Estatua de sal. Autora: Las sandalias de Ulises

Aún notaba la sal en mis labios, miré mis manos que aunque algo resecas se movían con normalidad, no me había convertido en estatua de sal, pero ante mí se abría uno de los lugares más enigmáticos del planeta, un horizonte infinito, un mar de sal de más de diez mil km2.

Me notaba algo mareada, no sé si por la impresión de estar en aquel lugar, o por el mal de altura debido a su ubicación.

Cuenta la leyenda que el Salar de Uyuni se creó cuando al volcán Tunupa le arrebataron a su hijo recién nacido. La tristeza y el dolor fueron tales, que de sus pechos no dejaba de brotar leche materna, creando el precioso manto blanco que lo cubre todo. En época de lluvias el volcán recuerda a su pequeño que le fue arrancado de sus brazos, creando un espejo infinito de lágrimas saladas.

La realidad aunque también fascinante, es algo más geológica.

El sol me quema la piel y el silencio es absoluto, mire donde mire no veo el final, el horizonte de aquel desierto blanco de formas geométricas nunca se acaba. Sigo caminando, aunque ya no sé si voy en línea recta o estoy andando en círculos. Comienza a bajar el sol, es uno de los atardeceres más bellos que he visto nunca, pero el frío está empezando a calarme los huesos.

Tras horas, no sé cuantas, de caminata, y habiendo perdido ya la noción del tiempo, encuentro lo que parece ser una cueva. Me adentro despacio, los últimos rayos de luz iluminan su interior, cuya visión me deja absolutamente paralizada. Las 3 momias allí presentes, rodeadas de vasijas y utensilios, parecen darme la bienvenida a un festín congelado en el tiempo cientos de años, como si de una cena eterna se tratase.

Rechazo con amabilidad la invitación, no quiero correr su misma suerte y sin despedirme salgo de allí lo más deprisa que puedo.

El frío es ya insoportable, temblando miro al cielo, aunque me recuerda un poco a la noche estrellada del Outback australiano, es una de las estampas más bonitas que he visto jamás. No puedo parar de tiritar, me tiemblan las piernas por el frío y el cansancio, tropiezo y algo se me cae de las manos…

El ruido del cristal chocando contra el suelo me despierta, me había quedado profundamente dormida en la mesa con el salero en la mano.

Ahora en el suelo del comedor y entre pequeños fragmentos de cristal, hay un mar de sal, el Salar de Uyuni aparece ante mí como una señal, una visión desde las alturas como la que tuvo Neil Armstrong desde el espacio.

¿Una señal? o ¿Un sueño?

 

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