un precio barato.

    – Vamos a ver, chavalín, ¿no ves que con esa inseguridad no vas conseguir ningún cliente? Mira, te voy a enseñar a triunfar en la vida. Yo empecé siendo comercial de seguros. Vendía lo que nadie podía y a todo el que me proponía. Mis técnicas de ventas fueron alabadas por unos y criticadas por otros. Fui muy competitivo. Si tenía que mentir, lo hacía, era imprescindible para vender lo que yo ofrecía. Pero no importa, porque ahora, con mis 50 años estoy jubilado, tengo a mucha gente que trabaja para mí. Y, ¿sabes qué he aprendido? Que en esta vida hay que ser agresivo. Tú debes hacer lo mismo. Habla a los turistas con decisión, muéstrales que sólo tú puedes enseñarles la isla. Así te contratarán muchas personas y ganarás más dinero. Anda, toma 5 reales, me has dado pena… ¡Espera! ¿Mi cartera?

    – Mira, yo solo tengo 15 años, los he pasado todos en esta isla y ¿sabes qué he aprendido? Que un niño de 15 años corre más que uno de 50.

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  103. Arte sacro

    Regreso conmocionado de Europa. En capillas mayores y menores, en claustros y seminarios, en balaustradas y escaleras de púlpitos de catedrales, como en entradas a confesionarios, lucen magnificentes, tallados en caoba, colados en bronce o esculpidos en mármol, prodigiosos pechos femeniles sobre cuerpos mancos, pero coronados de primorosas tetas apuntando orgullosas al cielo.
    Comúnmente se repiten varios pares hacia las portentosas caderas, supongo que no bastaría solo uno de ellos para aprestarse al más preclaro de los sermones. Sin corona de tetas, pasarían por dulcísimas ciruelas, de tan perfectos. Pero como los adornan encendidas tetas, cabe reconocer el exquisito tacto de los talladores alemanes y florentinos de maderas preciosas, así como el fino y voluptuoso gusto de clérigos, monjes, obispos y arzobispos que ordenaron y aprobaron tan cachondas obras, benditamente sacras, aceleradoras de la circulación sanguínea por todas las fálicas oquedades. Estimulado así el cerebro, fluyen las testosteronas precipitando el mejor argumento, el discurso elocuente sobre las bondades del celibato, la abstinencia carnal y los demonios de la concupiscencia.
    Virtuosa vía celestial: subir gozando la nuditas virtualis de una lozana mujer tallada en el pasamanos. ¿Quién se salva?

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  104. Bari en rojo
    Traduzco de un periódico abandonado, viajando por Venecia: “Temiendo la denuncia en un hospital, muere desangrada una mujer clandestina en cuarto rentado de Bari”. Vira Orlova, ucraniana, empleada doméstica, fue encontrada junto a un charco de su sangre. Usaba el falso nombre de Ylenia, mañana cumpliría cuarenta años. Seguramente se autopracticó un aborto, pues de tratarse en un hospital, sería reportada y con ello quedaría desempleada. Era clandestina. No encontraron referencias de sus parientes para avisarles.

    Desde otros mares me declaro tu familiar, Vira, un Orlov que ya envidia tu coraje para enfrentar sola y en silencio tu muerte. En la morgue te identifico, más blanca y pálida, con un gesto de dolor, que ahora es mío. Soy tu padre, me doblo frente a ti por no haberte retenido. Soy tu madre y me despido con un grito desgarrador, bendiciéndote. Soy tu hermano y lloro ante la cajita de recuerdos encargada para tu regreso.
    Soy tu amante clandestino muerto en vida, en espera de valor como el tuyo para alcanzarte en ese otro mundo, compasivo, humano, donde nuestro amor viajero no será perseguido ni despatriado.

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  105. Tubinga
    En el sueño, entro a la casa donde Hölderlin vivió sus últimos años, sumido en la locura, y finalmente murió. Conozco el exterior sólo por fotos, pero reconozco el interior como si alguna vez hubiera estado allí.
    Desde una ventana de la torre veo el río Neckar, pero la imagen se parece más al tramo que baña Heidelberg, donde sí estuve una vez, en la “realidad”. Me muevo lentamente por el austero cuarto superior de la casa del carpintero Zimmer. Estoy solo. Sin embargo, siento en todo momento la presencia, doblemente fantasmal (sueño dentro de un sueño), del poeta loco. Tengo miedo, y al mismo tiempo la certeza, levemente ominosa, de una revelación.
    Algo me lleva hacia una grieta en la pared. ¿Por qué nadie la notó antes?, me pregunto. Rasco con las uñas y doy con un papel arrugado, amarillento. Por supuesto, se trata de un poema. Yo apenas leo alemán, pero en el sueño entiendo perfectamente lo que dice. Ahora, en cambio, cuando me creo despierto, sólo recuerdo (o invento) algo sobre el fin de la primavera y el regreso de los dioses. O quizás, ojalá, sea al revés.

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  106. Friburgo
    En un rincón de la catedral, hay una gran foto (gigantografía, le dicen ahora) con el respectivo epígrafe o leyenda que explica lo que, por supuesto, se ve.
    Apenas después de la guerra, la catedral esa en la que uno está y en la que está la gran foto, como en cajas chinas o muñecas rusas, se yergue, prácticamente incólume, en medio de completas ruinas: el resto de la ciudad.
    Se descarta el oxímoron del “bombardeo inteligente”, otra invención de reciente data. Se alega un milagro, la prueba de la existencia de Dios, cuya Casa resultó intangible para las toneladas de bombas que debieron caer ese día, esos días. Prueba aislada, ya que en otras ciudades de Alemania las bombas cumplieron prolijamente su labor sin interferencias divinas ni de otro tipo (ver Sobre la historia natural de la destrucción, de W. G. Sebald).
    El visitante se siente ligeramente mareado. Casi espera salir de la catedral y encontrarse en medio de ese paisaje desolado, devastado, de la gran foto, en el que la certeza, aparentemente lograda, de que Dios existe, es más aterradora que reconfortante.

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  107. Teide
    En los años de infancia sonaba a amenaza el énfasis del padre Abilio Tenerife acerca de un dios todopoderoso y omnipresente. Daba miedo y el infierno esperaba a la vuelta de la esquina. Hasta que llegué a la isla, al paraíso. Dios siempre presente, en cada rincón. Miraras hacia donde miraras, allí estaba. Después de bañarnos en playas de arena negra, probar los caldos de Icod a la sombra del drago milenario, dejarnos envolver por el laberinto de Masca y recordar los tiempos de la cochinilla junto a las pirámides de Güimar degustamos un pulpo frito en Punta del Hidalgo. Todo, absolutamente todo, bajo su mirada. No pude negarle una visita. Una carretera de curvas infinitas nos dejó en la caldera que le rodea. Impone el viento, el desierto de piedras, su presencia nevada. Los roques, la soledad, las babas de la última erupción. No encontré restos de amenaza en su mirar dulce. Incluso nos despidió con un guiño de plata la tarde del regreso. Sobre las nubes que ocultaban la isla, él emergía poderoso, omnipresente, toda la isla y todo el cielo para él, para dios, para el dios Teide.

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  108. LA HISTORIA SIN TERMINAR.
    Viajar es jugar al olvido y eso es lo que deseo, olvidar la pesadilla de los últimos meses, la trágica soledad de un trabajo agobiante.
    Un viajero siempre sabe donde está la puerta del autobús que día a día le traslada al trabajo y yo ahora me siento desorientado porque he pasado de viajero a turista, sin un reloj que me marque las horas.
    Levanto la mirada del diario que descansa entre mis piernas y miro a la anciana que dormita a mi lado, y me sorprendo cuando al mirar hacia fuera se confunde su imagen reflejada en el cristal con la mía, con la de las otras dos personas sentadas en los asientos al lado contrario del pasillo del autobús. Mujeres jóvenes con hombros descubiertos oliendo a canela y azahar.
    Viajando se aprende a decir adiós y esa es la palabra que sale de mis labios cuando abandono el autobús, la que flota al llegar al bloque de apartamentos y entro en el mismo cerrando con suavidad los cerrojos, con la ilusión de un nuevo día en el que pueda volver a subir al autobús.

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